Capítulo 33
Hayden y Travis están sentados en el sofá frente a la televisión. Jose, a un lado, en su sillón orejero, está viendo con ellos un juego de pelota que, según dicen, es decisivo para un equipo del que ni siquiera conozco el nombre.
—¡Out! —grita Travis emocionado, levantando los puños en el aire.
Vuelvo a la cocina, donde Claudia y yo, contra todo pronóstico, hemos logrado preparar algo decente para Jose, que no puede comer las mismas cosas que nosotros, acompañadas de limonada con hielo.
—Crema de calabacín y pechuga de pollo a la plancha. —anuncia Claudia, caminando con cuidado para no derramar la crema verdosa que llena el tazón.
Hayden mira con desaprobación lo que su hermana deja al lado de las cajas de pizza que esperan en la mesa de centro delante de ellos y... bueno, su expresión lo dice todo cuando ve la pechuga de pollo que yo dejo a continuación.
—Prometo que es comestible, solo se pegó un poco. —digo, colocando el plato.
Travis levanta el trozo de carne con el tenedor como si fuese algo radiactivo. Claudia se cruza de brazos y él hace una mueca antes de dejarlo en su lugar para inclinarse hacia su papá.
—Si la comida del hospital te parecía desagradable, espera a ver esta. —susurra en su oído, y Claudia le lanza el trapo de cocina.
—A la próxima cocina tú entonces, genio.
Jose se incorpora, levantando el tazón de la mesa y acomodándolo sobre sus piernas para empezar a comer.
—Las niñas hicieron el esfuerzo. Eso es lo que vale.
Hayden silencia el televisor y abre las cajas de pizza. Cada uno tomamos lo que habíamos pedido. Claudia trae un pequeño banco que coloca al lado de su suegro y yo hago el ademán de sentarme en una silla enfrente, pero Hayden tira de mi mano dejándome sobre su regazo.
—¿A dónde ibas? Si tu lugar está aquí.
—Esto es vergonzoso. —digo entre dientes solo para nosotros dos.
—Vergonzoso sería que también te diera la comida, y estoy a punto de hacerlo si sigues diciéndome lo mucho que te apena sentarte aquí.
Ruedo los ojos y coloco la caja abierta frente a mí. La mía es hawaiana, una aberración según el resto de los presentes, pero para mí sigue siendo el santo grial. Hayden pidió una de peperoni, de la cual le robo unas cuantas mordidas mientras está entretenido debatiendo sobre el juego que sigue en la televisión.
La dificultad de Jose para tragar es evidente, pero se esfuerza por comérselo todo con la mejor cara posible. Claudia me mira de soslayo y sacudo la cabeza reprimiendo una pequeña risa mientras su novio mete un tenedor a su termo pack, robando parte de sus espaguetis.
—Ladrón. —lo reprende, apartando la vasija, y su novio se tapa la boca llena para no expulsar con la risa lo que mastica.
Todo está bien cuando estamos así, juntos, tranquilos, cenando sin preocupaciones sentados en cualquier lugar. Pronto, esto será lo único que habrá en mi vida, y la expectación porque ese momento llegue revolotea en mi estómago como una mariposa. ¿Haría lo que fuese por mantener la vida que tengo ahora intacta? Sí, sin dudarlo. Cada una de las risas en esta sala vale la pena, aunque nunca estarán completas sin la otra parte de mí que tanto extraño.
Me levanto cuando mi teléfono suena con una llamada entrante de Lorena y voy hasta la terraza a contestar con el último trozo de pizza en la mano.
Afuera hace fresco, apoyo el celular entre el hombro y mi oído a mitad de la conversación cuando Claudia sale trayéndome una taza de café. La agarro y le paso el celular para que también ella salude a Lorena.
—Besitos, polilla. Saluda a todos de mi parte. —me despido y cuelgo, metiendo el celular de nuevo en mi bolsillo.
La rubia a mi lado entrecierra los ojos azules mirándome con rareza antes de curvar sus labios en una risita mal disimulada.
—¿Por qué me miras así? —pregunto divertida con su gesto, y ella sacude la cabeza negando.
—Por nada. —asegura, enganchándose de mi brazo. —Vamos dentro, todavía falta el postre y dicen que hay helado.
