Capítulo 4 - Un buen hombre.
Buenas tardes :D
Aquí el capítulo de hoy, espero que les guste <3
Cenamos en la pizzería de la calle Mains, cerca del ayuntamiento, y terminamos bebiendo unas cervezas en el Bar Media Noche, donde trabajaba Chuck.
Mi tía era toda una juerguista, se hizo amiga en seguida de Chuck, e iba a por nuestras bebidas a la barra. Yo los miraba de reojo, negando con la mirada.
¡Dios de mi vida! ¿Por qué me parecía cada vez más guapo? Él sonrió, mirándome fijamente, mientras secaba los vasos que sacaba del lavavajillas, negando con la cabeza después, escuchando a mi tía. Soltó una risotada, y yo me levanté, cansada con la situación, pero al llegar a la barra, él le estaba indicando dónde estaban los baños. Se despidió de mí con la mano y se marchó, mientras yo me quedaba allí, sin saber qué hacer o decir.
- ¿Te pongo otra cerveza? – preguntó, dejando las manos sobre la barra, junto al paño.
- ¿Qué tal algo más fuerte? – sonrió.
- ¿Cómo qué? – quiso saber, mientras yo me mordía el labio. Debía ser el maldito alcohol que me estaba jugando una mala pasada, pero ... me moría por tenerle entre mis piernas.
- Sorpréndeme – contesté. Él se dio la vuelta, agarró la coctelera y comenzó a prepararme un cóctel, sorprendiéndome, no esperaba que supiese hacer aquello. Parecía un profesional, echando licores aquí y allá, mezclándolo todo luego, sirviéndomelo en una copa, esperando a ver mi reacción.
Tengo que admitir que estaba riquísimo, tenía un toque de granadita y vodka, zumo de naranja y algo más que no lograba descifrar, estaba delicioso.
- Es una variedad del famoso "Sexo en la playa" – contestó, sonreí, divertida, dando otro sorbo, escuchando como decía algo más – "Sexo en la laguna" voy a llamarle.
Se estaba insinuando en ese justo momento.
- ¿Qué estás tomando? – preguntó mi tía, fijándose en el vaso vacío que había frente a mí, y luego en él - ¿no será absenta?
- Claro que no – contesté – sólo es un cóctel que Chuck me ha hecho.
- ¿Afrodisíaco? – lanzó, divertida, mientras yo la asesinaba con la mirada. Odiaba que intentase emparejarme con él.
Era tarde, y por más que intentaba convencer a mi tía para que nos fuésemos a casa no me hacía caso, incluso estaba empezando a molestar a Chuck con sus chistes de borracha.
- Tía – la llamé, cuando Chuck recogía las mesas, si incluso la camarera ya se había ido, estaba a punto de cerrar – vámonos a casa, deja que Chuck pueda cerrar...
Ella no me hacía caso, seguía descojonándose mirando hacia uno de los cuadros que adornaban el lugar, era de un pez sapo, con un aspecto un poco raro, y ella no dejaba de insistir en que era clavadito al último tío con el que había salido.
- Siento muchísimo todo esto, de verdad – comencé hacia Chuck.
- No pasa nada – me calmó él, subiendo las sillas a las mesas, poniendo el cartel de cerrado en cuanto la última persona salió, apagando la música, mientras yo agarraba la escoba que él había dejado apoyada en la pared - ¿qué estás haciendo?
- Voy a ayudarte – contesté – te estás portando demasiado bien con mi tía, e intuyo que también nos vas a llevar a casa – sonrió.
- No lo hago para recibir nada a cambio – aseguró, mirando de reojo a mi tía, que seguía hablando con el cuadro.
- No lo hago por ti – mentí – lo hago para llegar a casa ya, estos zapatos me están matando.
- Sólo a ti se te ocurriría ponerte estos tacones tan altos, en este pueblo no hace falta que sigas vistiendo como si fueses aun pase de modelos, Ariz...
- Yo barro y tú limpias – le dije, porque no quería discutir con él, no cuando se estaba portando tan bien con todo el tema de mi tía. Lo cierto es que no aparentaba ser así, los rumores del pueblo decían que era un capullo, pero no lo parecía en lo absoluto.
En tan sólo un momento terminamos de recoger el local, metimos a mi tía en el coche, que estaba llamando a alguien, a esas altas horas de la noche, y ni siquiera quiso soltar el teléfono cuando intenté arrebatárselo.
- Es una buena chica – aseguraba, con voz borrachina, hacia la persona que la escuchaba al otro lado de la línea – sí, estoy muy borracha, y tú tienes la culpa de ellos. Siempre me convences para hacer lo que deberías de estar haciendo tú... - un hipo se le escapó – tengo que dejarte, estamos en el coche y de repente me apetece cantar.
Pusimos rumbo hacia casa, mientras mi tía cantaba Sweet Home Alabama, ante las risas de nosotros dos, y miradas fugaces por parte de ambos.
La cantó diez veces, cambiándole la letra las cinco últimas.
Chuck fue todo un encanto, me ayudó a llevarla a llevarla a mi habitación, porque ni siquiera había preparado otra habitación para ella, y luego me acompañó a la cocina, donde le di un vaso con agua bien fría, que terminó en un tiempo record.
- Muchísimas gracias por todo esto, Chuck y ... lo siento muchísimo por todo lo que te he ocasionado – insistí, por si aún no le había quedado claro, de que estaba avergonzada con todo el tema de mi tía.
Dejó el vaso en el fregadero.
