Capítulo 35
🎶 Albano e Romina Power – Felicità 🎶
La canción llena la terraza del penthouse, trayendo hermosos recuerdos a mi mente mientras danzo contoneando el cuerpo, cubierto solo por la camisa de Hayden, que aún se pega sobre mi piel mojada después de salir de la piscina.
—Felicità. È tenersi per mano, andare lontano, la felicità. È il tuo sguardo innocente in mezzo alla gente, la felicità.
Canturreo la canción, aun sin saber el significado de algunas partes. La había escuchado tantas veces que me la aprendí a la perfección en italiano y nunca me preocupé por traducirla para entender más de lo que ya sabía. Relleno mi copa de vino, alzándola hacia la mirada punzante que me dirige Hayden, sentado en la escalera del jacuzzi, y sonrío.
—Felicidad... Es una almohada de plumas, el agua del río que viene y que va. —sigo cantando, meciéndome sobre mi propio cuerpo, desabotonando con calma cada uno de los botones, mientras mantengo los ojos cerrados y la copa de vino en la mano, disfrutando la canción, llena de esa sensación de libertad que siento he recuperado, llena justamente de eso, de felicidad.
Dejo rodar la camisa mojada por mis brazos, dejando que mi pelo sea lo único que cubra la desnudez que, sin pudor, le comparto.
—Menos mal que no se escucha en alto lo que pienso. —advierte con el rostro oscurecido.
Ha pasado una semana desde mi supuesto cumpleaños, una semana en la que Hayden y yo apenas nos hemos separado. Y es que, nada más irme, ya necesito regresar otra vez a su lado. ¿Es enfermizo eso? No sé, pero es muy placentero. Hemos hecho el amor sobre cada superficie dentro de esta casa, pasamos las noches hablando cualquier cantidad de cosas estúpidas y sin sentido, reímos, conversamos y nos chantajeamos por el último bocado de comida que el otro deja en el plato, alegando que el último es el más delicioso.
Me desplomo a un lado, aun con el vestigio del orgasmo pintando mi cara, y fijo los ojos en el infinito negro a miles de kilómetros. El cielo hoy está estrellado como pocas veces, y una luna llena hermosa protagoniza el espectáculo entre las pequeñas luces.
—Una vez me dijiste que tenía estrellas en la espalda.
El sonido ronco de su garganta me da la razón y no evito el movimiento de su mano que me invita a recostarme sobre su pecho.
—Aquí. —desliza los dedos por el costado de mis costillas. —Está Orión. —sigue deslizando hacia el omóplato. —Aquí, está Casiopea, y a dos centímetros de tu columna, por el lado izquierdo, Andrómeda.
El pecho me vibra con la risita que contengo.
—Tal conocimiento sobre el cielo no contribuye a tu imagen de macho alfa. —bromeo, y él se lleva el brazo a la frente mientras ríe.
—No tiene que contribuir, cuando esa imagen ya está hecha y más que formada.
—Vaya nivel de arrogancia. —resoplo exagerada para molestarlo. —De igual forma, se está cayendo tu fachada de bad boy.
—¿Te preocupa? —rueda sobre mí, colocándose encima. —¿Te excita que dé esa imagen, rubia?
—Todas queremos a nuestro chico malo. —bromeo, moviendo los ojos con zalamería.
—¿Cuál sería entonces tu concepto de "bad boys"? —dibuja comillas en el aire simulando una irritable voz. —Cuéntame, rubia, ¿qué películas veías de niña y de qué cuarentón te enamoraste?
—Ni en broma pienso decírtelo. —ruedo los ojos.
—Adivinaré. —exclama. —Una de esas en las que él pasa olímpicamente de la chica, pero por alguna extraña razón terminan enamorados al minuto quince.
—Claro que no. —bufó, haciendo un espaviento con las manos. —Que se hagan los interesantes de esa manera es un asco, y yo tengo mucho amor propio como para enamorarme del que me trate mal.
—Podría ser... —finge pensar y... —Pretty Woman. Orgullo y prejuicio, esos son clásicos de ustedes, ¿verdad?
—¿La chica que se cree interesante por leer Jane Austen? Eso sí es un clásico.
—Sí, muy predecible.
