Capítulo 23 - Aferrarse a las personas.
Un sonido sordo inundó mi mente, y al abrir los ojos me encontraba en la misma playa de siempre, la luz era tan potente que no me dejaba ver nada, pestañeé un par de veces, hasta hacerme la vista a ella, observando el horizonte, con una gran sonrisa. Me sentía tan bien allí, sin dolor, sin preocupaciones, tan sólo quería quedarme por toda la eternidad, pero parecía que la vida tenía otros planes para mí.
- Es agradable, ¿verdad? – dijo una voz junto a mí, mirando hacia el mar. Giré la cabeza, para mirarle, a pesar de que sabía perfectamente quién era. Papá estaba allí con ese tiro en la cabeza, pero lucía tan feliz, tan en calma, que parecía irreal – pero no puedes quedarte aquí, tienes que volver – no dije nada, solo volví a mirar hacia las olas, que rompían en las rocas de la orilla – Lo siento muchísimo, hija, lo que sucedió cuando eras niña... - tragué saliva, recordando esas partes de mi vida, haciendo todo lo posible para borrarlas, porque no quería volver a sentir - ... podría ponerte mil excusas, pero no tenemos tiempo para eso. Lo hice para protegerte y al final terminé poniéndote en peligro – le miré, sin comprender – ese dinero era para ti, tu abuelo te lo dejó en herencia y tu madre lo estaba gastando a su antojo. Yo sólo quería... - se detuvo, apretando los puños, molesto por cómo se habían dado las cosas – No hice las cosas de la mejor forma, pero pensé que tu madre se vendría abajo con tu secuestro... que haría cualquier cosa por ti.
Un dolor en el pecho me cortó la respiración, haciendo que mi padre temblase, como si fuese sólo una alucinación, por un momento pude escuchar las voces lejanas de los paramédicos intentando salvarme la vida.
- Permítete ser feliz, Ariz – dijo mi padre, en un intento desesperado por aferrarse a mí. Miré hacia él – y trata de perdonar a este viejo estúpido. Te quiero, hija. Perdóname por no habértelo dicho con asiduidad.
El dolor volvió a envolverlo todo, la playa desapareció de mi mente, y abrí los ojos en aquella cama de hospital, volviendo a la vida una vez más. Había muerto por segunda vez, y de nuevo papá estaba allí, en aquella playa, pidiéndome perdón, como una sucia rata, intentando enmendar un error que era imposible de arreglar.
"Permítete ser feliz" – eso era lo que él siempre decía en esos momentos. Ese era el problema, yo misma era la que no quería ser feliz, porque sabía que nunca podría decirle esas palabras a la única persona que lo merecía.
Miré hacia la enfermera, observando como esta me sonreía, como si se alegrase de mi vuelta.
- Ariz, Ariz – resonaba en aquella sala, entrando al fin, mientras los enfermeros intentaban sacarla de allí, con un persistente "señora, no puede estar aquí". Levanté la vista para mirarla, nuestras miradas se cruzaron y yo agradecí que ella volviese a estar allí, como la primera vez. Al final era mi hermana pequeña la que siempre estaba ahí para mí – Te quiero – susurró.
Sonreí, observando cómo se la llevaban, recordando por un momento todas esas veces que esa niña se aferraba a mí en las noches, irrumpiendo en mi habitación, limpiando mis lágrimas, abrazándome, y quedándose allí durante horas, abrazándome, mostrándome lo mucho que me quería. Era la única persona en aquella casa que lo hacía.
Te quiero. Eso había querido decirle siempre, pero ni una vez pude pronunciarlo, mientras ella lo hacía a diario, sin importarle no recibir absolutamente nada de mí. Siempre supe que ella estaría ahí, pero la aparté en innumerables ocasiones.
¿Qué sucedía con esa niña? ¿Por qué se aferraba a mí de esa manera? Importándole bien poco no recibir amor por mi parte.
Recuerdo una vez, después de que destrozase el armario de papá, que ella se culpó a sí misma como la cabecilla de la travesura, y fue castigada ocupando mi lugar. ¿Por qué esa niña seguía haciendo esas cosas por mí? ¿Por qué seguía intentando salvarme de la oscuridad?
Nuestros padres siempre intentaron tratarnos de forma distinta, criarnos como a rivales, sobre todo, mi madre. Pero ella siempre me aseguraba que quería ser como yo porque me admiraba. No tenía ni idea. ¿Quién quería ser una niña asustada metida en una jaula? ¿Por qué sentía esa gran admiración hacia mí?
Cuando estaba en mi tercer año de universidad me confesó que había presentado la carta de admisión a mi universidad, porque quería ser como yo. Me habló sobre lo maravilloso que era que ambas nos dedicásemos a lo mismo, que nos apoyásemos mutuamente... Al final no fue así, pero la única culpable siempre fui yo, que la apartaba de mí cada vez que se acercaba lo suficiente a esa habitación oscura.
Esa niña odiosa, siempre intentando meterse en donde no la llamaban, que me salvaba cuando estaba en peligro. Sabía que, si de ella hubiese dependido todo aquello del secuestro, me habrías salvado antes de las primeras 24 horas, habría dado su vida por mí, era la única persona que me quería en aquella casa. Pero ... ¿por qué nunca la acepté, a mi hermanita pequeña?
Entró por la puerta en cuanto me declararon estable. Tenía lágrimas en los ojos, estaba histérica, y temblaba.
- ¿Por qué sigues haciéndome esto? – se quejó, rompiendo a llorar junto a mí, abrazándome con fuerza, dejándome altamente sorprendida, sin saber qué hacer - ¿no te das cuenta de que me hace daño? – apoyé mis manos en su espalda, abrazándola, aferrándome a ella de la misma forma en la que ella se aferraba a mí – Te quiero, Ariz, te quiero mucho, por favor no vuelvas a dejarme.
No entendía qué era lo que tenía yo para que esa chica me quisiese de esa forma incondicional.
- Papá se ha ido, pero yo estoy aquí – insistió - ¿no puedes quedarte en esta vida por mí?
- Me quedaré – contesté, sorprendiéndola, haciendo que se retirase para mirarme. Le sonreí, seguía siendo esa niña que se escondía en mi cama cuando nuestros padres dormían y calmaba mi corazón. Limpié sus lágrimas, en calma, en aquel momento no quería apartarla. Sabía que Sharon estaba demasiado en shock por escucharme decir esas palabras, era la primera vez en su vida que le mostraba un poco de compasión.
- ¿Por qué tienes que seguir bebiendo esa bebida horrible? – se quejaba, en cuanto se recuperó un poco. La agarré de las manos, sin decir nada durante un momento.
- Porque es lo único que me hace olvidar – le dije. Ella siempre lo supo, que había algo que me atormentaba, pero nunca lo mencionó, ni una sola vez – No le cuentes nada de esto a mamá – supliqué, porque no quería volver a sentir su mirada de desaprobación sobre mí. Sonrió, levantando la mano para acariciar mi mejilla, apartando un par de cabellos de mi rostro, sujetándolos detrás de mi oreja.
- Sé que nunca hemos podido estar muy unidas por su culpa – aseguraba ella.
- No sólo por nuestra madre – me atreví a confesarle, aunque ella lo sabía mejor que nadie – nunca me he portado bien contigo.
- Nunca es tarde para empezar – contestó. Sonreí, agradecida. Nos miramos, con tan sólo eso me sentía a salvo, ya no quería volver a beber absenta, no quería volver a estar muerta, porque acababa de comprender que esa niña preciosa me necesitaba, era importante en su vida, y nunca antes me percaté de hasta qué punto – Deja de pensar en todas las cosas que mamá dice – añadió – sobre que dibujar no es algo válido para una de sus hijas, y sobre que debes casarte con un hombre millonario que puedas manejar a tu antojo.
- Mamá no tiene ni idea – respondí – ya no quiero seguir haciendo lo que todos creen que es mejor para mí – me atreví a confesarle, sorprendiéndola, quizás porque era la primera vez que le abría mi corazón, que le hablaba sobre mí misma – A pesar de que sé que será difícil para mí, o quizás imposible, volver a decir esas dos palabras quiero... - me detuve, incapaz de continuar, pensando en Chuck, por un momento - ¿crees que soy egoísta si me quedo al lado de las personas que me hacen reír, a pesar de no estar segura de poder amarlas? – Ella sonrió, sin decir nada por un momento.
- Ahora no estás hablando de mí, ¿verdad? – la miré, sin comprender – estás hablando del hermano de James.
- Él es un buen chico, Sharon – reconocí, asombrándola, porque yo nunca le hablaba sobre chicos, no de esa manera – no se merece pasar por todo esto.
- Sé que es difícil para ti dejar entrar a alguien, porque ni siquiera me dejas entrar a mí, pero ... tienes que hacerlo, dejar de prestar atención a las mentiras de nuestra madre y centrarte en lo que quieres hacer.
- ¿Eso es lo que tu hiciste con James? – quise saber. Asintió.
- No quiero que vuelvas a tomar el camino fácil, la absenta – se atrevió a rogarme – no quiero volver a pasar por lo mismo una tercera vez. No quiero volver a perderte, Ariz – sus lágrimas cayeron, y yo me arrepentí de estar haciéndole daño de nuevo, a esa niña.
Fue en ese justo momento, en el que me prometí a mí misma que nunca volvería a probar esa bebida, no si eso podía hacer daño a mi hermana pequeña, de alguna forma. En el fondo de mi alma sabía que la quería, con todo mi ser, a pesar de no poder decírselo en voz alta.
- Ahora descansa un poco – pidió, haciéndome salir de mis pensamientos, poniéndose en pie, poniendo distancia entre ambas – tengo que volver al hotel, James me está esperando fuera. Pero volveré luego, para llevarte conmigo a casa – prometió, mientras yo asentía, y la dejaba marchar.
Acababa de dar el primer paso a la salvación, confiar en mi hermana pequeña y aferrarme a su amor. Quizás eso podría salvarme de la oscuridad, aunque no fuese lo mismo que Chuck, sabía que esa niña adorable con su amor incondicional, sin pedir nada a cambio, podía hacerlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro