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Capítulo 10

Travis se pasea con un mandil amarrado a la cintura por toda la cocina. Saca cosas de la nevera y las deja en la encimera antes de agacharse buscando tazones y ollas en las gavetas.

—Buenos días. —saludo aún media dormida. —¿Sabes que las vacaciones son para todos, verdad? Eso incluye dormir la mañana, no levantarse a preparar desayuno cada día.

—Buenos días a ti también. —sirve un vaso de jugo y me lo pone delante. —Es mejor precaver antes de que estos inútiles incendien la cocina. Además, me gusta hacerlo.

—¿Te ayudo? —me ofrezco, sabiendo de mis pocos dotes.

—Nooo. —niega rotundamente. —Tú formas parte de los inútiles por si no lo has notado.

—Oye. —le lanzo una mandarina que él atrapa en el aire. —Subestimas mi ingenio. Travis se echa a reír y deja caer un trozo de mantequilla dentro de la sartén caliente.

—¿Qué preparas? —pregunto.

—El menú para el desayuno de hoy cuenta con... croquetas caseras de jamón, huevos revueltos con beicon, panqueques, tostadas con mantequilla, zumos naturales, leche con chocolate y café. ¿Le parece bien, señorita? —bromea fingiendo hacer una reverencia.

—Me parece que retiro lo dicho. —el estómago me ruge hambriento ante el desfile de comida que visualiza mi mente. —Sigue levantándote a hacer desayuno para nosotros los inútiles.

Susana aparece dejando dos maletas en el umbral de la puerta. Entra a la cocina como si no estuviéramos ahí, abre la nevera y saca dos botellas de agua que guarda en la cartera.

—Buenos días. —la saluda Travis.

Ella lo mira como si fuera algo pegado a la suela de sus zapatos. Levanta la barbilla y sale sin decir una palabra, tomando las maletas que había dejado en la puerta.

—Me alegro que Hayden la echara de aquí. —resopla Travis mientras da forma a las croquetas y las coloca en una bandeja. —Por cierto, me contaron del rodillazo que le diste. Recuérdame no meterme contigo.

Río y saco el pan de la bolsa para cortarlo e ir haciendo las tostadas.

—En mi defensa, ella me atacó primero. —Hundo el cuchillo y saco la primera rebanada. —Piensa que estoy detrás de su novio-amigo-amante o como sea que se digan.

—¿Y no es así?

—Claro que no. —respondo al instante.

—Sabes que me caes bien, ¿verdad? Por tu bien, espero que así sea. —Palmea mi hombro y coge el pan que ya he cortado para ponerlo a tostar. —Es mi amigo, pero Hayden...

Se queda en pausa y al voltear comprendo el motivo. El acusado lo observa apoyado en el marco de la entrada con expresión inexorable. Lleva una camisa blanca de lino que deja ver parte del pecho y unos pantalones grises de denim con zapatillas blancas. Va impecable, peinado hacia atrás, portando ese aire sofisticado que siempre lo acompaña aun estando sudado o vestido de deporte.

—Termina lo que ibas a decir. —Entra a la cocina y se sienta. —Tú haz como si no estuviera.

—Hayden es un grano en el culo que puede causar muchos problemas. —termina de decir Travis con una sonrisa y le palmea la espalda. —El desayuno casi está listo. ¿Quieres algo ahora?

—Un americano está bien. —Travis asiente y cuando va a servírselo, Hayden lo detiene tomándolo del brazo. —Con uno de azúcar, rubia.

Me guiña el ojo. Estoy segura de que disfruta molestándome. Qué tipo más insoportable.

—Sírvetelo tú. —repongo sin darle importancia. —Yo no soy tu esclava.

—Que no esté demasiado caliente, preciosa. Estoy seguro de que podrás hacerlo, no es mucho trabajo. —ironiza.

—Si te lo sirvo, ¿desaparecerás de mi vista? —pregunto apoyando ambas manos en el canto de la barra frente a él.

—No prometo nada. Estoy disfrutando mucho esto. —se cruza de brazos conteniendo una sonrisa en lo que sus ojos azules parecen desnudarme, el cuerpo, el alma, no sé.

Solo necesito que se vaya o siento que podría perder el control en cualquier momento si sigue mirándome así, y eso es lo último que necesito.

—Déjala ya. —Travis le da un codazo. —Sé lo que haces.

—No hago nada que ella no quiera.

—Cretino. —murmuro entre dientes y voy a servir el puto café para que se largue de una vez por todas. —Ten. —coloco la taza delante de él. —Ver como te quemas la lengua sería muy gratificante. A lo mejor así te callas de una vez por todas.

—Tan amable como siempre. —ironiza. Toma la taza y se la lleva a la boca mientras espero con una sonrisa maliciosa la mueca de dolor que nunca llega. —Vaya, creo que sí pudiste hacerlo.

Ruedo los ojos con fastidio viendo que no planea irse y me resigno a terminar de preparar lo que queda del desayuno con él a mi espalda mirándome el culo.

—Si ya no necesitas nada más, ¡largo! —lo hecha su amigo. —Tenemos cosas que hacer todavía.

—Sí necesito algo más. —Travis suelta el cuchillo y lo mira con determinación a la espera de sus palabras. —¿Vas a decírmelo ya o seguirán viéndome la cara de estúpido?

Un buche amargo me sube desde el estómago a la garganta con sus palabras. Su rostro se mantiene inexpresivo mientras remueve la taza en su mano y yo rezo porque no se refiera a lo que me imagino.

—No hay nada que decir. —dice Travis confirmando mi presentimiento. —Me conoces mejor que nadie, así que ya lo tienes que saber.

—¿Es todo? —pregunta Hayden y por un momento su tono calmado me deja respirar, desechando la idea de otra pelea en la casa.

—Sí. Es todo. —responde soltando el aire. —La quiero. Intenté detenerlo, pero se me fue de las manos. Sé lo que tu hermana significa para ti, pero tengo las mejores intenciones con ella. Te lo puedo asegurar.

Travis termina de hablar y Hayden se incorpora tomándolo por el hombro con un gesto amenazante que me hace soltar lo que hago.

—Portarte bien con Claudia no es una opción, es tu única opción. —continúa. — Mantenla alejada de toda la mierda que tú y yo sabemos, ese no es su mundo y no lo será nunca. Si en algún momento quieres meter la polla en otro lugar, te aconsejo que lo pienses dos veces...

—No seas imbécil. —lo reprendo hastiada.

No puedo controlarme cuando veo el tono imperativo con el que amenaza al que se supone es su amigo de toda la vida. Hayden no voltea a mirarme, hace como si no existiera y deja la taza de café sobre la superficie blanca sin perder de vista los ojos verdes de Travis que no demuestran emoción alguna.

—Cuando se trate de ella, tú y yo dejamos de ser amigos. —vira la espalda y se va.

Siento un alivio y vuelvo a respirar calmada. Aunque la pena me encoge cuando volteo a ver al rubio a mi lado que no dice nada.

—¿Estás bien? —le sobo el hombro para hacerlo sentir mejor y él voltea a mí con una sonrisa entre dientes que le cuesta trabajo sacar.

—Tarde o temprano iba a pasar. —se encoge de hombros. —Mejor temprano que tarde.

Desayunamos sentados en la terraza cuando todos despiertan. Claudia pierde los colores al enterarse del encuentro de hace un rato y se hunde en el asiento apretándose la sien.

—Todo está bien, amor. —Travis la llena de besos y ella muestra una sonrisa que le ilumina la cara adormecida. —¿Confías en tu hombre, sí o no?

Claudia asiente y vuelve a lanzársele encima.

—Basta de tanta cursilería. —los regaña Randy. —Me asquean.

—Habló el envidioso. —murmura Bea en mi oído conteniendo la risa.

—¿Qué dijiste, foca con retardo?

—No se peleen. —intervengo mediando la paz. —No tienen cinco años para seguir en lo mismo.

—Vamos. —Bea se levanta y da dos palmadas. —Muevan el culo que perderemos la excursión que reservé, y si eso pasa, pienso cobrarles hasta el último dólar que me sacaron los del barco.

Todos en la mesa la abuchean, pero ella no se inmuta y se aleja sacudiendo la melena rojiza camino a las escaleras.

—Muévanse. —grita desde el interior de la casa y desaparece.

Quedamos un rato más conversando hasta que alguien lanza un cojín hacia nosotros desde el balcón. Una señora con uniforme blanco y negro aparece y comienza a recoger el reguero que dejamos. Nosotras nos ofrecemos a ayudar, pero la mujer se niega y continúa su labor.

—Señorita. —llama a Claudia cuando nos íbamos. —Los de seguridad me pidieron que le avisara que su padre está por llegar.

Claudia palidece y me agarra de la mano arrastrándome con fuerza hasta el interior.

—¡La he cagado!

—¿Qué pasa? —pregunto viendo el tic tac de su mandíbula.

—Mi padre. Lo había invitado y... pero después le dije que no viniese. —Continúa caminando con prisa. —Vamos, tenemos que salir de aquí antes de que llegue o mi hermano me cancelará de por vida.

Subimos a las habitaciones. Aun sigo con la misma camiseta de anoche y el pelo mal arreglado. No entiendo la aprensión porque su padre venga. Me meto a bañar lo más deprisa que puedo y sobre el sonido del agua se siente el ruido de las aspas de un helicóptero aterrizando sobre el tejado de la propiedad.

<Tarde. Acaba de llegar.>

Cierro la llave del agua y me envuelvo en una de las toallas. Por la ventana del baño no se ve nada, solo las palmeras arremolinándose en la copa producto del viento de las hélices.

Recojo la ropa del suelo cuando el vapor de la ducha comienza a empañar toda la habitación. Abro la puerta y el corazón me golpea con fuerza contra el tórax sacudiéndome del susto.

—¡Dios! ¡Qué susto me has dado! —me llevo la mano al pecho agitada en lo que trato de recomponerme. —¿No sabes tocar?

—Toqué, pero no contestaste, por eso entré. —dice con voz áspera.

Los ojos azules se tornan de un gris metálico y fijo la mirada en la forma rígida que mantiene su mandíbula. Trago grueso, la vena del cuello le palpita y la respiración irregular comienza a agitarme de igual manera cuando capto el sube y baja de mis pechos contra la toalla blanca. La tensión insoportable. Las feromonas que desprende su enorme y macizo cuerpo retan constantemente a mi autocontrol empujándolo al filo de una navaja que amenaza con cortarme.

—¿Qué quieres? —logro decir cuando mi mente vuelve a conectarse a mi cuerpo y me aferro a la toalla con ahínco para que no caiga.

—Saber cómo sigue tu tobillo. —bajo la mirada a mi pierna media hinchada, ayer me la torcí al caer y aunque no me duele, sí se ha puesto roja.

—No pudiste preguntarlo allá abajo. —lo recrimino. —¿O algo te impide ser amable en público?

Las hélices del helicóptero vuelven a arrancar con un ruido ensordecedor. Hayden se asoma por el balcón y da un puñetazo contra la columna de concreto a la vez que el sonido se va desvaneciendo.

—Vístete. —me ordena y vuelve cerrando la puerta. —Vamos a salir.

—Vete para vestirme. No pienso hacerlo delante de ti.

—No me interesa ver nada, así que vístete ahora.

—Sal —le ordeno señalando la puerta. —Tengo tiempo de sobra para discutir si quieres.

Suelta el aire de forma sonora llevándose las manos a la cintura en lo que me mira enojado dándose cuenta de que no pienso ceder y se da por vencido.

—Tienes cinco minutos. —advierte azotando la puerta a su espalda cuando sale.

Deshago el amarre de la toalla y comienzo a vestirme con afán previendo que vuelva a abrir y me atrape en ropa interior. Cojo las mismas zapatillas de deporte con que llegué, unos shorts cortos de denim y una camiseta ancha rosada. Me hago una coleta alta y ya lista giro el pomo de la puerta para salir cuando me lo topo frente a esta otra vez. Resoplo con fastidio y salgo cerrando la habitación.

—¿Lista, rubia?

—Sí, idiota. —pongo los ojos en blanco en lo que me dispongo a echar a andar.

—Por ahí no. —me detiene. —Saldremos por atrás.

Doy la vuelta y lo sigo en dirección opuesta a la entrada de la casa.

—Dime al menos a dónde vamos. —no recibo respuesta y me maldigo a mí misma por seguirle el juego mientras sigo caminando.
Bajamos por unas escaleras que no sabía que estaban al otro lado del pasillo. Las voces de los demás se sienten cada vez más lejos hasta que atravesamos unas puertas y desaparecen por completo. Hayden introduce un código en el teclado de la pared y las puertas del garaje se abren. Hay dos camionetas negras, un Mercedes rojo descapotable, algunas cajas de Amazon apiladas en una esquina y una podadora vieja que tiene pinta de no haberse usado en años. Por lo demás, ni rastro de mis amigos.

—¿Y los demás? —pregunto inquieta.

