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Capítulo 4

Los casinos siempre han sido lugares de diversión. Lujo y dinero fluyendo por cada uno de sus pasillos, en cada mesa y en cada mano de cartas repartidas al azar. Sin embargo, a menudo son también negocios con un trasfondo oscuro que esconde muchos secretos.

En las mesas de los casinos Hamilton (uno de los más importantes de Las Vegas) se escuchan muchas cosas, desde planes para conquistar el mundo hasta quién será la próxima modelo que se llevarán a la cama. Mi trabajo era entretener a todos esos hombres engreídos y hacerles creer que hoy era su día de suerte, aunque en realidad llevaba meses investigando discretamente el entorno en busca de pistas. Sabía que la cantante del grupo se acostaba con la mano derecha del dueño, cómo el casino ajustaba las probabilidades de ganar en las tragamonedas, reduciéndolas casi a cero, la manipulación de la ruleta, comisiones ocultas que rebajaban los premios a los jugadores, y cómo usaban pequeñas dosis de drogas o sedantes en las bebidas para nublar el juicio de los jugadores, dándoles a menudo un exceso de confianza que terminaba por sacarles hasta el último dólar.

—Subo la apuesta, ¡tres mil!

—Igualo —dice uno de ellos, examinando sus cartas mientras desliza algunas fichas hacia el centro.

—Yo me retiro —el tercer jugador pone las cartas boca abajo.

—Subo, ¡cinco mil!

Saco una carta más y la coloco en la mesa.

—El último cartón es el siete de corazones. Hagan sus apuestas.

Ahora solo quedan tres jugadores, la apuesta sube a siete mil dólares y todos alrededor observan encantados el espectáculo.

—Lo siento, me retiro.

—Muestren sus cartas, por favor —les digo.

Todos aplauden eufóricos cuando la mujer muestra una escalera de color frente a un trío de reyes del otro jugador.

—¡Felicidades! —los aplausos reverberan y ella se quita un sombrero imaginario, saludando a su público.

—Parece que hoy es mi día de suerte.

Ya casi son las diez y termina mi turno. Llevo trabajando cuatro días seguidos para poder tomarme el fin de semana libre. Levanto los brazos y me muevo de lado a lado para estirar el cuerpo, la espalda me cruje y casi no siento los pies. Estoy exhausta, lo cual es bastante inconveniente considerando que mañana es el cumpleaños de Claudia y esta noche tenemos una reserva en una discoteca para celebrarlo. Bea también se va en tres días a su pueblo en Texas y no sabe cuándo podrá regresar, por lo que la noche de hoy es algo así como un pre-cumpleaños y una despedida con mucho champán.

—¿Ya te vas? —escucho una voz familiar y me doy la vuelta. ¡Miguel!

—¿Qué haces aquí? ¿Hoy no descansabas?

—Vine a probar suerte con mi crupier favorita, pero parece que llegué tarde —dice, poniendo la mano sobre el corazón y fingiendo una cara de pena.

—Cambié el turno para salir ahora. Es el cumpleaños de una amiga —saco mis cosas de la taquilla y vuelvo a cerrarla con llave.

—Bueno, vamos —pone los ojos en blanco—. Te dejo en tu casa.

—Tranquilo, traje el coche —sonrío y saco las llaves, agitándolas en el aire frente a él— . Sigue mejor con tu plan de dejarte el salario en las tragamonedas.

Siento sonar el celular mientras camino hacia mi coche y me detengo para sacarlo.

«Mensaje de texto»

La vista se me escapa a un papel doblado que cae al piso desde mi cartera. Frunzo el ceño, extrañada, pero me agacho para recogerlo. Está doblado varias veces. Un escalofrío me recorre la columna cuando desdoblo el último pliegue y veo que es una nota escrita a máquina sin firma.

«Sé quién eres. También sé por qué llegaste a ese casino. Me pondré en contacto contigo cuando llegue el momento.»

El corazón se me detiene después de una fuerte sacudida y caigo sentada en un banco detrás de mí. Sacudo la cabeza, estoy aturdida, pero vuelvo a coger el papel y lo releo varias veces más. ¿Quién lo escribió? Quien sea está cerca de mí y tiene acceso a los vestidores del casino. Peligro. Las alertas en mi cabeza se disparan, necesito unos minutos para recomponerme. No me he visto, pero seguro he perdido todo el color. Tengo el estómago revuelto y siento ganas de vomitar, pero meto la cabeza entre mis rodillas para calmarme. Doy un brinco cuando el celular a mi lado vuelve a sonar. Mierda, ir a la fiesta es lo último que quiero hacer ahora.

«Clau:
Te he dejado mil mensajes ya.
Randy te va a pasar a recoger a las once en tu apartamento. Estate lista y responde, por dios.»

«Yo:
Ok, ya voy en camino.»

Dejo que mis pulmones se llenen de aire y vuelvo a guardar el móvil. Me levanto y camino por otros cinco minutos hasta llegar a mi auto para volver al apartamento. Por el camino trato de no pensar, aunque resulta difícil, pero no quiero hacerlo. No es el momento de acosarme con preguntas para las que sé que no tengo respuestas, así que subo el volumen de la radio y me concentro en 🎶 Demons 🎶.
Funciona. Para cuando llego a mi apartamento, me siento mejor y aunque no logro desaparecer por completo la inquietud de mi mente, decido posponerla y darme un tiempo. El celular vuelve a sonar.

«Randy:
En treinta minutos te recojo.
Ponte guapa.»

Dejo el uniforme sucio a un lado y la vista se me escapa hasta el espejo de cuerpo entero al lado de mi cama. Lo que veo ahora es un vago reflejo que me resulta familiar, pero con el cual no logro identificarme del todo.

<Has bajado de peso>

—Lo sé —frunzo el ceño y me detengo para observarme con más detalle.

El tono ámbar de mis ojos sigue ahí bajo una fila de interminables pestañas, pero la expresión en ellos es diferente, apagada, igual que todo lo demás en mí. Mi hermosa y larga melena castaña tampoco luce como antes, ni mi piel, que ha perdido casi todo el color y ahora parezco un jarro de leche que necesita ir a la playa.

—¿En qué momento me hice a un lado? —ladeo la cabeza y siento pena por mí misma porque la persona en el espejo parece una flor marchita—. No soy yo.

No, esa no eres tú. Pero te estás enfrascando en algo que te está destruyendo, ¿o acaso no lo ves? Ve a la fiesta, emborráchate, baila y cuando termine ve por una de esas hamburguesas llenas de conservantes. La vida es una y la estás dejando pasar.

Qué mierda cuando mi yo interior se llena de valor y me asalta diciéndome todo lo que no quiero escuchar, aunque tenga razón. Es una pesadilla el constante autosabotaje. Suelto un suspiro dolorido y voy a la ducha para darme un baño.

El dress code que Claudia había impuesto era noche de disco. En otro momento tal vez habría tratado de evadirlo, pero hoy no. Necesito obligarme a hacer estas cosas, necesito volver a ser yo. Saco un vestido de lentejuelas plateadas que aún no había estrenado y lo combino con unas sandalias rojas de doce centímetros de tacón. Me recojo el pelo en una coleta alta bien estirada y saco algunos mechones para ondearlos con la plancha.

—¡Falta algo! —entorno la mirada nuevamente al espejo, detallándome, y vuelvo al baño en busca de una toalla húmeda para quitarme el gloss transparente.

Rojo carmín. Ahora sí estoy lista. Justo a tiempo para coger la llamada de Randy avisándome que ya estaba abajo.
Avisto el Audi negro cuando llego a la calle y me encamino con pasos rápidos hacia él.

—¡Wow! Alguien por aquí se toma muy en serio sus atuendos —ironizo al ver su camisa camel y los pantalones negros básicos que lleva puestos—. Tu prima te va a matar.

—No pensaba ponerme nada de lo que Claudia mandó, ¿acaso lo viste? —dice riendo mientras se inclina para quitarle el seguro a la puerta.

—Por desgracia, sí, créeme.

—Igual —me echa una mirada con el rabillo del ojo—. Tú sí te ves preciosa.

El lugar es inmenso. Nos ponen unas manillas VIP en la entrada y una muchacha nos indica el camino hacia nuestra mesa en el segundo nivel de la discoteca. El olor a cigarro está en todas partes y es muy desagradable. La música está a todo volumen y en el centro, sobre una plataforma que da vueltas, está la mesa del DJ. Me detengo siguiendo la trayectoria de las luces que parecen infinitas y Randy me da un tirón por la muñeca.

—No puedo llegar allí arriba y decir que te perdí, así que no me sueltes —me dice al oído y vuelve a darme la espalda, abriéndose camino entre el gentío.

Subimos por unas escaleras al fondo y llegamos a un área rodeada de espejos que estaba más despejada. Apenas nos ve, Claudia se abalanza sobre nosotros con una sonrisa que le llena la cara y una copa de champán en la mano.

—¿Qué hacían ustedes dos que se demoraron tanto? —pregunta achispada, con un deje de picardía en la voz.

—Por desgracia, nada, prima. —resopla Randy, poniendo los ojos en blanco. Le doy un manotazo en el hombro y vuelvo a centrarme en nuestro alrededor.

—¿Dónde está Bi?

—Me dijo que iba al baño, pero seguro está allá abajo bailando con cualquiera. Ya la conoces. —dice riendo, y envuelve mi muñeca para arrastrarme hasta la mesa llena de botellas de whisky, ginebra y champán, que según ella le habían regalado.

