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Capítulo 1 - El cumpleaños.

Bueno pues aquí el primer capítulo, espero que les guste tanto o más que a mí escribirla. Es una historia muy bonita, a la par que divertida, a la que tengo mucho cariño.

Disfruten de su lectura :D

Me ponía los pendientes frente al espejo, después de haberme colocado una camisa negra con lunares de tela de gasa, y una falda de tela gris ajustada que me llegaba por la rodilla, el cabello negro recogido en una coleta, un maquillaje en tonos marrones que resaltaban bien mis ojos grises y los labios en un rosa amarronado.

Era el cumpleaños de Nate, el novio de Lindsi, mi única amiga en el pueblo, con la que había congeniado de verdad. Le habían organizado una fiesta en la casa del lago, una enorme mansión con piscina, que los padres del susodicho se podían permitir, gracias a que eran los alcaldes de la ciudad.

Me tomé una copa de vino, mientras me daba una vuelta por el jardín, esperando a los invitados de honor Nate y Lindsi, picoteando aquí y allá, los aperitivos estaban deliciosos. Me fijé en seguida en Hanna llevaba un vestido de lo más hortera, retiré la vista, observando a Sam con una camisa de rayas y unos pantalones cortos. ¿De dónde venían esos dos? Esto era una fiesta de etiqueta.

Di otro bocado al emparedado crujiente de queso con salmón, mientras Amara, la hermana pequeña de Lindsi, a la que detestaba, reparaba en mí. Ni siquiera me volteé a saludarla, seguí, ni siquiera cuando llegó hasta mí.

- ¿Te diviertes? – quiso saber. La ignoré, dando otro sorbo a mi copa, mirando despreocupada junto a la piscina, quedándome embobada al verle allí. Era un pedazo de bombón, trajeado, con gafas de sol, el cabello peinado hacia un lado, rubio, facciones bien definidas, se me hacía la boca agua. ¿Quién era ese bombón? ¡Por Dios!

Me chirriaron los oídos en cuanto vi como aquel pedazo de escultura andante se quitaba la pajarita, molesto, y se levantaba las gafas. Sólo era el idiota de Chuck.

- Viene de la ciudad – me explicaba la cotilla de turno, como si me importase lo que ese idiota hiciese – reunión de negocios. Al final Chuck se volverá todo un empresario...

- La verdad es que no me interesa – contesté, marchándome a la barra, necesitaba algo más fuerte para afrontar aquella velada.

El alcalde Winston dedicó unas palabras al cumpleañero en cuanto apareció por la puerta, y yo me dediqué a mirar hacia ellos. Hacían una gran pareja, mi amiga y él. Sin lugar a dudas estaban hechos el uno para el otro.

- No deberías beber tanto – dijo una voz a mis espaldas, quitándome la copa, bebiéndosela de un solo trago – luego pondrás la excusa de que estabas borracha, cuando acabes gimiendo en mi coche – rompí a reír, sin ganas, negando la cabeza, mientras él se colocaba junto a la barra, frente a mí.

- No pasó nada – contesté, ignorándole, quitándole mi copa, haciéndole una señal al camarero para que me echase otra.

- Ya bueno, para mí meterle a alguien la lengua hasta la campanilla, mientras jadeas y le agarras la polla, si me parece que es algo – me enfadé con él, porque estuviese hablando sobre ello allí, donde cualquiera podría escucharnos. Puto error de mierda.

- Eres un capullo – contesté, agradeciendo luego al camarero la copa que acababa de echarme – a ti lo que te jode es no poder rematar la faena, porque yo no he caído en tus redes como esa larga lista que alardeas – sonrió, divertido.

- Es cuestión de tiempo, Ariz – me dijo, por primera vez desde que le conocía había pronunciado mi diminutivo – porque en el fondo estás deseándolo.

- Ni por todo el oro del mundo – contesté, haciéndole reír – ni, aunque fueses el último hombre en la faz de la tierra. Tengo mis principios, Chuck, y no eres en lo absoluto mi tipo.

- Claro, los prefieres con una cuenta en suiza y mucho dinero que gastar – añadió. Le miré, con cara de malas pulgas – pero te aseguro que ninguno de esos tipos te hará lo que yo te haría en la cama, encanto – sonreí.

- No estoy interesada – le dije, para luego darme la vuelta y caminar hacia el cumpleañero, quería felicitarle personalmente.

Mientras él, miraba mi trasero, disfrutando del espectáculo, recordando aquel momento íntimo que habíamos compartido, en su propio coche.

"Acababa de detenerse frente a su casa, más que dispuesto a decirle a aquella chica que había traído hasta allí, que él era el casero con el que tenía que ponerse de acuerdo, pero se detuvo en cuanto la vio allí, sudando, hacía calor, principios de verano.

Se quedó embobado, sin tan siquiera saber qué decir, fijándose en los pelos que se le habían erizado por la humedad, deteniéndose en las gotas de sudor que adornaban su rostro, su boca entre abierta, jadeando, mientras se abanicaba con la mano, la tiranta de su sujetador ladeada, y su escote mojado, las piernas ligeramente abiertas, con la falda un poco subida.

Ni siquiera sabía el nombre de esa chica, y ya estaba deseando meterse entre sus piernas.

Se giró en cuanto se percató de que habían llegado, observándole, sorprendida de ver el deseo reflejado en su rostro, pareciéndole de lo más divertido, que un pedazo de bombón como él se fijase en ella.

Se lamió los labios, con ganas de probar a aquel paleto. El deseo era plenamente palpable en aquel pequeño habitáculo.

Antes de que ninguno de los dos pudiese predecir lo que iba a suceder, sus labios se unieron, con desesperación. Ella se levantó de su asiento, sentándose sobre él, para poder besarle con total comodidad, sintiendo como el bulto de los pantalones de aquel chico crecía.

- Joder – gimió él, justo cuando intensificó el beso, recorriendo cada rincón de su boca con su propia lengua, encendiéndole de forma exagerada. Tiró de su sujetador hacia abajo, metiendo la otra mano por debajo de su camisa, haciéndola estremecer.

Aquella mujer era demasiado salvaje, ni siquiera podía respirar con normalidad.

Con las respiraciones aceleradas, y los cristales del coche cada vez más empañados, aquella chica le agarraba el bulto de sus pantalones, con ganas de más.

Levantó su falda, agarrándole el trasero, tenía un buen culo, para que nos vamos a engañar.

Sus manos desabrocharon sus pantalones, tirando de él hacia ella, volviendo a buscar lo que había metido entre ellos, sin demasiado acierto, la locura del momento ni siquiera la dejaba atinar como debía.

- Hace calor- se quejó ella, mientras él se detenía un momento, bajando la ventanilla, para que entrase un poco de aire.

- ¿Mejor? – preguntó él, volviendo a sentir los besos de aquella chica loca – podemos subir a mi casa, si quieres – le dijo, al darse cuenta de que no podía bajarle los pantalones, por más que lo intentaba – vivo ahí mismo.

- ¿Dónde? – preguntó, molesta, girándose, observando el lugar, girándose luego a mirarle - ¡Eres el camarero! – espetó, abriendo la puerta, bajándose con dificultad, alejándose lo más que pudo, mientras él le miraba sin comprender – esto ha sido un error, estaba borracha y ... hagamos como si no hubiese pasado"

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- Nate – le llamé, en cuanto estuve frente a él – muchísimas felicidades.

- Gracias, Ariz – contestó, con una gran sonrisa.

Nate era todo lo contrario a su mejor amigo, era moreno, ojos marrones, atlético y no tan delgado como el otro, amable y con miles de sueños. Eran como el agua y el aceite no había más.

- Ariz te estaba buscando – comenzó de pronto Lindsi, haciendo que me fijase en ella, que venía junto a un chico de mi edad, rubio, ojos verdes y muy fuerte, demasiado – quería presentarte a Alex, es un amigo de Nate, del trabajo – sonreí. Odiaba que me hiciesen estas encerronas. Pero era un abogado, al menos le daría una oportunidad a ese chico.

- Hola – saludó – encantado de conocerte, Ariz.

- Gracias.

- Oye, nosotros vamos a dar una vuelta – decía mi amiga, tirando de su novio, dejándonos a solas. Iba a matarla, os lo aseguro.

- Bueno, y ¿a qué te dedicas? Me ha dicho Lindsi que no eres de aquí.

- Soy de Manhatan – contesté, distraída, dando vueltas con la cañita a la bebida – soy diseñadora de interiores, pero estoy aquí para inspirarme con mi nueva colección de láminas.

- ¡Eres artista! – se sorprendió - ¡Qué interesante!

Terminé la noche en la barra, con la excusa de que iba a por otra copa, después de escucharle hablar durante horas, de lo maravilloso que era el club de campo, y lo mucho que lo admiraban en aquel lugar. Me estaba aburriendo horrores, ¿eso lo sabéis no? ¿Por qué los tipos ricos tenían que ser tan aburridos?

Me giré, después de pedir un Martini bien cargado, encontrando al idiota de Chuck junto a una pelirroja, se veía que la tenía a huevo, la chica no dejaba de lanzarse indirectas, mientras él sonreía.

Era un capullo.

Me bebí la copa en un tiempo record, observando como Alex me encontraba y se acercaba a mí.

¡Maldita sea! – me quejé, atravesando el jardín, metiéndome en el cuarto de baño de abajo, hice mis necesidades, y luego me miré en el espejo. Se me había corrido un poco el delineador, así que lo arreglé un poco.

Abrí la puerta y dejé entrar a la chica que esperaba fuera, para luego apoyarme en la pared de madera, hacía calor y el maldito tatuaje me estaba picando horrores. Ya lo tenía destapado, pero aún picaba, y el roce de las piernas, seguido por el sudor, era una mierda. Abrí las piernas todo lo que aquella falda me permitía, que era poco.

Caminé hacia el hueco de la escalera, donde nadie pudiese verme y me levanté la falda, observando el tatuaje, estaba rojo. Me senté en el banco de poli piel y me ventilé un poco la zona, levantando la vista despacio, observándole allí, admirando el espectáculo, apoyando en la pared.

Me estaba devorando con la mirada, aquel tipo, con la camisa entre abierta, y la pajarita había desaparecido de su atuendo.

- ¿Necesitas que te eche una mano? – preguntó, con esa voz seductora que tanto me gustaba. Me mordí el labio, de forma descarada, haciéndole sonreír, mientras caminaba hacia mí y yo me ponía en pie, olvidándome de bajar mi falda.

- No hace falta – contesté, levantando la mano, apoyándola en su pecho, para evitar que pudiese seguir acercándose más. Él miró hacia ese punto, y luego levantó la vista hacia mí, quedándose embobado en mis labios – Chuck... - me quejé, tan pronto como vi sus intenciones. Apoyó su mano en mi cadera y se quedó allí, sin dar el siguiente paso.

- Aquí hay demasiada gente – me dijo, escuchando el jaleo que había en el pasillo – estropearías tu reputación si alguien te ve con un simple camarero ¿no?

- No vas a conseguir provocarme – me quejé, mientras él volvía a sonreír.

- ¿Ah no? – insistió, acercándose un poco más a mí, mientras yo me echaba hacia atrás, chocándome contra las escaleras. Mis ojos se fijaron en sus labios.

¡Dios!

Aquello era muy malo. Era peor que malo.

- Yo diría que estás deseando... - ni siquiera pudo seguir hablando porque en ese momento le besé, dejándole de piedra.

Sus labios eran la gloria. Sus besos, la forma en la que me deseaba, sus múltiples jadeos y la tenacidad con la que me sostenía me hacían temblar.

Ningún otro hombre, jamás en mi vida me había tratado así, siempre lo hacían como si fuese a romperme en cualquier momento, eran unos putos aburridos en la cama.

¡Oh Dios Mío! ¡Estaba besando a Chuck!

Le aparté entonces, marchándome a fuera, mientras me bajaba la falda y él sonreía. Le estaba suponiendo más que de costumbre seducir a una chica, y eso era todo un reto para él.

- Voy a irme ya – le dije a Alex, en cuanto me crucé con él – estoy cansada, ha sido un día duro.

- Te llevo – sugirió.

- No te preocupes, prefiero ir sola, tú quédate y disfruta.

CONTINUARÁ...

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