Desde el fuego. Francesas hechas de oro
La mañana se alzaba cálida.
Ellos aún estaban metidos en su cama, abrazados y sintiendo una vez más ese amor que tanto se profesaban mutuamente y que aún tenían a pesar de tantos años transcurridos.
Habían sido enviados a una misión en París y habían decidido no ir solos. Decidieron llevar a su pequeño gran amor con ellos. Pero aún así, se tomaron la mañana de ese último día allí solo para ellos.
Dulces besos eran proporcionados por toda su espalda. Desde la nuca hasta sus muslos, recibían esas dulces caricias que tantos suspiros le sacaban cada noche.
Se fue girando lentamente hasta quedar frente a esos ojos color turquesa que tanto amaba.
-Mi amado Camus... Cuánto te amo.
-No sabes el amor profundo y verdadero que siento por ti. Milo eres todo lo que más adoro en mi vida.
Un beso cargado de cariño se dió lugar y desde ese instante las palabras comenzaron a sobrar.
Con premura y poca paciencia, las caricias comenzaron a hacerse más y más demandantes al igual que los besos y los abrazos. Estaban sumidos en ese mágico mundo que sólo ellos sabían crear a la perfección y tanto adoraban compartir.
-Vamos, mi amor, no temas porque yo ya no lo hago... Hazme tuyo una vez más.
El de largas hebras aguamarinas se abalanzó hacia él y besándolo con más pasión que antes, fue irguiéndose con el escorpión aprisionado entre sus brazos, y poco a poco fue perdiendose dentro suyo.
Los suspiros del peliazul llenaron el ambiente al sentir como su adorado acuariano comenzaba a moverse de forma lenta pero constante y firme.
Aquélla primera vez en que todo comenzó. Se veía tan lejana pero cuando estaban en esta situación, parecía que hubiese sido apenas si unas horas atrás.
Aquella vez en que Stéphan fue concebido y en él se quedaron las esperanzas de hacer más grande ese sueño de una familia.
El tiempo de ese encuentro se le pasó en una eternidad, puesto que estaba tan pendiente de las caricias contrarias que no deseaba que se acabara jamás. Los besos y el toque de Camus le arrebataban la razón y él gustoso se dejaba arrastrar por ese torbellino de pasión que ambos creaban entre sus sábanas.
-Te deseo en mi hasta el final.
-No tendremos vuelta atrás, Milo.
-No me importa... Ha pasado mucho tiempo y necesito sentirte por completo hasta el final.
El galo simplemente se dejó llevar por las palabras de su amado y siguió adelante con aquél excitante acto de amor que lentamente llegaba a su ocaso.
Apretó sus manos más a las caderas del griego de cabello azul y mientras clavaba sus uñas en esa piel de sol que añoraba cada día de su vida, comenzó un vaivén más y más rápido, más constante y fuerte que anteriores veces. Esa fue la clara señal para Milo de que todo ya concluiría y llegaría a ese lugar de eterno placer en el que amaba estar con Camus.
Una de las manos del francés comenzó a acariciar su intimidad a medida que se iba acercando al final de aquél acto y en un jadeo que llenó el silencio de toda la habitación, se entregaron al éxtasis total para desplomarse entre las sábanas, unidos en un abrazo tan fuerte que parecía que nada los separaría.
-Te ves tan lindo.- Camus corrió los cabellos que se le habían pegado en la frente, debido al sudor. -No puedo creer que seas mío.
-Solo tuyo y es para siempre.- Respondió con la voz cargada de cariño, mientras levantaba su mano derecha y le hacía notar el anillo de boda.
Habrían seguido metidos por mucho tiempo más en ese bello momento de ensueños, de no ser porque la puerta de la habitación comenzaba a abrirse lentamente.
-Papi Milo... Papi Camus...
-¿Qué pasa cubito? Ven, acércate.
El pequeño se adentró con vergüenza hasta donde estaban sus padres, se subió con algo de dificultad a la revuelta cama y bajando la mirada le extendió una pequeña pieza de hielo al peliazul.
-Mi vida que bonito...
