Ángelo Vryzas Savvidis, como era el nombre del griego, fue mi primer compañero en un trabajo. Solía hacer las cosas solo, era mejor desde cualquier punto de vista. Sin embargo, por insistencia de su tío quien pidió mi compañía.
El trabajo no era otro más que dar con el paradero del asesino de su hermano, cazarlo y desaparecerlo. Estaba convencido podía hacerlo solo, pero William tenia sus dudas. Hasta yo las tuve, ese enorme cuerpo no le resultaría productivo en nada.
¡JA! ¡Que equivocada estaba! Mi trabajo no fue otro, más que ubicarlo, buscar al forma de atraerlo a nosotros y hallar el sitio en que desaparecería.
Todo lo demás lo hizo el griego y puedo dar fe que disfrutó cada puto golpe que destrozó a ese hombre. Fue protagonista de cómo sus puños molían a golpes a ese infeliz. Todo esto con una sonrisa, mientras yo me fumaba un cigarro en ese bosque, al acabar se adentró al bosque por largos minutos. Dorso desnudo en una mezcla de lodo y sangre, con el rostro desfigurado por la ira.
Los detalles de la muerte de su hermano no los tuve claro, ni siquiera hoy, luego de tanto tiempo se lo que ocurrió, pero si quien mandó a asesinarlo.
Cabo la tumba con la ayuda de una pala, preguntó el sitio correcto y se dejó guiar. Había que lanzar algo para que los roedores y animales no los sacaran y hacer una tumba profunda. Intentó ser cordial y amable, pero yo conservaba mis reservas por lo que hizo con Stan.
Dos costillas rotas, un brazo enyesado y varios dientes partidos. Con todo, me demostró que era algo más que un niño rico jugando a ser malo.
Compartimos experiencia con el cadáver como único testigo. Él había intentado ser sacerdote por instigación de su madre y a mi uno me había dado la vida. Odiaba al igual que yo y quizás un poco más toda estructura religiosa.
Me burlé de su tatuaje un corazón sangrando y le insté a hacerse uno de hombre. Y lo hizo, el rostro de un demonio que cubriría toda su espalda, el primero de muchos. Hoy día todo su cuerpo estaba lleno de tinta, uno en cada lugar que visitamos, por cada muerto y trabajo bien realizado.
Al volver a nuestras labores cada uno ocupó su puesto y yo me olvidé del griego. Hasta cierto día en que fui llamado para indicarme que había un nuevo puesto para mí, con el chef como jefe. El trabajo había estado tan bien realizado, que muchos querían algo parecido.
No trabajáramos solos pues sería agotador.
Se necesitaba un número de hombres y al preguntarle cuantos fue enfático en decir ¡Cincuenta! Al cuestionar quienes estarían a nuestro lado yo di mi opinión ¡Huérfanos! Y yo conocía a muchos.
Él, requería un nombre para no manchar su apellido y a su familia. Alexis Ivannov, el patrocinador de esta locura, lo bautizó con el nombre que lo acompañaría en adelante, Hermes.
Si alguien nos hubiera dicho a los chicos y a mí, que aquel individuo se convertiría en nuestro jefe. Y peor aún, que lo llegaríamos a tratar como un huérfano más. No le creeríamos y contábamos con motivos para no hacerlo.
El ataque que fue víctima Stan, su estatus social y el roce con las altas esferas que tantos nos despreciaban, lo sustentaban. Contra todo pronóstico eso sucedió, se ganó mi respeto y el de todos conforme lo fuimos conociendo.
De esa manera nació Hermes y los cincuenta. Un grupo criminal que se encargaría de limpia la escoria, sin importar en que esfera estaba. Más de ocho años y un sinnúmero de clientes que iban desde los yakuza, Triadas, cosa Nostra, la Camorra, L'Ndragueta, la mafia rusa o mafia roja, carteles de Colombia o México y las pandillas Centroamericanas. Pero también, con grupos estatales militares.
Nos convertimos en un mal necesario. En algunos lugares y para cierto tipo de autoridades nos creían una leyenda urbana creada por la mafia para obligar a incautos a pagar extorsiones y/o causar terror.
Nos convenia que pensaran así.
El problema es que al ser tantos y tener como base Moscú, los roces con los hombres de Sergey y sus hijos eran la orden del día. Nos expulsaron de Moscú, pero gracias a un trabajo bien realizados obtuvimos nuestra propia sede. Una Isla. La que se convirtió para todos en el primer y único hogar.
