Capítulo 26 - El recorrido de la abeja.
Aquí os dejo el capítulo de ayer. Espero que os guste.
Él se marchó. No podía seguir dejando que Hanna le cubriese en el bar, tenía muchas cosas qué hacer allí, y yo no podía estar reteniéndole.
Dejarle ir es la cosa más dolorosa que he hecho jamás. Aunque creo que una parte de mí necesitaba hacerlo, para comprender que era lo que sentía por él.
Gracias a eso tomé la decisión que necesitaba, me atreví a tomar las riendas de mi vida, por primera vez.
- Tu hermana me ha dicho que querías hablar – me dijo la tía, llegando a la cafetería en la que había quedado con ella. – tengo nuevos encargos para ti, de eso también quería hablarte.
- Voy a irme de la ciudad – dije en voz alta, sorprendiéndome, por lo segura que parecía, ya lo tenía decidido, tan sólo me daba miedo reconocérmelo a mí misma. La tía se quedó anonada al escucharme decir aquello – aún no se lo he dicho a mamá, pero me iré en unos días a Riverside – Ella sonrió, como si supiese algo de todo aquello.
- Al final ese chico ha conseguido lo que Clara y yo llevábamos años intentando – comenzó. La miré, sin entender de lo que hablaba – que vuelvas a dibujar y dejes de guiarte por tus padres – sonreí, como una tonta, rompiendo a reír después. Estaba feliz. Ella tenía razón – Tiene que ser un chico muy especial para que haya logrado algo así, Ariz.
- Entonces ¿te parece bien? – quise saber.
- Por supuesto, ya era hora que persiguieses tus propios sueños, y dejases de contentar a tu madre en todo lo que te dice – aseguraba – además, tu puedes trabajar desde cualquier parte, luego me lo mandas todo por mensajero y listo. Y ahora cuéntame ¿en qué es eso qué estás trabajando?
- Es una serie de cuatro láminas, en las que estoy trabajando, voy a titularla, el recorrido de la abeja – contesté, ella sonrió, feliz, para luego dar un sorbo a su café.
Después de ese paso, tan sólo me queda una cosa por hacer: hablar con mamá. A pesar de ello, tardé en hacerlo, quería tenerlo todo listo, para que no me hiciste cambiar de idea. Reservé el avión, el chófer e incluso se lo conté a mi hermana, pero le pedí que no le dijesen nada a Chuck, quería darle una sorpresa.
Estaba preparando mi propio camino, allanándomelo, para que me fuese más fácil terminar confesándole aquello que ya había empezado a sentir por él. Era el hombre que me hacía feliz, con el que era yo misma, con el que quería pasar el resto de mi vida. Ya habréis deducido que era lo que sentía por él ¿verdad? Pues aún tenía miedo de reconocerlo, como una idiota.
Llegué a casa esa noche, después de haber donado casi toda mi ropa a la iglesia, me apetecía hacerlo, porque no iba a utilizarla en el lugar al que iba.
Cuando llegué a casa, con algunas bolsas de algo que había comprado para Nate y los demás, una parte de mí se sentía agradecida con él, por haber hablado con su amigo y confesarle lo que le dije antes de irme. Le había dado esperanza con lo que había entre nosotros.
Encontré a mamá estaba en el invernadero, regando las plantas, como si fuese la cosa más normal del mundo, a esas horas de la noche. Lucía pensativa, más de lo habitual, cosa extraña en ella, que no solía afectarse con nada.
A medida que me acercaba, mis tacones iban haciendo eco en aquel extraño lugar en el que solía ir a resguardarme cuando quería huir de mi propia hermana.
- Arizona – reconoció mi perfume en seguida, aun sin darse la vuelta para encararme, seguía regando su rosal favorito, ese que yo intenté destruir una tarde, intentando llamar su atención - ¿lo recuerdas? – me preguntó, acariciando los pétalos de la planta – quisiste destrozarlo cuando volviste a casa – me sorprendí que ella hablase sobre ello.
- Mamá, necesito que hablemos – le dije, acercándome un poco más, pero ella ni siquiera me miró. No esperaba otra cosa. Cualquier atisbo de relación entre nosotras se rompió hace mucho, nunca fui una hija para ella, sólo vivíamos en la misma casa.
- Ya eres mayor, Arizona – me dijo, dejando la regadera sobre el borde de madera, caminando hacia el lado izquierdo, fijándose en las petunias, observándolas con atención – no necesitas venir a pedirme permiso.
- Sólo quería... - lamí mis labios, nerviosa, abriendo la boca, más que decidida a decirle lo que había ido a hacer allí, pero ella se me adelantó.
- Vienes a decirme que te irás con él – La miré, con incredulidad, sin entender cómo podía ella saberlo – Vas a tirar por la borda todo lo que has conseguido hasta ahora, tus sueños y metas, tu trabajo y todas las oportunidades que tienes aquí, por un paleto de pueblo, camarero y sin aspiraciones de futuro – estaba claro que ella conocía a Chuck perfectamente, lo que me hacía preguntarme era... ¿quién le había hablado sobre él? ¿Habría sido Sharon? – Renunciarás a una vida de lujos... - añadía, acariciando la superficie de la barandilla, tiznándose los dedos de polvo, pues hacía demasiado que nadie entraba en aquel lugar, sólo el jardinero para regar las plantas - ... y a un marido que podría darte cualquier cosa – bajé la mirada, pensando en las palabras acertadas que debía decirle, porque no quería irme de allí enfrentada con ella. Lamí mis labios de nuevo, y cuando levanté la vista ella me estaba mirando. La forma en la que lo hizo, me desconcertó enormemente.
- Sí – admití, sentándome en el bordillo, justo debajo de los geranios, bajando la vista una vez más. Hablar con mi madre sobre lo que quería no es algo que hiciese todos los días – me iré a Riverside – sonrió, con melancolía, observando cómo se daba la vuelta y volvía a prestar atención a las plantas, cogiendo unas tijeras de podar para arreglar el jazmín. Intentó cortar algunas ramas, pero terminó dejando el arma en el mismo lugar, aferrándose a la barandilla para no venirse abajo – sé que no lo entiendes, pero ...
- Lo entiendo – contestó, con voz temblorosa, me puse en pie y me acerqué a ella, necesitaba que me mirase a la cara para despedirme, mirar hacia sus ojos una última vez – al final te has decidido por la decisión más difícil – asintió, sin atreverse a darse la vuelta – dejarás que ese chico entre en tu mundo.
- ¿Qué? – pregunté, con incredulidad, sin poder pronunciar otras palabras, definitivamente no entendía nada.
- Vete con él – ordenó, y eso no era para nada lo que se suponía que ella debía hacer. Ella debía convencerme de lo contrario, hacerme ver el tremendo error que cometía. Dejó de prestar a las plantas y caminó con dificultad hacia el pasillo, mientras yo observaba como se marchaba sin más, sin percatarme de que sus lágrimas seguían saliendo, al recordar aquella tarde, en la consulta de uno de los siquiatras, había tenido que ir ella conmigo porque papá estaba ocupado, y ambas terminamos sentadas hablando sobre el pasado.
El doctor Nolan quería intentar una sesión de hipnosis, mi mente estaba cerrada y les estaba resultando ver lo que ocurría, pero lo difícil de la oscuridad es mantenerla bajo llave mucho tiempo, así que al escuchar el interruptor los recuerdos aparecieron, y yo les narré en primera persona uno de aquellos horribles episodios, cuando esa vieja loca me rajó el brazo con un cuchillo y tuvieron que mal curarme la herida.
Mis gritos de dolor y desolación irrumpieron en la consulta del doctor, mientras mi madre me observaba, horrorizada, con lágrimas en los ojos, suplicarle al doctor que me trajese de vuelta.
- Estás a salvo, Arizona – me calmó el hombre – quiero que te concentres en mi voz y te calmes. ¿quién es la persona que te hizo todo eso? ¿sabes el nombre del secuestrador? Tus padres quieren ayudarte a capturarlos, así que ... ¿puedes decírnoslo?
- Mis padres no quieren ayudarme – contesté, con la voz calmada, respondiéndole – porque fue mi padre el que mandó que me secuestraran, lo escuché de uno de ellos.
Mi madre unió las piezas de ese destrozado puzle en cuanto escuchó aquellas palabras. Las imágenes de lo sucedido aparecieron en su mente: el secuestro, la extraña petición de su marido para que firmase esos papeles, su insistencia con que era lo mejor para mí, podrían usar ese dinero para pagar a los secuestradores, sin que peligrase el futuro de la empresa o el patrimonio familiar, el miedo reflejado en mis ojos al mirar a mi padre cuando volví a casa.
Se dejó caer en la pared, detrás del muro, rompiendo a llorar por todo el daño que me habían hecho, por lo mucho que intentó ayudarme en la sombra, llevándome a los mejores especialistas, incluso acusó a su marido de lo ocurrido, pero para nada volvió, porque yo jamás volví a ser la misma.
Podía recordar lo ocurrido unos días antes, cuando fue a ver a Sharon al ático, encontrando a James allí y a otro chico que no conocía de nada.
Como de costumbre habló mal sobre mí, y aunque mi hermana dio la cara por mí, le sorprendió más que ese chico lo hiciese.
- Si dibujar es lo que le gusta, ¿por qué va a conformarse con otra cosa? – le miró, con incredulidad, sin poder creer su atrevimiento, pero justo cuando iba a responderle él lo hizo – Su hija es una persona maravillosa, con mucho talento, es una pena que usted no pueda verlo – con sólo esas palabras pudo verlo en sus ojos, lo que ese chico sentía por mí.
Recordó las palabras de tía Clara en ese justo instante, la última vez que habló con ella por teléfono.
- Ya no tienes que preocuparte de Arizona, está empezando a confiar en las personas, este pueblo le está viniendo bien – aseguró, con voz borrachina, con música de fondo. Ya volvía a hacer de las suyas. La culpa era suya, por confiar algo tan importante a alguien como ella. Pero no podía ser de otra forma.
- ¿Está yendo a un doctor allí?
- Algo mucho mejor, ha conocido a un chico.
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