Cayó un momento al no encontrarle una forma lógica a lo que su hijo le había entregado.
-Mariposa, Milo. Es una mariposa.
-¡Claro que lo es! ¡Y es hermosa! Gracias Stephan.
El menor lo miró con algo de enojo pero rápidamente le sonrió y se acercó para darle un beso, aunque tan rápido como se acercó, retrocedió nuevamente hasta su lugar.
-¿Qué pasa bonito? ¿Porque no me das un beso?
-Estas sudado y hueles raro... Y tienes pegote en la panza. Yo así no te toco.
Acabó de hablar y se bajó de la cama para irse corriendo de la habitación. Apenas lo vieron marchar, no pudieron evitar estallar en una gran carcajada.
-Ese niño será todo un santurrón.
-Acuario, cariño.- Respondió el francés con una pequeña sonrisa.
-Me alegra que sea igual a ti.- Apoyó su cabeza sobre el hombro del peliaguamarina mientras se quedaba viendo lo que Stéphan le había dado. -¿Y porque me dió esto?
-Además de porque está prendiendo a manejar su cosmos... Feliz cumpleaños, bicho hermoso.
El escorpión abrió sus ojos con verdadera sorpresa.
-¿Qué ya estamos en noviembre?
-¡Eres un tonto!
-Pero tu tonto.
-Mio y solo mío.
Milo volvió a abrazar al galo, mientras que este perdía su olfato entre las descontroladas hebras azules de ese que tanto amaba.
En menos de lo que imaginaron, nuevamente estaban entregándose a aquél frenesí divino de pasión.
•
•
Los gritos de la pequeña peliceleste empezaron a retumbar por todas las paredes de la sala del Patriarca. Los presentes se giraron al escuchar aquellas estridentes quejas y a final de cuentas tuvieron que contener la risa al ver a DeathMask entrar con su pequeña hija en brazos, quien quería zafarse del agarre de su padre a como diera lugar.
Apenas si llegó al lugar que le correspondía en aquélla mesa que estaba dispuesta en medio del templo principal, hizo que la pequeña se sentara y le dio una muy mala mirada a su niña.
-Berrinches no.
-¡Nunca interrumpas a una reina cuando está divirtiéndose!
-¡Gianara! ¡Berrinches, conmigo, no! ¿Entendido?
La menor solo frunció su nariz y cruzándose de brazos miró hacia otro lado con marcado enfado. El italiano solo suspiro cansado mientras se frotaba las sienes.
-Una vez creí que sería lindo tener dos Afrodita... Mierda, que equivocado estaba.
-Lo dices porque no tienes paciencia.
DeathMask se giró un poco y centró su mirar en el pequeño Aries.
-Y tú lo dices porque, en primera, aún no has dado a luz y en segunda, no tendrás que soportar una mini-Dite. Aunque pensándolo mejor, si sale igual a tu esposo, será mucho peor que una mini-Dite.
Mu lo miró con algo de molestia mientras que Shaka solo lo ignoró. Sabía que su hija sería su heredera pero también sabía demasiado bien que saldría demasiado parecida a su adorado borreguito.
Trataron de que ni las palabras del Cáncer o los berrinches de la pequeña piscis, que se incrementaban cuando el sueco estaba su lado, dándole todo lo que pedía y más, no los molestarán en absoluto.
Estaban allí por algo grande y no querían desviar la atención de lo realmente importante.
Ese día era navidad y por primera vez en años iban a celebrarlo todos juntos.
Por primera vez en mucho tiempo, todo estaba en paz y a salvo. Las vidas de todos marchaban de excelente manera y habían tomado esa fecha de diciembre como una gran oportunidad para celebrar todo lo bueno que estaba ocurriendo, entre otras cosas.
En el instante en que Aldebaran arribaba con Shaina tomada de su brazo, consideraron que ya era hora de comenzar la velada... De no ser por un pequeño detalle que todos pasaron desapercibidos hasta ese momento.
-Oigan... ¿Y Milo, Camus y Stéphan?
A la pregunta del pequeño León Dorado, le siguió un largo silencio que sólo se cortó cuando el castaño arconte de Sagitario, se puso de pie y se marchó de la sala.
-¿Quieres que te acompañe?
Volvió sus pasos al escuchar hablar a su esposo.
-Quédate con Magnus, intentaré no tardar.
Le dio un beso a Saga y uno al pequeño Géminis, que estaba sentado en silencio al lado de su padre, mirando con cierta desaprobación hacia su prima Gianara.
Aioros se dirigió con calma hasta la octava casa. Se preguntó que podría ser la razón por la cual esos dos se estaban demorando tanto.
Su primer pensamiento fue que estaban metidos en una situación que provocaría que Stéphan acabara siendo el hermano mayor.
Pero al final, resultó que la tardanza de ellos se debió a algo diferente.
-Hey, Cam, ¿Qué está pasando?
El acuariano estaba recostado sobre el sofá, con su hijo durmiendo en su pecho. Estaba algo adormilado pero enseguida volvió en sí mismo cuando escuchó al castaño hablarle.
-Hola Aioros. ¿Qué pasa?
-Yo te pregunté primero.- Dijo con una leve sonrisa. Se sentó a su lado y con cuidado tomó al niño, que no se molestó por eso y siguió durmiendo como si nada. -Esa actitud es igual a la de Milo.
-Es la mezcla justa de los dos.- Le respondió refregándose los ojos. -¿Qué te trae aquí?
-Ya estamos todos en la sala del Patriarca, me sorprendió que no estuvieran allí, ya que aún con todo lo que significa criar un niño que es hijo de Milo, siempre has sido muy responsable y se me hace raro que ya no estuvieran allí.
-Milo salió hace rato y aún no ha vuelto. Y en cuanto a este revoltoso, trato de hacer lo mejor que puedo, pero aúnque no lo creas, él se parece más a mi que a Milo. Al menos cuando está calmado, que es la mayor parte del tiempo, pues cuando se enoja, mejor ten cuidado.
-Mejor lo alejó de Magnus, pues con la paciencia que mi hijo tiene, podría pasar cualquier cosa con semejantes diferencias.
Una risa bastante fuerte hizo eco en toda la sala de escorpio e hizo que Stéphan se despertara y los mirara enfadados a ambos.
-Lo siento, pequeño. No quisimos despertarte.
-Pero lo hicieron.- Se cruzó de brazos e hizo un pucherito leve que casi de inmediato quitó al dirigir su mirada a la puerta de entrada del templo y ver llegar al peliazul. De inmediato abandonó el regazo de Aioros y corrió hasta él. -¡Papi Milo!
-¡Mi cubito!
Lo sujetó entre sus brazos, con algo de cuidado y eso no pasó desapercibido para el francés, pues Milo siempre que sujetaba a Stéphan, lo elevaba muy alto y comenzaba a hacerle cosquillas. Pero esa vez no hizo eso y le extrañó demasiado. De inmediato supo que algo se traía el menor y debía averiguarlo lo más pronto posible. Más la curiosidad le creció al ver que Milo llegaba con un sobre mediano en sus manos que no evitaba esconder.
-Lo siento. A ambos. Pero hacer lo que quería me tomó un poco más de tiempo del que creí.- Milo se acercó al Acuario y le dió un beso en la mejilla. -Espero no se enfaden conmigo.
-Siempre y cuando no te tome más tiempo y vayan rápido a la reunión. Todos están algo impacientes.- Le comentó el castaño.
-Denme cinco minutos y estoy listo.
Dejó al pequeño en el sofá y fue corriendo a su habitación a vestirse. Aioros sonrió y haciendo una seña leve a Camus, abandonó el octavo templo.
Mientras tanto, Camus le pidió a su hijo que se quedará quieto en su lugar mientras él iba a ver a su padre.
-¿Todo bien?- Cuestionó rápidamente apenas si entró al cuarto.
-Eh? Si cariño, está todo más que bien.
La sonrisa del menor, era más grande de lo usual y por alguna razón eso le daba algo de desconfianza.
Debía de indagar lo más profundo y más rápido que pudiera, acerca de lo que sea que Milo estuviese haciendo.
