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Capítulo 27


Después de que la enfermera me dejará solo en la habitación con Sarisha, llamé a mi madre.

Las sombras de la incertidumbre se cerraron alrededor de mí mientras sostenía el teléfono, con el eco de mis palabras flotando en el silencio de la habitación. La llamada a mi madre había sido un acto desesperado, un clamor por ayuda en un momento en el que la carga de la decisión amenazaba con abrumarme. 

Mis palabras, mezcladas con sollozos apenas contenidos, narraron la historia de Sarisha, la chica que yacía inmóvil en un lecho de hospital, sumida en un sueño profundo del cual nadie sabía si despertaría. El destino de esa vida estaba ahora suspendido en el delicado equilibrio de la decisión que mis padres tomarían.  

Aunque los días previos a mi cumpleaños marcaban el final de mi minoría legal, la responsabilidad de elegir el destino de Sarisha superaba con creces cualquier supuesta madurez que pudiera reclamar. Mis pensamientos, aunque a veces envueltos en un velo de autosuficiencia adolescente, no podían competir con la sabiduría y experiencia de unos padres que, durante años, habían tejido las fibras de mi existencia. 

 La esperanza, aunque frágil, se aferraba tenazmente a mi corazón. Quería creer en la posibilidad de que Sarisha regresara, que los tratamientos médicos fueran la llave que abriría las puertas de su conciencia dormida. Pero la realidad estaba teñida de incertidumbre, una sombra que amenazaba con oscurecer incluso las decisiones más bien intencionadas. 

 Mi madre, con la sabiduría que solo los años pueden conferir, asumió la responsabilidad. Tomó en sus manos el destino de Sarisha, enfrentándose valientemente a la encrucijada que la vida nos había presentado. Optó por la esperanza, eligiendo someter a Sarisha a tratamientos con la esperanza de un despertar, aun siendo consciente de los riesgos que acechaban en las sombras.

En ese momento, la habitación se llenó de un silencio cargado de significado. La decisión estaba tomada, pero la incertidumbre persistía. El futuro de Sarisha, y en cierta medida el mío, pendía de un hilo. 

 Cuando grabe la llamada de mi madre donde daba el permiso de someter a Sarisha a los tratamientos y se lo enseñé a la enfermera, ella asintió comprensivamente, reconociendo el dilema humano en el que nos encontrábamos. Se comprometieron a explorar todas las opciones posibles para despertar a Sarisha, sometiéndola a tratamientos especializados y terapias que pudieran ofrecer alguna oportunidad de recuperación. 

La sala del hospital se llenó de un aire tenso, pero la decisión de luchar por la persona que más me importaba encendió una chispa de determinación en mi interior. Cada día se convirtió en una batalla por despertarla, por traerla de vuelta al mundo de los conscientes.

El dilema persistía, pero ahora había una senda marcada hacia la esperanza. La dualidad de mis promesas —amarla y cuidarla como a una hermana— se fusionaban en un compromiso inquebrantable de estar a su lado, sin importar el resultado incierto que el futuro nos tenía reservado. 

Los días se convirtieron en una serie ininterrumpida de tratamientos y terapias diseñadas para estimular la mente de Sarisha, cada uno ejecutado con la esperanza de despertarla de su profundo sueño. Las conversaciones con los médicos se volvieron un ritual diario, donde se compartían detalles de su progreso, o la falta de él. 

Un día, mientras observaba a Sarisha, la doctora a cargo se acercó con un brillo de optimismo en sus ojos. 

 —Hemos estado realizando estimulación cerebral profunda, — explicó. —Es un enfoque que ha mostrado resultados prometedores en casos similares. 

A medida que la doctora detallaba el procedimiento, mi corazón latía con anticipación. Se trataba de una serie de impulsos eléctricos dirigidos al cerebro, diseñados para activar áreas específicas y despertar las funciones neuronales. La promesa de esta técnica ofrecía una nueva luz en el túnel oscuro en el que nos encontrábamos. 

Días y noches se sucedieron, cada uno marcado por la esperanza y la angustia. Durante las sesiones de estimulación cerebral, me sentaba a su lado, sosteniendo su mano con la esperanza de que pudiera sentir mi presencia, incluso en ese estado de inconsciencia. 

En esos momentos, las conversaciones con Sarisha se volvieron un ritual personal. 

—Sarisha, aquí estoy otra vez — le susurraba, compartiéndole detalles de mi día, de los esfuerzos que estábamos haciendo para despertarla. —Necesito que vuelvas a mí, que escuches mis palabras y sientas mi amor.

La sala del hospital se llenaba de mis confesiones y ruegos, como si las palabras pudieran abrir una puerta hacia su conciencia dormida. La dualidad de mis promesas se mantenía viva, y cada día reafirmaba mi compromiso de cuidarla y protegerla, independientemente del resultado de este proceso. 

