Capítulo 5 - En la carretera.
Buenas tardes,
les subo capítulo de hoy.
Espero que les guste.
Iba a traerles una canción que me encanta para que la escuchen mientras leen, pero resulta que no me deja subirla... me da error. Así que... les traeré simplemente una foto. :D
Aquella mañana lo veía todo de otra manera. Después del mejor polvo de mi vida, no podía ser menos. Había cambiado el enfoque de aquello. Iba a aceptar los consejos de la tía Clara, iba a disfrutar de la vida, a besar tantas ranas como fuese posible, y a darme una alegría al cuerpo. Eso no podía hacerle daño a nadie ¿no?
Iba a permitirme a mí misma sentir, aunque sólo fuese deseo, porque lo otro estaba prohibido para mí, hacía 28 años que no había vuelto a pronunciar esas dos palabras, que no hablaba de sentimientos, y así iba a seguir siendo. Ya ni siquiera recordaba lo que se sentía al decirlas.
Tía Clara estuvo como dos horas hablando por teléfono, según lo poco que había podido escuchar, debía adelantar su vuelta, pensaba preguntarle sobre ello en cuanto colgase, pero ella se me adelantó.
- Malas noticias, nena – me dijo, justo cuando tiraba el hueso de la manzana al cubo de la basura – uno de los niños del refugio se ha puesto peor, me necesitan. Me temo que voy a tener que irme esta tarde. ¿Crees que Chuck podría hacernos el favor de llevarnos al aeropuerto?
- Seguro que no le importa – contesté, caminando hacia la puerta – voy a preguntárselo.
Salí de casa, atravesé la explanada y me detuve frente a él, que estaba preparando las cañas para pescar, en su porche. Me miró, con interés. Miré hacia mi casa, la puerta estaba cerrada, pero, aun así, no me fiaba.
- Mi tía tiene que marcharse esta tarde – le dije, mirando hacia él - ¿podrías acercarnos al aeropuerto?
- ¿Qué vas a darme a cambio? – preguntó, acercándose a mí, mientras yo sonreía. Bajé la mirada un momento.
- Seguro que se me ocurre algo – contesté. Se mordió el labio, sabía que se moría por volver a acostarse conmigo, al igual que yo. En cuanto nos mirábamos saltaban chispas entre nosotros. Le deseaba – como un polvo rápido en los baños del aeropuerto – bromeé, haciéndole reír. Parecía que no se lo había esperado.
- Prefiero que ese polvo rápido sea en mi casa – me sorprendieron sus palabras – te aseguro que los baños del aeropuerto son de lo más incómodo.
- ¿Hablas desde la experiencia? – sonrió.
- Dame un adelanto – pidió. Acorté las distancias entre nuestros labios y le besé, fue un muerdo suave, sólo quería provocarle, lo suficiente para tenerle esperando más – seré vuestro chófer personal – aseguró, haciéndome sonreír.
Mi tía siguió con su intento de juntarnos a él y a mí durante todo el camino al aeropuerto, luego nos despedimos entre abrazos. Le prometí que iba a dejarme llevar por la vida, y la despedí, sin más.
- No pienses, vive – se despidió, con una gran sonrisa, mirando luego hacia Chuck – cuida de ella, es demasiado cabezota.
- Cuente con ello – contestó él, haciendo que la tía sonriese y yo le mirase con cara de pocos amigos.
La tía se marchó después de eso, despidiéndonos con la mano, entrando al control de pasajeros.
El regreso a casa fue raro, miraba por la ventanilla con la radio puesta, no podía dejar de pensar en tía Clara. Toda una vida dedicándose a los demás, sin apenas ver demasiado a su familia, eso era lo que ella había elegido, lo que la hacía feliz. Y siempre que venía a visitarme intentaba inculcarme sus propios valores, alejándome de la vida de lujos que mis padres siempre quisieron para mí.