-¿A dónde fuiste?
-Pronto te lo diré.- Se acercó al galo y le plantó un fuerte beso en medio de su boca. -Pero te juro que no es nada malo ni algo parecido.
-Espero que así sea. Te permito que me jodas a mi pero si llegas a hacer llorar a mi hijo, te juro que te mato.
Acabó de hacerle el moño a la corbata del peliazul y algo enojado abandonó la habitación que ambos compartían. Milo se le quedó mirándo algo desconcertado y también con algo de tristeza por qué su esposo estuviera desconfiando de él.
Se puso su saco y se dispuso a salir con destino al templo principal. Creyó que Camus y Stéphan ya estarían en camino, pero se sorprendió al ver que aún estaban allí.
-¿Nos vamos?
-Claro. ¿Vamos pequeño?- Milo extendió sus brazos para cargar a su niño pero este casi de inmediato extendió su mano y una leve ráfaga de viento helado se extendió hacía el griego. -¿Stéphan que te pasa!?
-¡No quiero ir contigo!
Se bajó de su asiento y corrió hasta Camus, quien lo recibió con mucha preocupación pero con una tierna sonrisa para que el infante no se sintiera más mal de lo que al parecer se sentía.
-Mas te vale decirme que demonios te traes y porqué el niño de repente no quiere estar contigo.- Le increpó por cosmos mientras se marchaba.
Milo los miró con tristeza mientras los seguía de cerca, aunque tuvo que detenerse un instante ya que un fuerte dolor le recorrió la espalda entera. Allí empezaba. Lo mejor era decirle de inmediato para no tener preocupación alguna.
Ya en la cena, se sentía un ambiente bastante tenso, por decirlo de alguna manera. Al principio estaba todo bien, pero poco a poco, se empezó a hacer insoportable el ambiente.
Dite consentía cada capricho de su hija y eso hacía que DeathMask lo mirara de mala manera y hasta le dejara claro que no quería que eso continuara, pero el de Suecia hacía oídos sordos.
Saga y Aioros estaban demasiado preocupados porque, por los gritos y llantos de la pequeña piscis, Magnus se estaba poniendo considerablemente nervioso y no podían hacer algo concreto para calmarlo.
Mientras que Shion y Mu se miraban de una muy mala manera, ya que en el momento en que ocurrió, Mu no le dijo a Shion que esperaba un bebé y luego Mu se enojó con su Maestro por la misma cosa. Shaka y Dohko nuevamente intentaban que llevarán paz pero estaban tan rebasados en hormonas que era imposible que se pusieran de acuerdo en algo los dos Aries.
Y a la punta de la mesa, estaban Milo y Camus, solo separados por su hijo, que ponía mala cara apenas si Milo se le acercaba para algo.
-Pequeño, que te pasa? ¿Porque estás así conmigo?
Stéphan apenas se giró para mirarlo y dejó salir un gruñido mientras se volteaba a ver a su papi Camus. Este también estaba algo desconcertado con el repentino actuar de su hijo aunque estaba seguro de que Milo realmente había hecho algo para que esté se comportará así.
-Milo, tienes algo que decirme?
-Pensé que esto era una cena, no un interrogatorio.
-Mira a tu alrededor. Esto, poco a poco pasó a ser cualquier cosa menos una cena. Dime que está pasando.
-¿Quieres hacer una escena aquí?- Dejó salir con la mandíbula tensa por el enojo que estaba empezando a sentir.
-Quiero que me digas la razón por la cual el niño de repente no quiere acercarse a tí.
-¡Y yo que voy a saber!
El fuerte grito hizo que todos callaran y se quedarán mirando estupefactos al menor de la orden, quien se sintió muy invadido al darse cuenta de que todas las miradas de los presentes estaban puestas en él y solo en él.
-Lo lamento, no quise arruinar la velada.- Dejó la copa de agua que había sostenido pero no llegó a tomar aquél claro líquido, ya que lo devolvió a su lugar y se puso de pie. -Por favor, continúen. Yo me retiró. Buenas noches y disculpen nuevamente.
Sin siquiera mirar a su esposo o su hijo ni tampoco esperar a saber si lo seguirían o no, acomodó su asiento y tan rápido como pudo, abandonó el salón.
-Shura, puedes cuidarlo un momento?
-Claro, Cam. Déjamelo y ve tranquilo.
-Gracias.- Tomó al pequeño acuario y lo sentó en el regazo del español. -Stéphan, quédate con el tío Shura y haz todo lo que te diga, ok?
Solo le asintió y Camus se marchó casi corriendo. No estaba preocupado por el niño, después de todo, su hijo ya tenía seis años y sabía cómo comportarse. Pero al parecer, quien no sabía hacerlo, era aquel escorpión de más de veinte años con el cual se había casado.
Al ver las puertas del salón cerrarse, Dite no aguantó y salió al ataque para tratar de averiguar qué era lo que pasaba, y sabía que Stéphan nunca le ocultaba nada, ya que confiaba mucho en el último guerrero, por siempre estar mimandolo y dándole todo lo que quería y no podía conseguir mediante sus padres.
-Stéphan, cariño, cuéntale a tu tío Dite que está pasando.
-Es que papi Milo tiene un bebé en la panza y ya no va a quererme más por eso... Por eso no quiero tenerlo cerca.
Lo siguiente que se escuchó apenas el menor acabó de hablar, fue la copa del italiano de Cáncer caer al suelo debido a la impresión que esa noticia le causó.
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-¿Es una broma cierto? Tiene que serlo.
Milo, que no podía dejar de llorar al momento de decirle lo que en verdad pasaba, le extendió aquél sobre de manila que Camus no dudó en abrir para corroborar que lo que su esposo le decía era una simple broma muy bien actuada.
Pero al sacar los papeles que allí habían, tuvo que buscar apoyo contra la pared, para luego dejarse caer lentamente hasta estar sentado en el piso.
De verdad que creyó que era una broma pero allí estaba los análisis de sangre que daban positivo a la prueba de embarazo y entre otros papeles, estaban las imágenes de un ultrasonido que mostraba dos fetos.
-Milo...
-Son dos niñas...- Le dijo con un hilo de voz y casi con pena.
Camus no le respondió a nada, solo se arrojó sobre el griego y lo abrazó con mucha fuerza y demasiada alegría.
-Te amo. Te amo Milo... Te amo.
-No tanto como yo te amo a tí.
Siguieron abrazados en medio del piso del pasillo, que daba a las habitaciones privadas de Escorpio, durante largos minutos y para cuándo se separaron, una calidez tremendamente bella y reconfortante los rodeó.
-Por lo que aquí dice... ¿Acaso pasó...?
-Aquel último día en París. Me diste el mejor regalo de cumpleaños de todos.- Milo le tomó de las mejillas y lo besó con mucho cariño. Camus le correspondió con más amor que el acostumbrado. -Tenias razón... Ese viaje sería algo mágico.
-No tanto como creí. Es mucho más mágico de lo que imaginé.
Volvieron a abrazarse pero esta vez, al cerrar sus ojos para sentir más profundo ese cariño, Milo sintió su cuerpo más liviano y se dejó llevar por ese sentimiento de calma.
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Cuando abrió sus ojos nuevamente, lo primero que hizo fue ubicarse donde estaba.
Unos breves segundos después, giró a su derecha su mirar y sonrió con auténtica felicidad al ver a su amado acuariano dormir profundamente con su bebé en su pecho.
Stéphan apenas tenía unos veinte días de nacido y se sentía el hombre más afortunado de todo el mundo.
Se levantó con suavidad pero justo cuando iba a abandonar la habitación, el recién nacido comenzó a sollozar, y para que el peliaguamarina no perdiera su sueño, tomó en sus brazos al niño, lo envolvió con una manta y salió hacía la sala para arrullarlo y así calmarlo.
