Capítulo 32
Despierto dentro de mi auto en medio de un descampado, confundida, mareada y con dolor de cabeza. Bajo la mirada hacia la blusa a medio rasgar y todo me golpea en conjunto, haciendo brotar lágrimas de mis ojos mientras me araño la cabeza, desesperada por toda la mierda que llevo dentro. Grito; el sonido quema mis cuerdas vocales, pero no hay nadie lo suficientemente cerca como para alarmarse por una mujer completamente fuera de sí con la ropa a medio romper.
La misma sensación de la otra vez me abarca. Siento asco de mí, asco de todo el puto mundo porque yo no me merezco las mierdas que me ha puesto en el camino. Pero a estas alturas, ya quejarse no sirve de nada. Piso el acelerador a fondo, las lágrimas salen volando de mi cara por la velocidad que alcanza el viejo Audi sobre la carretera. Manejo siguiendo la ruta hacia mi casa. Necesito llegar, bañarme y meterme bajo las sábanas. Necesito dormir, necesito olvidar.
El teléfono a mi lado suena. Es Lorena. No lo cojo y sigo manejando. El GPS marca veinticinco minutos hasta mi apartamento. Freno en seco cuando la llamada cesa y veo cuántas tengo perdidas de Hayden en las burbujas de notificaciones. Son las doce y media de la madrugada...
El llanto toma intensidad cuando su recuerdo oprime mi pecho, pero lo aparto de un manotazo abriendo su chat para enviarle un mensaje:
«Yo:
Disculpa la hora, sé que tal vez estés dormido Pero tuve una pesadilla y daría lo que fuera porque estuvieras aquí.»
Suelto el teléfono y vuelvo al volante igual que si estuviera anestesiada. Manejo por inercia. Las lágrimas se me secaron; creo que ya no me quedan más para llorar. No me molesto en entrar el auto al garaje, lo aparco en la calle y entro al portal sin detenerme en nada hasta los ascensores que se cierran luego de presionar el número siete y vuelven a abrirse frente a mi puerta.
El tocadiscos está encendido, la lámpara igual y el balcón cerrado. Tiro los tacones en la entrada y voy desvistiéndome camino al dormitorio, quitándome la ropa interior frente la puerta del baño. Como la noche anterior, lanzo todo a la basura, dejo que el agua hirviendo me empape y restriego como si pudiera arrancar los recuerdos de mi piel con el estropajo y el gel de baño.
<No funciona.>
Termino sentada en el piso con la cabeza metida entre las rodillas y la mente en blanco, tratando de buscar una explicación coherente a tanta basura. Pierdo la noción del tiempo. El agua sigue cayendo encima de mí y... el timbre de la puerta me sobresalta.
Envuelvo mi pelo en una toalla y meto los brazos dentro del albornoz. El timbre suena unas dos veces más antes de que llegue a la entrada. Me inclino sin hacer ruido hacia la mirilla y el corazón dentro de mi pecho se acelera. No pierdo tiempo. Quito los pestillos con prisa para abrir la puerta y...
—Oí por ahí, que mi chica había tenido una pesadilla esta noche.
Me lanzo a sus brazos y el alivio es instantáneo cuando absorbo el aroma característico que impregna su piel. Hayden me abraza levantándome del suelo y yo cierro las manos como si pudiera meterme dentro de él; paz. Verlo es un tsunami de paz que me inunda el alma y borra de mi mente cualquier oscuridad.
—Gracias por venir. —susurro en su oído, dejando un suave beso sobre la mandíbula perfilada.
—La cama se hacía demasiado grande sin ti, Rubia.
Vuelvo al suelo con los ojos brillantes y lo tomo de la mano llevándolo a la habitación. Hayden se saca la camiseta de deporte con un solo movimiento por la cabeza y deja los joggers negros colgados en una esquina del espejo. Entro al baño para secarme un poco el pelo, lo desenredo y hago una trenza suelta que amarro al final con una goma. Saco una tanga del cajón y es lo único que me pongo, dejando mis pechos descubiertos.
Está ya metido en la cama, tapado hasta la cintura con el edredón lila cuando regreso, entretenido hojeando el libro que tenía en la mesa de noche. Sonríe cuando me ve, palmeando la zona vacía a su lado, y voy dentro sin pensarlo. Estira la mano por encima de mí, dejando el libro donde estaba, y me acomodo de lado en cucharita dejando que su cuerpo absorba el mío. Hayden deja un beso en mi hombro. La piel se me eriza cuando desliza los dedos por mi cintura, recogiendo con una mano el peso de mis pechos, y aspira profundo con la nariz dentro de mi pelo.
—¿Cómo está Jose? —le pregunto.
—Mucho mejor. —contesta despacio. —Mañana le darán el alta e iremos a recogerlo al hospital.