Dentro, ya el juego de pelota acabó y ahora están pasando un show de comedia. Con el helado de dulce de leche ya servido, volvemos a la sala. Extiendo la mano, ofreciéndole a mi novio su porción, y una pequeña sonrisa de satisfacción se le escapa del rostro cuando tomo asiento sobre él donde mismo estaba antes.
—Es muy cómodo este sitio. —llevo la cuchara a mi boca y chupo la bola de helado, satisfecha al ver cómo el acto oscurece sus ojos y le endurece la entre pierna.
Hayden estira la mano libre, aprisionando mis muslos y deslizando los dedos por el borde de mi piel, inclinándose hasta mi oído.
—Te ves hermosa hoy, ¿sabías? —las mejillas se me tiñen y ahora es él quien toma mi mano, llevándose mi cuchara llena de helado a la boca antes de dejarse caer en el respaldo con los brazos abiertos y cara de satisfacción.
—Solo por estos momentos, la muerte va a tener que esperar si quiere llevarme para el otro lado a hacerle compañía. —dice Jose, palmeando la espalda de su hijo sentado.
—Ahora que lo mencionas... —interviene Hayden, apartando el helado. —Tienes una cita programada para que otro cardiólogo te evalúe. Tendrás que volar hasta Cleveland, por eso esperaremos un mes para que te recuperes y puedas hacer el viaje seguro.
—Chico. —Jose lo detiene. —Yo no puedo pagar algo como eso.
—Papá... ya hablaremos en otro momento.
—No. —niega Hayden. —No van a hablar de nada porque el tratamiento y lo que sea necesario lo pagaré yo, y eso no está a discusión. Si el orgullo no te deja dormir tranquilo, pues ahógalo con la almohada porque pienso mandar a que te suban amarrado a ese avión si hace falta.
Jose niega con la cabeza gacha y Claudia se para de donde está para agacharse frente a él, tomándolo de las manos.
—Déjanos ayudarte. —murmura, levantándole la barbilla. —Si alguien se merece vivir doscientos años más, ese eres tú. Me niego a perder a la persona que ha sido mejor que un padre para mí. Para todos nosotros.
El corazón se me aprieta como si un puño dentro de mi pecho lo retorciera. Me froto la nariz y, de un salto, me paro de las piernas de mi novio hasta donde él está sentado y el impulso me lleva a darle un abrazo.
—¿Dime si tenemos que hacer porras durante toda la noche hasta que aceptes? — suavizo la amenaza con un beso en la mejilla.
—Claro que no. —se echa a reír. —Los botaría de mi casa antes de que pudieran abrir la boca.
—¿Lo harás entonces? —pregunta su hijo esperanzado.
—Con una condición. —advierte dirigiéndose a Hayden. —Iré devolviéndote poco a poco hasta el último dólar y tú lo aceptarás.
Hayden asiente con acritud, demostrando que la idea no le agrada, pero sé bien que no le discute para no alterarlo.
—Como quieras. —termina aceptando.
—Bien, entonces lo haré. —afirma, alegrándonos a todos. —El día que sea un recuerdo, quisiera ser uno que los haga sonreír. Necesito tiempo para trabajar en eso.
—No seas bobo. —Claudia lo abraza, llenándole la cara de besos. —Tú ya nos haces sonreír cada día de este mundo.
—Este momento amerita una foto. —exclamo, sacando mi móvil. —No todos los días un viejito cascarrabias da su brazo a torcer.
Jose pone los ojos en blanco con el chiste de su edad. No soporta que lo llamen viejo, pero yo no hago caso y voy a ubicar el móvil encuadrando el sitio del sillón. Travis va a sentarse en el suelo, entre las piernas de su papá, y Claudia toma asiento en el reposabrazos. Yo voy hasta el otro y tiro del brazo de Hayden cuando veo que no hace el más mínimo intento por moverse.
—Vamos. —le digo. —No seas pesado, es solo una foto.
Masculla algo en voz baja y toma lugar detrás del sillón. Levanto la mano, cerrando el puño y haciendo el gesto que ya tengo configurado en el manos libres, y la cámara dispara.
Volvemos al pent-house tarde en la noche. Mi teléfono suena mientras de camino estoy enseñándole a Hayden la foto que tomé y lo aparto cuando veo el nombre de Isabela.