—Mis criterios sobre lo que significa un chico malo no están basados en las películas que veía, Hayden. —digo risueña. —Sería imposible, ya que mi película preferida era "Solo en casa". Si fuera así, me habría enamorado de dos ladrones tontos, muy tontos.
No sé en qué momento pasé a la cama en la noche; juraría que me había quedado dormida mientras hablábamos acostados en la terraza, pero contrariamente a eso despierto envuelta en el edredón suave impregnado por su olor, desnuda y con el pelo hecho una maraña de nudos por haber dormido con el mojado del agua de la piscina.
Todavía con los ojos adormilados, me estiro sobre el colchón buscando espabilarme cuando siento el sonido de la puerta abriéndose.
—Buenos días. —Hayden entra ajustando los gemelos en su camisa y la sonrisa que muestra contagia la enorme curva que recién crece en mis labios.
—Hola a ti también.
Se inclina a darme un rápido beso antes de enderezarse otra vez, acariciando con las yemas de los dedos mi mejilla.
—Duerme un poco más, aún es temprano. Yo iré a la oficina. Nos vemos en la noche.
Balbuceo un "cuídate" y vuelvo a hundir la cabeza en la almohada por media hora más antes de desayunar algo ligero y salir camino al primer encuentro no muy agradable que me espera en el día.
Tiré el móvil al sofá, llevaba quince minutos caminando de un lado a otro del salón de mi apartamento sin parar, con un nudo en el estómago que me provocaba arcadas.
El timbre sonó, abrí y cerré los puños buscando recuperar la circulación que pareciera que había perdido. Pasé saliva con el segundo toque. No sé si estaba preparada para las respuestas que necesitaba, pero caminé con paso firme hasta la puerta y abrí.
—Solo necesito cinco minutos para explicarme.
No sabía muy bien qué emoción escoger dentro de la amalgama que llenaba mi pecho, pero dejé caer las manos con frustración y di la vuelta, dejando la puerta abierta.
—Se me ocurren miles de razones para que no me lo hayas dicho y ninguna de ellas te favorecen. —advertí, devolviendo mis ojos hacia los iris negros que se mostraron impasibles ante mí.
—El que esté aquí es razón suficiente para que consideres apartar al menos la mitad de esas suposiciones. —su voz era segura y su figura tensa.
Miré hacia todos lados en el apartamento y, con la cabeza, señalé el sofá donde Isabela tomó asiento antes de yo hacer lo mismo en la pequeña silla detrás de mí.
—¿Por qué no me contaste a qué te dedicabas?
—Nunca lo preguntaste. —respondió tajante.
—¿No crees que hubiera sido necesario?
—No. —el tono mordaz casi no me deja terminar. —Omití información irrelevante para centrarnos solo en la necesaria.
Jugué nerviosa con mis uñas. Lo hacía de impotencia al encontrar todos los escenarios simultáneos que llegaban hasta mi cabeza y los motivos reales detrás de su "omisión".
—Comienza. —pidió con tranquilidad. —Quiero saber lo que piensas, luego yo hablaré y tú decidirás cómo quedamos.
—Bien. —entrecerré los ojos sobre ella y tense la espalda. —Mi padre comenzó a salir contigo. Hamilton se enteró y poco tiempo después se perdió el USB. Culpar al amante de su competencia directa que encima trabajaba para él es la vía más lógica.
Isabela pasó saliva, pero la máscara de hierro que se había puesto no flaqueó, mientras yo me alentaba a seguir hablando.
—Hamilton lo mataría por eso y tú no hiciste nada. —sentencié. —Lo que me hace pensar que el robo del USB era una colusión de la que tú formabas parte para tu propio beneficio. Perdiste a tu peón más importante y diste por acabada la jugada hasta que me descubriste a mí y viste una nueva oportunidad para sacarlo de juego. ¿Me equivoco?
—Robert nunca robó el USB. —las comisuras de su boca se fruncieron. —Yo jamás le pediría algo así, jamás lo pondría en peligro, no cuando...
La voz se le quebró, aunque sus ojos no mostraron nada. Tomó aire, dirigió su mirada hacia el balcón y otra vez hacia mí, preparada para seguir.
—Íbamos a casarnos. —un escalofrío desagradable me recorrió. —No hice nada porque durante meses estuve culpándome a mí por su muerte. En una cosa tienes razón, y es en la alta probabilidad de que la culpa en él haya caído por nuestra relación; es el culpable obvio,la conclusión fácil, aunque esa teoría nunca la comprobaremos.
