Capítulo 24 - Empezar a confiar.
Buenas tardes, aquí os dejo el último capítulo de la semana. ESpero que os guste :D
Leía distraída el periódico cuando la vi entrar en casa, con mi maleta en la mano y una gran sonrisa, junto a James. Me encantaba la pareja tan bonita que hacían, lo mucho que él cuidaba con ella, mirándola con amor.
En aquel momento era yo la que la admiraba, por poder dar y recibir amor de esa manera. Sería maravilloso si yo también pudiese hacerlo, pero no quería pensar en cosas tristes, así que pronto alejé ese pensamiento de mi mente.
- Tranquila, le dije a mamá que vas a pasar unos días conmigo para inspirarte en unas láminas – me calmó. Sonreí, agradecida, observando como llevaba la maleta a la habitación del fondo. James me animó a que la siguiese, y lo hice, dejando el periódico de cualquier forma.
- Sharon – la llamé, justo cuando deshacía mi maleta, colocando mis cosas en el armario – gracias por todo esto – sonrió, levantando la vista para observarme.
- ¿Para qué están las hermanas? – ensanché la sonrisa, haciendo algo que en cualquier otro momento me hubiese parecido imposible, abrazándola, aferrándome a la única persona que iba a sacarme de la oscuridad - ¡Oh Ariz! – me apretaba, con fuerza, como si me hubiese ido por mucho tiempo y acabase de volver – No vuelvas a darme un susto así, jamás.
- Nunca – prometí, rompiendo a reír, como dos histéricas, separándonos, echándonos una mirada de calma.
- Al fin voy a poder cumplir uno de mis grandes sueños, vivir con mi propia hermana – volví a reír, sintiendo como entrelazaba nuestras manos, agradecida de que la hubiese dejado ayudarme de esa manera – Ahora me tienes a tu lado, y no me iré jamás.
- Gracias – ensanchó la sonrisa, mientras yo bajaba la mirada, mirando hacia la maleta, soltándome de ella, ayudándola a organizar mi ropa.
- Háblame sobre ese chico – me dijo, la miré, despreocupada, mientras ambas seguíamos colocando las prendas en el ropero – Chuck ¿no? – me detuve entonces, sintiendo ese miedo dentro de mí, desesperado por salir.
- ¿Qué quieres saber? – pregunté, me encogí de hombros, mirando hacia ella, sonriente, evitando que se me notase que hablar sobre ello me aterraba. Quería confiar en Sharon, pero aún me costaba hacerlo por completo.
- ¿Qué tan genial es para hacer que mi hermana mayor se fije en él? – sonreí, divertida, disipando mis miedos, tan pronto como recordé esa sonrisa, esa mirada, sus dedos entrelazándose a los míos.
- Él es diferente a cualquier otro chico que haya conocido – contesté, sorprendiéndola, pues era la primera vez que descubría a un hombre así – puedo ser yo misma cuando estamos juntos, sin pretender acercarme a los estereotipos de la sociedad, sin tener que estar a la altura de nuestra madre, y dejando de lado el miedo...
- Entonces, si lo tienes tan claro ¿qué haces aquí? – bromeó. Me reí, por la cara que había puesto – vete a ese lugar y aférrate a él.
- No puedo hacer eso – contesté – porque él no se merece a alguien como yo.
- ¿Sabes una cosa? – comenzó, tirando de mi mano para que nos sentásemos juntas en la cama, echando la maleta a un lado – que no puedas decir esas palabras que tanto miedo te dan, no significa que no las sientas – sonreí, agradecida de que intentase calmarme de esa manera – sé que me quieres, aunque siempre intentaste apartarme, a pesar de que no me lo dijiste ni una sola vez.
- Sharon... - comencé, altamente abochornada con la situación - ...yo...
- Creo que ni siquiera te has dado cuenta de lo mucho que sientes por él – me detuvo, sorprendiéndome – sólo tienes que dejar de tener miedo y dejar entrar aquí – señaló hacia mi corazón – a las personas que te hacen feliz. Justo como estás haciendo conmigo.
- Aún necesito tiempo para eso, Sharon – asintió, con calma, apartándome los cabellos más cortos del rostro, sujetándomelos detrás de las orejas – recién estoy empezando contigo – me abrazó, sin más.
- No quiero presionarte – admitió, dando leves golpecitos en mi espalda, dándome todo el apoyo que necesitaba – así que no insistiré más.
- Gracias – agradecí, justo cuando nos separábamos.
- Ahora deberías ducharte, hueles mal – rompí a reír, porque lo cierto es que, desde el baño del día anterior, antes de ir a la discoteca de George a hartarme de absenta, no había vuelto a tener contacto con el agua.
La ducha me sentó de miedo, la forma en la que el agua caía sobre mi piel, usando sus caros geles, sus cremas y su maquillaje. Incluso usé su ropa interior, y me coloqué uno de sus chalecos, junto a una falda de tubo negra, que me quedaba de vicio. Teníamos la misma talla. Las medias tupidas me quedaban enormes, pues ella era mucho más alta que yo. Sonreí, parecía que era el revés, que la mayor era ella.
- Mucho mejor – dijo Sharon al verme aparecer en el salón, mientras yo me colocaba los aretes, con las mismas botas altas que usé la noche anterior. Sonreí, agradecida, agarrando el teléfono móvil de encima de la mesa, dispuesta a agradecer a George que hubiese avisado a mi hermana, cuando las voces de dos personas se colaron en el silencio del ático, entrando por la puerta, haciendo que ambas girásemos nuestras cabezas para mirar hacia ese justo lugar.
- Debiste haberme dicho lo que pensabas hacer con ese dinero – se quejaba una voz que conocía a la perfección, ante las risas de James, mientras me invadía esa sensación cálida que hacía tiempo que se había ido – te lo habría dejado yo mismo si me hubieses dicho que sólo querías... - se detuvo al entrar en la estancia y fijarse en mi hermana, y luego en mí. Perdió el hilo de lo que estaba diciendo, y sólo sonrió, mientras yo bajaba la mirada, lamiéndome los labios, histérica, porque jamás esperé que me encontraría con Chuck allí.
- Mira, te quería presentar... - comenzó James, acercándose a nosotras, mientras ambos nos observábamos como si él tiempo se hubiese detenido, como si sólo existiésemos él y yo. Es que... él estaba guapísimo.
Llevaba un pantalón de vestir negro, una camisa blanca con los tres botones de arriba quitados, y una chaqueta del mismo tono que el pantalón, se había peinado el cabello hacia arriba y ... estaba guapísimo.
- Ella es Sharon, mi novia – ella levantó la mano para que él la estrechase, mientras él giraba la mirada, fijándose en ella – él es Chuck, mi hermano.
- Encantado – contestó él – no ha dejado de hablarme sobre ti en todo el camino.
- Y ella es Arizona, su hermana.
- Hola – saludó él, levantando la mano para estrechar la mía, la levanté, y cuando se tocaron una corriente eléctrica me recorrió entera. Ambos nos sonreímos, con cierto brillo en nuestras miradas.
- Hola – contesté, haciéndole sonreír un poco más, mientras las arrugas de sus mejillas se hacían visibles. Me di cuenta entonces, Sharon tenía razón, sentía más de lo que creía hacia él, mi corazón iba a explotar con tanta calidez.
- ¿Dónde te quedas? – quiso saber Sharon. Él miró hacia ella, bajando su mano, metiéndose ambas en los bolsillos de su pantalón, luciendo despreocupado.
- En este hotel – contestó – James ha insistido mucho, ni siquiera me ha dejado pagar por él.
- Te lo debo, después de todo – aseguró su hermano, apoyando la mano en su hombro, para darle apoyo.
La habitación entera estaba llena de esa sensación que me embriagaba, en aquel momento no quería huir, ni siquiera tenía miedo. Le miraba, y me quedaba embobada, como una idiota, sin saber qué decir, me miraba y me hacía temblar. No necesitaba nada más, para saberlo, quería estar con él, sin que importase nada. Pero no necesitaba palabras, para llenar el silencio que nos rodeaba, no cuando con sólo un gesto suyo me completaba por entero, como si nos entendiésemos en un lenguaje que nosotros habíamos inventado.
- Podríamos ir a tomar algo, y así conocernos un poco mejor – comenzó mi hermana, agarrando mi mano para que le prestase atención.
- Claro – la apoyé – podríamos... - me giré para observarle, pero él miraba hacia mi hermana en aquella ocasión.
- Sí, estaría bien, pero necesito cambiarme de ropa primero – contestó – he intentado dar buena impresión, pero esto es demasiado incómodo – sonreí, porque sabía que él era así, y me encantaba.
- Te esperamos abajo, entonces – dijo su hermano, él asintió, y luego nos marchamos todos en el ascensor, mientras nosotros seguíamos echándonos miradas fugaces de vez en cuando – estaremos en la cafetería de enfrente, ponen unos gofres que están de muerte.
- Hasta luego – nos despidió él, cuando el ascensor se abrió en la tercera planta, marchándose sin más.
Una sensación de desasosiego me embargó entonces. Me calmé a mí misma, asegurándome que le vería en unos minutos. Pero ello me hizo comprender algo, no quería que se fuese, quería ser egoísta, por una vez en mi vida, y aferrarme a él.
Sabía que ellos lo sabían, que había algo entre nosotros, mi hermana y el suyo, pero, aun así, él pretendía no saber nada, al igual que mi hermana. Era de lo más divertido.
- ¿qué te ha parecido mi hermano? – preguntó James, después de que pedimos nuestros cafés, esperando a Chuck.
- Es guapísimo – me atreví a confesar, haciendo reír a mi hermana, pues sabía que yo de normal no era así – ahora entiendo de dónde viene esa guapura tuya – bromeé – Os parecéis mucho.
- Puede que en el físico – contestaba – pero te aseguro que Chuck es mucho mejor persona que yo – sabía que era cierto, no necesité que me lo explicase ni nada – Aunque se las dé de chulito, en el fondo es un trozo de pan – insistía.
- ¿Qué vas a querer de comer, Ariz? – preguntó mi hermana, cambiando de tema, justo cuando la camarera dejaba los cafés en la mesa – tienes que comer algo.
- Tomaré un croissant – la chica lo apuntó, y luego escuchó el pedido de gofres que aquellos dos querían darle, justo cuando Chuck entraba en el local y nos veía en seguida. Sonreí al verle con aquel atuendo tan normal, tan él, que chocaba un poco con el lujo del sitio, pero en aquel momento me daba igual.
Llevaba unos jeans, una camiseta gris y una sudadera de un tono más oscuro sobre ella. En aquel momento si sentía que era mi Chuck, el chico que conocí al sur oeste de Alabama.
- Te hemos pedido un café con leche, pero ... ¿qué quieres de comer? – sabía que él no solía desayunar, al igual que yo, pero que pediría algo para meter a su estómago nervioso.
- Un croissant – contestó. Sonreí, al darme cuenta de que éramos iguales.
Desayunábamos allí, tan tranquilamente. Aquello me parecía de lo más surrealista, tenerle allí, conmigo, ni siquiera quería pensar en qué haría cuando tuviese que irse, porque era obvio que sólo estaba allí de paso.
- Bueno, y ... ¿cómo os conocisteis? – preguntó Sharon de pronto, cogiéndole desprevenido, haciendo que se atragantase con el café, y por poco no se ahogase allí mismo, me hizo mucha gracia, y no pude evitar sonreír, divertida – tengo mucha curiosidad ...
¿Por qué no podían seguir haciendo cómo si no supiesen nada, delante de él?
Estaba histérico, podía notarlo, bajó la mano, abriéndola y cerrándola varias veces, intentando mantener la calma, mientras yo me fijaba en ella, bajando la mía, rozándola con la suya, haciendo que se fijase en ese punto, y luego en mí. Sonrió, agradecido de que le diese apoyo de alguna forma.
- En el bar donde trabajo – declaró, al mismo tiempo que ladeaba la mano, entrelazándola a la mía, encajando a la perfección, miré hacia ese punto, sorprendida, y luego a él, que sonreía. Esa cálida sensación volvió a recorrerme. Me sentía bien cuando él estaba cerca.
Mi hermana se había quedado sorprendida cuando le escuchó decir que trabajaba en un bar, recién comprendía por qué yo evitaba hablar de él. Todo era culpa de los principios que nuestra madre nos inculcó de pequeñas, él era un simple camarero.
- En realidad ... - todos se fijaron en mí – no fue en el bar – en aquel momento me sentía fuerte, no me daba miedo nada si él estaba a mi lado, podía ser incluso mejor que yo misma – fue en la carretera, mientras hacía autostop para que alguien me llevase a Lagoonville – rompió a reír, al recordar lo que pasó en su coche, algo avergonzado. Se giró para mirarme, entonces.
- La verdad es que ya me había fijado en ti en el bar – aseguró, sonreí, como una idiota, fijándome en cada detalle de su rostro, pero sobre todo en sus labios, me moría por besarle, y a él le sucedía justo lo mismo - ¿cómo resistirme a una chica de ciudad, con esos conjuntos tan a la moda y ese humor de chica dura?
- ¿Qué hay entre vosotros exactamente? – quiso saber, en aquella ocasión James. Ambos sonreímos, bajando nuestras miradas, lamiendo nuestros labios después.
- Sólo soy un amigo – declaró él, sorprendiéndome – un buen amigo – sonreí, sin decir nada, mientras acariciaba mi mano con el pulgar, haciéndome sentir a salvo.
- ¿Cuándo te vuelves a Riverside? – quiso saber su hermano, mientras él se encogía de hombros antes de contestar.
- No sé, pero pronto, tengo responsabilidades – contestó.
Su hermano se pasó largo rato hablando sobre su adolescencia en el pequeño pueblo de Riverside, y yo aproveché para ir al baño, necesitaba un poco de tiempo, la ansiedad me embargó tan pronto como escuché que él iba a irse.
- Hola – me saludó, cuando salí y le sorprendí allí, de brazos cruzados dejándose caer sobre la pared, me recordaba tanto a ese chico que vi en la fiesta de cumpleaños de Nate – he pensado que podríamos escaparnos y hablar tú y yo, en un lugar un poco más privado – rompí a reír, antes de contestar.
- Chuck Olson, ¿no estarás intentando ligar conmigo? – bromeé, haciéndole sonreír, agarrándome de la mano para atraerme hasta él.
- Es muy probable que eso es lo que esté haciendo – ensanché la sonrisa – vamos.
Tiró de mi mano, sacándome del local. Cruzamos la calle, y yo sólo podía mirar hacia él, con una tonta sonrisa en el rostro. Estaba loca por él, y ni siquiera me había dado cuenta con anterioridad.
Subimos en el ascensor hasta la tercera planta, y luego nos metimos en su habitación, sonreí en el interior, echando una leve ojeada a nuestro alrededor, fijándome en su cama, ahí es donde él había dormido.
Cuando volví a mirar hacia delante me topé con él, demasiado cerca de mí. Le miré embobada, mientras él agarraba mi rostro entre sus manos, y se abalanzaba sobre mis labios, metiendo sus manos entre mis cabellos, hasta llegar a mi nuca, aferrándose a ella, con la respiración acelerada, y esa electricidad recorriéndonos, ni siquiera me había dado cuenta cuánto añoraba sus besos, su tacto, a él.
- Te he echado de menos – dijo, echándose hacia atrás, quitándose la sudadera, posteriormente la camiseta, quedándose desnudo de la parte de arriba frente a mí, mientras yo apoyaba las manos en su pecho desnudo, acariciándolo, despacio, apoyando mi frente en la suya, acariciando su espalda, haciéndole estremecer bajo mi tacto – podemos hablar luego ¿no? – sonreí, junto al sofá de aquella habitación, importándome bien poco el plantón que le habíamos dado a nuestros hermanos. Levanté un poco el rostro, encajando a la perfección con sus labios.
La forma en la que nuestros labios se devoraban, el uno al otro, con desesperación, como si quisiésemos absorber el alma del otro, me dio una ligera idea de lo que íbamos a hacer a continuación. Me quitó la ropa con ímpetu, quedándonos desnudos el uno frente al otro.
Ni siquiera perdimos el tiempo en buscar la cama, terminando haciéndolos en el sofá, con el haciéndomelo como un verdadero semental, arrebatador y salvaje, me encantaba ser tomada así, me encantaba la forma en la que él gemía, sobre mí.
Los gemidos desesperados de ambos, entrelazándose entre sí, nuestras respiraciones aceleradas, los roces de nuestros cuerpos, el sonido que hacían nuestros sexos al encontrarse, y el deseo, todo ello invadía la habitación, mientras nuestros teléfonos sonaban y nos daba igual. El tiempo se había detenido, estábamos en un universo paralelo, disfrutando de la compañía del otro, con esa necesidad que nos quemaba, sin poder detenernos, sin tener la más mínima intención al menos.
Pronunciaba mi nombre en cada estacada, al igual que yo el suyo, tan cerca del final que parecía irracional.
Me dejé ir, mi cuerpo explotó en miles de pedazos y sensaciones diferentes, al igual que el suyo, y entonces sentí como pesaba, había dejado escapar todas mis fuerzas en aquel acto, cualquier atisbo de resistencia para estar con él.
Nos abrazamos, sin querer separarnos aún, observándonos el uno al otro, acariciando el rostro del otro, con una sonrisa melancólica, porque sabíamos que en algún momento tendríamos que separarnos, él volvería a Riverside, y yo me quedaría en Manhattan.
- ¿y si quisiera que vinieras conmigo? – me preguntó, de pronto, apoyándose sobre el codo, observándome con cautela, arrepentido de estar pidiéndome aquello – Escucha, yo nunca he sido una persona egoísta, siempre he hecho lo correcto, lo que era mejor para los demás – asentí, porque sabía que era así, incluso renunció a sus propios sueños por su hermano – pero no quiero dejarte ir, Ariz.
- ¿Ni siquiera te importa no poder tener una relación normal? – le pregunté – yo no soy como esas chicas a las que estás acostumbrado.
- Hablé con Nate antes de venir – me confesó, haciéndome comprender algo, él sabía que yo no quería buscar a nadie más – sé que soy suficiente para ti.
- La pregunta es... ¿lo soy yo para ti? – me miró, con incredulidad – no sé si seré capaz de amar de nuevo – le expuse mis miedos, y él los aceptó.
- Sólo quiero saber una cosa – me dijo, sentándose, tirando de mi mano para que hiciese lo mismo, sujetando mis cabellos detrás de la oreja, tragando saliva antes de hablar - ¿quieres estar conmigo? Porque si me dices que sí, me da igual todo lo demás.
- No es tan sencillo, Chuk – me quejé. Él sonrió, apoyando su frente sobre la mía, apretándolas, antes de volver a retirarse para hablar.
- Lo es para mí – contestó – Las cosas en mi mundo son sencillas, luego llegas tú y lo pones todo patas arriba, haciendo que nada tenga sentido si tú no estás, Ariz. Así que necesito que me digas que no me estoy aferrando a algo que sólo siento yo – concluyó.
Tragué saliva, él quería saber sobre mis sentimientos, pero yo aún no estaba preparada para hablar de ellos, a pesar de tenerlo claro. Era difícil para mí. Entrelacé mi mano con la suya, haciendo que él mirase hacia ese punto.
- No serviría de nada que te dé una respuesta, porque de todas formas te irás, Chuck – contesté.
- Necesito esa respuesta, Ariz – me contradijo, terriblemente serio – Sólo una puta palabra, no pido otra cosa. Si es tan difícil para ti contestar... - su voz se quebró – prometo que no volveré a molestarte nunca más – la angustia me hizo daño, al pensar en la mínima posibilidad de no volver a verle – podemos hacer de esta una despedida si es lo que quieres. Pero necesito que hables conmigo y me diga qué es lo que quieres, Ariz.
- No quiero que te vayas – me atreví a decirle, él se lamió los labios, mirando hacia la sudadera que había tirado al suelo minutos antes – me aterra seguir en esta vida sin ti.
- Entonces acepta esto entre tú y yo – pidió – sé que estás asustada, pero también sé que quieres estar conmigo, aunque no te atrevas a decirlo, Ariz. Pero necesito que me lo confirmes, no quiero luchar por algo yo solo.
- Sí – acepté, sorprendiéndole, incluso yo misma me sorprendí – quiero estar contigo – sonrió, haciéndome sentir bien – pero no quiero ... no soy capaz de hablar sobre mis sentimientos, Chuck.
- Te lo dije una vez, que puedo ser muy paciente – contestó, mientras yo negaba con la cabeza, volvía a tener miedo – podemos ir todo lo despacio que necesites, podemos...
- No quiero hacerte daño, si al final yo no puedo decir esas palabras ... - sonrió, con calma.
- Si al final no puedes decirlas demuéstrame que las sientes, eso es suficiente para mí – sonreí, al mismo tiempo que lo hacía él. Era perfecto, el mejor hombre que había conocido jamás – ahora debemos hablar de otra cosa importante... pero deberíamos vestirnos, vamos a coger frío.
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