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Capítulo 2

Cuando llegué a casa agotada tras un día largo, me dirigí de inmediato a mi santuario personal: mi habitación. Ansiaba comenzar con la tarea, pero el último año de bachillerato se estaba revelando como un verdadero desafío, especialmente gracias a mi profesora de matemáticas, quien parecía empeñada en poner a prueba nuestros límites.

¿Cómo se supone que íbamos a resolver cuatro o cinco ejercicios con seis o siete apartados cada uno, cuando nos esperan exámenes en los próximos días? La lógica de nuestra profesora parecía haberse desvanecido en un arrebato de locura.

Comencé a hacer un ejercicio de matemáticas, estábamos dando Funciones y fue el tema que más odié en toda mi vida.

Un rato después, la voz de mi padre resonó desde la otra habitación, interrumpiendo mis pensamientos.

—¡Sarisha! ¿Ya has vuelto? —me preguntó.

—¡Sí, papá! ¡Ya voy! —respondí apresuradamente desde mi cuarto, mientras luchaba por concluir el ejercicio en el que estaba inmersa.

Justo cuando estaba a punto de levantarme para dirigirme al comedor, sin motivo aparente, los recuerdos de la sonrisa hipnotizante de Wyatt se apoderaron de mi mente.

Sacudí la cabeza con determinación, tratando de apartar esos pensamientos intrusivos, y salí de mi habitación decidida a dejarlos atrás.

—Hola, papá —lo saludé al entrar al comedor, intentando ocultar mi turbación.

—¡Hola! —respondió él con una sonrisa—. ¿Cómo te fue en el instituto?

—Bien... —respondí, tomando asiento a su lado.

—¿Todavía no has hecho amigas? —preguntó, levantando una ceja—. Llevas ya dos semanas de clases, intenta socializar.

—Bueno...—vacilé, sin saber cómo explicarle que un chico pelinegro me había tomado de la mano y me había incluido en su grupo por la cara—. Hoy conocí a un grupo, pero dudo que nos juntemos mucho.

—¿Por qué? —preguntó, mostrando cierta preocupación. Antes de que pudiera responder, continuó hablando—. Espera, ¿son chicos o chicas?

—Digamos que es una mezcla —murmuré comenzando a comer, mientras luchaba por controlar lo que fuera que me estuviera pasando cada vez que pensaba en el chico misterioso.

—Sabes que no puedes relacionarte demasiado con los chicos —me recordó, con tono serio—. Debes tener cuidado. Confío en ti cariño, pero no en estos chicos...así que ten cuidado con las decisiones que tomes.

—Lo sé, papá —respondí, asintiendo con comprensión.

Aunque su rigidez podía llegar a ser abrumadora, sabía que venía de su profundo amor y preocupación por mí.

Aun así, la mirada de Wyatt volvió a invadir mis pensamientos. Recordaba vívidamente cómo me había tomado de la mano y se había acercado a mí con una sonrisa cautivadora, desencadenando una avalancha de emociones en mi interior. No entendía por qué a él no le repugnaba.

Cuando llegué a España y comencé a ir al colegio, todos los chicos parecían sentir repulsión hacia mí. Empezaron a decir que tenía alguna especie de maldición y comenzaron a evitarme, a dejarme de lado...Y poco a poco, las chicas también siguieron ese juego de rechazo.

Me convertí en una de esas chicas que, al formar equipos o buscar parejas, era siempre la última en ser elegida, y cuando el profesor me incluía en una grupo, estos se quejaban. Evitaban cualquier contacto físico conmigo, como si tan solo el hecho de rozar mis manos, abrigos o mochilas pudiera contagiarles alguna enfermedad repugnante. Me sentí en aquella época aislada, rechazada y herida profundamente.

Incluso en el instituto continuaron con esas bromas a pesar de los años. Pero Wyatt fue diferente. Desde el momento en que le conocí, él rompió ese patrón.

¿Por qué?

—Sarisha —me llamó mi padre, moviendo su mano frente a mi rostro—. ¿Estás bien?

—Eh... sí —reaccioné volviendo al presente—. Lo siento, estaba pensando en toda la tarea que tengo por hacer —mentí rápidamente, tratando de ocultar mi verdadera inquietud.

—Está bien, continúa pensando en eso después. Me voy a trabajar, no sé cuándo volveré, puede que después de un mes —dijo mi padre mientras terminaba de comer y se preparaba para partir.

—Vale —respondí con un suspiro, despidiéndolo con la mirada cargada de incertidumbre.

Él era camionero, por lo tanto, pasaba la mayor parte de tiempo fuera. Una vez que mi padre se marchó, me dispuse a recoger la mesa, pero la sensación de soledad se instaló en mi pecho.

Realicé algunas tareas domésticas, consciente de que la noche avanzaba sin piedad. Finalmente, me enfrenté a la montaña de tareas pendientes, luchando contra la fatiga y las distracciones persistentes. A medida que la hora avanzaba, mi mente se debatía entre los números y la imagen cautivadora de Wyatt que se había grabado a fuego en mi memoria.

Estaba sentada en mi habitación, sumida en mis pensamientos, cuando mi teléfono comenzó a vibrar en la mesita de noche. Era Leila, mi mejor amiga.

—¡Hola, Sari! —me saludó con el apodo que solíamos usar entre nosotras, solo ella y Salma me llamaban así.

—Hola.

—¿Qué te pasa? —preguntó, notando inmediatamente la preocupación en mi voz.

—¿Por qué lo preguntas? —intenté evadir la pregunta, pero sabía que Leila era experta en detectar mis emociones a través del tono de mi voz.

—Tu voz me delata. Algo te está preocupando —afirmó—. Así que cuéntame, ¿Qué sucede?

—No es algo que pueda resumir fácilmente, Leila. Es una historia larga —advertí.

—No importa, quiero escucharte. Cuéntame todo —insistió Leila y no había forma de escapar de su insistencia.

—Está bien...—suspiré—. Hoy conocí a un chico en el instituto. Bueno, ya lo conocía porque es mi compañero de clase, pero hoy pasamos tiempo juntos [...]—. Y comencé a relatar todo lo sucedido.

—Vaya, eso suena interesante —respondió Leila después de un largo tiempo tras escuchar palabra por palabra todo lo que decía—. Pero no entiendo cuál es el problema.

—Leila, tú me conoces. Nunca he sido buena hablando con chicos, y en su grupo de amigos hay como... unos quince chicos. Además, no conoces a Wyatt —murmuré al mencionar el nombre—. Es la última persona con la que quiero relacionarme. Quiero evitar todo lo que me está sucediendo —expresé mis preocupaciones.

—No veo por qué deberías preocuparte tanto. Si hay chicas en el grupo, puedes juntarte con ellas. No te pasará nada, lo prometo —me aseguró Leila con confianza—. Además, sabemos que necesitas socializar un poco más.

—No lo sé, Leila... —dudé—. Además, n-no se me da bien entablar una amistad con los chicos.

—Mira, tengo que ir a buscar a mi hermana pequeña de una casa de su amiga. Mañana es viernes, así que iré a tu casa y hablamos en persona, ¿de acuerdo? —propuso Leila—. Vendré con Salma.

—Está bien, nos vemos mañana —acepté.

—Adiós, Sari —se despidió Leila antes de colgar.

Leila siempre había sido la más persistente de todas.

* * * *

Al día siguiente, volví a llegar tarde al instituto. Mientras cruzaba la puerta de la clase, tropecé y caí frente a todos. Las risas de mis compañeros resonaron por todo el aula, incluso Wyatt no pudo contener una risita.

Sentada en la primera fila estaba Amelia, una chica del grupo popular. Su postura y actitud ordenada dejaban claro su estatus, y junto a ella estaban Wyatt y Bryan. Creo que ellos tres eran los únicos del grupo que estaban en nuestra clase.

