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Capítulo 10 - El miedo.


Nadie dijo que la vida fuese fácil, en realidad es justo que sea de esta forma, puesto que naces cubierto de placenta y sangre, desgarrando tu garganta con un llanto desesperado.

Siempre supe que no merecía algo mejor que lo que había conocido, ¿cómo esperar otra cosa que no sea mentiras, odio, dinero y sangre? Cuando te has criado al lado de una persona como Jack Logan. Solo vi un rayo de sol cuando murió, sabiendo que la culpa de esta era mía, yo lo ocasioné.

Se suponía que su muerte me traería paz, pero no hizo más que despertar a los demonios que dormían en la oscuridad, los cuales tuve que calmar con absenta, evadiéndome de la realidad, haciendo que todo el mundo creyese que me había venido abajo con la tragedia, porque le quería, cuando lo único cierto en toda aquella historia es que ese hombre jamás había querido a nadie más que no fuese él mismo.

Durante años guardé este secreto, ni siquiera uno de aquellos sicólogos que mis padres me pagaron pudieron hacerme hablar. El odio y la desolación crecieron dentro de mí, arrancándome cualquier atisbo de felicidad, dejándome vacía y sin nada que me calmase.

Chuck.

Su nombre apareció en mi mente. Era la única persona que había podido romper mis barreras, me había hecho sentir algo, pero aún tenía demasiado miedo para confiar en él del todo. Cuando llevas toda la vida huyendo y cerrándote a conocer a los demás, es difícil abrirse cuando alguien te toca de una manera distinta.

Quizás podía encerrar todo el dolor, la oscuridad y los demonios con llave un poco más y aferrarme a las emociones otra vez. Lo necesitaba, como nunca antes he necesitado algo en toda mi vida.

Y estaba dispuesta a arriesgarme si podía volver a sentir, porque llegados a ese punto ya no me quedaba nada, mi vida entera pendía de un hilo. Ya no quería seguir fingiendo que era esa mujer cruel que todo el mundo creía que era, culpando a mis padres de hacerme de esa manera, por esa guerra que siempre tuvieron.

Llevaba una semana sin salir de casa, pensando en las posibilidades, apenas comía y estaba empezando a pensar que la mejor forma de escapar del dolor era la absenta. Pero no quería volver a sumergirme en aquel pozo sin fondo, no después de lo que sucedió la última vez.

Unos golpes en la puerta me hicieron despertar de mi ensoñación, giré la cabeza para mirar hacia la puerta, allí, desde el sofá, sin emitir sonido alguno.

- Ariz – Era él. Chuck – sé que estás ahí dentro – se quejó – sólo quería decirte que si hice algo o dije algo que te hiciese daño... lo siento muchísimo, de verdad.

Quería correr a sus brazos, abrir la puerta y abrazarle por horas, quería abrirme a él y dejar de tener miedo a la oscuridad, pero por más que lo ansiaba con todo mi ser, mi cuerpo estaba inmóvil, sin poder mover ni un solo músculo.

- No es por ti – susurré, sin que él ni siquiera pudiese oírlo.

- Tengo que ir a trabajar, pero cuando vuelva... - se detuvo, rascándose la cabeza, frustrado – escucha, soy una persona muy cabezota, y no pienso moverme de aquí hasta que abras la puerta. Ni siquiera iré a trabajar – sabía que era un farol, él jamás dejaría tirado a Tom. Esperó, paciente, pero se cabreó al no obtener respuesta – joder, Ariz, abre de una vez. Dime que cojones he hecho mal – suplicó. No estaba ni cerca de contestarle, seguir derramando lágrimas silenciosas era lo único que podía hacer – si no quieres que volvamos a acostarnos sólo tienes que decirlo, pero sal y dímelo, no puedo adivinarlo si no lo haces.

- No es eso – volví a susurrar.

- ¡Maldita sea, Ariz! Echaré la puerta abajo si no me abres ahora mismo.

Él era demasiado insistente. ¿Por qué no podía irse y dejarme en paz, compadeciéndome de mi misma? Pensando en todas las razones por las que no podía aferrarme a él. Yo no era una buena persona, para empezar. No tenía nada que ofrecer, no podía dar amor. Era imposible después del infierno que viví durante esas cuatro semanas. Y él no se merecía que alguien así estuviese a su lado.

- Espera – contesté, sorprendiéndole, porque pensaba que iba a tener que seguir insistiendo. Me levanté del sofá, limpié mis lágrimas y me acerqué a la puerta. Cuando la abrí se sorprendió de verme tan pálida, con aquella camiseta de tirantes blanca, unos pantalones de chándal gris, el cabello recogido en una coleta y los cabellos más corto sobre mi rostro – seamos solo amigos – rogué, eligiendo el camino más fácil, sabiendo que me arrepentiría de ello por el resto de mi vida, pero no quería complicarlo todo incluso más. Asintió, dolido, sin decir nada – ya puedes irte a trabajar, acabas de verlo y estoy bien.

- Puedo quedarme un rato – me dijo, sorprendiéndome, entrando en la casa sin ser invitado, mientras yo le observaba, con incredulidad – tienes pinta de no haber comido mucho últimamente, te prepararé algo, soy bueno en esto.

- Chuck, estoy bien – insistí, porque ese tipo estaba siendo un incordio, no necesitaba que se quedase a recomponerme, solo quería que me dejasen sola.

- No, no estás bien – contestó, dejando de avanzar hacia la cocina – y mi deber como amigo es ...

- Entonces tampoco quiero que seamos amigos – declaré, sintiendo como mis ojos se empañaban de lágrimas – quiero que te vayas de mi casa y no te preocupes de lo que me suceda.

- ¿Crees que si me voy de tu casa vas a impedir que me preocupe? Las cosas no funcionan así, Ariz – caminó hacia mí, hasta detenerse a escasos pasos – no quieres hablar de ello, lo entiendo, pero no merezco que pagues tus mierdas conmigo.

- Mis mierdas – repetí, asintiendo. Era cierto, estaba pagando todo aquello con él, que no se lo merecía, pero jamás lo admitiría - ¿quién eres tú? ¿Con qué derecho te crees de venir a mi casa a ...?

- ¿Tu casa? – preguntó, mofándose al respecto. Parecía enfadado porque estuviese llevando la conversación por aquel camino – Esta es la casa de mis padres, así que si quiero quedarme a ver la tele lo hago, eres tú la que sobra ¿no crees?

- ¿Qué sobro? – pregunté con incredulidad, aclarándome la garganta, dejando que mis lágrimas se interiorizasen y se mantuviesen a raya – Te recuerdo que he firmado un contrato de alquiler. Como inquilina me merezco llamarla mi casa, y echarte de aquí siempre que así lo quiera.

- Como propietario puedo romper ese contrato ahora mismo si me apetece – rompí a reír, sin poder evitarlo, sin ganas, cruzándole la cara, haciendo que me mirase aún más enfadado.

- Al final eres ese gilipollas que todo el pueblo piensa que eres ¿no?

- No – contestó – lo que pasa es que estoy harto de tener paciencia contigo – se tocó el tabique nasal, altamente cansado de aquella conversación – estoy harto de mantener nuestra relación en secreto, de ...

- ¿nuestra relación? Creo que te estás equivocando, entre tú y yo no existe nada, Chuck.

- ¿y sabes por qué, Ariz? Entre tú y yo no hay nada porque tú estás aterrada, pareces una puta cría de cinco años que tiene miedo al amor.

Mis lágrimas cayeron y el alma se me cayó a los pies, porque él acababa de dejarme desnuda, sin nada con lo que defenderme, porque tenía razón, en el fondo seguía siendo esa misma chica, encerrada en una jaula, con miedo a amar.

Mi llanto desconsolado irrumpió en la oscuridad, y ya ni siquiera sabía si estaba soñando, si era esa niña la que lloraba o era yo misma, pero no podía hacer que los golpes cesasen, aquella vieja volvía a acariciar los hierros de la jaula con el cuchillo, con esa sonrisa maquiavélica en su rostro, prometiéndome que me cortaría la garganta a mí, si no dejaba de llorar. Mi nariz se inundó de ese desagradable olor a pollo ensangrentado, y las náuseas lo inundaron todo, sintiendo como la bilis subía por mi garganta, derramándose sobre el suelo, haciendo huir a las ratas que venían a picar el poco pan que me sobró tras el almuerzo.

- Ariz – una voz irrumpía en mi cabeza, mientras un hombre me agarraba el rostro con las manos y me obligaba a mirarle, pero mi mente estaba muy lejos de ese lugar, con aquella vieja loca metiendo la mano entre las rejas, con cuchillo en mano, intentando clavármelo en cualquier lugar, mientras yo me encogía al otro lado, gritando más fuerte, suplicando por mi vida – vuelve conmigo – suplicó, dándome leves palmaditas en el rostro, susurrándome de nuevo – por favor, Ariz...

Mis ojos se encontraron con los suyos, y mi llanto cesó. Él estaba asustado, y yo lo estaba aún más. ¿Qué es lo que le había mostrado? ¿Qué era lo que había visto? Dos lagrimones cayeron por mis mejillas, y él se apresuró a limpiarlos. Estaba a punto de apartarle, de volver a levantar ese muro, cuando sentí su abrazo, haciéndolo desaparecer todo.

Me aferré a su abrazo, incapaz de dejarle ir, porque la realidad era lo único que podía salvarme de mí misma, él era lo único que tenía en aquel momento. Ya no quería seguir oculta en las sombras de mi pesadilla, no cuando era su olor lo que inundaba mis fosas nasales, esparciendo por mí esa calma que me abrumaba.

- No hace falta que me hables sobre ello si no quieres – me dijo, de pronto, haciéndome salir de mis pensamientos – pero ... déjame cuidar de ti.

Quería hacer eso, hasta que ya no pudiese hacerlo más. ¿Qué sucedería cuando él me abandonase a mi suerte? La oscuridad volvería a formar parte de mí, pero hasta entonces... quería aferrarme a lo único que podía enseñarme a sentir.

- No me tengas miedo – imploró, aterrado con aquella situación, mientras recordaba las palabras que mi tía le había dicho una vez, borracha, en su barra, justo cuando yo fui al cuarto de baño.

"Cuida de ella, Chuck, aférrate y no huyas por más que intente apartarte. He visto cómo te mira, nunca antes la he visto mirar a nadie de esa manera, ni siquiera a sus padres" – Chuck la observó, sin comprender, dejando de prestar atención a los vasos que ordenaba en la estantería, fijándose en ella – "A veces cuando la miro sigo viendo a esa niña asustada con miedo a amar"


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