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Capítulo 15 - El sueño.


Miraba hacia la laguna, medio dormida, con mi libreta en la mano, dibujando el reflejo de la luna sobre el agua, pegando leves cabezadas, a punto de caer en los brazos de Morfeo, mientras él a mi lado, pensaba en la conversación tan agradable que habíamos mantenido. Era la primera vez que le contaba mis cosas a alguien, y él apreciaba ese gesto. Quizás estaba empezando a confiar en él, o quizás fuese que era la única persona en mi vida, que había estado ahí para mí, dedicándome unas palabras de calma.

Dejé caer el lápiz al suelo, sin tan siquiera darme cuenta de ello, incluso se cayó la libreta, apoyando después la cabeza en su hombro, profundamente dormida. Sonrió, con la vista fija en la libreta, mirando luego hacia la laguna. Se estaba bien allí, escuchando los sonidos de las ranas, los grillos y los búhos. No cambiaría nada de aquello por nada del mundo, esa era la razón por la que se quedó en aquella parte del mundo, y no se marchó a Canadá, junto a sus padres.

Me acomodó un poco mejor, para que me tumbase sobre sus piernas, y descansase mejor, y luego acarició mi mejilla, apartándome los cabellos de la cara, con ternura. Alargando entonces la mano para coger la libreta, comenzando a ojearla.

Uno de los gatos callejeros en la primera hoja, calcando cada detalle de este. Un ciervo bebiendo agua del estanque que había más abajo. Unos garabatos sin sentido. Un pájaro sobre el alfeizar de la ventana. Una garza en la laguna. Un rostro que reconoció en seguida, era el suyo propio, pero era mucho más bello de lo que él era, porque era mi forma de verlo. Sonrió.

- Si me dejas, yo cuidaré de ti, Ariz – dijo hacia la nada, pues yo estaba dormida, no podía escucharle.

Tan sólo un rato después, unos brazos fuertes me balanceaban, y yo me sentía a salvo en ellos. Me dejó caer sobre su cama, y se recostó a mi lado, mirándome con mucha calma. Tenía toda la noche para observarme, y eso le calmaba de una forma que jamás creyó.

Tuve un sueño de lo más raro esa noche, allí, en su cama, con la ventana abierta, la mosquitera sobre esta, y él durmiendo junto a mí. Papá estaba en ese sueño, tenía la pistola con la que le encontraron en la mano, y un agujero en la sien, pero cuando me miró no parecía estar muerto, sonreía feliz, mientras yo lo observaba desde el porche de Chuck, abrazándole del lado izquierdo, dejando caer mi mejilla sobre su pecho, sintiendo su mano en mi hombro, respirando con normalidad.

Me percaté en seguida de que él era mucho más alto que yo, mi cabeza le llegaba más o menos por el hombro, pero se sentía bien estando en sus brazos, no negaré eso.

Papá levantó la vista para mirar hacia Chuck, y al volver a mirarme asintió, como si estuviese eligiendo bien, como si no estuviese de acuerdo con el criterio de mi madre a la hora de elegir a la persona con la que compartir mi vida.

No parecía estar enfadado conmigo, parecía feliz de volver a verme, y eso me calmó muchísimo.

El agradable sonido de un nuevo día, los pájaros cantando y la luz del sol que se metía por su ventana me despertó. Estaba sobre su cama, y no estaba ni un poquito preocupada con el hecho de haber dormido allí. Sonreí, mirando hacia mi lado, pero él no estaba allí. Escuché ruido, que no estaba lejos de donde me encontraba, y salí a curiosear.

Estaba allí, sin camiseta, con un paño enganchado al bolsillo del pantalón, concentrado, preparando un zumo de naranja y unas tostadas con mantequilla y mermelada. Me estaba preparando el desayuno, no conocía a ningún otro tío que hiciese algo así.

- Espera, espera – me detuvo, antes de que hubiese dicho nada – aún no te despiertes – rompí a reír, caminando luego hasta él – el desayuno es la comida más importante del día, come algo antes de irte – sonreí.

¡Dios! ¿Se podía ser más guapo?

- Gracias por lo de ayer – sonrió, algo tímido.

- Sólo quería que supieses que no sólo estoy aquí por el sexo – rompí a reír, sin poder evitarlo – Puedo esperar o lo que quieras, Ariz – eché una leve ojeada a las tostadas, se le habían quemado.

- No sueles desayunar tostadas, ¿a qué no?

- ¿Tanto se me nota? Me gusta más la fruta.

- A mí también – contesté – debería ir a casa – bajé la mirada, incómoda, mientras él me levantaba la barbilla para que volviese a mirarle.

- Si te apetece, puedo darte otro desayuno – miró hacia mis labios, y yo rompí a reír. Definitivamente Chuck Olson me hacía sentir bien.

Levanté las manos, entrelazándolas alrededor de su cuello, y entonces le besé, mientras él me subía a la encimera de la cocina, subiéndome el vestido, con impaciencia, mientras yo le abría los jeans y dejaba libre su miembro, apretándole contra mí, deseando hacer aquello con él.

- Espera, espera – me detuvo. Levanté la vista, echándome hacia atrás, mirándole sin comprender – juguemos un poco primero ¿no? – sonreí, esperando que era lo que tenía para mí.

Apoyó la mano en mi mejilla, e hizo un recorrido con sus dedos, hasta llegar a mi nuca, apretándome contra su boca, besándome con desesperación, echándose hacia atrás antes de que lo hubiese saboreado como merecía. Sonrió, mordiéndose el labio después. Le devolví el gesto, apoyando mis manos en su pecho, comenzando a acariciarle, despacio, sabía que le encantaba, no había más que verle, las muchas sensaciones que le producía.

- Te advierto, Olson, que soy una experta jugando – porfié, haciéndole sonreír, justo cuando me detuve en su vientre, presionando un par de dedos, para que se colasen entre sus calzoncillos y rozasen su entre pierna.

- Demuéstramelo – pidió. Me lamí el labio inferior, con deseo, tragando saliva después, sacando el coraje de dónde no lo había, bajándome de la encimera, empujándole contra el frigorífico, haciéndole sonreír, más que excitado.

Me lancé a su cuello, mordiéndolo, poniéndome de puntillas para llevarlo a cabo, mientras él se quejaba al respecto y yo comenzaba a bajar, dejando un camino de besos húmedos por su piel, ante su atenta mirada.

Me di la vuelta sin previo aviso, bajándome las bragas ante su atenta mirada, me di la vuelta, mirándole con estas en la mano, y él sonrió con muchas ganas de seguir jugando a ese juego, pero ambos perdimos la concentración al escuchar ruido fuera.

- Escóndete en mi habitación – pidió, en cuanto vio mi cara de espanto. Sonreí, agradecida, caminando hacia el otro lado, justo cuando alguien llamaba a su puerta de cristal. Se recolocó bien el material, para que no se le notase mucho de que estaba a punto de explotarle el pantalón, y luego se marchó a abrir la puerta – no es un buen momento ahora, Hanna – la chica entró en la casa sin ser invitada, reparando en las tostadas y el zumo.

- ¿Estás con alguien? – quiso saber. Él negó con la cabeza – pero si tú nunca desayunas tostadas.

- Hoy me apetecía – aseguró, agarrando una dando un primer bocado, haciendo todo lo posible por fingir que le encantaba, cuando lo cierto es que le estaba dando nauseas el pan tan frío y quemado.

- He pensado que ... como todo el pueblo está diciendo por ahí que hay algo entre nosotros – dejó de prestar atención a la habitación, que se conectaba con el resto de la estancia, con tan sólo unas cortinillas, fijándose en él, caminando poco a poco hasta que le tuvo en frente, mientras hablaba – podríamos darle un buen espectáculo – apoyó la mano en su pecho desnudo, y se acercó a él para besarle.

- Sin duda me siento alagado – aseguró, haciéndole la cobra, echándose hacia atrás, apartándola de él – que hayas pensado en mí para este plan tuyo, pero ahora estoy con alguien Hanna.

- ¿Estás con alguien? – preguntó, atónita – No he oído nada.

- Es una chica de la ciudad – se apresuró a decir, con rapidez. Ella sonrió entonces, volviendo a colocarse sobre él, mientras él le quitaba las manos de encima, y volvía a apartarla.

- ¿Cómo de serio es?

- Lo suficiente como para no querer acostarme con nadie más – contestó, dejándola noqueada al respecto.

- Vale – aceptó, con cierto rin tintín, al sentirse rechazada por alguien como él. No estaba acostumbrada a que le dijesen que no, eso era todo – pero avísame cuando esa tipa salga de tu vida – él sonrió, al darse cuenta de que ella estaba dolida.

- ¿Querías algo más? – quiso saber él, ella negó con la cabeza, despidiéndose, marchándose sin más.

Cerró la puerta y luego se marchó a la habitación, donde estaba yo, observando las fotografías de la cómoda, había una de un chico que se parecía mucho a él, aunque era más joven, y muy guapo.

- ¿Por dónde íbamos? – me di la vuelta, divertida, observándole.

- Debería irme a casa, Chuck – contesté, desilusionándole - ¿nos vemos luego?

- Define luego – sonreí – trabajo esta noche en el bar y esta tarde he quedado con Nate para hablarle sobre el coche.

- Puedo ir a verte luego al bar – me miró, sin dar crédito – o podemos vernos en mi casa cuando termines.

- Sólo dime que no te estás acojonando con esto – suplicó, altamente preocupado.

- No me estoy acojonando – prometí, sonrió, y me dio un beso, del que me costó huir, pero al fin lo hice, volviendo a mi casa.



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