-Ya mi príncipe de hielo, tranquilo. Todo está bien. ¿Tienes hambre? ¿O que es lo que tienes?- Poco a poco, ese bebito parecido a él comenzó a abrir sus ojos y se lo quedó mirando fijamente, para después esbozar una pequeña sonrisa que hizo sonreír también a su padre, más llenarlo de ternura al verlo bostezar y cerrar nuevamente sus ojos. -Te prometo que jamás dejaré de amarte, Stéphan. Te esperé y te deseé tanto... ¿Cómo podría dejar de quererte?
Cuando vio que estaba dormido nuevamente, regresó sus pasos a su cuarto y lo dejó en la cuna que estaba dispuesta al lado de la cama de ambos. Luego se acercó a Camus y se lo quedó mirando fijamente por un largo tiempo mientras seguía sonriendo tontamente.
-Te amo mucho, mi cubito.- Se inclinó sobre él y le dejó un beso en la frente, que hizo que Camus también sonriera y se removiera en su lugar, para seguir durmiendo tranquilo.
Milo lo dejó, solo volvió a irse de aquél cuarto.
Pero al cerrar la puerta detrás de sí, no pudo evitar el rodear su propio vientre y que un par de lágrimas se le escaparan.
Él bien sabía que los sueños, desde la llegada de la Diosa de cabello rubio, junto su hijo y el otro Dios, eran cosas que no se les presentaban al azar.
Camus soñó con su embarazo y que daría a luz justo el mismo día en que se casaban, y finalmente así sucedió.
Si él mismo estaba soñando, de una forma recurrente, con que serían padres nuevamente, sabía que así sería.
Lo desalentaba un poco el saber que tal vez pasaría cuando Stéphan tuviera seis años, pero le ganaba el sentimiento de calma, ya que al final de cuentas, tendrían a sus dos niñas en algún momento.
Siguiendo un impulso que le salía de lo profundo del alma y con el corazón latiendo a mil por hora, salió corriendo del templo del escorpión celestial hacia la onceava casa. Tenía que buscar y ver todas las cosas que habían comprado para Arya y finalmente no habían podido usar.
Si bien creía que faltaba tiempo, comenzaría a soñar despierto desde ese mismo instante, en que decidió escuchar la voz de sus sueños.
Pero por la prisa que llevaba, no vio que justamente aquella mujer rubia lo miraba con una divertida mueca adornando su rostro, mientras que detrás de ella, su hijo y el otro pelinegro, la miraban con mucha molestia.
-Madre...
-Yo le avisé. Si no sabe interpretar un sueño, allá él.
-Piensa que quedará en estado en unos años. No puedes romper sus esquemas una vez más.
-Puedo y lo haré.- Se giró y los encaró a ambos. Su seria y fría mirada reflejaba que no cambiaría por nada ni por nadie su conducta. -Él me lo debe.
-¿A qué se refiere, mi señora?- Preguntó algo extrañado el de la nostalgia.
-Venganza. ¿Si no que más quisiera del escorpión Milo?
Salió del octavo templo pero solo dió unos pocos pasos y se detuvo tan rápido como comenzó a caminar, pero siempre sin dejar de mirar el camino que Milo había tomado.
-Quiere París en noviembre... Pues tendrá París en noviembre... Aunque tal vez, no como lo imagina ¡Pero vaya que recordará para siempre ese viaje!
Sin más, desapareció dejando a los dos jóvenes muy enfadados y con la seguridad de que a ambos guerreros enloquecerian pero por otro lado estaban tranquilos, ya que finalmente podían dejar de preocuparse por el bienestar de aquellas dos niñas.
Ahora sólo les restaba esperar... Con tanta o con mas impaciencia que los propios dorados involucrados.
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¡Hola! ¿Cómo están? ¿Sabían que el nombre Arya significa"Noble"? Qué lindo. Me enteré hace poco.
Esto vendría sucediendo después de la conversación que tuvieron todos con Afrodita.
Bueno, como prometí *creo* hace unos meses, aquí está la segunda parte del oneshot "Arya".
Y obviamente, al igual que Arya, ¡Esta historia sale para celebrar el cumpleaños de nuestro adorado bicho de oro!
Espero que les guste. :)
¡Besos! ¡Las quiero!
PD: Pronto saldrá la última parte! "Constante" será su título. Así que esperen un poco más.
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