Estaba allí, en un pueblo alejado de todo lo que siempre había tenido, la sociedad de Manhatan, unos padres que nunca me dieron lo que necesitaba, sólo pedía un poco de amor por su parte, pero siempre había cosas más importantes.
A menudo solía pensar en el pasado, y sentía ese miedo resurgir de mis propias entrañas, el lugar donde lo mantenía oculto, permitiéndome existir en aquella vida que nunca llegaba a nada.
Quería ser una persona normal, despreocupada y dejándose llevar por lo que le reparaba la vida, sin miedo, justo como mi tía. Pero yo nunca me atreví a desafiar los principios impuestos por mi propia familia, nunca cuestioné sus decisiones, ni una sola vez, hasta ese día, el día en el que todo terminó, mi padre se quitó la vida en la oficina y yo aún me culpaba de ello.
El teléfono móvil comenzó a sonar, haciéndome salir de mis pensamientos, cosa que agradecí, pues no quería volver a recordar nada sobre esa noche. Tenía demasiados demonios persiguiéndome ya.
- Lindsi – la llamé, al reconocer su número – hacía días que no sabía nada de ti.
- Sí, estuve ocupada – contestó, al otro lado, mientras una de las chicas del salón le pintaba las uñas de los pies – Oye, ¿qué pasó en la fiesta de Nate? Porque Alex va diciendo por ahí que os liasteis, lo sabe todo el pueblo ya.
- ¿Qué? – Estaba enfadada, y mucho – Me fui sola. No pasó nada entre él y yo – Chuck me miró de reojo, sin quitar los ojos de la carretera.
- Pues no es esa la versión que él cuenta – aseguró, bajando la voz al hablar de lo siguiente – va diciendo que eres una estrecha en la cama.
- ¡Qué hijo de puta! – me quejé. Me sentía demasiado ofendida como para mirar hacia Chuck – En serio, voy a matar a ese tipo.
- Ya... pero será su palabra contra la tuya – contestó - ¿a quién crees que van a creer, a Alex Campell el respetado abogado, o a la nueva chica de ciudad?
- Pues no debería ser así, porque yo estuve en casa toda la noche.
- Bueno, no te llamo para hablar sobre estupideces – me calmó. Era fácil decirlo, después de haber soltado esa bomba que me puso de mal humor – Verás, las chicas y yo vamos a salir esta noche a celebrar el día de la marmota. Todos los años organizamos un baile en el ayuntamiento, pero este año ha sido imposible con toda esa cosa de las obras. Así que ... hemos pensado en salir, por supuesto no podemos ir al bar de Tom, pero está cerrado porque es el día libre de Chuck ... El caso es que había pensado que podrías venirte, sé que no te llevas bien con las chicas, pero ... me apetece que vengas.
- Claro – no me apetecía, por si os lo estabais preguntando - ¿dónde hay que estar?
- Estupendo. Pues luego te mando todos los detalles por mensaje, porque aún no tenemos decidido donde iremos. Lo vamos a pasar genial, ya lo verás. Y en cuanto a lo de ese tío, pasa de él - ¡Dios! ¿Cómo podía hablar de tantas cosas en un momento? No había quién callase a esa chica.
Colgué el teléfono y volví a mirar por la ventanilla, mientras Just The Way You Are de Bruno Mars sonaba en la radio. Esa canción siempre me agradó mucho, me ponía de buen humor.
¡Demonios! Debía asistir a una fiesta con las chicas del pueblo, y no había más que odiaba en este mundo que ellas.
- ¿Es tu día libre? – pregunté hacia Chuck, recordando las palabras de Lindsi, agobiándome, porque lo estaba estropeando con mis problemas. Recién comprendía por qué estaba preparando las cañas de pescar esa mañana – Chuck, tendrías que habérmelo dicho, no te habría fastidiado con lo de mi tía, estropeando tu día libre.
- No creo que lo hayas fastidiado – contestó, sin más.
- Ibas a pescar. Así que, claro que lo he fastidiado.
