Capítulo 14
Tenía las manos y los pies atados a las esquinas de la cama, y un cinturón amordazando mi boca, impidiéndome gritar. Forcejeaba, pero solo consiguió maltratar más mis muñecas, que ya sentía en carne viva. Abrieron la puerta de mi habitación, y el hombre con pasamontañas negro entró, caminando a mi alrededor sin apartar su mirada asquerosa de mí. El otro se detuvo en el umbral con un teléfono en la mano.
—Ya tenemos el USB. —informó el hombre de la puerta.
—Bien. —respondieron al otro lado—. Mátala. No podemos dejar cabos sueltos.
La orden cerró mi garganta, y supliqué que me dejasen otra vez mientras las lágrimas volvían borrosa mi visión. Me dolía el cuerpo; las contusiones en las costillas eran las peores. El cañón frío de una pistola recorrió mi rostro, ahogando mis sollozos. Es el primer hombre, el que caminaba, quien se inclinó y me olió antes de golpearme la cara y encañonar mi cabeza.
—¿Escuchaste eso, princesita? El jefe quiere que me deshaga de ti. —bajó el tirante de la blusa y apretó el pecho que quedó expuesto mientras me retorcía —. Sería un desperdicio dejarte ir sin disfrutarte primero, ¿verdad, hermosa?
—Ya basta. —ordenó el otro hombre, quitando el seguro de su arma—. Nos vemos en el infierno, niña.
(Bumm)
Me incorporo de golpe, con el sonido del disparo todavía retumbando en mi cabeza. Me falta el aire. Me llevo la mano al pecho y ruedo hasta el espaldar de la cama, donde me acomodo a esperar que pase la fatiga.
El reloj frente a mis ojos marca las seis y media de la mañana. La angustia sigue clavada en la boca de mi estómago, evocando las voces que nunca podré olvidar. El agua fría siempre es un calmante. Meto el cuerpo bajo la ducha, dejando que la helada temperatura me calme, y para cuando salgo, mis latidos han vuelto a la normalidad.
Dejo el pan sobre la encimera cuando el timbre suena y me encamino hasta la mirilla para ver quién es. La garganta se me seca al ver a la mujer al otro lado, y dudo, pero giro el pomo de la puerta y abro.
—Buenos días. —viste un Chanel color hueso con zapatos negros de aguja que terminan en puntas cerradas. Tiene el pelo negro recogido en una coleta que le da un aspecto pulido y resalta sus rasgos asiáticos.
—Isabela. —sonríe con serenidad, ladeando la cabeza mientras observa la camiseta cuatro tallas más grande que llevo puesta.
—Disculpa la hora. ¿Puedo pasar?
Asiento y me aparto de la puerta para dejarle espacio para entrar. Cierro y la sigo hasta el salón, donde toma asiento dejando el bolso a un lado.
—Saliste corriendo la otra noche. —comienza a decir—. Por eso estoy aquí. Tenía algo que enseñarte, pero no me diste tiempo.
Abre el bolso, saca un sobre sellado y lo coloca en la mesa de centro, deslizándolo hacia mí. Son fotos.
—No quiero hacerte daño. —continúa mientras paso las imágenes que sostengo con el corazón apretado—. Comprendo que no confíes en mí, pero solo quiero ayudarte, que tú me ayudes también. Se lo debo a él.
Son todas fotografías de ellos dos en diferentes ciudades. Abrazados, cenando, en la playa. Riendo. Felices. Caminando por el Siena. Frente al Big Ben. En toda clase de sitios. Las fotos que esperas encontrar de una relación feliz de cuatro largos años. Una lágrima escurre de mis ojos, y con un movimiento rápido la elimino mientras sigo observando las fotografías que tienen en común una misma cosa...
—Desde que murió mamá no lo había visto sonreír así. —deslizo el dedo sobre el rostro de Robert.
—Puedes quedártelas. —ofrece, recuperando su bolso antes de ponerse de pie y dirigirse hacia la salida.
—Isabela. —la detengo, cierro las fotos y me levanto—. No sé dónde está el USB. Los hombres que entraron a mi casa también lo buscaban, pero no estuvo nunca entre las cosas de papá.
—Lo sé...
—Hay algo más. —respiro hondo—. Creo que Hamilton está involucrado en la trata de blancas. Papá... pudo haber tenido participación de eso?
—No. —sentencia con seguridad. —Robert nunca hubiese entrado a un negocio asi, al menos conscientemente.
—Bien. —es un alivio confirmar lo que también pensé. —Tengo fotos de una lista que envió a su mano derecha en el casino, y casi todas son mujeres que han denunciado como desaparecidas en países de Latinoamérica.