—¡Ey, Emma! —me saluda Travis. —¿Cómo estás?

—Todo bien. —me inclino para darle un beso y no puedo evitar reír cuando me doy cuenta de su atuendo extravagante. —¿Tú tampoco te salvaste, no?

Se mira de arriba a abajo y cierra los ojos sacudiendo la mano.

—Ni lo menciones.

Claudia le lanza una mirada matadora y le da un golpe en el hombro antes de ser envuelta por los enormes brazos de su novio que le rodean la cintura mientras se besan.

—Está de más que se pongan a hacerlo delante de nosotros, ¿saben? —protesta Randy con cara de asco.

Travis tiene el pelo ondulado de un tono rubio oscuro, peinado hacia atrás. Es robusto, debe medir al menos uno ochenta, de tez tostada y ojos muy oscuros, al contrario de Claudia, que podría pasar fácilmente por una chica nórdica de ojos muy azules, largas extremidades y exageradamente guapa. Ellos son de esas parejas que, aunque físicamente no tienen nada en común, curiosamente encajan a la perfección. Se ven tan lindos juntos. Ambos vestidos de colores y dándose besos cada vez que están cerca. ¿Así se ve el amor? Supongo entonces que yo nunca me he enamorado porque mis ojos no han tenido ese brillo especial que veo en mi amiga. O ese deseo desmedido de estar cerca de alguien. La idea me entristece, pero no tengo mucho tiempo para pensar cuando Claudia me está dando otra copa para reemplazar la vacía.

El ambiente es espectacular. Prácticamente no me duelen los pies a pesar de que no hemos dejado de bailar en una hora y media. Sospecho que es debido a los tres gin tonics que ya llevo dentro y que comienzan a hacer efecto. Bea va subiendo las escaleras en ese momento y no puede ser... miro a mi amiga riendo y después vuelvo la vista a ella y al agarre de su mano que suelta de un golpe cuando me ve. Otra más que se abalanza sobre mi cuello, sacudiéndome antes de darme un sonoro beso en la mejilla.

—¿Dónde estabas tú metida? —grita por encima de la música.

—Llegué hace un rato, vine con Randy. —pone mala cara cuando ve al trigueño detrás de mí, pero se recompone enseguida sin darle importancia.

—Claudia, Emma, él es Jack. Jack, estas son mis amigas. Él es Travis, el novio de Claudia, y él... —sopesa lo que va a decir y hace una mueca de desagrado—... es Randy.

¿Acaso puede ser menos obvia? Pienso para mis adentros mientras le devuelvo el beso al muchacho menudo detrás de ella y le invito una copa.

—Vamos, acompáñame. —me susurra Randy al oído.

—¿Dónde?

—Tranquila, que no te voy a morder. —sonríe y me toma la mano para que lo siga.

Bajamos las escaleras y nos metemos en el tumulto. Randy va delante, abriéndome camino, y aunque no sé dónde vamos, tampoco pregunto. La música está muy alta para que me escuche, así que simplemente me limito a caminar hasta que llegamos a la barra.
Hay unos muchachos comprando cerveza, otro grupo está haciendo ronda de shots y tres personas más esperan delante de nosotros para que los atiendan.

—¿Te había dicho ya que estás hermosa esta noche? —me dice al oído.

—Sí, ya lo hiciste. —no puedo resistir la tentación de poner los ojos en blanco y veo detrás a una de las muchachas de los shots dándose golpecitos en el pecho.

—¡Qué bueno! Igual te lo repito ahora. —sonríe tranquilo desde su altura con los brazos cruzados.

Le pongo los ojos en blanco y él ríe entonces con más ganas.

Randy es muy guapo, trigueño de piel, ojos verdes y pelo crespo negro. Si Claudia no me hubiese dicho que era su primo, jamás lo hubiese imaginado porque no se parecen en nada. Él se acerca a la muchacha detrás de la barra y compra dos botellas de Moët para que las lleven a la mesa cuando den las doce. La chica lo mira embobada, asintiendo a todo lo que le dice, y no estoy segura si en realidad podrá acordarse o si le ha prestado atención más allá de comérselo con los ojos. Río y le doy otro trago a mi copa antes de tener su mano nuevamente agarrada a la mía para irnos de allí.

—Le gustaste. —me pongo de puntillas para alcanzar su oído. Él se da la vuelta y frunce el ceño, confundido. —A la chica de la barra. Vamos, lánzate e invítala arriba. Es mona.

Vuelvo al piso mostrándole una sonrisa para alentarlo a hacerlo. Pero él me suelta, se pasa una mano por la mandíbula y repara en mí algunos segundos antes de rodearme la cintura y acercarme a él.

—La chica que me gusta ya está arriba conmigo, por si no te has dado cuenta.

—Randy. —niego con la cabeza y me remuevo en su agarre. —Somos amigos, no lo echemos a perder.

