PRÓLOGO
El constante cosquilleo, mezclado con un leve escozor en el muslo interno izquierdo, eso era lo único que podía sentir, seguido de mis propios gemidos, que hacían eco entre el prolongado sonido de la máquina de hacer tatuajes.
Se supone que esa zona es una de las más sensibles, pero no dolía, en lo absoluto. Una abeja, eso es lo que me estaba tatuando, una maldita abeja, y todo por una maldita apuesta que hice con las chicas, aunque os mentiría si os dijese que era la única razón.
La culpa era mía, cuando llegué a aquel maldito pueblo al sur este de Alabama, jamás pensé que haría amigas, tan sólo estaba allí en busca de inspiración para mis propios bocetos. Era diseñadora de interiores, pero a veces, también me gustaba dibujar.
Ni siquiera podía pensar en nada nítido, pues el relleno de ese maldito insecto me estaba escociendo más de lo que debía. Me estaban perforando la piel, ¿qué esperaba?
Cerré los ojos, cuando escuché el "Esto ya casi está" de Robin, y emití los últimos gemidos de dolor, pensando en mi llegada a aquel lugar.
Lo recordaba como si fuese ayer, a pesar de haber pasado casi dos meses en aquel pueblo. Al menos me había inspirado, la laguna era espectacular, el lugar en el que vivía, a pie de ella. Si no fuese por el palurdo egoísta de mi vecino y casero todo sería una maravilla. Le detestaba, era todo lo que odiaba en el ser humano: Paleto, ignorante, de baja clase, sin metas en la vida y un mujeriego egoísta.
- Listo – escuché a Robin, abriendo los ojos, mientras él terminaba de limpiar el tatuaje, y soplaba un poco para hacerme sentir mejor.
¡Por Dios! Cualquiera que viese la situación desde fuera se pensaría que estábamos haciendo otra cosa.
Me colocó un apósito, y me ayudó a levantarme. Se me habían dormido las piernas del tiempo que llevaba en la misma postura.
No pensaba volver a apostar con aquellas dos en mi vida. Maldita apuesta, ellas eran unas profesionales, me tumbaron en la sexta vuelta, y era normal, yo era de ciudad, no estaba acostumbrada a hacer deporte
Estaba enfadada, salí de allí como pude, medio cojeando, el roce de piernas me estaba destrozando. Para colmo mi teléfono comenzó a sonar, era mamá, como de costumbre, así que ni siquiera descolgué, no tenía ganas de que me recordase que Sharon, mi hermana pequeña había conseguido un hombre maravilloso, con dinero y con poder en las altas élites de Manhatan. Eso era lo único importante en esta vida, para ella, encontrar a un buen hombre y si es millonario mucho mejor.
Yo era una mujer independiente, muy capaz de valerme por mí misma, no necesitaba a un hombre para eso. A pesar de lo que opine esta sociedad machista en la que vivimos.
Estaba cansada de las citas a ciegas a las que me obligaban a ir, y de que todos los hombres fuesen tan terriblemente aburridos. ¿Tan difícil es encontrar a un hombre que te haga reír? Parece que todos los tipos millonarios son un muermo.
Tuve que coger el autobús para volver a casa, con miles de palurdos y sus gallinas en él, metidas en jaulas, eso sí, pero la peste que había en el ambiente, era palpable.
Sólo quería llegar a casa y descansar, porque la noche anterior no pude dormir nada, a causa de una maldita fiesta que mi vecino de enfrente montó. Era imposible con esa música tan alta y la orgía que montó después.
Llevar ropa arreglada y tacones en medio del campo, suele ser un problema, aunque me negase a cambiar mis ropas por las simples y sin estilos que usaba el resto. Yo era una señorita distinguida de las élites de Manhatan, mi padre era todo un lobo en los negocios, presidente de una prestigiosa compañía, que en aquel momento se rifaban el resto de los socios, como hienas carroñeras, cuando él se quitó la vida, con un tiro en la sien. Al final la presión pudo con él.
Contoneé mi cuerpo al andar, justo como solía hacer siempre, llegando al porche, echando una leve ojeada a la casa de mi casero. Todo parecía en calma, tan sólo se escuchaba el croar de las ranas y los pajarillos cantando. Era agradable, un poco de paz, en otras circunstancias me habría sentido inspirada, en aquel momento no, estaba muerta.