La profesora de biología me llamó la atención —: ¡Sarisha! Deja de hacer tonterías y ve a tu asiento —exclamó con enfado.

Que amargada era por favor.

—Lo siento —me disculpé mientras me levantaba rápidamente y me dirigía a mi asiento.

Todos menos Amelia y Bryan, continuaron riendo mientras yo pasaba por su lado. Cuando me disponía a sentarme, Mario, un chico de la tercera fila, me hizo una zancadilla. Por poco no me caí.

El resto de las clases pasaron sin incidentes, y finalmente tuvimos un descanso de quince minutos. Me tocaba clase de fundamentos que lo dábamos en la sala de ordenadores, así que decidí ir antes al aula.

Mientras me dirigía a la clase, sentía que alguien me estaba observando. Pensé que tal vez fue solo mi imaginación e ignoré ese presentimiento. Pero al llegar al aula, apareció el chico de ojos avellanas de la nada, acercándose hacia donde me encontraba.

—No deberías estar aquí sola —me dijo con una sonrisa traviesa.

—¿Me estabas espiando? —le pregunté, tratando de mantener la guardia alta.

—Bueno, no utilizaría esas palabras —respondió mientras se acercaba a mí y yo retrocedía—. Tranquila, que no muerdo —añadió con sarcasmo.

—No has respondido —insistí, evitando su proximidad y desviando mi mirada de sus intensos ojos.

—Chica, la ocasión hay que crearla. ¿Por qué no viniste con nosotros? —me preguntó.

No le respondí. Él me miraba buscando alguna respuesta en mis ojos, mientras yo intentaba apartar la mirada de la suya

—No sé cómo explicarlo —contesté—. Simplemente no quiero juntarme conti...con vosotros —me corregí rápidamente—. No quiero depender de nadie. Prefiero hacer amigos por mi cuenta.

Se río antes de añadir —: Vaya, una chica fuerte —comentó acercándose más a mí mientras yo retrocedía.

Finalmente, sentí que choqué con la fría pared, quedando acorralada entre él y la pared. Se encontraba a escasos centímetros de mí y observé como bajo su mirada a mis...¿labios?  

>>Nisha, un deseo no cambia nada. Solo una acción lo cambiará. Esta tarde estaremos en el parque del Carmen, nada más salir del instituto —susurró y luego subió su mirada a mis ojos— Si quieres, vente.

Permanecí en silencio sin decir nada. Él me observó intensamente a los ojos por largos segundos y, finalmente, se fue. Yo me quedé allí, mirando cómo Wyatt desaparecía al final del pasillo.

Mientras caminaba, cada paso de él irradiaba confianza y determinación. Su porte imponente y sereno dejaba en claro que era alguien acostumbrado a llevarse el mundo por delante. Sin poder evitarlo, mi atención se centró en la delicada suavidad de su nuca, donde su cabello  oscuro como la noche y ondulado encontraba su fin. Un detalle aparentemente insignificante, pero que parecía realzar su atractivo.

Mis ojos siguieron el recorrido por su espalda, amplia y esculpida, hasta llegar a la curvatura de su columna vertebral. La camiseta ajustada que llevaba permitía entrever los músculos bien definidos que yacían debajo, testigos de un cuidado físico envidiable por cualquier chico. Era evidente que se dedicaba a mantenerse en forma, y eso se manifestaba en su figura.

Y entonces, sin previo aviso, el chico misterioso dio un giro brusco en la esquina y desapareció de mi vista, casi como si se hubiese desvanecido en el aire. El pasillo quedó nuevamente desolado, y un suspiro de alivio escapó de mis labios, liberando la tensión que había acumulado durante aquel encuentro inesperado. Mis hombros, antes tensos, se relajaron al fin, permitiéndome recuperar la calma.

—Es... Sarisha, no Nisha —murmuré para mí misma.

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Bueno.... ¿Qué opinan de Wyatt en este capitulo?

Y querida Sarisha...ten cuidado con esos sentimientos.

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