Los días se transformaron en semanas, y la incertidumbre continuaba como una sombra persistente. La promesa de amor y la esperanza de despertarla se entrelazaban en mi corazón, formando un vínculo que resistía la prueba del tiempo. Cada día, en la sala del hospital, era una nueva oportunidad para desafiar el destino y buscar la redención para Sarisha. 

En una tarde del otoño de 24 de octubre de 2020, después de semanas de tratamiento y esfuerzo, la sala del hospital vibraba con una expectación especial. Los monitores parpadeaban en armonía con la respiración de Sarisha, y los médicos compartían miradas de optimismo. Era el día en que la estimulación cerebral profunda alcanzaría su punto culminante.

Mientras la habitación se llenaba con el zumbido suave de la maquinaria médica, yo permanecía junto a Sarisha, sintiendo la tensión en el aire. Mis dedos acariciaban su mano con una mezcla de ansiedad y esperanza. La doctora encargada activó el dispositivo, y una corriente eléctrica específicamente dirigida hacia las regiones dormidas de su cerebro fue liberada.

A medida que la estimulación cerebral profunda surtía efecto, la sala del hospital se llenaba de una expectativa palpable. Observaba con atención a Sarisha, esperando ansiosamente cualquier señal de respuesta a los impulsos eléctricos que recorrían su cerebro.

De repente, un sutil temblor recorrió sus extremidades. Era un movimiento, pequeño pero significativo, que se traducía en una respuesta directa a la estimulación. La doctora, quien monitoreaba de cerca los signos vitales, asintió con satisfacción.

Un susurro colectivo de aliento se escapó cuando sus dedos se movieron ligeramente, un signo revelador de que algo estaba cambiando en su interior. Los monitores parpadearon con mayor intensidad, capturando la atención de todos los presentes.

—Sarisha — susurré con emoción, inclinándome hacia ella y entrelazando mi mano con la suya. —¿Puedes oírme? Soy yo, Aidan Anderson. Si me escuchas, aprieta mi mano con suavidad — le dije en un susurro, quedándome en silencio, atento a cualquier movimiento hasta que sentí su apretón delicado. 

>>Un poco más fuerte — le pedí para asegurarme de que me escuchaba y volví a sentir su apretón, esta vez un poco más fuerte o al menos...lo intentaba. Sonreí, una sonrisa que expresaba un alivio profundo y una alegría que no tenía comparación. — Estoy aquí nen... —me corte a mi mismo por lo que iba a decir —Estamos aquí para ti. Es hora de despertar.

La habitación, antes sumida en la tensión y el silencio, se llenó de un murmullo contenido de celebración. Las lágrimas de alegría amenazaron con desbordarse de mis ojos mientras Sarisha, lentamente, emergía de su largo sueño. Era como si un milagro se hubiera desatado en ese instante, devolviéndome la esperanza que había temido perder.

La doctora sonrió con satisfacción mientras continuaba monitorizando la respuesta de Sarisha. El brillo de optimismo en sus ojos confirmaba que este era un momento especial, un hito en la travesía que habíamos emprendido juntos. La dualidad de mis promesas se veía recompensada con la promesa cumplida de que Sarisha estaba regresando a nosotros.

Con el tiempo, esos movimientos involuntarios evolucionaron en gestos más definidos. Sus manos respondían a estímulos específicos, y a veces, sus dedos buscaban aferrarse a los objetos cercanos. Era como si su cuerpo estuviera redescubriendo la conexión con el mundo que la rodeaba.

Durante nuestras conversaciones diarias, notaba cómo sus gestos se volvían más expresivos. Un leve apretón de manos, un roce suave en respuesta a mis palabras; cada gesto parecía transmitir una parte de su esencia, un lenguaje no verbal que hablaba de su recuperación en curso.

Un día, mientras compartía con ella los detalles de su progreso, sus labios se curvaron en una sonrisa tenue. Fue un momento conmovedor, un gesto que trascendía las palabras. A través de esos movimientos, Sarisha estaba encontrando una nueva forma de comunicarse, una expresión silenciosa pero poderosa de su resiliencia.

La sala del hospital se transformaba en un escenario donde los gestos y movimientos de Sarisha narraban una historia de lucha y renacimiento. Cada día, esos pequeños actos involuntarios eran un testimonio de su fuerza interior y de la esperanza que había vuelto a encenderse en nuestras vidas.

A medida que ella experimentaba estos nuevos movimientos, también se volvían evidentes las secuelas emocionales que la violencia había dejado en su ser. En momentos de silencio, cuando la calma de la sala del hospital se instalaba, podía percibir gestos de miedo que se reflejaban en su rostro. Sus ojos, a pesar de estar cerrados aun, mostraban una sombra de terror que aún persistía en su interior.

