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Te encontró tu hermano. Sabías que no lo conseguirías, pero lo intentaste.
—Ella no lo vale— habló casi escupiendo rabioso —. Yo también estoy roto y aún así no trato de matarme. Imbécil — agregó.
—Cállate Nicolás — exigiste —. No eres nadie para juzgarme, cada quién se mata a su manera, esta es la mía, no me juzgues. Pues yo, no me meto en tus líos — recalcaste, te volteaste. Dejaste de oírlo.
— Eres un cobarde — soltó azotando la puerta.
No dijiste nada.
Pero tenías ganas de gritar, romper algo.
La rabia poseía cada fibra de tus venas envenenadas ya de odio hacia ti mismo.
Oh Noah...
¿Cuándo llegaste a este punto?
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