—¿No contestarás? —pregunta, deteniendo el auto en un semáforo en rojo.
—No. —niego. —Debe ser algo del trabajo, después devuelvo la llamada.
Asiente y volvemos a ponernos en marcha detrás de una camioneta azul en la que fijo la mirada distrayéndome con el número de la chapa.
Entramos en la casa y, como de costumbre, todo está apagado. Solo las luces provenientes de afuera iluminan la estancia, y me descalzo antes de continuar, llevándome los zapatos en las manos.
—Necesito enviar unos correos. Acuéstate si quieres, no demoraré. —me da un beso en la frente y, abriéndose la camisa, atraviesa el pasillo hasta el estudio.
Saco una de las camisetas de Hayden del armario y me desvisto, cambiando mi atuendo por la suave y olorosa tela que me cae larga hasta más de la mitad de los muslos. La pantalla se vuelve a iluminar con una notificación y termino de trenzarme el pelo antes de salir a la terraza, donde cierro la puerta tras de mí y deslizo los dedos por el contacto, marcando su número.
—Hola. —contesta al segundo timbre.
—Lamento no haber contestado antes, donde estaba no podía hablar. —me disculpo, y los ojos se me escapan hacia las fuentes danzarinas que se aprecian a lo lejos.
—Podría pedirte que no hagas más algo como eso, estaba preocupada. Si no puedes hablar, envíame un mensaje.
—No volverá a pasar. —aseguro. —¿Para qué me llamabas?
—Quería saber cómo estás.
¿Cómo estoy? Hasta hace cinco minutos no me acordaba de nada. Bien. Ahora, no puedo decir lo mismo con sinceridad.
—Todo salió como esperábamos, eso es todo. —me limito a responder, y oigo un suspiro al otro lado de la línea.
—Eso no es lo que te pregunté, Sophia. —rebate Isabela con tono cansado.
—Eso es lo único que puedo contestar. —afirmo, apretando el teléfono en mi mano. — No me hicieron nada, si es lo que quieres saber, pero estaría mintiendo si te dijera que estoy bien, Isabela. Sabía a lo que me enfrentaba cuando quise hacer esto, no puedo quejarme ahora.
—Tú no eres un carnero de sacrificio para poder cazar al lobo. —asegura.
—Lo sé. Sé que tú no quieres ponerme en esa situación. Fui yo sola la que me puse el papel del carnero, y si eso sirve, lo volvería a hacer.
Un par de segundos de silencio, el agua sigue danzando en el aire acompañada de música y...
—Robert estaría orgulloso de su hija si pudiera verte, aunque prendería el mundo en llamas si supiera lo que haces.
Sonrío. Sé que es así. Aun en el tiempo que estuvimos distanciados, papá siempre fue sobreprotector conmigo. "Su niña no podría sufrir nunca". Si supiera lo que pasaría después de decir eso...
—Dile a Karla que su hermana está bien, dentro de lo que cabe. La pude ver ayer y hablé con ella. Le prometí que la sacaríamos y eso haremos.
—Se lo diré. —afirma. —En cuanto a la chica... haremos todo lo que esté en nuestras manos para sacarla de ahí sana y salva, no solo a ella, sino a todas las demás.
—Bien. —respiro hondo. —Debo colgar ya, estoy cansada y quiero dormir un poco.
—Claro. —accede. —Por cierto... feliz cumpleaños, Emma.
Cuelgo la llamada y fijo la vista en el reloj de la pantalla. —00:13 - 20/09/2023. —La fecha de nacimiento falsa que tengo desde hace casi dos años en mi nueva identidad. Que Claudia no haya mencionado nada hoy me pareció raro, porque a ella nada se le olvida, pero supongo que es mejor así. No tengo ánimos para celebrar un cumpleaños de mentira.
—Me gusta cómo te queda mi ropa. —la melancolía se disipa rápidamente al sentir unos brazos rodeándome por detrás. —Aunque te prefiero sin ella.
Recuesto la cabeza sobre su hombro, y su pulgar recorre suavemente la piel de mi cuello, provocándome un escalofrío.
—¿Terminaste lo que tenías que hacer?
Asiente en un sonido gutural y cierro los ojos, balanceándome con la brisa suave de la madrugada entre sus brazos.
—Vamos a la cama. —murmura cerca de mi oído. —Sabes que no puedo dormir aquí todos los días, ¿no?
—¿Según quién? —pregunta áspero.
—Según mi casa, que no le gusta estar tantas noches sola. —bromeo, y él sonríe.
—Dile a tu casa que se puede ir al demonio entonces. —responde. —A ti nadie te saca de mi cama, rubia.
Todo el apartamento es un absoluto silencio cuando despierto. Hoy soy yo quien amaneció sola y desnuda, envuelta en al menos tres sábanas. Me muevo buscando aliviar el dolor de la posición en la que dormí y fijo la vista en el reloj de la mesilla, que marca las doce y media del día.
¿En qué momento dormí tanto?
Salgo de la cama con el teléfono en la mano. Solo tengo un mensaje de Randy felicitándome. Contesto rápidamente y vuelvo a dejarlo a un lado mientras me pongo una camiseta blanca.
Salgo al salón y encuentro a Mirley aspirando la alfombra con su característico uniforme negro y moño abullonado.
—Buenos días. —se incorpora al verme, mostrándome una sonrisa.
—Buenos días, señorita Emma. ¿Desea comer algo?
Niego, tapándome la boca con un bostezo, y subo los pies al sofá, sentándome como un indio. Tengo el cuerpo pesado y no siento ganas de nada más que volver a la cama, pero...
—¿Sabes dónde pueda estar Hayden?
—El señor salió temprano en la mañana a correr, regresó, se dio un baño y volvió a salir. Me pidió que le dijera que lo esperara aquí, pero no sé nada más.
—Bien. —me muerdo el labio, mirando a mi alrededor. —Mirley, creo que deberíamos hacer un trato...
Arquea una ceja con curiosidad y le ofrezco una sonrisa cómplice, formando en mi cabeza la oferta que le presentaré. Me inclino hacia adelante con los codos apoyados en los muslos y me aclaro la garganta para hablar.
—Yo puedo ayudarte con las tareas pendientes en la casa y, a cambio... tú podrías enseñarme a cocinar algo para Hayden.
Ladea la cabeza, sonriendo incrédula, y cambia de mano el aspirador antes de responder...
—Claro que puedo enseñarle a cocinar lo que desee, señorita. No tiene que hacer nada a cambio, sería un placer.
—Eso dices porque no has visto el desastre que puedo causar. —bromeo, encogiéndome de hombros. —No quiero quitarte tiempo, permíteme ayudarte y así también paso el rato.
Mirley se niega varias veces, pero termina aceptando al final con la condición de que primero coma algo de lo que había preparado.
Organizando papeles en la oficina, toallas y sábanas en la lavandería, y colocando la compra de la semana en la despensa, paso mis siguientes horas. Llamo a Lorena y no responde; Claudia y Jose tampoco, y Travis está apagado. La respuesta al mensaje que le había enviado a Hayden hace cuarenta minutos ahora es que acaba de llegar.
«Hayden:
En cuarenta minutos llego.
Alístate, tengo una reunión de negocios e irás conmigo.»
«Yo:
¿Dónde quedaron tus modales?»
«Hayden:
No tengo tiempo.»
«Yo:
¿Alguien se levantó de mal humor hoy?»
Releo el mensaje, haciendo una mueca ¿Qué demonios le pasa? Dejo caer la espalda en el sofá y apago el celular.
—¿Qué quiere aprender a preparar primero, señorita? —pregunta Mirley desde la cocina.
—Otro día será, disculpa, Mirley. —contesto con evidente decepción. —Hayden comerá fuera.
—No importa, podremos prepararlo cuando usted quiera entonces.
Cierro los ojos sobre la abullonada superficie y me tapo con el antebrazo para bloquear la luz. La garganta me vibra con las notas de la canción que tarareo distraída. Sé que no debo estar triste porque nadie se acercó a felicitarme hoy, pero en el fondo, una espinita se me clava en el zapato, recordándome lo mucho que mi supuesto cumpleaños pasó desapercibido para todos a mi alrededor.
—Señorita. —llama Mirley, sacudiéndome por la rodilla. —Si no necesita nada más, ya puedo irme.
—Sí, váyase tranquila. Que tengas buen día.
