Capítulo 26
Todos los invitados comienzan a moverse, ocupando el espacio frente a la tarima. Max agita la mano en el aire saludándome mientras camina, y es su pareja quien le suelta el brazo para venir hasta nosotros.
—Vamos, chicos. Su madre subirá ahora a dar el discurso y luego la prensa quiere hacer algunas fotos familiares —resopla, quitándole la copa a su sobrina—. Deja esto, ni siquiera tienes edad suficiente para beber.
—Para tu información, papá —enfatiza la última palabra con sarcasmo—. Tengo veintitrés.
—Como sea.
Matheus hace un gesto como si no le importara y da media vuelta, ubicándose cerca de Max.
Vivian ya está sobre el escenario, da dos golpecitos al micrófono para probarlo y comienza con el discurso de apertura, que hace que me pique la nariz cuando una de las niñas del orfanato sube junto a ella, tomándola con sus manitas para darle las gracias.
—...no podemos cambiar el pasado —continúa Vivian—, pero sí crear para ellos un futuro mejor, donde el cielo sea el límite a la hora de soñar.
El público estalla en aplausos, y los telares se levantan simultáneamente, dejándome catatónica al ver en primera plana mis cinco fotografías.
—Te dije que las había puesto en el mejor lugar —me codea Claudia, guiñándome un ojo.
La emoción se me sube a la garganta y mis ojos se empañan. No puedo creer lo que tengo frente a mis ojos. Volteo a ver a Hayden a mi lado, que todavía tiene una sonrisa estampada en los labios, y mi corazón se acelera aún más.
—Conozco ese lugar —dice, señalando una de las fotografías.
—Es tu balcón —respondo entusiasmada—. La tomé con la cámara que me regalaste el día antes de irnos.
—Nunca había reparado en él —se lleva el vaso de whisky a la boca—. Supongo que ahí reside la magia de todo esto: inmortalizar la belleza que los ojos comunes pasan por alto.
—Nunca lo había visto así —admito, consternada sin poder separar la vista de su perfil.
—Entonces ya somos dos.
Tomo la mano que me tiende para recorrer el lugar. Hay muchas obras y todas son excelentes. Sobre cada lienzo, una luz LED se encarga de iluminar hasta el último detalle. En la parte inferior tienen el nombre del autor y el lugar donde se hizo. Levanto la oreja con un tinte de miedo y curiosidad al pasar cerca de un grupo de señores que debaten en círculo frente a mis trabajos, y lo que oigo me infla el pecho de satisfacción.
Seguimos el recorrido. Vivian nos hace una seña para que nos acerquemos. Me presenta a una señora con acento francés y a su esposo, propietarios de una galería muy importante en París.
Hayden, a mi lado, conversa con soltura, demostrando lo bien que se le da cualquier tema, incluido el de apantallar a todos los que lo ven, como a las señoritas, que no le despega los ojos, llevándose la copa a la boca con total descaro mientras lo desnuda con la mirada.
<Paciencia, nunca has sido celosa. ¿Qué demonios te pasa?>
—Disculpe, señor —lo interrumpe un periodista—. ¿Me regala una foto?
—Claro —Hayden deja el vaso sobre la mesa—. Nos disculpan un momento.
Su mano agarra mi cintura, sacándome del grupo para pegarme a su lado. El periodista nos mira desubicado, llevándose el lente de la cámara al ojo para hacer varios disparos. Trato de poner mi mejor cara, mientras intento disimular que mi sorpresa es aún mayor que la suya.
—Gracias, señor. ¿Señorita...?
—Bennett.
—Gracias, señorita Bennett. Que disfruten la noche —hace un movimiento con la cabeza y se pierde entre la multitud.
Comienzo a sentir los tres canapés que me comí moverse por mi estómago.
—Sabes que esa foto aparecerá mañana en uno de esos programas de chismes, ¿verdad?
Hayden me mira y asiente.
—Será interesante escuchar lo que tienen que decir.
Claudia y Travis nos abordan luego. Más tarde, Max y Matheus se nos unen también.
—Planeo invertir esta noche en ti, Emma —dice Matheus—. Si fuiste capaz de domar a la bestia, puedes hacer todo, cariño. Con suerte, en algunos años tendré una pequeña fortuna.
Hayden se aprieta el puente de la nariz, mirando obstinado a su tío, y todos alrededor ríen. ¿"Domar a la bestia," dice?
Vivian regresa varias veces, sacándome del grupo para presentarme a algunos fotógrafos que también exponen. Todos chicos más o menos de mi edad y muy simpáticos. La mirada cautelosa de Hayden me sigue sin perder de vista. También recibo varios cumplidos que me hacen sonrojar. Comienzo a sentir que realmente este es mi lugar, mi mundo, y estoy muy cómoda en él.
—Ya le dije que quiero ayudarlo en el bar —niega Claudia, haciendo un mohín.
—Claudia, cariño, eso es muy cutre de tu parte —dice Matheus horrorizado.
—Ese tema no está en discusión, mi amor —Travis le da un beso en la mano y ella rueda los ojos—. No podría trabajar tranquilo si tengo que estar pendiente de ti.
—Vamos, por favor —vuelve a protestar—. ¿Te crees que no sé cuidarme sola? —Estoy seguro de que sí. Pero en esto no pienso ceder, Claudia, esta vez no.
—Emm, di algo —suplica—. Ayúdame a convencerlo.
—Lo siento —levanto las manos en señal de paz—. Pero creo que Travis tiene razón.
—Gracias por apoyarme, valiente amiga.
—Claudia, no molestes más —la reprende su hermano—. Un bar no es lugar para que trabajes, y menos de noche. ¿Acaso no tienes en qué entretenerte?
—Y habló la alegría de la huerta —se burla ella, ganándose una mala mirada.
La noche no podía avanzar mejor. Ahí, entre ellos, me sentía normal, una simple chica emocionada viendo cómo sus sueños se vuelven realidad ante sus ojos, sin ninguna mierda turbia, sin mentiras, sin pasado y sin tormentas.
Hayden y yo nos quedamos solos por un momento y, dentro del bolsillo, su teléfono empieza a sonar.
—Ahora vuelvo, Rubia. Tengo que tomar esta llamada.
Lo veo alejarse entre el bullicio para responder. Vuelvo a darle otro trago al líquido burbujeante en mi copa. Miro alrededor; Vivian tampoco está a la vista, y distingo a Matheus a lo lejos por el traje azul marino que no lo deja pasar desapercibido.
—Scusa, signorina, non quisiera disturbarla.
Doy la vuelta buscando la persona que me habla en italiano. Es un hombre de unos treinta años que vi anteriormente caminando entre los invitados y hablando con Vivian.
—Grazie... Lo siento, il mio italiano non è molto buono.
Digo la verdad; de entenderlo, lo entiendo a la perfección. Ya a la hora de hablarlo... bueno, se podría decir que lo chapurreo bastante.
—Non preoccuparti, mi español tampoco. Mi presento —se inclina, tomando mi mano para darme un beso—. Mi chiamo Gabriele. Si no me equivoco, tu sei Emma, signorina Emma Bennett.
—Sì —recupero mi mano—. Encantada, Gabriele.
—Devo dirle che sus fotografie sono eccellenti. La del nonno con el cane... quedé encantado cuando la vi. Felicità.
—También es mi favorita —admito entusiasmada—. Me alegra que le gustara. È la mia prima esposizione.
—¿È la sua prima mostra? —me mira asombrado, dejando la copa sobre la mesa—. Lo hace molto bene, tiene talento. ¿Spera di dedicarsi a questo?
—Certo —confirmo—. Pero tengo molto da imparare.
—Io tengo una scuola a Paris, soy un appassionato della fotografia. Se sei interessata, le mie porte sono aperte per te, signorina. Tenemos buoni programmi di becas di studio, potresti esaminarne alcuni!
¡¿Una escuela?! Por Dios... acaso escuché bien o el traductor en mi cabeza me está traicionando. ¿Me estaba ofreciendo una beca? Las manos comienzan a sudarme y, bajo la mesa, jugueteo con los dedos nerviosa mientras Gabriele me observa expectante.
—Gabriele, grazie... yo no sé qué decir...
—¿Interrumpo? —la voz fría de Hayden me saca del lugar
Su mano da la vuelta por mi cintura, y puedo ver cómo los ojos de Gabriele no pierden de vista el movimiento, frunciendo los labios.
—Mi stavo solo congratulando con la ragazza. —responde Gabriele—. Non capita tutti i giorni di incontrare una donna bella e talentuosa.
—No, no todos los días se conoce —dice Hayden, volviéndose hacia mí—. Por eso te la presento. Emma Bennett, mi novia.
NOVIA... El corazón se me acelera de golpe y quedo petrificada al escuchar esas cinco letras juntas. El agarre en mi cintura aumenta, dejándome claro que lo que escuché fue real y no producto de mi imaginación. De pronto tengo todas las respuestas y ni siquiera tuve que hacer la pregunta.
Soy consciente al rato, cuando Gabriele se despide del tiempo que me había quedado mirando embobada al hombre a mi lado, repitiendo en mi cabeza lo que había dicho y una sonrisa estúpida se me escapa apagando todo alrededor.
—Felicidades, Miller. A usted también, signorina, è una ragazza incredibile, ha molto talento —dice Gabriele, sacando una tarjeta del bolsillo de su americana—. La mia carta. Si le interessa la mia offerta, mi chiami.
Tomo la tarjeta y Gabriele se va después de despedirse de la misma manera en que se presentó. Hayden no se molesta en disimular su malestar, y Gabriele no es menos evidente en su desaprobación.
—Acompáñame —dice Hayden, tomando mi mano. Accedo sin importar adónde me lleve; podría llevarme al infierno y seguiría gustosa.
Subimos por unas escaleras en espiral que nacen desde el centro del salón principal y llegamos a un amplio espacio en la segunda planta. Una alfombra cubre el piso, hay sofás de piel blanca y una chimenea con una foto familiar colgada en la pared. Vivian y sus dos hijos están en la foto. Hayden parece fuera de lugar en el retrato, con su cabello negro azabache rompiendo la armonía del rubio nórdico predominante. Pero ahí está él, con la expresión traviesa y los ojos chispeantes de color azul.
—¿Quién se cree ese idiota para venir a decirme lo que ya sé? —gruñe en mi oído, su aliento erizando mi piel.
Empuja una puerta y me mete dentro de lo que supongo fue su habitación.
—¿Qué fue eso? —pregunto, mi pulso se acelera y el corazón me bombea con fuerza mientras sus manos se deslizan bajo mi ropa.
—¿Qué cosa? —sus labios se roban los míos, besándome con ansias—. ¿Que ese italiano de mala muerte se creyera con derecho a mirar lo que es mío? ¿O que le dejé claro lo que ya tenía que haber sabido por sí mismo?
Barre todo del escritorio, dejándome sentada con las piernas abiertas mientras su lengua devora mi boca. Da un paso atrás, robándome la vista, y el miembro que desenfunda dentro del pantalón, basta para empapar por completo la tela de mis bragas.
—¿Soy tu novia? —humedezco mis labios, perdida en el movimiento de su mano que me hace moverme sobre la madera, añorando su proximidad.
—¿Te gustan esas cursilerías, rubia?
Su tono desafiante y los dedos que entran al vestido, corriendo la tela del tanga, me hacen temblar.
—¿Tuya? —jadeo, tomándolo de la nuca y obligándolo a bajar a mi altura, llenándome la boca con el sabor que tanto me gusta.
