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Epílogo.

Os dejo el epílogo ya, total, ya es el final.

Espero que os haya gustado estahistoria.

Gracias por los que la seguísteis hasta el final :D

Estábamos en su cama, hacía ya bastante que había amanecido, pero nos resistíamos a salir de allí, con las manos entrelazadas, y una sonrisa en nuestros rostros, fijándonos en el otro, éramos felices. No quería estar en ningún otro lugar en ese momento, y anoche... ni siquiera sé cómo pude ser capaz de decirle que le amaba, cuando durante toda mi vida pensé que me costaría mucho decirlo... Debí haberlo sabido, que él podría conseguirlo todo, me había salvado de la oscuridad, había abierto la puerta de esa jaula, y había ayudado a salir a esa niña asustada, a reconocerse a sí misma, a darse cuenta de que merecía ser amada, y tenía el mismo derecho que todos los demás a sentir.

Me subí sobre él, lanzándome a sus labios, mientras él reía, y ese sonido sólo me hacía incluso más feliz, si es que era posible.

- Mi preciosa abeja – me dijo, echándome sobre la cama, agarrándome las manos para que no pudiese escapar – esta vez no voy a dejar que te vayas volando a ninguna parte – me reí de su broma, durante un rato, mientras él besaba mi mejilla, comenzando a hacerme cosquillas luego con sus labios en el huello.

- Me haces cosquillas – me quejé, haciendo que se separase, y se tumbase junto a mí, en la cama, apoyándose en la mano, observándome con atención. Peiné sus rebeldes cabellos hacia atrás, y luego acaricié su rostro, rascándome la mano con su barba, ante su atenta mirada.

- ¿Ya no tienes miedo del pasado? – quiso saber. Negué con la cabeza, bajando la mano, mientras él la rescataba en el último momento, llevándosela a la boca, besándola – aún no puedo creer que estés aquí, conmigo.

- ¿Te parezco un espejismo? – sonrió, apoyando la cabeza en la almohada, para luego olvidarse de mi mano, acariciando mi mejilla, apartando mis cabellos de ese lugar, peinándolos hacia arriba.

- Ya no pareces esa niña asustada – insistió. Sonreí, apoyando la mano sobre la suya – me alegro de que estés aquí.

- Y yo – contesté.

- ¿Algún día me lo contarás? – quiso saber – lo que pasó.

- Algún día – prometí, sonrió, escurriéndose por la cama, abrazándome entonces, besando mi frente.

- Podrías contármelo ahora que estás a salvo – insistió – te prometo que no me asustaré.

- Ya ni siquiera me acuerdo, Chuck – contesté, mientras él volvía a apretarme contra él.

- Solo quiero que estés bien – me dijo – dicen que hablar sobre los traumas te ayuda a pasar página – no dije nada, sólo me centré en su respiración que me calmaba de una forma que ni siquiera puedo explicar – cuando tenía doce años morí – reconoció, sorprendiéndome, levanté la vista para mirarle, sabía que me estaba contando aquello para que no tuviese miedo de contarle mis traumas – me caí de la barca en la que pescaba con mi padre, y me hundí. Estuve durante unos segundos, hasta que mi padre logró traerme de vuelta – nuestros dedos se entrelazaron, mientras ambos nos observábamos, me sentía feliz a su lado, en paz – mi hermano me ha contado que tu estuviste muerta dos veces – asentí – no sé qué pensarás tú, pero yo no pienso dejar que mueras una tercera – sonreí.

- Me secuestraron – reconocí, sin temor a mirarle a los ojos al decirlo. Él tragó saliva, al darse cuenta de que estaba empezando a abrirme – cuando tenía cinco años. Estuve encerrada en una jaula para gallinas durante cuatro semanas – mis lágrimas se escaparon por mi nariz, y él las limpió, con rapidez.

- ¿No pidieron rescate? – quiso saber – supongo que querrían una buena pasta, ya que tu padre era un tío importante – sonreí. Él pensaba igual que todos los demás - ¿qué pasó?

- La persona que mandó mi secuestro consiguió el dinero – contesté, bajando la mirada, aún me dolía demasiado hablar sobre ello, porque no podía entender que mi padre hubiese podido llegar a secuestrarme para conseguir sus fines. Ya fuese porque quería proteger ese dinero para mí, o lo que fuese... El fin no justifica los medios, al menos no en ese caso. Él estaba esperando, pero yo no podía seguir, sabía que no comprendería la verdad, ni siquiera yo lo hacía – al final me escapé, en un descuido – confesé.

- ¿Por qué no te dejaron libre después de conseguir el dinero? – insistió, mientras yo apretaba la mano que aún se sostenía a la mía – Supongo que me estás ocultando algo libre ¿no? – sonreí. ¿Por qué él siempre lograba descubrirlo todo?

- Fue mi padre – Admití, descolocándolo, me miró, sin comprender – la persona que mandó mi secuestro, fue mi padre.

- ¡Qué hijo de puta! – lanzó, enfadado, levantándose de la cama de golpe, empezando a dar vueltas por la habitación, inquieto. De todas las reacciones que pensé que tendría, ninguna de ellas fue esa.

- Chuck – le llamé, levantándome, acercándome a él, temblaba de rabia. Jamás lo había visto así – escucha... - comencé, entrelazando mis manos en su nuca, obligándole a mirarme – yo... estoy bien. Ahora estoy bien.

- Si tu padre no estuviese muerto ahora mismo iría hasta Manhatan a hacerlo yo mismo – me soltó. Apreté mi frente contra la suya, poniéndome de puntillas para hacerlo, mientras él me agarraba de la cintura - ¿cómo puede un padre hacerle algo así a su hija?

- Por dinero – contesté – supuestamente para salvar un dinero que mi abuelo me dejó en herencia, y que mi madre estaba dilapidando. Esa fue la razón que me dio.

- Esa razón es una mierda – espetó. Sonreí, porque estaba completamente de acuerdo con él – Escucha, ya no tienes que preocuparte por esa mierda, porque no voy a permitir que nadie vuelva a hacerte daño de esa manera, Ariz – aseguró, y le creía, sabía que era cierto, él era mi súper héroe personal – te quiero, Arizona Logan, y no quiero que vuelvas a pensar, nunca, que no eres digna de dar o recibir amor, ¿me oyes? – sentí, feliz, porque él era todo lo que quería en mi vida.

- ¿Ni siquiera lo sabes no? – me miró sin comprender – me has salvado la vida, Chuck – sonrió, mientras yo tiraba de él hacia la cama – y ahora basta de sentimentalismos, quiero hacer el amor – rompió a reír, mientras yo me tumbaba en la cama, obligándole a que lo hiciese él sobre mí – te quiero, Chuck – confesé, entre besos, haciéndole aún más feliz, si es que eso era posible.

Porque nuestra historia no podía terminar sin que yo confesase aquellas palabras, mientras él me hacía el amor, de esa forma que hacía temblar el planeta, porque nosotros no éramos como todos los demás, y hacíamos aquello de una forma arrebatadora como dos animales en celo, como si fuese el último día de nuestras vidas.

FIN.

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