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Para tú suerte el frío no sólo azota tú alma, también tu ciudad.
No te he visto comer nada aún.
Aunque es normal tú desaparición, hasta tu madre nota tu enorme dislocación ante la realidad.
—Cariño.
Te llama, tú no oyes.
—Aquí siempre estaré para ti.
La miras, te sonríe, se marcha y no dices nada.
Como siempre.
El silencio te puede más que el sonido en si.
Te maldices por ser así.
—Te odio — susurras al romper con tus lastimados nudillos el espejo — ¡Te odio!— gritas a aquel reflejo que te da tanto desprecio.
—Ojalá te mueras — responde el reflejo roto.
— Ojalá— le dices, y te vuelves a escapar por tu ventana.
Noah, ya no sé cómo ayudarte.
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