- Puedo pescar cualquier otro día, pero un polvo rápido con "la chica de ciudad" no es algo que me parezca una mala idea – giró la cabeza un momento para ver mi reacción. Sonreí, mordiéndome el labio, al percatarme de que él se moría por volver a acostarse conmigo - ¿sabes qué? – preguntó, deteniéndose en el arcén. Le miré sin comprender – quizás deberíamos empezar a calentar – sonrió, pícaramente, desabrochándose el cinturón, acercándose a mí para hacer lo mismo con el mío.
Sabía que era lo que pretendía cuando se ladeó sobre el asiento y recostó la cabeza en el reposa cabezas, mirándome. Una cálida sensación me llenó entera, creciendo en mi pecho, recorriendo mi cuerpo, hasta llegar a mi abdomen, dando pequeños calambres.
Ese tipo me estaba seduciendo, y era todo un profesional en la materia.
Me giré, acercándome a él, acortando nuestros rostros, lanzándome a sus labios, besándole con desesperación, encantándome la forma tan arrebatadora en la que nos besábamos, nada convencional, con cierto deseo sexual en ellos, encantándome la idea de tenerle dentro de mí.
Pero ¿qué me estaba haciendo ese hombre? Yo no era así, en lo absoluto.
Levanté la mano para aferrarme a su nuca, apretándole para que no pudiese irse a ningún lugar, intensificando el beso un poco más, tanto que parecía irreal, era como si nos estuviésemos fusionando.
Abrí los ojos, tan pronto como su mano se metió entre mis piernas, acariciándome por encima de las bragas, pues no lo había esperado, en lo absoluto.
Dejó de besarme y me observó, cada una de mis reacciones, cuando sus dedos treparon un poco, introduciéndose entre mis bragas, acariciándome directamente la piel. Piel con piel, que maravillosa locura.
- ¡Oh! Estás tan húmeda – gimió, esparciendo la humedad de mi interior por todo mi sexo, haciéndome estremecer.
La locura estaba invadiendo mi mente, introduciéndose entre los resquicios de cordura, haciéndome perder hasta el último atisbo de ella. Mi respiración creció, al igual que mis gemidos, ante su atenta mirada, con esa sonrisa maliciosa, como alguien que está haciendo algo que no debe.
- ¿Y eso te gusta? – me atreví a preguntar, bajando la mano que aún estaba en su nuca, apoyándola en su rostro, acercando mi boca a la suya, deteniéndome antes de haberle besado, rozando sus labios con mi lengua, dejándole noqueado.
Sus dedos subieron un poco, acariciándome con plenitud, cortándome la respiración tan pronto como sentí aquella nueva oleada de sensaciones, mis gemidos crecieron, logrando que él dejase escapar algunos más, mordiéndose el labio, como si estuviese disfrutando con aquello.
- ¿Sabes lo bien que entraría mi polla ahora? – susurró, con sus palabras rebotando en mis labios, su aliento introduciéndose en mi interior, y yo al borde de explotar, como un volcán en erupción – estoy deseando follarte, Ariz – abrí la boca, gimiendo más alto de lo que debía, con aquellos calambres alterando la calma de mi cuerpo. Estaba cerca de explotar, y él lo sabía, pues detenía sus dedos, jugando un poco más abajo, para luego atacar, sin piedad, ese bulto que era el detonante de todo.
- Chuck – le llamé, en medio de aquella supernova, porque os prometo que lo que estaba sucediendo en ese momento, en ese coche, no era normal – me estás matando... - alargué la mano, con rapidez, apretándole la polla, haciéndole estremecer, pero no se detuvo - ¡Oh, Chuck, joder! – sonrió, en medio de aquella enajenación mental. Ni siquiera era consciente de lo que estaba sucediendo, había perdido la noción del tiempo y del espacio, era incluso mejor que la puta absenta. Si hubiese sabido que algo así existía... nunca habría recurrido a ella.
- Eso es – me animaba, cuando mis gemidos empezaron a ser cada vez más constantes, con mi cuerpo temblando de placer, a punto de explotar – quiero que te corras en mi mano...
