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Capítulo 3

¿A quién se le ocurre poner Historia a última hora?

Era la última clase del día y salí del instituto cansada y con sueño gracias a esa asignatura. Era una gran tortura.

Mientras caminaba hacia mi casa, no podía dejar de pensar en Wyatt y en lo que había sucedido con él en el recreo. Su forma de hablar, su voz, su mirada, su cercanía... No diría que me incomodaba, pero tampoco diría que me gustaba. Tenía que recordarme a mí misma que él era solo un chico y que debía mantenerme alejada de él. No podía permitirle acercarse demasiado, aunque cuando lo veía, parecía olvidar todas esas precauciones...

Mi casa estaba a unos quince minutos a pie del instituto. Normalmente, caminaba sola, pero a veces mi padre me acercaba al instituto o venía a recogerme en coche cuando se encontraba por el pueblo. 

Cuando llegaba a casa, me sentía cansada y no sabía si era solo mi imaginación o si realmente nos estaban mandando más tareas. Estaba en el último año de bachillerato y sabía que iba a ser difícil, pero ¿no podrían tener un poco de consideración al mandarnos exámenes y deberes tan de seguido?

Me tumbé en la cama de mi habitación, con las piernas colgando y mirando al techo, cuando recibí una llamada en mi móvil. Era mi padre.

—¡Hola, Sarisha! —me saludó—. ¿Cómo estás?

—Hola, papá —respondí mientras me sentaba en la cama—. Estoy bien, llegué a casa hace unos minutos.

—Me alegra. ¿Qué estás haciendo?

—Nada —contesté—. Estaba descansando.

—¿Cómo te fue el día?

—Bien...

—¿Te va gustando el instituto?

Estaba a punto de responder cuando la imagen del chico pelinegro apareció en mi mente, con su típica sonrisa y su grupo de amigos. Todos ellos eran amigables y diferentes a lo que esperaba. No eran como los estereotipos de chicos populares que tenía en mente junto a mis amigas.

—Sí —murmuré, escuchando cómo mi padre reía entre dientes.

—Me alegra mucho. ¿Ves? Al final no fue una mala idea.

—Sí, lo sé —respondí con una sonrisa—. Siempre quieres lo mejor para mí... aunque hay algo que no me gusta del instituto.

—¿Qué es? —preguntó curioso.

—Nos mandan demasiada tarea, papá, y además los exámenes importantes son seguidos —me quejé—. Como si eso no fuera suficiente, también nos mandan trabajos.

—Es tu último año —me recordó—. Si has llegado hasta aquí, es porque has luchado. Solo tienes que seguir luchando un poco más, y tendrás toda una vida para hacer lo que quieras.

—Lo sé.

—Además, ¿no me dijiste que querías ser rica para tener un GRAN coche y una GRAN casa? —preguntó y antes de que pudiera responder, continuó hablando—. Pues ya sabes, estudia.

—Eres bueno animándome —dije y él río.

—Descansa.

— Te amo mucho papá.

—Lo sé, y yo amo a mi hija luchadora y valiente.

Después de finalizar la llamada con mi padre, quedé pensando en las últimas palabras que Wyatt me había dicho ese día. A pesar de mis esfuerzos, no podía sacarlo de mi mente.

¿Qué debería hacer? ¿Debería ir o no? ¿Debería pedirle permiso a mi padre? ¿Qué pasaría si decidiera ir?

Tenía tantas preguntas sin respuestas, pero lo que realmente quería comprender era por qué comenzaba a comer la cabeza con él. Descarté la idea de que pudiera sentir algo por él. No podía gustarme, no podía enamorarme de un chico, y mucho menos de alguien que no compartía mi religión y no entendía el Islam.

Mi religión no prohíbe enamorarse, pero sí prohíbe relacionarse, hablar o salir con personas del sexo opuesto, ya que eso nos conllevaría a tentarnos al pecado, algo del cual el Islam nos protege.

En ese momento, recibí una llamada en mi teléfono móvil de un número desconocido que me sacó de mis pensamientos.

—Hola —saludé al responder la llamada—. ¿Quién es?

—Hola —me saludó una voz femenina—. ¿Hablo con Sarisha?

—Sí —respondí—, ¿quién eres y cómo sabes mi nombre?

—¿No me reconoces?

—¿Debería? —pregunté frunciendo el ceño.

—Soy yo, Mackenzie —respondió con alegría—. La amiga de Wyatt.

—Oh, eh... hola. ¿Cómo estás? —pregunté avergonzada un poco—. Lo siento, no te reconocí.

—Tranquila —respondió—. ¿Qué estás haciendo?

—Iba a ponerme hacer los deberes —respondí aun sin entender por qué me llamaba—. Esto... ¿cómo has conseguido mi número?

— Bueno...tenemos contactos —me contestó—. Dime ¿vas a venir?

—¿Adonde?

—¿Hoy que día es?

—Hm...viernes —respondí en un susurró sin comprender nada.