Angelo Vryzas tiene una vida, esposa e hijos. Los tiene protegidos en su natal Grecia y varios de nosotros los custodia. Hasta el día de hoy ha podido manejar bien su doble vida. El chef heredero del imperio Vryzas y la contra parte, el mafioso que lideraba un grupo de purga entre las peores estructuras criminales.
En esa ocasión fuimos llamados a Moscú, Sergey y William requerían nuestros buenos oficios. Se desconoce poco sobre el nuevo pedido. Hermes estaba encerrado con William y Sergey, recibiéndolas. De momento solo se sabía que debíamos rescatar y proteger a alguien. Se requería escoger a quince hombres para lograrlo.
—¡Sosténgalo! —se escucha clara la voz de Vladimir Levenev. —Repite lo que dijiste.
—Por la espalda y armado, cualquier pendejo es valiente.
Me alejo del auto dando un calada al cigarro al reconocer la voz de Akim lanzando una maldición. Hasta este instante ostento el récord de ser el único que no ha pisado suelo Levenev.
—¿Te has vuelto loco?
—¿Qué haces cruzando...?
Las voces de mis compañeros se quedan atrás y llego en el momento justo en que lo tienen de rodillas. Rostro sangrante y el cañón de una pistola en su boca.
"¿Por qué debo ser de niñera? ¿Es tan difícil para él no meterse en líos?"
—Al parecer, tu amante no te ha enseñado a respetar rangos...
La orden es escuchada en el momento justo en que están ante mí. El pequeño Akim insiste en pertenecer a los cincuenta. Hermes se ha negado y le ha puesto miles de excusas. Por supuesto, el asiático no se rinde y asegura que mientras llega su hora es el miembro 51. Se queda en Moscú y entrena arduo para ese día, lo alterna con estudios. Les muestra notas a Stan quien lo ha adoptado como un hermano.
Pero, sigue metiéndose en líos, es conflictivo, con la habilidad de enojar a cualquiera y su capacidad de guardar silencio la tiene atrofiada.
—Hagamos esto como los hombres... Verdad que no eres uno... —sonríe mostrando sus dientes ensangrentados y me hace un guiño al verme llegar.
¡Acabará muerto! No llegará a los veinte cinco...
Dos hombres sostienen al chico, Vladimir le quita el arma a quien está por disparar y sonríe retirando el seguro. Sin soltar el cigarro desenfundo el arma y presiono el cañón en su cuello. En segundos el cañón de diez más me rodea y él sonríe al ver la diferencia.
—Tengo una revelación que darte—le digo y escucho el sonido de las armas accionarse a mi alrededor —tu destino es morir en mis manos —miro al chico que sonríe al verme y le pregunto—¿Qué te dije de no cruzar?
—No crucé por mi voluntad —señala a quienes lo sostenían molestos —No puedo entrenar más en este lugar-
Akim se sacude logrando alejarse y se ubica a mi lado. La gran mayoría tiene una sonrisa en los labios. El chico fue el señuelo y a quien en verdad perseguían era a mí.
—Tú y yo tenemos una deuda pendiente.
—Y necesitaste diez años —miro a mi alrededor y niego divertido —diez hombres y un chiquillo para efectuarla. Y se supone serás el líder...
Los hombres no bajan las armas, ni yo la mía. Es una pelea dispar, pero jamás abandono un reto. El sigue con actitud de triunfo, rodeado de hombres. Lo que sucede es un Dejavu, Stan, Nikolái, Carlo y los otros quince, rodean a los que nos tienen apuntándonos.
—¿Qué sucede aquí? —la voz del jefe es bastante tranquila, algo que debería verse como peligro y al parecer los hombres lo notan.
—He dicho miles de veces que no quiero a ese bastardo entrenando en mi zona —señala a Akim al decirlo —no es uno de los tuyos y por ende, no estoy obligado a soportarlo.
—¿Quién te dio autoridad sobre mis hombres? —sonríe al preguntar y le índica al chico acercarse —tienes el control de estas cuatro paredes, pero afuera... la historia es distinta.
A mi alrededor lo que me apuntan dudan ante la presencia de Hermes. Ha adquirido cierto prestigio y temor, Stan no ha sido al único al que le ha dado una paliza. Si algo es de admirar en él es ese poder que tiene su sola presencia.