—Barajaste la posibilidad de que esa fuera la razón por la que lo asesinaron.
—Sí. —afirmó. —Ese será mi puñal durante toda la vida. Ahora no me queda otra cosa que vengarlo y lo haré cueste lo que me cueste.
Sacudo la cabeza, dispersando el recuerdo de hace días, y concentro mis ojos en la carretera que me conduce hasta la asquerosa bodega donde me esperan para seguir con este sucio juego. El ambiente es igual de desagradable que la última vez que estuve aquí, maloliente y húmedo. Camino detrás de la espalda del sicario que me conduce por diferentes pasillos hasta lo que parece ser una sala abierta y recogida, mucho más limpia que el resto de la nave de metal.
—Muévete. —chilla el tipo empujándome hacia adelante. —Tienen que prepararte antes de la función.
Lo que dice me descoloca y soy arrojada dentro de una puerta que parece guardar un camerino lleno de ropa, maquillaje y pelucas.
—No tengo todo el día para esto, Grey. —advierte una mujer de pelo rojo y labios pintados de un malva intenso, mordisqueando con los dientes el cabo de una brocha.
El tipo me sienta a la fuerza en la silla de espaldas a un espejo y no puedo evitar dejar escapar un quejido de dolor cuando la espalda me cae sobre un pequeño alambre por fuera del colchón.
—Ahí tienes a tu nueva zirka, hazlo bien. —grazna el tipo, expulsando gotas de saliva con cada palabra que la mujer mira repugnada, aunque no más que yo.
La imagen que me devuelve el espejo cuando ella acaba conmigo es completamente irreconocible. Las pestañas que cubren mis ojos ámbares están recubiertas por una espesa capa de rímel, no más oscura que la sombra que cubre mis párpados. El pelo lo llevo trenzado detrás y la coleta cae larga hasta la punta de mi trasero con las extensiones que ella adhirió mientras tejía. Los labios, rojos, a juego con el conjunto de lencería que lanza sobre el viejo mueble para que me ponga.
—Vístete. —ordena de mala gana. —No tenemos mucho tiempo y el jefe no admite retrasos.
—Puedo hacerlo sola, no es necesario que te quedes mirando. —inquiero y ella echa a reír con carcajadas desorbitadas.
—El pudor no es una buena cualidad aquí, cariño. —afirma. —Ahora vístete, no quieres que te lo vuelva a decir.
Dejo ir el aire. La frustración me carcome y quiero mantener mi mente solo aquí, para que no divague hacia lugares que puedan desviar mi atención. No sé lo que me voy a encontrar, necesito mis sentidos alertas en todo momento si espero salir otra vez de aquí.
Termino de subir las medias rojas y abrocho las cintas al liguero que me rodea la cintura. El encaje se adhiere a mi piel y es molesto cuando la delgada tanga, un tanto más pequeña de lo normal, se encaja en mi trasero.
Termino de vestirme sin rechistar y me calzo unos zapatos de tacón que me sacan al menos quince centímetros por encima del hombro de la mujer que me mira con una sonrisa.
—Creo que pediré un aumento.
La miro con asco, pensando en los muchos golpes a la de nuestra especie que ella debe maquillar para que luego las lancen al foso en contra de su voluntad.
La sensación de hastío no termina cuando el tipo de antes abre la puerta y me saca haciéndome casi tropezar. La sala de antes se ve igual, excepto por la fila de mujeres, todas estilizadas igual que yo, que esperan en un costado.
Mi mirada corre por sus rostros buscando uno en específico que no encuentro cuando... un sillón al final de la estancia soporta a una persona casi a oscuras de frente al lugar, como si estuviera lista para un espectáculo.
El estómago se me retuerce y cierro el puño con impotencia antes de ser empujada yo también a la fila.
—Atención, chicas. —una voz conocida resuena por toda la nave, haciéndose eco en mis oídos cuando veo a Catrina ocupar el centro del lugar con un ajustado traje de piel negro y una sonrisa juguetona en la cara. —El jefe ha decidido honrarnos esta noche con su exquisita presencia, quiere asegurarse de que ustedes sean las mejores, así que está en sus manos pasar o no a la fase final.