—Entonces ¿a dónde va ser? —preguntó con un tono de voz alegre—. ¿Acaso no vas a venir con nosotros al parque?

Entonces recordé las palabras de Wyatt:

«Sarisha, un deseo no cambia nada, solo una acción lo cambiara. Esta tarde estaremos en el parque del Carmen, nada más salir del "insti" si quieres vente »

Reaccioné y salí de mis pensamientos al escuchar a Mackenzie llamándome al otro lado de la llamada.

—Ooh...al parque...ya, n-no lo se.

—¿Qué no lo sabes? —se extrañó—. Pues chica, decide rápido, estoy a diez segundos de tu casa.

—¡¿Qué?! —pregunté incrédula—. ¿Cómo sabes dónde vivo? —pregunté y no me respondió—.  Hola...

Después de cinco segundos sonó el timbre de mi casa y yo me quedé observando al móvil y mirando hacia el pasillo donde se encontraba la puerta principal y el telefonillo para abrir la puerta.

—Abre la puerta —ordenó y colgó el móvil.

Luego de unos segundos procesando lo que acababa de ocurrir, me dirigí a abrir la puerta y ella subió. Vivía en el primer piso, por lo tanto, solo tardó unos minutos en llegar y situarse enfrenté de mi puerta.

—Hola —saludó con una gran sonrisa y con una bolsa negra que sujetaba.

Llevaba vaqueros negros con una chaqueta verde bosque que le llegaba hasta las rodillas y le quedaba perfecto, combinados con unas botas negras y su pelo ondulado marrón recogido en una coleta alta.

—¿Q-qué haces aquí?

—¿No me dejaras pasar? —me preguntó señalando la entrada.

—Eeh...sí —dudé unos segundos para luego terminar apartándome para dejarla pasar—. Adelante, Mackenzie po...

—Llámame Kenzi —me interrumpió mientras que nos dirigíamos al salón.

—¿Quieres tomar algo?

—No —negó con la cabeza—. Gracias —añadió observando el salón.

—Kenzi, ¿qué haces aquí y como sabes dónde vivo? —pregunté—. ¿Y el número de teléfono?

—Ya te lo dije antes: tenemos contactos. Deja ya de investigar agente Sheikh —bromeó con una sonrisa—. Te traigo una cosa, bueno, en realidad es para que te lo pongas —terminó de decir tendiéndome una bolsa.

Abrí la bolsa y descubrí un conjunto de ropa y accesorios que parecían muy costosos. Había un par de vaqueros azul oscuro, una camiseta gris de cuello alto, unas botas negras, un brazalete, un anillo, un collar y un reloj. Me quedé sorprendida, cada detalle parecía muy caro para mí, y no entendía por qué me lo estaba dando.

—No me voy a poner todo esto —dije asombrada.

—Claro que sí te vas a poner todo esto —afirmó.

—No lo haré.

—Sí lo harás —contradijo con seguridad.

—No —insistí.

—Sí —respondió ella con firmeza.

—No —repliqué.

—No.

—Sí —terminé por decir sin querer.

—Ves, has dicho que sí, así que te lo vas a poner —declaró con satisfacción.

—Kenzi, de verdad no voy a ponerme todo esto. No me lo puedo permitir.

—¿Acaso quieres que estemos así todo el día?

—No, per-

—No hay "peros" —me interrumpió y en ese momento, el timbre sonó de nuevo.

—¡Voy yo! —exclamó Kenzi, yendo a abrir la puerta.

Claro, siéntate como en casa.

Cuando ella llegó al salón, estaba acompañada por Ava, Ángela y Cristina, si no me equivocaba. Y todas llevaban una bolsa en la mano.

—Hola —me saludaron las tres al unísono.

—Hola, ¿qué hacéis aquí? —pregunté confusa.

—¿Por qué estás alterada? —preguntó Kenzi—. Relájate.

Mi padre no permitía que desconocidos entraran en la casa y yo apenas conocía a esas chicas y sin embargo, ahí se encontraban, sonriendo como si fuéramos viejas amigas.

—Ya que estamos aquí, supongo que puedo enseñarte cómo pintarte las uñas —dijo Ángela, sacando una pequeña caja de esmaltes.

—¿Pintarme las uñas? —repetí confusa.

—Sí, vamos a hacer una pequeña transformación —intervino Cristina.

—¿Transformación? —pregunté repitiendo como un loro.

—Exacto —respondió Ava, emocionada—. Vamos a arreglar a Nisha.

¿Nisha? ¿Sera que...Wyatt tiene algo que ver con todo esto?

Sin esperar mi respuesta, las chicas se dirigieron al cuarto de baño, mientras yo las seguía como un perrito perdido.

La transformación consistió en un proceso de maquillaje completo y en pintarme las uñas. Fue muy extraño, nunca había usado maquillaje ni pintado mis uñas. Me sentía como si estuviera viviendo en una época completamente diferente. Ni siquiera sabía algo de Instagram, Tik Tok y todas esas redes sociales.

Poco después me di cuenta de que las chicas decidieron que era hora de añadir un detalle que habían notado.

—Creo que deberíamos quitar ese poquito de vello que tienes en el labio superior, Nisha —sugirió Ángela.

—Sí, definitivamente —agregó Ava—. Podemos hacerlo con cera caliente. Quedará genial.

Mi corazón se aceleró ante la idea. Nunca antes había intentado eliminar mi pequeño bigote porque según la cultura, NO la religión, se decía que las chicas solo podrían hacer esas cosas cuando estuvieran a punto de casarse y continuar después del matrimonio, no antes.

Y el solo pensamiento de hacer eso y aún más, utilizar la cera caliente me hizo sentir nerviosa. Aunque dudaba, finalmente accedí tras tanta insistencia, porque, aunque les explicara, estaba segura de que no lo entenderían.

Solo podía rezar que mi padre no me matara cuando me viera.

Vi como Ava calentaba la cera y la extendió sobre una pequeña tira de papel. Mientras tanto, yo me senté en el borde de la bañera, ligeramente ansiosa por lo que estaba a punto de suceder.

Poco después, colocó la tira de papel sobre la zona del labio superior y presionó firmemente.

—¡Auch! —exclamé apartando sus manos—. ¡Quema!

—Por algo se llama cera caliente  —me respondió Cris con una expresión divertida, apoyada en el marco de la puerta.

—Valdrá la pena —intentó tranquilizarme Kenzi mientras que se acercaba a mí—. Tranquila, veras que al final no será para tanto.

—Yo...

—¿Puedo? —me interrumpió Ava señalando la tira del papel que tenía pegada en el labio superior.

Asentí con la cabeza dudosa y observé como se acercó lentamente con una sonrisa y en un rápido movimiento, la arrancó de un tirón. Un instante de dolor intenso atravesó mi rostro y me hizo jadear.

—¡Ay! —exclamé, llevando una mano a mi labio superior—. ¡Duele!

Las chicas se disculparon asegurándome que el dolor iba a ser momentáneo y que valdría la pena el resultado final. Me entregaron un espejo y pude ver que el pequeño bigote ya no estaba y que tenía los ojos rojos y aguados.

—Como se te caiga, aunque sea una lagrima, te vas arrepentir —habló Cris—. Estropearas el maquillaje.

Asentí con la cabeza y aunque el dolor persistía ahí, decidí mantener una actitud positiva. Después de todo, estaba experimentando un cambio significativo en mi apariencia.

—Estás fantástica, Nisha —dijo Ava, intentando animarme—. Ese pequeño sacrificio de dolor valió la pena.

—Es Sarisha —le corregí mientras que me observaba al espejo para analizarme—. Aunque pueden llamarme Sari, no Nisha.

—Claro —me respondieron con unas sonrisas como si supieran algo que yo no sabía.

—Toma esto —me dijo Ángela, entregándome un líquido—. Es quitaesmalte, así podrás quitártelo fácilmente si no quieres que tus padres te vean con las uñas pintadas.

—¿Podemos irnos ya? —preguntó Cristina, impaciente, mirando su reloj.

—Sí, vámonos —contestó Kenzi, tomando mi brazo y dirigiéndonos hacia la puerta de salida.

—Esperad... las llaves —recordé.

—Vamos —dijo Cris empujándome hacia la puerta—, ya las cogí yo.

Una vez que estábamos en el pasillo, vi a lo lejos a Leila acercarse hacia nosotras.

—¿Sari, eres tú? —me preguntó.

—Sí —contesté, sonriendo nerviosa.

—Wow, estás irreconocible —comentó.

—Creo que hicimos un buen trabajo —habló Ángela, chocando las manos con Kenzi y Ava.

—¿Quiénes son ellas? —preguntó Leila observándome extrañada.

—Ellas son... unas compañeras de clase —dije, señalándolas—. Chicas, ella es Leila, mi mejor amiga.

—Hola —saludaron las cuatro al unísono.

—Hola —respondió Leila.

—Chicas, vamos a llegar tarde. ¿Podemos irnos ya? —preguntó Cris, inquieta, mirando su reloj.

—Sí, espera —contestó Ava—. Leila, vamos a ir al parque del Carmen. Vente con nosotras — le propuso con una sonrisa.

Eso me tranquilizó un poco, al menos no me sentiría tan incómoda rodeada de todos ellos. Le hice señas a Leila para que afirmara, pero decidió ignorarme.

—No, gracias —dijo Leila riendo—. Tengo que ir a recoger a mi hermana pequeña de la casa de su amiga.

Te odio.

—Vale, otra vez será —dijo Ángela.

—Nos vemos —contestaron todas al unísono mientras que nos despedíamos.

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Bueno....¿No os parece raro lo de las chicas?

¿Qué traman y como saben el seudónimo de Sarisha?

Mañana nuevo capitulo!!!

Os quierooo<<3333


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