Su postura se tensa hacia atrás, palideciendo, y noto la manera trabajosa en la que pasa saliva. Si la información se llegara a confirmar, estaríamos hablando de otro tipo de delincuente mucho más peligroso de lo previsto, por lo tanto una tarea más dura y peligrosa. Ella lo sabe, yo lo sé y estoy dispuesta a asumir el riesgo.
—Envíalo todo a mi correo. —asiente—. Tengo que irme ya. Nos volveremos a ver pronto y te daré respuestas sobre lo que encontraste.
—ok.
—Cuídate, Sophia.
No sé bien qué sensación me dejó la conversación con Isabela. Pero el resto de la mañana la pasé viendo las fotos con un regusto extraño, como si alguien completamente ajeno a mí se hubiera vestido con la piel de papá y todo esto fuera una realidad paralela en la que equivocadamente aterricé.
Hoy haremos las fotos publicitarias para el negocio de Travis. Sobre las dos de la tarde, Claudia quedó en pasarme a recoger para llevarme al sitio, y luego, en la noche, será la inauguración.
Guardo el sobre en los cajones encima del armario y saco un par de leggings con una sudadera que combino con un par de zapatillas deportivas y una mochila para llevar el instrumental necesario para la sesión. Bajo cuando siento el timbre de la puerta.
—¿Lista? —lleva el pelo rubio atado en una coleta alta y un elegante juego de chaqueta y mini falda azul turquesa—. El papá de Travis ya tiene listo todo.
—Lista. —asiento y cierro la puerta tras de mí, caminando con la rubia despampanante a mi lado, que pareciera ir a modelar a un fashion week.
El Audi blanco de Claudia está estacionado frente al edificio. Saludo a Harry, que se está bebiendo un café en la recepción, y paso de largo con la mochila que me tumba el hombro por el peso.
—José está muy emocionado. —entro al auto junto a ella y dejo la mochila a mis pies antes de pasarme el cinturón—. No les digas, pero hice algunas cosillas para anunciar la apertura. Estoy segura de que esta noche no cabrá una sola persona más.
—¿Travis no sabe?
—No. —niega y pone el auto en marcha—. Sabes cómo es. No le gusta que pague nada, pero quiero ayudarlo, así que mejor lo hago "desde las sombras".
Río por el tono que le da a la última frase y saco el teléfono para hablar con Bea por cámara. La imagen de la pelirroja no demora en aparecer en la pantalla, y pasamos todo el camino conversando con ella hasta que llegamos al bar.
—Niña. —José, el papá de Travis, nos recibe en la puerta dándole un abrazo a la novia de su hijo y luego a mí—. Vamos, déjame ayudarte.
Me quita la mochila de las manos y entramos al local, donde nos muestra todo. Las paredes y el techo están pintados de negro y llenos de neones con diferentes formas y colores. Al fondo hay una pantalla y un escenario. La barra brilla en tono violeta, y un muchacho saca vajilla de cajas que organiza debajo de la fila de botellas ubicada en la estantería de cristal.
—¿A qué es fabuloso? —Travis levanta a su novia en un abrazo y la besa como si nadie alrededor lo viera—. Te extrañaba.
Claudia se sonroja y arregla su ropa cuando vuelve al piso. José nos ofrece algo de tomar, pero declino la oferta porque si demoramos no terminaremos las fotos a tiempo para la inauguración.
—No me creo que todo esto lo hayas hecho tú. —le sonrío al rubio antes de volver a mis ojos al lente que captura los platos delante de mí.
—No solo es un bar. —dice Travis—. Quiero que el Gypsi también sea un lugar donde la gente quiera venir a comer, a compartir y a divertirse.
—Eso. —señala José a lo que cambio ahora para fotografiar—. Eso es lo que nos va a asegurar el éxito esta vez. Mi chico sabe lo que hace.
—Tenemos al mejor cocinero de Las Vegas. —Claudia abraza a su novio, y me pongo de pie con parte de la tarea completada—. Eso es un éxito asegurado.
Vuelvea besarlo y sacudo la cabeza, fijando la vista en lo que muestra la pantalla de mi cámara.
—Papá, vamos, ve a sentarte. —le pide Travis—. La noche hoy será larga y no quiero que te canses.
—Estoy bien, muchacho. —palmea la espalda de su hijo—. Todavía queda mucho que hacer antes de irse a descansar.
José está enfermo del corazón; el último infarto lo rebasó a duras penas hace unos meses, de ahí la preocupación de su hijo cada vez que lo ve esforzarse.
—No vamos a descansar. —le digo—. Vamos a elegir las mejores fotos y eso es algo que solo el dueño puede hacer.
Se frota la barba canosa. Él sabe lo que hago, que quiero que se tome un descanso, y eso le molesta. José es hombre de trabajo y constante movimiento, por eso le cuesta adaptarse a esta nueva realidad. Sonrío como alguien que no se entera de nada y sacudo la cámara en mi mano, percibiendo cómo su rostro vuelve a relajarse.
—Vamos. —Claudia le soba la espalda—. Dejemos que ellos hagan el trabajo duro; tú ya has hecho suficiente.
Asiente y ríe, dejando la silla donde estaba.
—Supongo que todavía no me acostumbro a que mis chicos anden todo el día cuidando de mí. —dice con tono jocoso.
—Pues acostúmbrate, papá. Tienes prohibido cualquier clase de esfuerzo.
—Eso. —me cuelgo la cámara del hombro y cierro la laptop—. Acostúmbrate, que ahora es nuestro turno de dar por culo. —bromeo y lo tomo del brazo libre para ir a las mesas al otro lado.
José adora a su hijo más que a nada. En muchas ocasiones, esas alas de padre protector se extendían también hacia nosotras, ganándonos regaños si llegábamos tarde, domingos de barbacoas e historias, riñas cuando Bea llegaba borracha, y preocupación si nos íbamos solas, haciéndonos llamar cuando estuviéramos en casa. José es la persona que todos alrededor adoran, el hombre mayor que da buenos consejos y frota tu rodilla cuando caes. Se ganó mi corazón nada más conocerlo. Fue horrible el momento en que nos enteramos del infarto; Claudia estaba devastada y se negaba a irse siquiera un momento del hospital. Lo tiene al lado desde que era niña; él la vio crecer mientras trabajaba como jardinero en la casa familiar. Lejos de un suegro, José es su familia, por eso la rubia le alcahuetea en todo, comportándose como una hija más.
—¿Puedes creer que Mathi se va a casar? —le dice riendo.
—No imaginé nunca estar vivo para ver eso. —confiesa él, rompiendo el sello de la botella de agua.
Conecto la cámara al computador y le doy a transferir los archivos cuando una fragancia conocida invade mi olfato.
—Hermano. —Claudia, a mi lado, se para de golpe y sale corriendo a su encuentro.
Algo en mi estómago cosquillea. Hundiendo la cabeza en las teclas, no quiero voltear a mirar, pero siento cómo mi respiración se agita y termino cediendo al instinto. Le da un abrazo a Travis mientras escucha impasivo lo que este le cuenta. Claudia señala algo para que mire, y el ámbar de mis ojos conecta con el azul cielo de su mirada por un breve segundo, suficiente para encenderme.
Las mejillas me cosquillean y contengo la sonrisa que amenaza con salir. Me remuevo nerviosa y vuelvo a mi trabajo, encontrando ahora unos ojos verdes marcados por las huellas de los años mirándome sobre el computador.
—¡Conozco esa mirada, sabes!
—Es la única que tengo. —ironizo, abriendo la imagen en el Photoshop para retocarla.
—¿Sabes qué he ganado con el tiempo? —pregunta enarcando una ceja.
—¿Canas? —bromeo. José se ríe y estira la mano para cerrar el computador.
—También. —asiente—. Pero lo mejor es la facilidad que te concede el tiempo para conocer a la gente.
—¿No puedo mentirte, verdad? —achico los ojos, previendo que cualquier esfuerzo será en vano. Además, a él tampoco es que le quiera mentir.
—Sabes que no. —sonríe complacido.
—No puede ser. Es todo lo que diré al respecto y esto no saldrá nunca de aquí. —lo señalo con el dedo como una amenaza y vuelvo a abrir la laptop.
—Cuando te dé miedo saltar, ahí es cuando lo haces. De lo contrario, pasarás toda la vida en el mismo lugar.
El perfume se intensifica en mi nariz y su presencia se roba el estrado cuando se acerca a la mesa. José me guiña un ojo y se levanta para abrazar al hombre de casi dos metros y pelo negro que llega. Aprecio el calor que sube desde mis piernas y se aloja coloreando la cara que me esfuerzo por ocultar en el computador.
Soy una cobarde.
—Hijo. —capto las palmadas de José y la vista pesada de Hayden sobre mí—. Ven, siéntate con nosotros.
Me pego más a la pared, buscando alejarme de su olor como método de auto preservación de mi cordura.
—Ya perdí la cuenta del tiempo que hace que no te veía. —su cara de ilusión es demasiado evidente; le soba el hombro y Hayden palmea su mano, diría con algo muy parecido al cariño.
—He estado ocupado.
No mires. No mires. No mires. —me repito mientras muevo la barra que cambia las tonalidades de la foto del escenario.