- No ha sido nada – me dijo, apoyándose en la encimera de la cocina, observándome, con cautela. Estábamos demasiado cerca – de verdad – pero ni siquiera pude prestar atención a aquello, no cuando sus labios me tenían tan profundamente cautivada.
Acortó la poca distancia que había entre nosotros, y me besó, mientras yo levantaba la mano para aferrarme a su nuca, dejándome llevar por aquel beso, que me transmitía tanto. Un leve hormigueo comenzó a formarse en mi vientre, me moría por acostarme con él.
Sus besos arrebatadores me llevaban a la locura, mientras nuestras respiraciones empezaban a crecer y ambos nos moríamos por obtener más del otro.
Me subió a la encimera, metiéndose entre mis piernas, volviendo a besarme, metiendo su torpe mano debajo de mi falda, acariciándome espacio, haciéndome gemir sobre su boca.
Os mentiría si os dijese que no le deseaba, me moría por volver a acostarme con él. Había despertado en mí una necesidad que me estaba quemando por dentro, y sus besos en mi cuello, mordiéndolo, succionándolo, me estaba volviendo loca.
Pero no podía, mi tía estaba justo al lado, en la habitación, no podía dejar que me descubriese allí, con él.
- Espera, espera – le detuve, echándole hacia atrás – no podemos, mi tía está en la habitación – él asintió, entendiéndolo, pero para estar completamente seguro se atrevió a preguntar.
- ¿Quieres que me vaya?
¿Eso quería? ¿Qué se marchase a su casa?
- No – contesté, agarrándole de la camisa, lanzándome contra sus labios, haciéndole sonreír.
- Dime qué quieres, Ariz – imploró, entre muerdos - ¿quieres que vayamos a mi casa?
- Vale – le dije.
Tiró de mi mano, bajándome, dándome un par de besos más, como si no pudiese dejar de hacerlo, como si fuese su droga personalizada.
Salimos de mi casa entre besos, sin avanzar demasiado, le deseaba tanto, que parecía irreal. Me cogió en brazos, sin previo aviso, y me condujo hacia su casa, dándome de vez en cuando un muerdo, sin detenerse hasta que estuvimos en su habitación.
Se quitó la camisa, dejándola caer al suelo, y luego hizo lo mismo con la camiseta de tirantas, interior, que llevaba debajo, ante mi atenta mirada.
- No pienses en nada – pidió, justo cuando mi mente iba a pensar en el terrible error que iba a cometer. Apoyó su frente sobre la mía, y acarició nuestras narices – no se lo voy a contar a nadie, Ariz – prometió, lanzándose a mis labios después, con tantas ganas, que tuve que aguantarme a su espalda, para evitar caerme, deteniéndose sólo para quitarme el vestido.
Me dejó caer en la cama, después de quitarme el sujetador, abriéndose los pantalones, mientras yo le observaba, con detenimiento. Todo ese cuerpo estaba a punto de ser mío. Se echó sobre mí, sin esperar invitación, y volvió a besarme, dejando luego un camino de besos por todo mi cuello, mordiéndome, mientras yo gemía, sin poder evitarlo.
Tiré de sus calzoncillos, hacia mí y le apreté contra mi sexo, estaba deseando sentirle dentro. Él no pudo evitar romper a reír, sobre mi cuello. Levantó la cara, acariciando mi mejilla con su nariz, hasta que sus labios, llegaron a mi oreja.
- ¿qué fue de eso de que no era tu tipo? ¿eh? – preguntó, metiendo la mano entre mis piernas, acariciándome con las bragas puestas, mientras yo volvía a gemir – ni, aunque fuese el último hombre en la tierra, eso dijiste.
- Deja de hablar y hazlo de una vez – me quejé, agarrándole de la polla, haciéndole estremecer.
- ¿Qué quieres que te haga, Ariz? – insistió, mientras yo me impacientaba incluso más.
- Ya lo sabes – declaré, bajándole los calzoncillos, agarrándola directamente, notando lo caliente y dura que estaba. Sus gemidos se escaparon.
Tiró de mis bragas, ladeándolas, agarrándome de la mano, apretándola contra la cama, propinándome la primera embestida, haciéndome gemir, con fuerza, sin poder evitarlo.
- ¿Quieres esto? – preguntó, aunque él lo sabía perfectamente – estabas deseando que te la metiese, ¿verdad? ¿Te gusta? – sus estúpidas palabras sin sentido me estaban encendiendo incluso más. Ese hombre me volvía loca.
- ¡Oh, sí! – gemí, abriendo más las piernas, mientras me agarraba de las nalgas y me apretaba contra él - ¡Chuck! – le llamé, en medio de aquello - ¡Oh, por favor! – me dio más fuerte, como si quisiese que entrase incluso más, volviéndome incluso más loca. ¡Dios! ¿Cómo había podido vivir toda mi vida sin aquello? Porque el sexo mediocre que tenía con esos tíos adinerados no se parecía en lo absoluto a aquello - ¡Chuck! ¡Chuck! ¡Chuck! – no podía dejar de llamarle entre gemidos, con mis dedos entrelazados a sus cabellos, tirándole del pelo, mientras él me daba todo lo que necesitaba, incluso más - ¡Joder!
Sus gemidos cada vez eran más desgarradores, más intensos, más sonoros, estaba cerca del final, podía notarlo, yo también estaba a punto. Joder, mi cuerpo empezó a temblar, y me dejé llevar por la oleada que lo llenó todo, el placer estalló y ambos llegamos al más pleno éxtasis que nunca antes había presenciado.
Sin lugar a dudas Chuck Olson no era en lo absoluto cómo había pensado, y no quería dejar aquello, jamás, fuese lo que fuese.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro