La luna temía salir al firmamento.

El aire del bosque se encontraba cargado, lleno de poder, de antigüedad, de malicia. La luz se escondía sabedora de su posible destino.

El Sabbath había iniciado y la locura era la reina durante esa noche.

El aquelarre festejaba por todo lo alto, desatando sus más oscuras pasiones y ambiciones, llevando a cabo los actos más impuros y terribles. Sangre, lujuria, deseo, muerte... Todo era posible en la noche de los muertos.

Escuchaba sus risas, sus gritos, su placer, y lo único que podía hacer era llorar sin consuelo.

Allí se hallaba, atrapada en aquella jaula, encerrada como un animal con la única diferencia de que sí conocía su destino. La muerte.

Fue una tonta, una ilusa al desobedecer las órdenes de su familia. No debió creerse más lista que los sabios ni más valiente que los aguerridos soldados de su pueblo. Ella solo era una niña sin conocimiento que iba a sufrir su castigo.

La noche de brujas es para pasarla escondidos.

No dejéis que os vean.

Rezad al Señor por vuestra protección.

Encerrad a las mujeres y a los niños.

Pintad con sangre de carnero vuestras puertas.

Llenad las ventanas de flores blancas.

Y ella les gritó, les llamó necios por creer que las brujas les harían algo.

El calor de las grandes hogueras era perceptible incluso desde donde ella estaba.

Faltaban apenas unos minutos para la medianoche, el momento cumbre de la celebración, la hora del sacrificio al que las brujas consideraban su Todopoderoso.

Un sacrificio se haría esa noche y ella era la ofrenda a matar.

Las lágrimas corrían raudas por sus mejillas, la sal empapaba sus labios, la angustia estrujaba su corazón. Nadie iría a por ella, ni siquiera su más profundo amor.

La jaula fue abierta y ella liberada.

Demasiadas manos cogían su frágil cuerpo. Las uñas se clavaban en su piel, el olor a humo, incienso y especias aturdieron a su olfato, la falta de luna y estrellas en el firmamento fue lo que apreció su visión, la melodía salvaje estalló en sus oídos.

Risas histriónicas, tambores retumbando, cantos paganos. Plegarias al diablo y rezos a Satán. El llanto apenas se escuchaba ante tal estruendo.

Fue arrastrada sin cuidado hasta una tarima de madera adornada con extraños dibujos. Fue despojada de sus ropas para envolverla en una suave seda escarlata. Fue amarrada por las muñecas a lo alto del poste de la tarima. Fue abandonada a la espera de la tan ansiada llegada.

Gritó. Gritó desesperada, arrepentida y aterrorizada.

Solo era una joven, con toda una vida por delante. Ese no podía ser su final, no podía morir.

Pidió auxilio, pero este jamás llegó.

La medianoche se dio y una roja humareda se formó frente a ella. Juró ver el mismo infierno, a los muertos, al demonio.

El humo la rodeó y sintió su presencia apoderarse de su cuerpo. Rezó una última plegaria, llena de dolor y traición.

El humo finalmente desapareció y con él su sacrificio.