Dejo ir el aire, dando gracias que todo se quedó en un desagradable susto.
—Cuéntame algo. —me pide.
—Tengo miedo. —me sincero, y su agarre se cierra con más fuerza a mi alrededor. Siento otra vez ese escozor en la nariz. —Siento que mi mundo podría caerse a pedazos en un abrir y cerrar de ojos.
—Si tu mundo se cae, te arrastro al mío. —cierro los ojos con el murmullo profundo de su voz. —No es el mejor sitio, pero seguro que tú sabrás hacer de él un lugar más bonito.
Una lágrima rueda por mi mejilla y Hayden la atrapa con el pulgar. Acurruco la cabeza sobre su brazo e inclino las caderas más hacia atrás.
—No soy ninguna niña rica, ¿sabes? —comienzo a decir. —Después que mamá enfermó de cáncer, papá se enfrascó en el trabajo para poder costear su tratamiento, y ahí nuestra situación económica comenzó a mejorar. Por años su vida solo fue el banco y los clientes. El día que lo mataron me contó que había hecho negocios con la persona equivocada y que necesitaba que yo me fuera un tiempo de la ciudad. Me negué, por supuesto. Él se alteró, comenzó a toser con sangre y yo salí corriendo a buscar un médico, pero... —la voz se me quiebra y Hayden se incorpora sobre mí, aguantando el peso de su cuerpo con los codos para no aplastarme.
—Tranquila. —acaricia mi mejilla.
—Alguien entró a la habitación en ese momento y le disparó. —termino de decir y su gesto se endurece. —Las identidades nuevas estaban en la caja fuerte de la casa, una para él y otra para mí. Debíamos habernos ido juntos, pero me lo arrebataron como todo lo demás.
Sorbo por la nariz y me limpio la cara mojada con las palmas de las manos. Esa línea entre querer contarle todo y saber que es mejor no decir nada me detiene, permitiendo que llegue solo hasta ahí, aunque lo poco que dije ya me haya hecho sentir mejor.
—Haría lo que fuera porque esos ojos tan lindos no vuelvan jamás a llorar.
Me muerdo los labios, tratando de mantener todo dentro y estiro los brazos atrayéndolo hacia mí.
—¿Está mal querer olvidarse de todo y pensar en mí? —pregunto con el sonido endeble que se ha vuelto mi voz.
Hayden aparta el pelo de mi cara y niega, dejándome un beso sobre los labios. Desde que abandoné mi antigua vida, no he vuelto a sentir un lugar como mi hogar, excepto ahora.
—Si tú misma no estás bien, nada a tu alrededor lo estará. —contesta. —Piensa en ti y que se joda el mundo. Lo que tenga solución se arreglará; si no, que se vaya a la mierda. Tú eres quien único no puede estar mal y yo me encargaré de eso.
El sueño me consumió a su lado luego de mantenernos hablando por horas. Todo se fue de mi mente, un muro que apartó la oscuridad y dejó entrar solo rayos intensos de un sol abrazador. Tallo mis ojos cuando medio despierto, sintiendo un enorme peso sobre mi vientre. El brazo de Hayden sigue aferrado a mi cintura en la misma posición que mantenía anoche.
No me quiero mover de aquí. Una sonrisa estúpida se dibuja en mi cara observando cautelosa la hermosa estampa que me ofrece el pelo azabache alborotado en contraste con la sábana blanca. Mantiene las facciones relajadas y la respiración tranquila mientras con la otra mano agarra la almohada bajo su cabeza.
Muerdo mi labio, dudosa sobre si debería hacerlo, pero... la tentación de tocar su espalda marcada gana y termino deslizando las yemas por la piel suave hasta el trasero redondeado y firme que oculta el bóxer gris. Hayden se remueve y de su garganta sale un pequeño gruñido que no lo despierta. Vuelvo a subir siguiendo el camino de su columna y dejo ahora que mis dedos se pierdan en el espeso y sedoso cabello negro.
—Buenos días. —susurro en su oído y su boca esboza una pequeña sonrisa.
—Buenos días. —responde con voz queda.
—De haber sabido que te veías tan sexy acabado de despertar jamás hubiese hecho la estupidez de salir de su cama, caballero.
—Siempre hay tiempo de remediar cualquier estupidez. —Habla con los ojos todavía cerrados. —Una mamada matutina es una excelente manera.
Río y me inclino hacia delante, dándole un beso en la comisura de los labios.
—Alimenta a tu chica entonces. —murmuro sugerente. —Se levantó muy hambrienta esta mañana, ¿sabes?
No capto el momento en que me levanta como una muñeca, sentándome sobre su pecho. Sus dedos se encajan en las carnes de mis nalgas y...
—Comamos los dos entonces, ya que la mesa está servida.
Cierra los puños en los pequeños elásticos y la tela se rasga.
—¡Oye! —lo recrimino.
—Shhhh. —me manda a callar mientras tira de ella, dejándome desnuda.
Se lleva el harapo a la nariz, aspirando profundo su olor. Avecino las intenciones de dejarme en esta posición y la cara se me tiñe de vergüenza, rematando cuando Hayden vuelve su atención a mí diciendo...
—Pienso comerte el coño ahora, así que ven y siéntate en mi cara.
Frunzo los labios, conteniendo una risita nerviosa.
—Hayden...
—Pídelo. —ordena. —Dime que tú también mueres porque lo haga.
—Sí... Pero... —miro a otro lado apenada y me vuelve la cara, bajándome hasta su boca propinándome un beso afanado, pero delicioso.
—No hay una sola parte de ti que no me vuelva loco. —asevera. —Así que no pienses más y dámelo.
Me muerdo la boca; el calor traspasa mi piel de tal manera que estoy segura de que solo al tacto puede apreciarse. Apoyo las manos hacia atrás, al instante en su cara aparece una sonrisa lasciva cuando curvo las caderas ofreciéndole mi sexo y...
—No necesitas permiso para coger lo que ya es tuyo. —ronroneo empezando un leve balanceo que él vuelve un tirón, llevándome hasta arriba sin esfuerzo y...
Arqueo la espalda por el corrientazo que me recorre el cuerpo cuando su lengua da un lametazo fugaz por mi punto más sensible haciéndome jadear.
—Pídelo. —se impone.
La humedad es tanta que podría comenzar a chorrear sobre su cara. La imagen de sus rasgos varoniles bajo mis piernas nubla completamente mis sentidos y...
—Hazlo. —me remuevo deseosa. —Cómeme el coño, Hayden.
Cierro las palmas en el espaldar de la cama, lista para tocar las estrellas. Sus manos se aferran con ímpetu a mis carnes antes de obsequiarme el siguiente lametazo que me hace gemir con fuerza.
—Así me gusta. —sisea. —Mi Rubia. Obediente y sucia... para mí.
Cuela la lengua entre mis pliegues capturando cada fluido. La desliza de arriba abajo y me retuerzo cuando absorbe el botón rosado que sobresale hinchado, perdiéndose de él. Lo chupa, lo lame y juega con los dientes. El cuerpo me tiembla y muevo las caderas montando su lengua, buscando liberar lo que siento se me acumula dentro cuando dos de sus dedos entran a mi canal.
—Córrete, Rubia. —cierro los ojos y... —Córrete para mí, déjame probarte, preciosa. Lléname la boca con lo deliciosa que estás.
No contengo la descarga de energía que me crepita por todo el cuerpo. Se me contraen las extremidades y el grito llena la habitación reverberándome en los oídos.
—Dios...
Hayden no para hasta que me aparto cuando el roce comienza a dolerme por lo sensible que estoy. Agarra mi nuca antes de que pueda bajarme y me lleva hasta su boca, besándome con urgencia haciéndome catar el sabor de mi propio derrame.
—De ahora en adelante te quiero siempre desnuda al despertar. —gimo cuando sus dedos pellizcan mis pezones. —Dirás «¡Buenos días, cariño!» y meterás tu boca aquí.
Agarra el falo erecto todavía aprisionado en la tela y, por instinto, paso la lengua por mis labios saboreando en mi mente la expectación de sus palabras.
—No puedo poner objeción alguna a eso. —deslizo la mano sobre la tela palpando su dureza. —Ven, deja que te muestre lo mucho que me gusta esta nueva regla.
¿Qué se siente estar así? No sé, pero es la mejor puta sensación de toda mi vida. Estoy de nuevo en mi lado bueno y, carajo, qué bien se siente tener esa complicidad, compartir los mismos deseos y las mismas ganas. Saber que Jose sale hoy del hospital sube mi ánimo, engrandeciéndome el día. Eso, y el buen despertar, por supuesto. Limpio con el dedo la gota de semen que cayó en la esquina de mis labios y lo llevo a mi boca, limpiándolo con la lengua frente a la cara victoriosa que expone el hombre, recostado en mi almohada con las manos por detrás de la cabeza.
—Si despertamos así cada mañana tendremos un problema.
Gateo sobre su cuerpo hasta volver arriba, donde me acuesto boca abajo sobre él con el mentón en su pecho.
—¿Ah sí? —frunzo el ceño simulando confusión. —¿Cuál problema podría causarnos un despertar tan maravilloso?
Mete los dedos dentro de mi pelo, haciendo el intento por recogerlo en una coleta que cae larga hasta mi cintura.
—A ti un grillete en tu pierna derecha y a mí una chica secuestrada en mi cama.
Río y me deslizo sobre su piel para besarlo. Sus manos cierran mi torso, engulléndome en un abrazo de puro músculo que me hace sentir más pequeña de lo que me veo a su lado.
