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XIII. Paradise

—¿Piscis, has descubierto algo? —preguntó Gabriel a una chica de cabellos azules, ya encontrándose en la escena del crimen.

—Gabriel, déjala hacer su trabajo —le dijo Julián cogiéndolo por un brazo, para apartarlo de Piscis, que examinaba a un cuerpo tirado sobre el suelo—. Además, Piscis es la discípula del mejor médico forense de la ciudad Zenón, la capital del país. Mírala —apuntó a la chica con la cabeza—, si hasta se tiñó el pelo igual que Leo Odio, su maestro.

—Julián es que ya no soporto más no poder atrapar a ese bastardo —resopló con hastío por la nariz, colocándose las manos a ambos lados de la cadera. Gabriel se mostraba impaciente.

—Como tú estamos todos amigo —palmeó su hombro derecho—. Ese hijo de puta nos tiene hasta las bolas irritadas; pero lo vamos a coger, ten fe.

—¿Julián, acaso no ves estamos en una encrucijada?, ni siquiera sabemos si es hombre o mujer y aunque su patrón de asesinato es el mismo, no entiendo el vínculo entre sus víctimas...

—O tal vez no hay ninguno —dijo Julián, interrumpiéndolo—, tal vez solo mata por placer. No debería sorprendernos, en el mundo ha habido casos similares.

—Señor, su patrón de asesinato ha cambiado —mencionó Piscis de repente, arrodillada ante el cadáver.

—¿Cómo? —Gabriel junto a Julián se acercaron a la chica y al cuerpo en el suelo—. ¿Cambió su patrón?

—La víctima se nombraba Justin Stone —comenzó a explicar, con el carné del hombre en la mano, que había sacado de su billetera—, sexo masculino, 35 años, vivía en esta misma calle. —Se apartó un poco para que los detectives pudieran ver mejor el cuerpo—. Presenta cinco heridas perforocortantes en la región del abdomen, producidas por arma blanca, de más o menos 4 centímetros cada una, a consecuencia de las cuales sufrió un shock hipovolémico, me atrevo a decir —se levantó—; eso le provocó la muerte.

—Dijiste que el patrón de asesinato de ese bastardo había cambiado —mencionó Gabriel, frustrado—, ¿en qué cambió?

—Por las heridas tanto la víctima como el asesino se encontraban de pie, uno frente al otro —se agachó nuevamente, esta vez frente a la cabeza del hombre muerto, y la giró con una mano, cubierta por un blanco guante, hacia la izquierda—. ¿Lo ven? —en el cuello del hombre se veían dos pequeños hollos—, son marcas de colmillos, fueron provocadas después de recibir las puñaladas, y antes de morir. Por eso digo que su patrón cambió, antes el asesino no dejaba esas huellas.

—¿Colmillos? —se cuestionó Gabriel, casi en susurros, pensativo.

—Cualquier otra información que quieran, lo sabremos en la necropsia.

—Está bien, gracias Piscis —le dijo Julián—, hiciste un gran trabajo.

—Gracias señor.

—¿Gabriel, estás bien? —preguntó al verlo un poco ido.

—Colmillos —reiteró, esta vez más audible. «¿Un vampiro?», se preguntó a lo interno. «¿Edward?; pero si apenas lo conozco»—. No puede ser.

—¿Qué cosa no puede ser? ¿Gabriel te encuentras bien?

—Sí, no te preocupes —miró al cuerpo exánime en el suelo—, estaba pensando en idioteses.

—Ah, señores, olvidé decirles algo —comentó Piscis—. La data de la muerte fue alrededor de las 9:30 a 10:30 de la noche y, la víctima tiene aliento etílico.

—¿Estaba borracho? —preguntó Julián.

—Diría que no —contestó la chica—, pero sí que bebió bastante licor. Debe haber algún bar cerca de aquí.

—Sí lo hay —mencionó uno de los agentes que investigaba los alrededores, al escuchar la plática—. Ese lugar que ven a unos quince pasos de nosotros, es el bar Paradise —todos lo miraron extrañados—. Sí, tiene el mismo nombre que la calle, es un bar clandestino, por eso no hemos oído hablar de él, cuidan mucho las apariencias. Y también, es un bar de gays.

—Ya veo por qué son tan reservados —expresó Julián, haciendo una mueca de asco.

—Bien, vamos a entrar allí —Gabriel se dirigió al sitio, pero fue detenido por Julián.

—¿Estás loco hombre? Es un bar de gays, debe ser un sitio horrible, ¿quieres entrar ahí? No seremos bienvenidos, somos detectives.

—Julián, vivías quejándote porque no iba a ningún bar, y ahora que quiero entrar en uno me detienes.

—No bromees hombre —se colocó frente a Gabriel—, esto evidentemente no es lo mismo.

—Julián, no voy al bar a buscar pareja, sino pistas. Quiero atrapar a ese maldito a cómo de lugar —apartó a su amigo, se dirigió al bar y entró en él.

—Oh diablos —se puso las manos a ambos lados de la cabeza y dio saltitos sobre las plantas de los pies—, este hombre está loco —bajó las manos y suspiró—. Dos más, vengan conmigo, y estén alerta.

Julián junto a dos agentes entraron a Paradise, al hacerlo las parpadeantes luces de colores, el olor a alcohol, perfumes, sudor y sexo los rodearon. Y en medio de todo aquello, se encontraba Gabriel.

El joven detective miraba todo algo aturdido, el lugar estaba lleno de gente extraña, música sensual y dos barras, donde dos hombres semidesnudos bailaban de forma atrevida.

En medio del amplio salón que era el lugar, habían tres sofás que formaban una U, adornados con grandes almohadones; frente a las barras habían un total de 7 mesas algo pequeñas y gente, o más bien hombres, que ofrecían dinero a los que bailaban en el tubo.

Los sofás, ocupados por personas desconocidas, eran de un color rojo vivo; en dos de ellos, el del centro y el de la derecha, cuatro hombres de diferente estatura, color de piel, edad y complexión física, disfrutaban restregándose unos contra otros. En el sofá de la izquierda, un tipo dormía completamente sin ropa, con el trasero empinado hacia arriba y una botella que aún contenía algo de líquido en su mano derecha, posicionada cerca de su boca, la cual permanecía abierta, pegada al almohadón del sofá.

—Santo Cristo, ¿qué lugar de perdición es este? —preguntó Julián, acercándose a Gabriel—. Amigo, vamos a lo que vinimos y salgamos de aquí rápido, si sigo mirando este sitio creo que vomitaré.

Gabriel junto a Julián y los otros dos agentes se dirigieron al mostrador del bar, donde un hombre de rubio cabello expendía bebidas.

—Buenas noches —saludó Gabriel al acercarse.

—Buenas noches caballeros —dijo el hombre—. Nunca los había visto por aquí, ¿qué se les ofrece?

Gabriel sacó su placa de detective y se la mostró al camarero.

—A unos quince pasos de este bar han matado a una persona —mencionó sin pelos en la lengua—. Estamos investigando.

—Oh ya veo, por un momento creí que el bar estaría en problemas.

—Tranquilo, su bar puede seguir dando cobijo al pecado, eso no nos interesa, sino buscar al asesino.

—¿Dando cobijo al pecado? —se echó a reír—. Detective, para decir esas palabras, ¿acaso es virgen? —Ante la pregunta Gabriel casi palideció—. Y de hecho, cómo sabe que soy el dueño del bar.

—¿Y usted cómo sabe que yo...? —detuvo sus palabras, era mejor no seguir, además no había ido a hablar sobre su situación sexual—. En fin, ¿acaso conoce a alguien llamado Justin Stone, frecuentaba este sitio?

—No me digas que Justin... —el rubio se tambaleó un poco—. Diablos, así que mataron a ese hijo de puta —sonrió tembloroso—. Oiga detective, ese malnacido era un cliente fijo de este bar, siempre se acostaba con los hombres más jóvenes y lindos, ellos lo hacían porque él les daba un buen pastón después del sexo —se encogió de hombros—. ¿De dónde sacaba tanto dinero? Pues ni idea, lo único que sé, por los comentarios de los chicos, es que le gustaba que fingieran que era su primera vez y cuando eso pasaba, ese hijo de puta los violaba —sacó un cigarrillo y un encendedor del bolsillo de la camisa blanca que vestía, se colocó el cigarrillo en la boca y lo encendió con manos temblorosas—. Tuvo su merecido, saben.

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