—Mia —asiente.
El cuerpo me vibra con la cabeza del falo palpitante que frota por mi sexo, de arriba abajo, sin penetrarme.
—¿Estás así de empapada siempre? —el tono áspero me provoca un cosquilleo y niego, mordiendo mis labios.
—No siempre, solo cuando tú estás.
—Bien —ahonda más en el toque, arrancándome un suspiro—. Te quiero siempre así de mojada para mí.
—Con una condición —conecto mi mirada ámbar con la suya, dejándome envolver por el intenso azul—. Que no me hagas esperar un segundo más. Quiero follar con mi novio ahora.
Muerdo su labio, sintiendo la embestida que me la deja toda dentro con un solo empujón.
La madera cruje por el movimiento y el peso. La altura es incómoda, sus dedos se clavan en la piel de mi trasero y, de un tirón, me levanta atravesando la habitación para finalmente estrellarme la espalda contra la pared, afincando él los pies al suelo.
—Que otro te mire como lo hago yo podría terminar muy mal —murmura—. Le sacaría los ojos a cualquiera que ose fijarse en ti.
El trasero me escuece por la fuerza del agarre, pero no me importa. Embiste una y otra vez el canal que lo absorbe, causándome el placer más exquisito. No soy capaz de pensar en nada más allá de sus manos, su boca chupando la piel sensible de mi cuello y su hombría que me azota, follándome abierta de piernas sobre sus brazos.
—Yo soy el único que puede hacerte sentir así —afirma—. Recuérdalo.
Me aferro a su cuello, recibiendo todo lo que me da en los balanceos salvajes que me hacen sentir como una pluma.
—No estoy siendo inteligente —jadeo, mordiéndome la boca para no gritar—. No puedes esperar que lo sea cuando solo quiero que sigas follándome así.
El orgasmo me sacude con violencia, expulsando el baño de jugos que lo empapan mientras se traga uno a uno los gemidos que salen por mi garganta, dejándome el cuerpo flácido y débil, recibiendo el derrame caliente que unta mis paredes.
Apoya su frente en la mía. El aliento le huele a menta y alcohol. Se me escapa un quejido cuando retrocede, todavía sosteniéndome, saliendo de mi interior y llevándose los hilos de humedad entremezclados con la eyaculación que bajan por mis muslos, dejándome un desastre.
—Mi rubia —murmura, apartándome los mechones de pelo de la cara—. Nadie es lo suficientemente bueno para merecer que le otorgues el poder de destruirte, mi niña.
—Hay cosas que no se pueden controlar —respondo y muy para mi pesar esta es una de ellas, porque ya estoy muy metida en la mierda para dar marcha atrás.
No dice nada. Mis pies tiemblan cuando me devuelve al piso y da media vuelta para entrar a una puerta que concluyo es un baño. Cuando sale con un paquete de toallitas húmedas, deja una sobre la mesa a mi lado y se lleva una.
—La realidad está llena de verdades incómodas —dice, metiendo la toalla entre mis piernas para limpiarme—. Por desgracia, esa es una de ellas. Lo que no puedes controlar terminará controlándote, ahí tienes otra.
Agarro su muñeca, deteniendo el movimiento de su mano, y eso hace que sus ojos se eleven mirándome de nuevo a la cara.
—Llevo tanto tiempo limitándome —murmuro, dejando el sonido entre nosotros— que ya no tengo ganas de seguir haciéndolo. Si eso te asusta, eres tú el que debe pensar si dar marcha atrás. A medias ya no lo quiero, Hayden, porque a medias ya no me sirve.
Su dedo levanta mi barbilla, obligándome a llevar la mirada hasta su altura. El olor a sexo mezclado con su perfume me llena las fosas nasales.
—¿En serio crees que me da miedo que te llegues a enamorar de mí? —junta las cejas, y niego con la cabeza.