—No vienen. —se inclina dentro del Mercedes y presiona algo que hace que el techo comience a bajar.

—Si no me dices a dónde vamos, no pienso moverme de aquí.

Voltea a mirarme con fastidio y levanto el mentón cambiando el peso de mi cuerpo de un pie a otro a espera de lo que pregunté.

—Métete al auto. —ordena, pero no me inmuto.

—¿A dónde vamos?

—Eres una chiquilla latosa e insoportable. —gruñe viniendo hasta donde estoy.

Mantengo la mirada fija en sus ojos y mi postura firme antes de volver a hacer la pregunta.

—¿A dónde vamos?

—¡Al paraíso! Ahí vamos. —sus labios muestran una leve curva hacia un costado y da la vuelta entrando en el asiento del conductor. —¡Sube y ponte el cinturón!

Pisa el acelerador a fondo y la velocidad me pega al asiento. En menos de dos minutos ya estamos lejos de la casa, sabrá Dios camino a dónde.

La tentación de voltear a verlo es grande. Lo hago con el rabillo del ojo mientras él sigue con la mirada fija en la carretera. Se cambió de ropa y ahora lleva un short corto que deja ver sus tatuajes. Mantiene una mano sobre el timón y con otra se restriega la mandíbula como alguien que busca respuestas. Me cuesta descifrarlo, pero está molesto; la vena del cuello casi a reventar lo delata igual que los nudillos blancos por la fuerza con que aprieta el timón.

Pasamos media hora en la carretera con un elefante enorme e incómodo sentado en medio del auto que ninguno de los dos se atreve a espantar.

Muero de aburrimiento.
Me estiro para alcanzar la pantalla y poner música. Necesito oír algo más que el sonido de los carros de un lado a otro. Hayden voltea a verme por un segundo antes de volver la vista al frente y la mano me titubea. Veo una playlist ya programada, le doy play y subo el volumen antes de volver a hundirme en mi asiento.

—¿Tienes hambre? —pregunta de repente.

—Yo siempre tengo hambre. —Siento el sonido de su risa y me contengo de hacer lo mismo también.

—Cerca hay una tienda. Pararemos a comprar algunas cosas ahí y puedes pedir lo que quieras.

Quito el cinturón y giro completamente en el asiento quedando de frente a él.

—Ahora en serio, ¿me vas a decir dónde vamos? Me sacaste a escondidas de la casa, una explicación es lo menos que merezco.

—A un lugar que iba cuando era niño. —estira la mano libre y baja el volumen de la música. —Te va a gustar.

Vuelvo a mi lugar conteniendo la emoción. El corazón dentro del pecho me aletea como una mariposa a la vez que un regustillo extraño me baña el paladar.

Hayden tenía razón. No demoramos en avistar la tienda, es un edificio carmelita estilo vintage con techo de tejas rojo terracota. Alrededor no hay nada. Es una especie extraña de restaurante de carretera americano mezclado con una tienda de empeños de Las Vegas.

—¿Qué quieres comer? —pregunta Hayden cuando entramos al lugar.

—Lo que decidas está bien. —le doy libertad de escoger mientras mis ojos siguen perdidos en todo lo que me rodea.

Las paredes están decoradas con pósters de películas antiguas y musicales. *El padrino* es uno de los que reconozco. *Casablanca* también, y el musical de *Romeo y Julieta* cuelga en la esquina, justo al lado de una vitrina llena de objetos un tanto peculiares. No puedo resistirme a abrirla para curiosear cuando noto que son objetos que están a la venta.

Hay discos de música clásica en formato vinilo y casete, plumas de escribir y tinteros, un celular, una máquina de escribir y un celular antiguo. También hay una cámara Canon demasiado antigua para seguir funcionando a mi parecer. La tomo para verla de cerca; está en perfecto estado y detrás lleva un cartel que dice "funciona perfectamente". Quien la tenía hizo un excelente trabajo cuidándola. Contengo la emoción y vuelvo a dejarla en su lugar para cerrar la vitrina e ir a la barra donde Hayden espera.

—¿Terminaste de husmear todo? —Lo miro con mala cara y no respondo.

—Dos Red Bull, un agua grande, una ración de chicharrones, otra de empanadas, dos perros calientes y un paquete de papas. Eso sería todo, guapo. ¿Efectivo o tarjeta? —dice una mujer robusta de unos sesenta años que pone sobre la barra el pedido en bolsas para llevar.

—La cámara de la vitrina. —señalo el sitio donde estaba mirando. —Me la llevaré también.

—¿A tu novia le gustó, eh? —asiente ella sonriente y sale del mostrador sin darme tiempo a rebatir la afirmación.

—Oye. —le doy un golpe en el hombro. —¿Por qué hiciste eso?

—Te vi viéndola y parecía que te gustó.

—Sí. —asiento y se me salen todos los colores de la cara. —Pero no tenías que comprarla.

—Haría cualquier cosa para que no me jodas tanto. Así que cállate y cógela.

Arrugo la nariz en una mueca. <Que yo no lo joda tanto, dice.> pienso para mis adentros y niego con la cabeza cuando veo a la señora acercarse con la cámara en su estuche y un paquete de rollos en la otra mano.

—Aquí tienes, bonita. —me la tiende y vuelve a su lugar. —Un novio así no se consigue todos los días. —sentencia convencida.

—No es mi novio, señora. —la corrijo con seriedad. —Es un petulante engreído que me arrastró aquí a la fuerza y parece que se empeña en hacerme las vacaciones un asco.

Muestro una sonrisa cuando termino mi discurso y la mujer abre los ojos atónita mirando instintivamente a cada uno.

—Es mi hermana y no está bien mentalmente. —saca una American Express y se la tiende sobre el mostrador. —Cobre rápido, tengo prisa.

Recoge las bolsas y volvemos al carro. Él guarda todo en el maletero y vuelve a su lugar mirándome mal cuando ve que no hago el intento de ponerme el cinturón. Resoplo con fastidio entendiendo la indirecta y me lo coloco.

—La tregua entre nosotros parece que no funciona. —sentencia y pone el auto en marcha.

—Me amenazaron. Casi me golpean por tu culpa y te has dedicado a ser un cabrón desde que pusimos un pie en la casa. —me cruzo de brazos. —Claro que no funciona.

—Tendremos que arreglar eso. —dice divertido. —Quizás pactar algunas reglas y algunos beneficios.

—Ni lo sueñes. —abro la bolsa en mis piernas y saco la cámara. —Pero gracias por el regalo, me encantó.

La saco del estuche y la manoseo hasta que logro encenderla. Me recuesto a la puerta del auto buscando espacio y un mejor ángulo justo antes de disparar capturando el perfil serio del hombre a mi lado.

—La sacaré y te la enviaré enmarcada a tu casa. —bromeo. —Ese será mi pago.

—No sabía que te gustara la fotografía. —me mira con curiosidad.

—Nunca lo preguntaste. —hago otro disparo, creo que lo cogí con la boca abierta y echo a reír ganándome una mala mirada que no me importa.

—No se te ocurra enseñar eso. —amenaza.

—Tarde. Planeo publicarla por todo internet.

Anduvimos en carretera por unos cuarenta minutos más en los que hice decenas de fotos. Hayden detiene el auto en un descampado y me pide que baje. Miro a mi alrededor y no sé qué hacemos aquí porque no hay nada más que una caravana y un anciano con un perro que se nos viene encima.

—Pero qué lindo. —pongo voz tonta mientras lo acaricio y el perro se me tira al piso mostrando la barriga. —Qué cosita más buena. Verdad preciosa, ¿tú cómo te llamas, amor?

Me entretengo con el perro en lo que Hayden habla con el señor y vuelve al auto para levantar el techo.

—¡Vamos! No tenemos todo el día.

Me inclino dentro del auto y saco la cámara que cuelgo en mi cuello. Le hago una foto al can y me inclino para despedirme. El hermano de Claudia saca las cosas del maletero y comienza a caminar por un sendero entre los árboles.

—Espérame. —grito a la distancia y echo a correr. —¿Qué hay aquí? Porque de momento solo veo el lugar perfecto para que me mates y escondas mi cuerpo.

—Una playa. —dice sin más.

—¿Una playa? —abro los ojos sorprendida mirando alrededor en busca de algo que lo confirme.

—Sí. Tendremos que caminar un poco, así que procura hacer silencio y seguirme o consideraré lo de enterrar tu cuerpo aquí.