—¿Viste cómo está esto? —le pregunta José señalando alrededor—. Mi muchacho se ha esforzado mucho, aunque fue la niña Claudia la que lo ideó.
—Hicieron un buen trabajo. —asegura Hayden—. ¿Cómo está ese corazón?
—Viento en popa y a toda vela. —bromea y veo de reojo la mueca que hace señalándome—. Mi séquito de centinelas no me deja mover un dedo.
Hayden voltea hacia mí, reparándome por lo que creo es una eternidad. Entorno los ojos hacia el hombre de rostro surcado y barba canosa que tengo sentado al frente, aniquilándolo mientras él muestra una sonrisa incrédula parecida a la mía hace minutos.
—Vengo ahora. —se pone de pie, despeinando el cabello negro acomodado con esmero de la persona que me esfuerzo por no mirar—. Voy por un poco de agua.
Miro de mala gana la botella llena hasta la mitad que todavía sigue en la mesa. Lo hace adrede para dejarme sola con él.
—¿Se te perdió alguien igual? —me obligo a decir, manteniendo la forma cuando, después de algunos segundos, su mirada no cede.
—¿Qué haces? —pregunta, obviando mi comentario.
—Trabajaba. —digo tajante.
—¿Ya no? —frunce el ceño, confundido, y cierro el computador.
—No. Ya no. —recojo las cosas de la mesa y guardo todo en la mochila.
Necesito salir de aquí. Lo besé una vez, una maldita vez, y cuando lo veo, no puedo pensar en nada más que esos malditos ojos que me devoran el alma.
—Ya me voy. —le digo a mi amiga—. Terminaré la edición en casa.
Asiente, mirando por encima de mi hombro al sujeto que percibo caminando detrás.
—Te llevo.
—No, tranquila. Caminaré un poco. —me inclino para darle un beso—. Despídeme de todos, nos vemos esta noche.
Salgo del bar a trompicones, arrastrando el peso sobre mi hombro. Los muchachos de la banda se me atraviesan en la puerta, y me llevo por delante una de las guitarras, que casi me hace caer.
Me disculpo y me incorporo, muerta de vergüenza por mi torpeza, y salgo a la calle. Un porshe gris que no estaba antes aparcado frente al local, acapara toda la atención, el estomago se me revuelvo consciente de a quién pertenece y entonces... veo a una rubia con el pelo suelto y gafas que se hace fotos con un Starbucks en la mano.
Estúpido. Otra más en la colección. Niego rabiosa y doblo la esquina con pasos pesados y veloces que no demoran en dejarme en el ascensor, subiendo a mi apartamento. Presiono el siete y las puertas se cierran. Sigo con el estómago revuelto y lo último que necesito pensar es que estoy celosa, pero lo estoy, carajo. Lo estoy.
Tiro la mochila a un lado, abro el balcón y coloco la aguja sobre el vinilo que dejé la última vez en el tocadiscos 🎶 Lucio Battisti - E penso a te.🎶
Un mal chiste del destino, esa canción justo ahora, pero no la quito. Me hundo en el sofá luego de quitarme la ropa y terminar el proyecto, y ahí paso las siguientes seis horas de mi día tratando de no pensar en por qué, después de tanto tiempo, justo tiene que gustarme alguien como él.
Me entra una llamada y mi teléfono al lado del plato vacío de comida empieza a sonar.
—¿Dónde estás? —es lo primero que escucho cuando descuelgo—. Llevo horas esperándote.
Me quito el teléfono del oído para fijarme en la hora: once y media de la noche. Dios, se me fue completamente la noción del tiempo.
—Se me fue la hora. —me paro y cierro el portátil—. Me baño y me arreglo rápido; en cuarenta minutos estoy ahí.
Subo a bañarme corriendo. Randy no irá porque trabaja, y es la primera vez que salimos a alguna fiesta sin Bea, me resulta extraño. Cojo el móvil cuando salgo de la ducha, le dejo un mensaje diciendo lo mucho que la extraño y vuelvo a dejarlo sobre la cama para vestirme.
Me recojo el pelo en un moño alto que llega hasta mi cintura. La saya de satín rosa abraza la curva de mi trasero y el escote blanco de la blusa me hace lucir espectacular. Improviso un clean look rápido y salgo caminando hasta el bar, dejándome refrescar por la brisa a medianoche del desierto.
Próximamente...... 😏 mi recomendación, guarda la novela para que no te pierdas el capítulo de domingo.
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Holis mis niñas, si le dan mucho amor a este capítulo mañana tendrán sorpresita de fin de semana;
Ya saben dejen sus votos y comentarios aquí abajo
🥰😏😌
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