En las noches, cuando las luces se atenuaban y la quietud envolvía la habitación, los gestos de Sarisha se volvían más expresivos. En ocasiones, sus manos se crispaban con fuerza, como si estuviera aferrándose a algún recuerdo aterrador que la acosaba incluso en sus sueños.

Murmuraba palabras apenas audibles, fragmentos de pesadillas que se tejían en su subconsciente. Aunque eran incomprensibles para quienes la rodeábamos, resonaban con la angustia de una experiencia que se aferraba a ella como una sombra persistente.

—Sarisha, estoy aquí — susurraba, tratando de calmarla. 

Pero, a pesar de mis esfuerzos, su mirada expresaba un temor profundo, una herida que no cicatrizaba fácilmente. En esos momentos, me sentía impotente frente a los fantasmas que la acosaban, deseando poder liberarla del peso de su sufrimiento.

El equipo médico, al detectar estos signos de angustia, inició sesiones de terapia especializada. Expertos en salud mental trabajaron en colaboración con el personal médico para abordar las cicatrices invisibles que la violencia había dejado en su psique. 

*  *  *  *

A medida que los días se deslizaban como hojas en un arroyo tranquilo, los miedos que atormentaban los gestos y susurros nocturnos de Sarisha comenzaron a ceder, lentamente desgastados por el fluir del tiempo. Sin embargo, en una tarde marcada por la continuación de la estimulación cerebral profunda, un acontecimiento inesperado tejió una nueva narrativa en su recuperación.

Sarisha, que hasta ese momento había respondido con gestos más coordinados y movimientos menos erráticos, experimentó de manera abrupta un cambio en su expresión. De repente, sus ojos se abrieron ampliamente, desvelando un abismo de terror y desconfianza. Un grito ahogado se deslizó entre sus labios, resonando en la sala del hospital como un eco de un pasado doloroso.

—Sarisha, soy Aidan — exclamé, intentando calmarla mientras sus manos se aferraban con fuerza a las sábanas. Una tensión palpable se apoderó de la habitación, mientras médicos y enfermeras se apresuraban a responder ante esta inesperada oleada de emociones.

El miedo que destellaba en los ojos de Sarisha era palpable, como si un recuerdo doloroso hubiera resurgido con fuerza. Sus palabras, entrecortadas y llenas de temor hacia los hombres y los chicos, insinuaban sombras persistentes de su pasado que la perseguían incluso en el despertar de su letargo.

La situación requería una delicadeza extrema. Los profesionales de la salud ajustaron el enfoque de su tratamiento, incorporando terapias específicas para abordar el trauma que se manifestaba en las respuestas emocionales de Sarisha. Era un doloroso recordatorio de las cicatrices profundas que la violencia había grabado en su alma, cicatrices que ahora emergían en sus momentos más vulnerables.

Días y noches de conversaciones apacibles, terapias especializadas y el constante apoyo de quienes la rodeaban comenzaron a dar sus frutos. A medida que el miedo cedía, destellos de reconocimiento se esbozaban en los ojos de Sarisha, una conexión con la realidad que se fortalecía como un brote en primavera.

—Sarisha, estás a salvo. Nadie te hará daño aquí — murmuré, aferrándome a la esperanza de que, con el tiempo, la fortaleza de su espíritu pudiera vencer los miedos que la atormentaban.

El proceso de despertar se convirtió en una travesía intrincada, donde cada avance estaba acompañado por desafíos emocionales. Aunque la sombra del pasado se proyectaba en ocasiones, la determinación de Sarisha y el apoyo inquebrantable de quienes la rodeaban tejían un cimiento sólido para su recuperación continua.

La terapia se volvió esencial, no solo para abordar las secuelas físicas, sino también para reconstruir los lazos emocionales fracturados. En estas sesiones, cada gesto y palabra se seleccionaban con sensibilidad, como delicadas pinceladas en un lienzo, evitando desencadenar recuerdos dolorosos o intensificar su temor. Cada sesión se convertía en un paso más hacia la reconstrucción de la fortaleza interna de Sarisha y la restauración de su capacidad para enfrentar el futuro con valentía.

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NUESTRA SARISHA SE DESPERTÓ!!!

Para celebrarlo dejen aquí vuestro amor a Aidan y a Sarisha.

Espero que os haya gustado el capitulo. Ya era hora de que se despertara.

¿Pensaban que la iba a sacar de la historia?

En el próximo capítulo volvemos a su mente!! Vamos a descubrir que pesadilla tuvo.

Os quiero<<333


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