Me quité los tacones en la entrada, dejándolos de cualquier manera, el bolso, tumbándome sobre la cama, boca abajo, encantada de pillarla. No había hecho más que cerrar los ojos y coger un ligero sueño, cuando un ruido infernal resonó en la tranquilidad de la mañana.
Me tapé los oídos, molesta, pensando de manera horrible en toda la familia de ese idiota, incluso le mandé saludos al inventor de la guitarra y de la música, en general.
¿Quién en su sano juicio se ponía a las doce de la mañana a ensayar con su grupo? Porque sí, para colmar mi paciencia, aquel idiota también era músico. Lo tenía todo el cabrón.
Me elevé de la cama, como si tuviese un maldito muelle en el trasero, atravesé la casa, me coloqué los zapatos, dejé la puerta abierta y en tan sólo unos minutos estaba en su casa, enfadada, observando el tremendo espectáculo.
Chuck Olson, aquel rubio de ojos azules con un cuerpo de escándalo, alto, fuerte, con abdominales, sin camiseta, con guitarra en mano, tocaba esta, junto al resto de su grupo.
¡Oh Dios! Se me hacía la boca agua con sólo mirarle. Maldita enajenación mental, que me llevó a enrollarme con un tipo como él, al principio del verano, cometiendo uno de los peores errores de mi existencia. Ese recuerdo no me dejaría tranquila, y cada vez que lo veía despertaba en mí sensaciones que prefería mantener a raya, más con un tipo como él.
Mis gemidos irrumpieron en mi cabeza, recordando sus besos en mi cuello, apretándome sobre él, en aquel coche azul en el que me había subido. Podía sentir su deseo, en la forma desesperada en la que me tocaba, y me aferraba a él.
- Chuck, te buscan – dijo Hanna, haciéndole salir de sus pensamientos, levantó la vista, observándome, con una sonrisa pícara que me desconcertaba. Caminó hacia mí, con la guitarra colgada del cuello, y me encaró.
- Buenos días, Arizona – me saludó. Le miré con cara de pocos amigos, odiaba que me llamase por mi nombre completo. Detestaba mi nombre, demasiadas burlas cuando era pequeña. Prefería acortarlo a un simple "Ariz"
- ¿Tenéis que hacer todo ese ruido tan temprano? – me quejé, ignorándole por completo – algunas personas intentan dormir.
- ¿Dormir? ¿A las doce de la mañana? – preguntó, divertido – hay que madrugar y aprovechar el día, mujer.
- ¿Cómo puedes aguantar despierto después de la juerga que te pegaste anoche? – me quejé. Sonrió, evitando mi mirada un momento, cuando volvió a mirarme, volvía a ser ese chulo prepotente que odiaba.
- Te sorprenderías al descubrir todo lo que puedo aguantar – porfió, en tono sensual. Sabía que era lo que pretendía, sólo quería meterse entre mis piernas, aún estaba frustrado después de que le hubiese dejado con las ganas aquella noche, salí del coche y me marché, tan pronto como me percaté de lo que estaba haciendo. Fue una sabia decisión, acostarme con ese idiota habría sido un gran error.
- Por mí como si te caes a la laguna y te come un cocodrilo – contesté, sacando el látigo, pues era la mejor manera de tratar a cabronazos como él – haz el favor de hacer menos ruido, o me veré obligada a llamar al sheriff.
- ¿Hablas de Roy? – Preguntó, dándome donde más me dolía - ¿el padre de Lindsi? ¿Qué crees que me hará?
- Estás advertido – no tenía ganas de discutir con él y agriar mi mañana, me di la vuelta y volví a casa, mientras él me miraba el trasero, ensanchando la sonrisa.
- Olvídalo Chuckie – le golpeaba en la cabeza, amistosamente, el batería de su grupo – esa es demasiada mujer para ti.
- Le daría lo suyo y le bajaría los humos a esa chica de ciudad – se jactaba él, entre risas.
- La verdad es que tiene un polvazo – aseguraba el otro – domar a esa gatita tiene que poner a uno de buen humor.
- Ni se te ocurra Samuel, ella es mía – insistió, mientras Hanna les llamaba la atención para seguir con el ensayo.
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