"La fase final" "La pasarela" arpía asquerosa y repugnante. Los ojos se me entrecierran presos de la ira y, por más que enfoco, no logro vislumbrar el rostro del hijo de puta que se esconde.
—Señor. —la mujer da media vuelta sobre sus talones, haciendo una reverencia hacia las penumbras. —Disfrute el espectáculo que es solo para usted.
Las primeras diez mujeres dan un paso al frente, mientras Catrina va señalando nombres y edades. Jessica no forma parte del grupo, pero el hecho de no verla aquí, contrario a darme calma, logra alterarme más.
El espectáculo comienza con una música de fondo que no quiero recordar, porque este momento no lo necesito grabado en mi memoria. Las chicas se mueven a lo largo del espacio, algunas solas y otras acompañadas, bailando, tocándose y haciendo lo que sea con tal de seducir al hombre en las sombras y evitar que la orden de disparar termine en sus cabezas.
Todo es una pantomima bien montada donde la mujer a unos metros de mí se limpia una lágrima antes de pasar al frente a realizar un espectáculo de bondage con suspensión que parece extremadamente doloroso. Una chica con el mismo atuendo camina hacia la oscuridad con una bandeja en las manos llena de comida, ofreciéndosela a su jefe, y un reloj de caja plateada brilla cuando la luz incide brevemente en el cristal.
Las mujeres siguen pasando una a una, acudiendo al llamado de Catrina, que adopta un tono juguetón y emocionado en su voz, sentimientos que antes no poseían.
La fila se va haciendo cada vez más corta y, para este punto, ya me sudan las manos y la punta de los pies. Podría caminar y caerme fácilmente con los enormes zapatos. No sé qué mierda haré al llegar ahí, pero...
—Para cerrar con broche de oro, como usted lo pidió, mi señor. —Anuncia la madame y la piel se me eriza al avistar que... —La nueva zirka en la próxima pasarela.
El rostro sale entre las sombras con interés. Hamilton apoya ambos codos en las rodillas, dejando que la poca luz que llega hasta el sitio delate algunas de sus facciones imperturbables.
Trago seco; las rodillas me tiemblan como cuando estoy nerviosa, pero doy un paso adelante y piso firme el concreto, tomando lugar en el centro del campo. Soy la única que se posiciona aquí sola, lo que me hace sentir más vulnerable, mas no débil.
—No la hemos tocado, señor, como usted ordenó. —se adelanta a decir Catrina, y la miro de reojo con desdén, mordiéndome la lengua para no echarle en cara que disposición para hacerlo no le faltó.
Cambio el peso de un pie a otro, sintiendo las pesadas miradas sobre mí que llegan desde todos lados, incluso la que me dirigen desde el frente, guardando algo que me resulta conocido y horrorosamente familiar.
—Acércate. —su voz es como un relámpago para mis tímpanos.
Hago lo que me pide, deteniéndome a un escaso metro y medio, lugar en donde puedo apreciar mejor los rasgos fuertes que conforman su rostro, el pelo azabache y la camisa rojo vino que mimetizaría si sobre ella cayera alguna gota de sangre.
—¿Quién la arregló? —la pregunta va hacia Catrina en tono amenazante, aunque los ojos ónix no se apartan de mi cuerpo.
—La chica de siempre, señor. —trata de imprimir firmeza en la respuesta, pero la voz le tiembla al terminar de hablar.
—Tráela. —ordena y la mujer asiente, bajando la mirada al suelo antes de dar vuelta sobre sus talones y casi salir corriendo.
No sé qué hacer de pie aquí con sus ojos todavía escrutándome. Creo ver algo detrás de sus retinas, pero... no puede ser; la simple idea me revuelve el estómago, causándome ganas de vomitar cuando la mujer entra trayendo a la esteticista arrastrada del brazo y mi atención cambia a ellas.
—Cuando doy una orden espero que la cumplan. —comienza a decir Hamilton en un tono que hasta a mí me eriza la nuca. —¿Cuándo pedí que la disfrazaras como a un payaso?
—Señor, yo... —tartamudea sin levantar la vista ni tampoco lograr completar la frase antes de ser interrumpida.
—¿Sabes lo que pasa cuando no hacen lo que pido? —doy un paso atrás cuando, de la mesa donde está la bandeja con comida, levanta una pistola apuntándola hacia la mujer que ahora comienza a temblar. —Si trabajan conmigo, no existe margen de errores. No me gusta tener que hacerlo, pero...
«Bang»
La bala sale disparada buscando su camino hasta el cuerpo que ahora yace en el suelo
con un tiro en la cabeza sobre un charco de sangre que rápidamente cubre el pavimento.
—Awww. —me llevo las manos a la boca, callando el grito de horror que me desgarra la garganta, mientras un par de lágrimas salen corriendo de mis ojos.
Catrina tiembla, detrás se escucha un murmullo mezclado con algunos sollozos y...
—Ustedes me obligan. —termina la frase inconclusa, soplando el cañón del arma que vuelve a dejar en el mismo lugar. —Llévenla a la oficina y traigan algo para que se quite toda esa mierda.
Dos manos ásperas salen de la nada, sujetando mis brazos por detrás y comenzando a arrastrarme con un tanto de sutileza hacia afuera, donde el acto se vuelve mucho más tosco al quedarnos solos.
—Aquí, putica. —el manotazo sobre el aluminio de una puerta resuena y hace que se abra, descubriendo lo que parece ser una oficina de lo más normal del mundo en medio de toda esta locura. —Espérate aquí, el jefe se encargará de ti.
Me empuja dentro y el metal rechina, cerrándose con un ruido sordo al impactar en la cerradura.
Froto el agarre enrojecido de mis brazos, mientras mis ojos pululan tratando de familiarizarse con el lugar. Pareciera una dimensión paralela dentro de aquella nave, como si esa puerta fuera un portal que terminara dentro de un lujoso edificio con pisos pulidos de granito y grandes sofás de piel oscura.
El aire está muy bajo y me abrazo buscando darme calor a mí misma cuando las ráfagas de frío seco se cuelan por entre los hilos del encaje. De un espejo al fondo llega vagamente la imagen de mi reflejo, pero cambio la vista inmediatamente, desviándola hacia el escritorio de madera que ocupa el centro de la habitación.
Fuera se oyen gritos y algunos estruendos; me apresuro hacia la mirilla donde veo el pasillo vacío y la sensación de necesitar descubrir algo que finalmente me saque de aquí se asienta en la boca de mi estómago. Enfoco varias veces el pasillo y el escritorio que pareciera esperarme, cambio la mirada alternativamente unas cuantas veces hasta que... me lanzo sin sopesarlo más al buro de madera.
Papeles. Cuentas. Listas de mujeres. Comienzo a sudar frío, nerviosa porque me descubran, y paso a la siguiente carpeta que...
—Mierda. —mascullo por lo bajo gracias a la impresión que me deja con el culo en el piso de un golpe.
Omitiendo el dolor del tobillo amarrado a esos quince centímetros de tacón, vuelco toda mi atención a la carpeta negra en mis manos con una cinta blanca donde se lee «Emma Bennett».
Paso saliva, y con los dedos temblando la abro, encontrándome una foto mía con Hayden en primera plana, la siguiente es entrando a mi casa, otra con Claudia, con Randy, fotos mías random y una hoja de datos bastante específica donde lo único que no dice de mi nuevo personaje es la maldita hora en la que voy al baño.
Deslizo los dedos por el papel, tratando de ver lo más posible con un nudo en la garganta que apenas me deja tragar mi propia saliva. No se menciona nada sobre la verdad que pudiera acabar conmigo, como la chica del maquillaje, y eso afloja un poco la opresión, aunque alivio es imposible que sienta, dado que siempre me esforcé por dejar a mis amigos al margen de todo esto y...
Levanto la vista alarmada hacia la puerta con el sonido de pasos que se acercan resonando afuera. El corazón me sale disparado por la garganta cuando un golpe parecido al de antes impacta sobre el aluminio dejándome quieta, agachada en el piso.
Uno, dos, tres... nadie entra y vuelvo a reaccionar, sacando las fotos de mis amigos de la carpeta antes de volver a dejarla en su lugar. Hago puños el papel en mi mano y me paro casi corriendo hacia un baño abierto buscando la forma de deshacerme de ellas.
Arrojo el papel al retrete y tiro de la cadena, provocando el remolino de agua que intenta arrastrar las primeras dos hojas. El rostro de Hayden se humedece hasta desaparecer y lanzo dos más segundos antes de oír el chirrido de la puerta al abrirse otra vez.
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