Bajan el arma sin siquiera el haber dado la orden y retroceden. Los quince que han sido escogidos hacen lo mismo y retroceden. Se quedan en la línea que divide ambas torres y esperan con las armas en las manos.
—Para eventos futuros —dice señala a cada uno de los hombres de Vladimir — dejo a tus bastardos como testigos... Vuelves a tocar a Akim o cualquiera otro de mis hombres y enviaré tu cuerpo a tu padre en una caja de zapatos.
La amenaza es recibida tan clara que Vladimir da tres pasos alejándose de nosotros. Guardo el arma, viendo al Akim acercarse a Hermes quien le mira molesto.
—¿Te graduaste? —pregunta y el chico asiente —bien, prepárate para tu iniciación entonces. Prepara todo...
Afirma sonriente corriendo en dirección del territorio Ivannov. Caminamos los dos hacia la zona de los vehículos. A juzgar por su rostro, la reprimenda fue enorme.
—¿Tan mal nos fue? —niega soldado el aire.
—Iremos a Edimburgo. Nuestro cliente es Tanned Duncan —indica —deja en puerto a Stan, Nikolái y Carlos, el tío William los necesita aquí. Llévate a Akim, te será de ayuda.
—¿No murió Tanned? —cuestiono ignorando que debo servir de maestro del pulgoso.
—Dejó una herencia jugosa para proteger a sus dos sobrinos y una orden que William insiste en cumplir...
—¿Por qué te ves tan de mal humor? — bufa contrariado viéndome preocupado —¿Qué tan malo puede ser? Estas acostumbrado...
—Es un niño de tres años al que vamos a rescatar para entregar a su padre —me interrumpe y entiendo su turbación.
Hermes no trafica con niños, ni mujeres. Es la única regla que ha anexado y nos ha dado tantos motivos, que hasta nosotros por separados nos negamos a hacer esos trabajos.
—Esta en coma y el maldito de su abuelo acaba de vendernos su corazón ...
—¿Cómo se llama?
—Cristian Mackay y la bastarda que lo tiene en ese estado... Edine Kelly, su madre.
Una vez llega hasta el auto lo enciende y arranca alejándose del sitio. Me quedo allí procesando lo que acabo de escuchar. Cuando creo nada que oiga o vea puede sorprenderme ocurre esto.
—Noah ¿A dónde iremos? —la voz del chico me hace buscarlo y lo encuentro con mi bolso en el hombro yendo al auto.
—Escocia...
—Tierra de reyes...
Una semana después...
Edimburgo era una ciudad hermosa y su arquitectura parecía sacada de un cuento de hadas. El único defecto es que los turistas como yo no eran bien vistos, hablo de los que estaban tatuados.
Hermes está visitando a Claid, un hermano del cliente. Ha querido hacerlo solo y como no deseo estar en un hotel solo con Akim, lo dejé viendo películas asiáticas y decidí tomar una copa. Estoy acostumbrado a las miradas despectivas y llego en algunos casos a agradecerlas, me evitan el tener que fingir ser sociable. A lo que no estoy acostumbrado a la mirada que me dirige esa chica.
Ambos en la barra, cada uno en lados opuestos tiene el cabello rubio recogido. Tan rubio que puede pasar por canas, remera, tenis y vaqueros (la vi entrar y no pude quitarle los ojos de encima). No tiene ni una gota de maquillaje, su sencillez en el vestir me resulta atrayente.
Pido una bebida extra al notar que la ella esta tomando se agota y me dirijo al lado contrario de la barra. Sus ojos celestes no me pierden de vista desde que me ven levantar hasta que me ubico frente a ella. Dejo la bebida al lado de la suya y me apoyo en la barra.
—¿No eres de aquí verdad? —su voz es ronca y eriza los bellos de mi nuca.
—Me gusta tu acento... —le digo en respuesta y sonríe alzando la copa hacia mí.
—Espero no seas de los que cobran los obsequios.
Yo debería alejarme de ese tipo de mujeres, huelen a matrimonio e hijos; no obstante, la atracción es más fuerte.
—No en la primera cita —me sorprende la respuesta que doy y a ella le causa risa porque sonríe.
Su rostro se llena de color y me deleito al ver como toda ella cambia con esa sonrisa.
—¡Que presumido! —me encojo de hombros llevándome la bebida a los labios sin dejar de verla —Soy Jazmín. —me dice extendiendo la mano.
Lo sé, debería decirle, pero en cambio le digo.
—Noah, su humilde servidor desde este instante...
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