—Démonos un baño. —le digo y asiente abriendo los brazos para que pueda incorporarme.
—Adelántate. —me pide. —ahora voy.
Me recojo el pelo para no mojarlo y entro a la regadera. El agua esta tibia, vacio un poco de gel sobre la esponja y pronto se forma el espumarajo que me cubre por completa. La puerta se abre. Hayden entra al baño, se acerca desnudo y abre la mampara. Por más veces que lo he visto así, sigo pasando saliva siempre que me regala esa imagen no apta para cardíacos.
El agua le aplasta el pelo cuando entra al chorro y levanta el rostro recibiendo las gotas que le caen en la boca.
—Vírate. —demando. —Hoy quiero ser yo quien te bañe.
Hace lo que le pido y da la vuelta apoyando las manos en la mampara por encima de la cabeza, dejándome su espalda completamente accesible.
—Si haces eso corres el riesgo que quiera empotrarte contra la mampara. —advierte y me muerdo el labio.
—Correré el riesgo.
Levanto el pomo de gel lo más que puedo y aprieto ocasionando que el líquido rosa caiga por toda su espalda.
Con la esponja extiendo la espuma, y me apoyo de la mano libre también para llevarla hacia el pecho. La mano sube y baja por el torneado torso, las ganas de él vuelven a surgirme y creo que en realidad eso será algo que nunca acabará.
—¿Cómo ha conseguido este cuerpo tan espectacular, caballo? —jugueteo con los dedos como si lo masajeara, olvidando que pretendía bañarlo.
—Mucho ejercicio. —contesta con sorna. —levantar cosas con el tiempo se vuelve una afición que deja sus beneficios.
—Valla. —exclamo risueña. —levanta muchas cosas entonces usted.
Toma mi mano deteniendo el movimiento que lo frotaba y la desliza hacia abajo, traspasando los abdominales, la V de su cintura y.... cierra mi puño haciéndome apretar con fuerza y de su garganta sale un gruñido.
—Te advertí lo que pasaría si lo hacías.
La ducha de mi loft es cuatro veces más pequeña que la del pent-house, pero el reducido espacio no evita que Hayden se agache abriéndome las piernas, que cuelga sobre sus antebrazos.
—Tú eres mi cosa favorita de cargar. —sisea al tiempo que mi pelvis desciende clavándose en él.
Afinco la mano a la parte superior del vidrio y me dejo consumir por los movimientos que ejecuta sin problema. La oscuridad se ciñe a sus facciones, el pelo mojado, los labios entreabiertos, el cuerpo grande y bien proporcionado, todo se mezcla regalándome un orgasmo que no logro sacar de mi cabeza aun estando ya en el carro de camino al hospital.
La sonrisa no logra borrárseme de la cara, toqueteo la cinta de la caja de pasteles que tanto se que le gusta a Jose y por eso pasamos a comprárselos de camino. Hayden entra el auto a un túnel donde se encuentra el estacionamiento.
—¡Hola! —exclamo entrando en la habitación.
Doy un beso a Travis y a Claudia que me abraza hasta soltarme dejándome seguir hasta la cama.
—Alguien por aquí ya se va a casa. —extiendo la caja que Jose mira divertido antes de cogerlo.
—Mango y crema. —olfatea la caja y sonríe. —Mis favoritos.
—Lo siento por no haber podido regresar ayer.
—Tuve mucha compañía, no te preocupes.
Asiento complacida y Hayden entra a la habitación, saluda a su hermana igual que siempre y palmea la mano de Travis antes de acercarse a donde estoy.
—Otra batalla ganada coronel. —le dice a Jose con un saludo militar. —¿Cómo se siente?
—Fuerte y sano soldado. —hace el mismo saludo con la mano en la frente y baja los ojos hacia la caja olvidándose que nosotros seguimos en la habitación.
—Quiero uno. —le pide Claudia cuando el olor a mermelada de mango sale de la caja.
Jose la mira, mira a su hijo y a nosotros, con un dedo nos apunta y...
—No miren mis pasteles, si quieren compren otros para ustedes. Soy yo quien está convaleciente.
—¿Ahora si estás enfermo? —ríe Travis robándose uno que lleva a la boca antes de que su padre pueda reaccionar.
—Niño. —lo regaña. —patearé tu culo si vuelves a hacer eso.
Travis mastica risueño y le extiende el dulce a su novia para que también pruebe.
—Nosotros te cuidamos y así nos pagas, teniéndote que robar un dulce. —Claudia rueda los ojos mientras mastica.
Jose rebufa y devora unos dos pasteles mientras conversamos regados por cualquier sitio donde nos podamos sentar en la habitación. Hayden y Travis salen por un momento y vuelven a los quince minutos con una carpeta que el Rubio sacude feliz.
—Vayámonos a casa papá.
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