—Eso. No lo echemos a perder. —su rostro se cubre de decepción y tira de mí para evitar que un muchacho que viene corriendo me golpee. —Vamos arriba o llegaremos después que mi regalo.

Ya me he tomado unas cuantas copas más y mi cuerpo se mueve prácticamente solo. La alta graduación de ese champán caro mezclado con gin tonic ha eliminado cualquier vestigio de dolor en mis pies debido a la incómoda curvatura de estos zapatos, por lo que solo estamos concentradas en bailar y gritar a todo pulmón cada canción como si fuéramos locas.
Todo el staff del lugar llega con luces y un cartel de "Happy Birthday". Las botellas van dentro de cubiteras enormes y se acercan cantando feliz cumpleaños a la vez que nosotros los seguimos. Ya son las doce.

—Feliz cumpleaños, nena. —Travis la levanta del suelo y le planta un beso.

De su bolsillo saca una cajita azul y se la da. Es una cadenita plateada con la inicial de ambos y un corazón en el medio. Claudia da un brinco y vuelve a caer en sus brazos para besarlo una vez más. Cuando se despega, tiene los ojos aguados y la cara roja. Me da gracia, sé que está a punto de llorar y Randy, a mi lado, también lo sabe porque comienza a hacer chistes de lo llorica que es.

—Vamos, chicos, brindemos. —Bea saca una de las botellas y la agita antes de abrirla para que la espuma se dispare. Efectivamente, quedamos todos empapados en champán y un montón de gente que no conozco se une a nosotros para brindar.

—Vamos a bailar. —le doy un tirón a Bea por el brazo y nos acercamos a la barandilla desde donde tenemos una vista panorámica al piso de abajo.

Claudia y Travis desaparecieron después del brindis. Randy siguió mi consejo y tonteaba con una chica por ahí, aunque no paraba de lanzarme miradas. Así que solo quedamos nosotras y nuestra patética coreografía, pero a quién le importa y menos a esta hora, cuando ya media discoteca anda volando.

El brazo de Bea se me enrosca en la cintura haciéndome girar hacia afuera y choco sin querer con alguien que viene pasando. Es un cuerpo fuerte y pesado que pareciera un muro en vez de una persona. El impacto fue fuerte pero él no se mueve un solo milímetro; al contrario, soy yo quien rebota al frente y tropieza. Veo cómo el piso sube dispuesto a encontrarse con mi cara de sopetón, pero unos brazos me agarran antes de caer. El movimiento brusco me produce mareo cuando vuelvo a estar de pie, tambaleándome. Bea, delante de mí, está viendo a mi espalda con la mandíbula desencajada y los ojos abiertos como platos. Su expresión me hace reír; cualquier cosa a esta maldita hora en mi estado me causa gracia. Voy a darme la vuelta para pedirle disculpas al sujeto y no puede ser. Tiene que ser una maldita broma: «El idiota del cabaret.»

—Tú. —lo apunto con el dedo de forma acusadora.

—Nos volvemos a encontrar, Rubia. —el lado izquierdo de su boca se curva hacia arriba mostrando una sonrisa tan sexy como intimidante mientras sus ojos azules me observan divertidos como si yo fuera un juguete.

—Parece que Las Vegas no es lo suficientemente grande. —infiero, cruzando los brazos sobre mi pecho y endureciendo la expresión como puedo.

Me cuesta; estoy nerviosa, él me pone nerviosa y voy tomada.

¿Puede haber otra sorpresa desagradable esta noche? Claro que sí, siempre se puede tener más.

Claudia llega de la nada por detrás de mí y se abalanza sobre el cuello del idiota.

—¡Llegaste! —grita emocionada, y ahora soy yo quien tiene la mandíbula desencajada y los ojos muy abiertos presenciando la surrealista situación sin entender nada.

¿Quién es él y qué hace aquí? Tiene a mi amiga sujeta por la cintura y es tan alto que la levanta del suelo rodeándola con sus fornidos brazos, pero a ella no parece importarle o incomodarle de ninguna forma.

—No puedo perderme el cumpleaños de mi persona favorita. —la vuelve a dejar en el piso y le aparta el pelo de la frente para darle un beso.

—Felicidades, amor.

Su mirada pasa de Claudia a mí en una milésima de segundo. Un cosquilleo me sube por toda la espalda hasta mis mejillas y sé que me he puesto colorada como un tomate. Qué vergüenza, por dios, ¿será que mi propio cuerpo no puede callarse?

—¡Qué bueno que llegaste, bro! —lo saluda Travis dándole un abrazo y unos golpecitos en la espalda.

—Hayden, ella es mi amiga Emma. A Bea ya la conoces. Emm, él es mi hermano. —la mano de Claudia pasa instintivamente en el espacio que nos separa y trago saliva varias veces procesando lo que acaba de decir.

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