—Miedo te da que yo no sea la única que termine siendo aquí una idiota. ¿Me dirás por qué no dormías con nadie?
Endereza su postura y su expresión me confirma que tengo razón.
—Sé guardar secretos —me llevo el dedo a la boca, guiñándole un ojo—. No te preocupes, esto no saldrá de aquí.
Ríe mordaz, se frota la cara, y el azul flamea sofocado sobre mí.
—Apuestas demasiado a una carta que ni siquiera has visto —sentencia.
—Suelen llamarlo suerte del principiante —me encojo de hombros, cerrándole el pantalón medio abierto con la misma socarronería que él usaba antes.
Que Hayden diga lo que quiera, yo sé lo que siento cada vez que me besa. La conexión no es algo que se pueda disimular.
Volvemos a la fiesta, encontrándome con la maravillosa noticia de que todas mis fotos se vendieron. Le brinco al cuello de la emoción que no puedo disimular, y cuarenta minutos después está sacándome delante de todos, sin despedirse, para que volamos a casa.
—Debes estar orgullosa.
—Lo estoy —acepto.
—¡Ningún otro artista vendió todas las fotografías!
—Lo sé. —llevo la mano hasta la pierna musculosa de Hayden, acariciándolo con la intención de provocarlo. —Pisa el acelerador, Hayden. Ahora soy yo la que tiene un regalo para ti esta noche.
El Phantom atraviesa Las Vegas como un rayo oscuro, sin detenerse a admirar lo que tiene a los lados. Es tarde, pero la ciudad está más viva que nunca. Subimos en el ascensor, dejo los zapatos en la entrada del penthouse y camino descalza hasta la habitación, donde cambio el vestido por una camiseta ancha. Luego, vuelvo a salir corriendo hasta la terraza para ver el espectáculo de agua que tanto me gusta.
El alivio de volver a pisar suelo plano es casi tan satisfactorio como el aliento de Hayden acariciándome el oído mientras miro los chorros danzar en el aire.
—¿Me has comprado un regalo? —pregunta vacilante, rodeándome por detrás.
—No exactamente. —doy la vuelta entre sus brazos, quedando con la espalda apoyada en la barandilla de cristal. —Pero creo que te encantará.
—Enséñame.
Ruedo los ojos, poniéndolos en blanco.
—No seas impaciente. Déjame terminar de ver el espectá...
No termino de hablar cuando Hayden se agacha y me tira sobre su hombro, provocando que la sangre me llegue a la cabeza.
—Somos seres impacientes por naturaleza, Rubia. —palmea mi trasero, y doy un respingo. —Las fuentes siempre estarán ahí para cuando quieras verlas.
Me remuevo, lanzando codazos a su espalda, pero seamos sinceros: eso es una loma de cemento que más bien me hace daño a mí.
—¡Suéltame! —chillo y pataleo en el aire.
No lo hace hasta que estamos en la habitación, dejándome caer de culo sobre la cama. Él se queda de pie frente a mí, con los brazos en jarras. No sé qué tienen esos joggers grises que lo hacen lucir diabólicamente apetecible, con el torso desnudo invitándome a pasar la lengua por cada abdominal.
—No lo volveré a pedir. —apunta con el dedo en un gesto amenazante, y me echo a reír.
—¡Pareces un niño! — me llevo las manos al estomago por la risa, no se que se piensa que puede ser el regalo que lo quiere con tanta desesperación, y es que tampoco le podría regalar nada que él no se pudiera comparar, pero...
—¿Te ríes de mí? —con las palmas, me impulso hacia atrás para escapar, y él tira de mi tobillo, volviéndome a bajar.
—Si no me lo das ahora, voy a follar tan duro ese coño que no vas a poder levantarte de mi cama en tres días.
—Eso no es un castigo, Hayden. —niego con zalamería y el deleite en la cara que me causa barajar esa posibilidad. —Pero está bien...
Me pongo de pie y lo obligo a sentarse, bajándolo por los hombros.
—Espera ahí y cierra los ojos. —le ordeno. —No quiero que arruines la sorpresa.
—Esto sí que es infantil. —protesta, poniendo mala cara.
—Es lo que hay. —resoplo, pero él termina cerrando los ojos y salgo de la habitación en busca del tesoro escondido que encuentro donde lo había dejado esta mañana.
Las manos me tiemblan cuando tomo la foto, pensando si tal vez he creado más expectativa de la necesaria por una simple imagen. Vuelvo a la habitación con cautela; Hayden está acostado de espaldas sobre la cama, con los pies en el suelo. El corazón se me aprieta al ver que mantiene los ojos cerrados todavía.
Contraigo los dedos de los pies y tomo aire, sosteniendo el cuadro escondido detrás de mi cuerpo.
—Listo. —anuncio. —Ya puedes abrirlos.
Hayden se incorpora, mirando divertido lo que sostengo delante de él, y las comisuras de su boca se levantan.
—¿Sacaste una de las fotos que me hiciste mientras te espiabas? —dice en broma, y se levanta para arrebatármela de las manos.
—Claro que no. —suelto un bufido. —Colgar una foto propia de semejante tamaño sería demasiado narcisista, incluso para ti.
—Voy a fingir que no has dicho eso.
—Mejor. —confirmo. —Anda, ¡ABRELO!
La garganta se me cierra cuando empieza a rasgar el papel, descubriendo la fotografía de la playa donde me había llevado casi raptada, con la inscripción debajo.
«Para la persona que le he robado su cama, que ha revolucionado mi vida y me ha creado una adicción. Espero que mi regalo te transporte cada día al paraíso, ese lugar tan maravilloso que conocí por ti.»
Los segundos que pasa observándolo se me antojan eternos y desesperantes. Coloca la foto sobre la cama, y la expresión que veo en su cara me tumba las alas del corazón, haciendo que quiera esconderme en un hueco oscuro.
—Pensé que te gustaría. —musito, con las mejillas ardiendo. —La tomé el día que me...
—¿Pensaste que me gustaría? —pregunta serio, y creo que ahora mismo no hay piedra lo suficientemente grande para ocultar mi vergüenza.
—Bien. Si no es así, la puedo tirar.
Me adelanto para cogerla, con los ojos llorosos, y Hayden se interpone, rompiendo a carcajadas.
—¿Serás boba? —me toma la cara y me da un beso, y eso me sensibiliza aún más. — No me gusta. Me encanta.
—Idiota.
Lo alejo con un golpe en el pecho que lo obliga a retroceder. Me llevo la mano a la nariz, que me pica, sorbiendo en un sonido patético que delata mis ganas de llorar.
—Esa boquita... —tira de mí y me vuelve a besar.
Octava maravilla del mundo: dormir desnuda sobre la espalda de Hayden. No me equivocaba con la impresión que tuve aquella vez, esto es el cielo sobre la tierra. La foto está colgada en la pared sobre la cama y su olor está por toda mi piel.
La pantalla de mi móvil se ilumina y Hayden suelta un gruñido cuando giro sobre él para alcanzarlo. Es un mensaje...
«Rafael:
Prepárate. Te aceptaron y el jefe te verá mañana.»
La burbuja en la que había estado explota de repente, bañándome con un agua sucia y helada que me provoca gritar hasta que no me queden fuerzas en el pecho. Pero no puedo. Una vez más, me toca tragar y aceptar. La felicidad es algo volátil y la mía suele durar poco, al parecer.
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Capítulo largo mis niñas, pero también es uno de mis favoritos. No olviden dejar sus votos y contarme que les está pareciendo la novela ❤️❤️❤️❤️❤️❤️ recomiéndensela a sus amigas 🥺 así llegaremos a muchos más lectores. Las amo infinito.......
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