Una oleada me llenó entera, haciéndome temblar, todo el puto mundo lo hizo, el placer inundó el coche, y un prolongado sonido salió desde las profundidades de mi garganta, desgarrándola.
Mi mente se marchó a un lugar donde podía ser cualquier cosa, una abeja si así lo quería, podía oler a rosas.
Tenía el cuerpo entumecido, y me costó un poco despertar de aquella alucinación, darme cuenta de que seguía en ese coche, con él a mi lado, sacando la mano de mi intimidad, sonriente.
- Ariz – se quejó, en cuanto vio mis intenciones. No podía detenerme allí, no después de lo que él me había hecho sentir. Sobra decir que era la primera vez que sentía algo así. Sentir... aún no podía creérmelo. Estaba sintiendo, y él era el culpable de aquello.
Me subí sobre él, besándole con desesperación, desabrochando el cinturón, sin dejarle si quiera quejarse al respecto. Le quité los botones del pantalón, y saqué su miembro a escena, ladeándome las bragas para que entrase dentro.
No quería dejar de sentir ahora que lo había descubierto, no podía. Era como si llevase 28 años muerta, como si él fuese el desfibrilador que me había hecho volver a la vida. Necesitaba más de eso.
- Nos van a ver – insistió, mirando hacia su alrededor – estamos a pleno día y ...
- Quiero que me folles – supliqué, introduciéndomela, haciéndole gemir, sin poder detenerse, mientras que yo le hacía aquello.
- Técnicamente, me estás follado tú – lanzó, agarrándome de la nuca, lanzándose a mis labios, desesperado, mientras yo seguía moviéndome sobre él.
Nuestros gemidos desesperados retumbaban en aquel pequeño habitáculo, pronto dejamos de besarnos, centrándonos en aquello, con sus manos, aferrándose a mis nalgas, apretándome contra él.
- No me pareces tímida – se quejó, entre gemidos, refiriéndose a lo que mi tía le había dicho antes de marcharse – eres una salvaje – añadió, cuando le clavé las uñas en el pecho, metiendo las manos debajo de su camisa, haciéndole estremecer – una auténtica fiera.
- Y eso te gusta ¿verdad? – lancé, recorriendo su cuerpo con mis manos. Era todo mío, ese pedazo de semental que me volvía loca.
Pasé las manos por su barba tan sexy, agarrándome luego a su cabello, con sus gemidos masculinos invadiendo mis oídos, su respiración acelerada subiendo y bajando su pecho, su aliento rebotando sobre mi piel, sus labios suaves besándome de vez en cuanto, su embriagador perfume a Chuck Olson metiéndose en mis fosas nasales, su dura polla clavándose dentro de mí, sus manos aferrándose a mis nalgas, su voz comenzando a llamarme, desesperado, justo cuando su respiración comenzó a subir incluso más, y sus quejidos también, estaba cerca del final, podía sentirlo.
Y allí estaba, prolongado y ensordecedor, corriéndose dentro de mí, mientras yo me detenía a mirarlo.
- Ha estado muy bien – aseguró, sonriéndome, a la par que lo hacía yo – siempre me sorprendes, Ariz.
Le besé, apasionadamente, justo como solían ser nuestros labios, y cuando me separé sonreí, me sentía bien cuando estaba con él, cosa rara en mí, no solía sentirme cómoda con ninguno de esos tipos adinerados con los que había estado. Pero con él sí, era como si hubiese complicidad entre los dos.
- No es cierto eso que dicen de ti – contesté. Sonrió, apartándome los cabellos de la cara, embobado.
- No me preocupan lo que digan sobre mí – me dijo.
- Sí, pero las chicas podrían malinterpretar las habladurías, y no acercarse a ti por eso – añadí, exponiéndole mi punto de verlo.
- Si esas chicas se dejan llevar por habladurías es que no merecen la pena – contestó.
Y hasta aquí el capítulo.
¿Qué les ha parecido?
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