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Capítulo 11 - La niña asustada.


Antes de nada disculparme, porque ayer no subí capítulo debido a que no cogí el ordenador en todo el día. Disculpen las molestias. Este es el capítulo de ayer, y en breve subiré el de hoy.

Es muy triste, por cierto.

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Tu mundo entero puede cambiar cuando aparece una persona que puede alterarlo de una manera que desconocías, rozando lo imposible.

Quería aceptarlo, aferrarme a esa luz que había entrado sin permiso, haciendo desaparecer la oscuridad y el vacío que tenía dentro, a pesar de que sabía que en algún momento de la historia volvería a quedarme aún más desolada de lo que ya estaba, y más sola. Pero después de haber vivido en el infierno en el que yo lo hice, cuando aparece una posibilidad de librarte de él por unos días, te aferras a ella como si fuese el último trozo de comida en el plato, tras días en ayunas.

Empujé mi hombro contra el suyo, haciéndole salir de sus pensamientos, que dejase de mirar hacia la laguna y mirase hacia mí.

- Es la primera vez que haces pellas en el trabajo – le dije. Sonrió, tocándose los dedos unos con otros, incómodo – Tom se enfadará si se entera de que en realidad no estás enfermo.

- ¿Me vas a dejar quedarme? – preguntó, con un atisbo de duda en su mirada. Sonreí, alargando la mano para coger la suya, entrelazando nuestros dedos – El tipo que te hizo daño era un idiota, Ariz – él pensaba que estaba así por un hombre. Lo cierto es que era cierto, lo estaba, pero no el mismo que él creía – estaré aquí para escucharte cuando quieras hablar sobre ello.

- ¿Y si nunca quiero hacerlo? – quise saber - ¿te irás si no puedo compartir esto contigo?

- No – contestó – no iré a ninguna parte – sonreí, mirando hacia la laguna. Hacía un rato que había oscurecido, y podían verse las luciérnagas rodeando aquel lugar, sobre el agua, las ranas croando y los grillos haciendo de las suyas. Podría vivir toda mi vida en ese lugar, os lo aseguro, era perfecto. Lejos de la ostentosa vida que tenía en Manhatan – Si pudieses elegir un súper poder... ¿cuál sería? – le miré, divertida. De todas las preguntas que podría hacerme, se decidía por esa idiotez – creo que yo elegiría tener la capacidad de ...

- ¿elegirías tener más dinero? – bromeé, sonrió, apretando mi mano.

- El dinero no da la felicidad – contestó - ¿crees que necesito algo más que esto? Estoy aquí porque quiero, Ariz. Somos nosotros los que elegimos nuestra vida.

- No siempre – le contradije, evitando su mirada – a veces otros eligen por nosotros y sólo podemos aceptarlo.

- ¿Por qué? – le miré, sin comprender - ¿Por qué conformarte con algo que no te haga feliz? La mayoría de la gente opina que puedo tener más de lo que tengo ahora, pero yo soy feliz aquí Ariz, con todo lo que tengo, ¿por qué ser avaricioso queriendo más si para mí es suficiente con esto? Recuerda siempre una cosa, Ariz... esta es tu vida, así que eres tú quién tiene que elegir cómo vivirla.

- Siempre lo tienes todo tan claro – le dije, sorprendida por ello. Sonrió, bajando la cabeza un momento antes de contestar.

- No siempre – contestó – a veces yo también tengo dudas. Sobre todo, si se trata de ti. Eres como un diario cerrado que intentas abrir desesperadamente, pero que es imposible forzar esa cerradura.

- Puede que si abres ese diario luego te arrepientas, Chuck – sonrió, negando con la cabeza.

- Lo dudo mucho – apoyó su hombro sobre el mío, acercando su rostro al mío, mirando con atención a mis labios, sin atreverse a besarlos aún – voy a terminar abriéndolo, lo sabes ¿verdad? – lo dije nada, solo podía mirar hacia sus labios, estaba tan cerca, que solo podía desearlos – y luego sacaré a esa niña asustada de ahí.

- ¿Y si la niña te hace daño? – quise saber, desesperada.

- No vas a hacerme daño, Ariz – aseguró, lanzándose a mis labios al fin, como tanto necesitaba.

- Así que... - comencé, después de romper el beso, haciéndole sonreír, al darse cuenta de que estaba algo incómoda - ¿cuál es el plan?

- Pues vamos a entrar ahí dentro y voy a follarte como llevo toda la semana queriendo hacer – sonreí, divertida, con ganas de porfiarle. Él era el culpable de aquello, me hacía olvidarme de esa niña de cinco años, y convertirme en una mujer atrevida. Me levanté y me acerqué a la barandilla, mientras me observaba, poniéndose en pie, acercándose a mí después.

- ¿Qué pasa? ¿No te atreves a follarme aquí fuera? – sonrió, agarrándome de la cintura para atraerme a él, aferrándose a mis labios después. Separándose con una pícara sonrisa, quitándose la camiseta, dejándola caer al suelo, dejándome claro que iba a hacerlo.

- Si alguien viene a verme esta noche nos encontrará aquí, follando – me dijo, intentando que me acobardase. Apoyé las manos en su pecho, recorriendo este con mis dedos, ante su atenta mirada - ¿no te da miedo, que todo el pueblo se entere que nos acostamos?

Me quité la camiseta, haciendo que se percatase que no llevaba nada debajo, deseando aquello incluso más.

- No – contesté, mientras él se aferraba a mis pechos, lanzándose hacia ellos, capturando mi pezón izquierdo con su boca, succionándolo, haciéndome estremecer, mientras apretaba el otro con la otra mano.

Sonreí, empujándole, haciéndole caminar hacia atrás, hasta que se hubo sentado en el banco de madera.

Me bajé los pantalones del chándal, ante su atenta mirada, apartándolos de mí, junto a mis bragas, mientras él se deleitaba con el espectáculo.

- Enséñame lo duro que te has puesto – rogué, sonrió, con chulería, y sin dejar de mirarme se desabrochó los pantalones, bajándoselos, sacándoselo por los pies y dejándolos caer a un lado, al igual que sus calzoncillos. La tenía muy dura, estaba más que lista, y yo me moría por sentirla dentro.

No me hice esperar, apoyé la rodilla en el banco de madera, y luego la otra, y me detuve sobre él, deleitándome con esa cara que me volvía loca.

- ¿Te das cuenta de lo que me haces? – pregunté, mientras me apoyaba en sus hombros, acercando mi boca a la suya, mordiéndola, haciéndole gemir desesperado – me conviertes en una salvaje, que solo quiere follarte, Chuck – declaré, sentándome sobre él, sintiéndola dentro, mientras ambos gemíamos – como un animal en celo que ... - me agarró de la nuca, aferrándose a mis labios, mientras yo seguía haciéndole aquello.

Sus manos pronto se aferraron a mis nalgas, apretándolas para que no dejase de follarle, y no pretendía hacerlo, os lo prometo, pero él me detuvo, cogiéndome en brazos, echándome sobre el banco, clavándomela con fiereza, haciendo que ambos perdiésemos la razón.

- ¿En qué crees que me convierto yo? – se quejó, dándome cada vez más fuerte, tanto que creía que iba a deshacerme en cualquier momento – joder, Ariz – La forma en la que entraba, duro y suave, me estaba haciendo explotar. Mis gemidos crecían a cada segundo, llenado el bosque con ellos, escuchándole a él, hacer lo mismo, cada vez más, hasta terminar con aquella tortura.

Sonreí, acariciando su rostro con la mano, incapaz de reaccionar aún.

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