Capítulo 13 - Huir del miedo.
Al final siempre me encontraba en ese oscuro lugar, entre el miedo y las mentiras, siendo arrastrada por mí misma hacia los recuerdos que me hacían daño.
Con la maleta abierta y un par de calcetines en la mano, allí me encontraba, dejando escapar una lágrima al pensar que nunca volvería a escuchar esa risa que me hacía feliz. Me la limpié, con rapidez, echando los calcetines a la bolsa.
Huía, de nuevo lo hacía, porque la realidad a veces es demasiado dura para ser enfrentada. La muerte de mi padre me destrozó de una forma que ni siquiera podéis imaginar, quizás porque aún me sentía culpable por lo que pasó. Una vez más, la vida misma me demostraba que yo no era esa persona que quería hacerles creer a todos, no era cruel. Odiaba que las cosas fueran así, odiaba no poder decir abiertamente lo que sentía y correr siempre a resguardarme detrás de una pared.
¿Por qué no podía ser como Sharon? ¿Por qué no podía enamorarme y desenamorarme con la facilidad en la que lo hacía ella?
Todas esas citas a las que asistí, todos esos chicos con los que estuve, y ninguno de ellos mereció nunca la pena, con ninguno me atreví a hablar sobre lo que me sucedía. Ni siquiera aquella vez había funcionado.
A pesar de que él consiguió lo que ningún otro pudo antes, retirar mi muro, hacer caer mi careta y hacerme reír de verdad, hizo que perdiese el miedo durante el tiempo que estuvimos juntos. Pero la melancolía siempre me perseguía, a pesar de que intentase huir.
Por alguna razón, las cosas malas siempre me suceden a mí. ¿Por qué me aferré a él si sabía que podía hacerme daño?
No quería recordar el pasado, pero por más que intentaba resistirme, siempre acababa pensando en ese lugar. Podía escuchar sus voces en mi mente, ver esa pistola apuntándome a la cabeza, sentir la bilis subiendo por mi garganta, o sentir como me orinaba en el vestido de flores, mientras rezaba todas las oraciones que me sabía, rogándole a dios que mi padre pagase el rescate que los secuestradores les pedía para hacerme salir de aquel infierno.
"Tu padre no te quiere" – resonaba en mi cabeza la voz de aquel malnacido. Me senté en la cama, porque mis piernas temblaban – "¿Qué padre no pagaría cualquier cantidad para salvar a su propia hija?" – insistía aquella voz.
En aquella época, Sharon tan sólo era un bebé, así que ni siquiera puede recordar el infierno por el que pasé.
Ni siquiera la gran cantidad de sicólogos que pasaron por mi vida pudieron ayudarme. Yo no podría volver a hablar de sentimientos jamás. Me volví fría y distante. Porque mi padre no quería pagar a los secuestradores y durante un tiempo no supe por qué. Al final, fue uno de estos, el que me dio la clave para entender bien aquella situación. El dinero, eso era lo único que importaba.
Mi padre siempre fue un hombre cruel, hasta el final de su vida, y yo nunca pude volver a decir esas dos palabras de amor.
En el fondo aún seguía siendo esa niña de cinco años con miedo a hablar sobre sentimientos, porque la voz de ese tipo seguía en mi cabeza, atormentándome.
"Debes ser una niñita horrible para que nadie te quiera"
"¿Qué clase de familia tienes que no quiere venir a salvarte?"
Mi llanto salió al exterior, llenando todo el silencio de la mañana.
¿Por qué nadie me quería?
¿Por qué no podía dejar que nadie me quisiese?
¿Qué clase de familia no va a buscar a su hija secuestrada y la deja con los secuestradores durante un mes?
¿Qué clase de padre ordena el secuestro de su propia hija?
Ariz – me llamé a mí misma, desde algún lugar de mi mente – tienes que reponerte, no puedes dejar que esto vuelva a superarte.
"Arizona" – dijo aquel tipo, de nuevo – "Tienes un bonito nombre"
Abrí la boca, para respirar, mi pecho subía y bajaba. Tenía miedo, tenía tanto miedo de volver a derrumbarme. Esos hombres aún me atormentaban en mis pesadillas.
Mis lágrimas seguían saliendo.
"Tienes que volver a casa" – dijo la voz de esa vieja loca – "no podemos ocuparnos de ti aquí. Así que si tu padre no paga por ti ... algo tendremos que hacer contigo"
El disparo ensordecedor sonó en aquel bosque, la bala salió disparada, pasando junto a mí, impactando en un árbol que había tres metros más atrás.
Grité asustada, dejando que el llanto volviese a salir, mientras la mujer me ordenaba que bajase la voz, escuchando al fin eso que quería evitar.
- ¿Qué coño estás haciendo con la niña, vieja loca? – se quejaba aquel hombre, huesudo y muy alto, con el cabello desaliñado y un cigarro en la boca.
- No puede quedarse – encaró – asusta a mis gallinas con sus malditos y constantes llantos.
Sólo era una niña, joder. Una maldita cría no debería soportar algo así, jamás.
Durante años luché conmigo misma por ser aceptada, por ser querida, me empeñé tan duramente en ser válida que me había olvidado de vivir. Tan sólo quería ser la hija perfecta para papá y mamá, olvidar lo que mi padre me hizo y seguir adelante, pero al final... nunca lo conseguí.
Creo que mi tía Clara es la única a la que le he importado de verdad, pero con ella tampoco podía contar, porque nunca estaba. Y mamá, nunca me demostró que me quería, ni una sola vez desde que volví a casa. Siempre se mostraba distante, haciéndome ver que su favorita siempre sería Sharon, y que yo debía luchar para ser tan perfecta como lo era ella.
Podía escuchar a alguien golpear la puerta, en el exterior, pero eso no me hizo detenerme, no cuando no podía dejar de pensar en aquella noche.
"Llovía, una tormenta horrible que me asustaba a más no poder, quizás porque la noche en la que fui secuestrada también lo hacía. Caminaba por los pasillos de la oficina hacia el despacho de papá, pues acababa de enterarme que había retirado los fondos para la galería de la tía, después de saber que yo iba a volver a dibujar. Estaba enfadada, lo cierto es que estaba muy enfadada.
- Arizona – se quejó, al verme entrar sin tan siquiera llamar, levantando la vista del ordenador, dejando de apuntar los cambios de la bolsa en el documento que tenía sobre la mesa - ¿Cómo te atreves a entrar en mi despacho sin tan siquiera llamar? – Ni siquiera me preguntó por la razón por la que estaba allí, creo que él ya lo sabía.
- ¿Qué es eso de que has retirado los fondos para la galería? – pregunté, enfadada, dando un portazo detrás de mí – Necesito ese dinero para afrontar los gastos de marketing.
- No voy a pagar para que mi propia hija se ponga a dibujar garabatos – espetó – al final fracasarás, como la última vez, y será un dinero perdido.
- ¿Tan poca fe tienes en mí? –grité.
- No es eso, hija, pero ... las estadísticas dicen que las láminas no es algo que interese a mucha gente. Hoy en día la gente prefiere...
- Nunca has creído en mí, en toda mi vida, ni una sola vez – me quejé, dejando que el enfado me dominase por completo – sólo te importa tu maldito dinero.
- Sabes que eso no es así – me dijo, apoyando las manos en la mesa, poniéndose en pie para encararme – te pagué los estudios para la universidad y el master que vino después, y pagaría cualquier otra cosa que me pidieras, pero ...
- Sólo lo pagaste porque era lo que mamá quería para mí – espeté – nunca te importó que me gustase dibujar, ni una sola vez me apoyaste con eso.
- Eso no es cierto, nena...
- Me iré de casa – lancé, sorprendiéndole – voy a marcharme lo más lejos que pueda de ti, porque detestas todo lo que hago, detestas todo lo que me hace feliz.
- Ariz...
- Pero... ¿qué se puede esperar de un padre que fue capaz de ordenar el secuestro de su propia hija? – lancé, descolocándolo, porque se suponía que yo ya no recordaba esa etapa de mi vida – El dinero era más importante que yo ¿verdad? – negó con la cabeza, dejando escapar sus lágrimas. Parecía que realmente aquel hombre tenía sentimientos, después de todo – Dime la verdad, ¿me has querido alguna vez en toda tu vida?
- Por supuesto que sí, te quiero, nena – aseguró, mientras yo negaba con la cabeza, incapaz de creer aquellas palabras, no cuando me había hecho tanto daño.
- Te odio – lancé – por abandonarme de la forma en la que lo hiciste. Estuve un mes secuestrada, papá. Me encerraron en una jaula, junto a las gallinas. ¿Sabes si quiera lo asustada que estaba? ¿y todo para qué? Para conseguir el dinero que el abuelo me dejó en herencia – mis palabras lo descolocaron, jamás pensó que pudiese enterarme de la verdad de esa forma.
- Eso no es así, cariño, yo ...
- Dices que me quieres, pero nunca, en toda tu vida has hecho nada por demostrármelo – negó con la cabeza, intentando llegar a mí, pero me eché hacia atrás – ni siquiera venías a mis cumpleaños, ni venías a recogerme al colegio, tampoco me llevabas a los eventos importantes, ni me diste un solo beso, nunca me decías que me querías, nunca... - mi voz se quebró, y él intentó volver a alcanzarme, pero volví a apartarme – debería haber muerto en aquella granja, así al menos tendrías esa muerte en tu conciencia – contesté, haciendo que se rompiese, frente a mí, pero ni siquiera me quedé a recomponerle, pues me marché de su oficina en ese justo instante"
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