Caminamos unos quince minutos. Hace mucho calor y comienzo a hiperventilar por el esfuerzo de seguirle el ritmo. Veo unas flores silvestres de colores y me detengo para hacerles una foto, viendo sobre uno de los capullos una mariquita roja preciosa de la que saco varios disparos. Vuelvo a incorporarme con pesadez y me limpio el sudor de la frente para que no me caiga en los ojos. Todo me suda en estos momentos y la idea no es agradable. Los colores a mi alrededor parecen más saturados de lo normal; las fotos que tengo son espectaculares y creo que eso me compensa la caminata.

—Llegamos. —anuncia Hayden.

—Bien. —jadeo con las manos apoyadas en las rodillas.

Tomo aire y me incorporo solo para ver la maravillosa playa que se extiende frente a mí. Nunca he visto un azul turquesa como este que encandila la vista. La arena es blanca y suave. No hay sombrillas ni nada que tape del sol más que algunos árboles y palmeras. Es impresionante; miro todo anonadada mientras sigo los pasos de mi acompañante hundiendo los pies en la arena caliente.

—Este lugar es precioso.

—Es una playa salvaje. —pone las bolsas en la sombra y se quita el pulóver con un movimiento ágil—. Nunca viene nadie. Puede que dos o tres lugareños de los alrededores, pero nadie más.

No sé qué espectáculo es mejor que otro: la creación de la naturaleza o el cincelado y trabajado cuerpo frente a mí. Disperso la idea cuando noto una leve humedad en mi entrepierna.

También me descalzo y camino hasta la orilla para tocar el agua. Está tibia y deliciosa, perfecta para darse un buen baño. Le hago una seña a Hayden para que se acerque; está sentado tomándose un Red Bull y me dice que no desde la distancia.

—Vuelve aquí o te vas a achicharrar. —grita para que pueda oírlo.

Tiene razón, el sol está demasiado fuerte y no quiero que se me levante la piel por una quemadura. Camino sobre el mismo tramo andado y me dejo caer en la arena al lado suyo.

—El agua está deliciosa. —aseguro, apoyando la cabeza en la palma del brazo que afianqué en la arena.

Hayden también se acuesta, boca arriba, con las manos detrás de la nuca y cierra los ojos.

—Qué pena que no trajiste con qué bañarte. —dice con ironía y una sonrisa que le adorna la cara.

—¡Sí, qué pena! —repito entrecerrando los ojos—. ¿Me vas a decir por qué salimos así de la casa o no?

—Quería enseñarte esto. —bromea.

—Ofendes mi inteligencia. —repongo con fingida indignación—. Quiero la verdad.

Su mirada se fija en el horizonte durante unos segundos en los que pienso que no hablará.

—Llegó alguien que no necesitaba ver.

—¿Tu papá? —cambio mi punto focal al mismo que él.

—Ujum.

—¿Diferencias irreconciliables?

—Más que eso. —voltea a mirarme—. Es una historia complicada, pero básicamente hace años que no lo veo y mejor que siga así.

—Todos llevamos un poco de Roma dentro. —pienso en voz alta —. Estamos formados por ruinas, rotas e irreparables que son arte a los ojos que ven de afuera.

Eso último me salió del corazón, sin pensar, y se me clavó en el alma como un puñal. ¡Yo soy una de esas personas! Voy por la vida manteniendo una fachada con mis amigos, con Lorena, incluso conmigo misma. Desde el exterior, todo está bien, pero dentro lucho cada día para no derrumbarme y seguir adelante.
La melancolía en mi rostro supongo que es evidente por la expresión con la que Hayden me mira en estos momentos. Su mano acaricia mi pierna en un gesto que nunca esperé de él. El tacto me sobresalta y lo único que puedo sentir ahora es el calor que emana del roce sobre mi piel.

—Hay heridas que también son trofeos. —continúa—. Solo tienes que levantarte y aprender a vivir con ellas.

—¿Tú lo haces? —la pregunta sale corriendo de mis labios antes de que pueda capturarla.

La mirada de Hayden es confusa y oscura, se tiende sobre mí como algo a punto de cerrarse en cualquier momento. Volteo sabiendo que no recibiré nada y observo entre las hojas un pequeño zunzún que revolotea sobre nosotros.

—Cada día. —toma aire y luego lo suelta—. Las heridas están ahí; tú decides si te hunden o te elevan. Nunca van a desaparecer, pero sanarlas es nuestra responsabilidad.

Hola hola 👋🏻  un capítulo un poco largo, pero espero que les haya gustado, si es así no olvides dejar tu voto y un comentario diciéndome que te pareció 😉‼️❤️ 
Besitos........

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