La mujer gira sobre sus talones, dándome la espalda, y entra al ascensor, dejándome sola en el enorme piso. Sin muchas ganas, me levanto para bañarme y arreglarme. Quedé toda sudada y empapada después de haber ayudado con las tareas de la casa. Dejo la ropa sucia en el suelo y salgo envuelta en una toalla hasta la habitación.
Cuarenta minutos después, el ascensor para autos suena cuando estoy terminando de vestirme con lo mismo que llevaba ayer. Doy la última vuelta a la felpa de mi coleta y camino hasta la puerta cuando... choco contra su pecho en el mismo momento en que él se disponía a entrar.
—Hola. —es lo único que dice, arqueando una ceja mientras me observa de pies a cabeza. —¿Irás así?
—No tengo ropa aquí, por si no te habías dado cuenta. —me cruzo de brazos, al ver que su mirada no se desvía de mis jeans y deportivas. —Si no te gusta, también puedes ir solo.
—No importa, así está bien.
Pasa por mi lado, dejándome boquiabierta con su actitud que no reconozco. ¿Acaso todo el mundo entró en un universo paralelo del que no me di cuenta? Entra al vestidor y sale con otra camisa en la mano, que se pone frente al espejo sin decir una sola palabra.
—¿Me dirás qué demonios te pasa o seguirás fingiendo que no compartes el aire de la habitación conmigo? —pregunto enfadada, y él voltea a mirarme como si no se diera cuenta de lo que hace.
—No pasa nada. —asegura, y no le creo. —Tengo algo importante esta noche y ya vamos tarde, es solo eso.
—¿Es necesario que te acompañe?
—Es imprescindible. —contesta. —Si no terminamos tarde, podemos hacer algo.
—¡Oh, qué suerte! —ironizo, saliendo de la habitación.
Hayden no tarda en alcanzarme. Saca unas llaves del mueble de la entrada y me indica una puerta por la que nunca había entrado antes.
¡Un garaje! Por supuesto que tenía que ser un garaje a casi doscientos metros de altura. Ruedo los ojos, poniéndolos en blanco, y me acerco a la puerta de un Maserati negro que abre para que suba.
Hay al menos ocho autos más, además de los que ya he visto. Hayden ocupa el lado del timón y arranca, entrando al elevador por el que ya he subido incontables ocasiones. Las dos habitaciones se comunican por una pared elevadiza que vuelve a cerrarse automáticamente cuando el coche pasa.
—No sé qué demonios te ha pasado hoy, pero si prefieres actuar como un puto iceberg en lugar de hablar conmigo, mejor ahórrate disgustos a ti y a mí y ve solo a entregar lo que quieras. —rebato después de diez minutos de carretera en los que el silencio reina entre nosotros.
Gira a mirarme y la sonrisa que muestra me desespera.
—Solo faltan cinco minutos. ¿Crees que puedas aguantar?
—¿Cinco minutos? —frunzo el seño, sin entender, y miro la carretera. Estamos saliendo de la ciudad. —¿Vamos a tu casa?
—Tenemos que recoger algo allí, luego nos iremos.
El ojo derecho me tiembla. Ni un beso ha sido capaz de darme en todo el día y está aquí mandando como si tuviera el control absoluto de todo. —Idiota engreído.
La luz natural todavía ilumina el cielo. Son solo las seis y diez de la tarde cuando el auto se estaciona y bajo delante de la exuberante mansión.
—Vamos. —indica el camino y lo sigo.
La señora nos abre la puerta en la entrada, atravesamos el solitario salón hasta unas puertas francesas que...
—¡Feliz cumpleaños! —gritan todos al unísono.
Los ojos se me empañan y me llevo las manos a la boca por la emoción. Su brazo rodea mi cintura desde atrás y siento el aliento mentolado que me roza el oído cuando...
—Dijiste que los extrañabas. —murmura, y dos lágrimas corren por mis mejillas. —Un cumpleaños falso es la excusa perfecta para traerlos hasta aquí.
——————————————
Hola bellas, lamento la ausencia de la semana pasada 🥹 no volverá a pasar, prometido.
No olviden dejar sus votos y comentarios contándome que tal les pareció el capítulo. 😘😘 nos vemos el viernes con una nueva actualización.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro