Prefacio
Desde el tranquilo pueblo en la India donde nací hasta las encantadoras calles de un pequeño pueblo de Córdoba, mezcla de lo moderno y lo antiguo, mi vida fue un constante viaje de descubrimiento y transformación.
Soy Sarisha Sheikh, una joven nacida en una familia musulmana, donde las tradiciones y normas dictaban cada aspecto de mi existencia.
A los siete años, el destino me condujo hacia España, donde mi padre había estado trabajando incansablemente para allanar el camino hacia una vida mejor para nosotros. Era un sueño hecho realidad, un mundo completamente nuevo y desconocido. Nos establecimos en un pequeño pueblo de Córdoba, un lugar que se me presentó como un mágico lienzo en blanco, listo para ser coloreado por mis propias experiencias y decisiones.
Sin embargo, mi vida dio un giro inesperado cuando mi madre decidió abandonarnos, dejándome a mí y a mi padre solos. Fue un golpe duro, una lección dolorosa sobre la realidad de las relaciones y la fragilidad de los lazos familiares. Sentí que mi familia iba desapareciendo poco a poco, porque no solo me abandonó, se llevó consigo todos los lazos familiares que tenia de parte de ella.
Me enfrenté a desafíos emocionales y me vi obligada a madurar rápidamente. Mi padre, a pesar de su dolor, me brindó un apoyo inquebrantable y se convirtió en mi único pilar de fuerza en aquellos días oscuros. Juntos, nos aferramos a la esperanza y decidimos construir una nueva vida llena de posibilidades, a pesar de los momentos difíciles que pasamos.
En mi adolescencia, mientras me adaptaba a la cultura española y aprendía el idioma, también comencé a cuestionar las creencias y normas que me habían sido impuestas desde mi infancia. Mi encuentro con personas de diferentes culturas y religiones me abrió los ojos a la diversidad y a la idea de que existían múltiples formas de vivir y percibir el mundo.
Una vez que llegué a España, comencé a ir al colegio Alauda. Allí conocí a dos personas que se convirtieron en mis mejores amigas: Leila Nadim y Salma Rashid. Eran chicas marroquíes con sueños y aspiraciones similares a los míos.
Conforme íbamos creciendo juntas, comenzábamos a soñar nuestra futura vida: donde viviríamos, en que trabajaríamos, como nuestros hijos y maridos se convertirían en mejores amigos como nosotras etc...
Sí, estábamos locas en aquel entonces, pero tened en cuenta que solo éramos unas niñas de ocho y nueve años que vivían en un sueño que les ilusionaban y les hacía felices.
Cuando llegamos a sexto curso, teníamos miedo de ir al instituto porque pensábamos que iba a ser un gran paso para nosotras, pero ahora que lo pienso, no fue para tanto. Éramos unas dramáticas.
Crecimos y estudiamos juntas, al menos los primeros cinco años del instituto. Habíamos acabado juntas el colegio y la ESO, pero en mi segundo y último año de bachillerato mi padre me sorprendió cambiándome de instituto.
—¿QUÉ? —pregunté incrédula cuando me lo dijo— ¿Por qué?
Estábamos sentados en la mesa del comedor cenando cuando mi padre me soltó la bomba como si nada, provocando que escupiera el agua que estaba bebiendo.
—Cariño, bajaste de notas respecto a los otros años y sabes que este año es muy importante para ti. Además, escuché que el instituto Guardiana es el mejor de todos, tendrás una gran oportunidad.
—Papá —me quejé—, no pienso ir a ese instituto. Allí van todas las personas pijas, engreídas y que hablan como si...argh, no quiero ir allí.
El instituto Guardiana era odiado por mí y por mis amigas. Como ya mencioné, allí estudiaban todas aquellas personas que se creían superiores unos a otros, allí estudiaban los hijos de millonarios que creían tener poder en sus manos con tan solo diecisiete años. Personas que juzgaban y miraban mal a los de la clase social media-baja.
—Sarisha beti, tienes la oportunidad de tener una buena educación. Esa educación que otras personas de tu edad en la India no lo tienen, no lo malgastes.
—Pero... —me callé e hice una mueca—. Son unos falsos, fingen que les cae bien todo el mundo cuando por dentro los odian y sobre todo...a los musulmanes o personas de color. ¡Son unos racistas! Y...y hablan muy raro.
Estaba dispuesta a decir todo lo que fuera con tal de lograr convencerle para no ir a ese instituto, pero al parecer mi padre se lo pasaba muy bien.
—¿Y cómo hablan? —preguntó aguantando por no reírse de mi desesperación por no querer ir a ese instituto.
—Holaa, eew...te ves muy rara —dije con una voz aguda lo primero que se me ocurrió—. Incluso te insultan con elegancia.
—Sarisha...
—Y...¡También hay tráfico de drogas! —me inventé y por un momento vi a mi padre dudar sobre lo que dije porque se quedó callado por unos minutos.
—¿Sabes que no es una película estadounidense?
—¿Sabes que las pelis están basadas en la vida real? —contraataqué con otra pregunta—. Demuestran lo que pasa en la sociedad.
—Vas a ir —fue lo único que respondió.
—Per... —y al ver la mirada que me hecho, opté por quedarme callada y vi como sonrió.
—No te arrepentirás, cariño.
* * * *
—¡¿QUÉ?! —preguntaron incrédulas mis amigas después de largos segundos de silencio.
Las tres nos encontrábamos sentadas en un banco del parque y les había contado que mi padre me había cambiado del instituto a uno que estaba lleno de personas criticonas y que apenas nos podríamos ver. Claro, que se lo tomaron mal.
—¡No puede ser, Sarisha! —se quejó Leila—. ¿En serio te va a obligar a ir a ese instituto?
—¿Por qué tu padre haría algo así? —preguntó Salma frunciendo el ceño—. Sabía lo importante que era para ti estudiar junto a nosotras.
Suspiré antes de añadir—: Lo sé, chicas. No puedo creerlo. Intenté convencer a mi padre, le di mil razones para no ir, pero no quiere escucharme.
—Nos habíamos imaginado nuestro último año de bachillerato juntas, compartiendo momentos, riendo y soñando con el futuro —murmuró Leila.
Nos quedamos calladas sin saber que decir. Éramos consiente de que, si nos separábamos, nos veríamos muy poco debido a que, al ser nuestro último año, había que preocuparse y estudiar aún más que en los años anteriores.
—No puedo creerlo, Sarisha. ¡Te estás uniendo al lado oscuro! —rompió el silencio Salma bromeando.
—Sí, Sarisha —siguió Leila luego de unos segundos—. ¿Estás planeando convertirte en una de esas chicas engreídas y snobs? No sé si podremos seguir siendo tus amigas.
Hice una mueca de horror ante el pensamiento de formar parte de esas chicas engreídas.
—¡Jamás! Soy una chica de principios y valores. No me convertiré en una de esas criaturas de la alta sociedad.
—Bueno, si cambias, al menos prométenos que nos invitarás a tus fiestas exclusivas y nos presentarás a algún príncipe azul multimillonario —me pidió Salma.
—Sí, y asegúrate de que tengan un plan para conquistar el mundo, así podemos unirnos a ellos y obtener una pequeña porción del poder —siguió Leila riendo.
—Por supuesto, chicas, haré todo eso y más —respondí—. Pero solo si me prometéis que nunca dejarán que me convierta en una de esas personas vanidosas. Me mantendréis con los pies en la tierra.
—Trato hecho —dijo Leila—. Seremos tus guardianas de la autenticidad, ¡y nunca dejaremos que te pierdas en el brillo superficial!
—Pero ya en serio —habló Salma—, siempre serás nuestra amiga fiel, sin importar dónde vayas a estudiar. Pero, por favor, recuerda que la verdadera riqueza está en los momentos compartidos y las risas que nos brindamos.
—Lo sé, y prometo no olvidarme de vosotras.
Continuamos charlando, dejando de lado por un momento las preocupaciones y abrazando el espíritu alegre y cómplice que siempre nos había unido. Sabíamos que, sin importar las circunstancias, nuestra amistad sería más fuerte que cualquier instituto elitista.
Juntas, prometimos seguir siendo nosotras mismas, manteniendo la sinceridad, la diversión y el apoyo mutuo que nos había llevado hasta allí. Nos dimos cuenta de que, sin importar las dificultades que enfrentáramos, siempre podríamos contar con el amor y la amistad que compartíamos.
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