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13. El viaje al desierto

Mentir una vez ya era difícil, pero hacerlo dos veces era un martirio. ¿Cuántas veces se había adentrado ya? Alicia comenzaba a perder la cuenta, pero si no recordaba mal, eran tres. Casi parecían cuatro, pues el miedo constante de ser descubierta a cada momento iba creciendo. No sabía cuánto tardaría en mantener aquella farsa, pero hacía todo lo que podía. Durante esa semana nadie le hizo preguntas sobre por qué había decidido ir sola a la calle a dar paseos. No sabía si eso era peor o mejor.

Analizó la situación para comprobar qué debía hacer durante sus escapadas. Ya le comentó a Kairem que seguramente solo podría visitarle una vez a la semana. «Eres tú a la que le interesa venir. De todas formas así aguanto menos tu estupidez», le había contestado la mutación. Con un lado ya limpio, solo tenía que examinar al otro. Diana tenía siete años. Con siete años no sería consciente de lo que ocurría a su alrededor, y de serlo a la niña tampoco se le pasaría por la cabeza preguntarle. Daniel sí era un problema. Parecía un tercer padre. Mandón, cotilla, pesado. A la mínima que sintiera un comportamiento sospechoso (cosa que haría) no tardaría en acorralar a la niña por banda y hacer que se derrumbara. Por otra parte, su famoso grito de «¡Mamá!» bastaría para acabar con la situación. Solo que sabía que jamás escaparía ante él.

Con sus padres lo pensó bien y Alicia se obligó a admitir que salir en fines de semana no era una opción. De lunes a jueves sus padres estaban más centrados en el trabajo que en sus hijos. Su padre había optado por ingresar en el turno de noche en el hospital hacía poco, lo que le dejaba un día libre. No obstante, esto implicaba que durante el día era medio zombi y dormía. Su madre, la que más estaba pendiente, era quien trabajaba de día y, como Erick era el que estaba en casa cuidando del hogar, al parecer le prestaba menos atención entre semana. Eso significaba que durante estos días el que se ocupaba más de ella era Daniel. Mucho mejor que dos padres de viernes a domingo.

Además, esos días era cuando más salía con Astrid y Martín. Decir que se iba con ellos y luego hacer otros planes a espaldas de todo no le convenía. Mejor mentir y tener la excusa de una salida ficticia con ellos para así abandonar su casa y encontrarse con Kairem. No tenía más amigos, durante el último curso se había distanciado de ellos y ahora, en sexto de primaria, había descubierto que no se interesaba nada por los demás compañeros de clase. Fue Martín quien le enseñó a aceptar que son cosas que pasan y que los amigos no son solo aquellos con quienes pasar un buen rato. Alicia lo aceptó a regañadientes. «Puedes ponerte a llorar, tirarse al suelo. Yo qué sé, gritar. Pero eso no va a cambiar nada. Mira, yo llevo mucho tiempo así y no me pasa nada» le había dicho él. Tenía razón, Martín era un solitario y no por ello menos feliz que nadie.

Así pues, con su plan en marcha una semana después se puso en acción.

—¿Puedo salir a jugar con mis amigos? —le preguntó a su padre, que estaba sentado en el sofá intentando hacer un sudoku—. Es que hay un nuevo juego en el arcade y queremos probarlo cuanto antes, por eso salimos hoy. Es de esos de plataformas, de los que nos gustan a nosotros...

—¿Has hecho tus deberes? —Cortó antes de que le llenaran la cabeza con más información.

—Sí.

—¿Tienes algún examen?

—Uno de mates en tres días.

—Vete. Pero vuelve pronto y saca a Tobi cuando llegues. ¿No dices que te gusta ahora ir sola? Pues aprovechas y te llevas al perro.

Aceptó a regañadientes la oferta, era mejor no insistir. Cuando Erick decía pronto significaba que se podía estirar hasta las siete, es decir, que apenas contaba con dos horas para ir y volver del bosque. No había alternativa. En cuanto cruzó el umbral corrió dirección al parque abandonado que ya dejaba de darle miedo.

Con el primero de noviembre los árboles de aquel viaje habían transformado sus tonos amarillentos y verdosos de hacía una semana a un rojo intenso. El color era hermano del de la sangre, brillante a la luz del sol y con un toque de pasión. El amarillo pastoso de octubre ya no vivía en aquel lugar. El otoño lo había asesinado. A veces el marrón se hacía pequeños huecos entre las ramas y se colaba en primera fila, listo para que cualquiera pudiera disfrutar de su presencia. Ya no había flores, todas o bien se habían secado, o bien ahora eran frágiles tallos que se preparaban para en triste y hostil invierno.

Cuando llegó a ver a Kairem al animal le hicieron chiribitas en los ojos. Tras la despedida mordaz del animal, Alicia se resignó a hacer una mueca y a explicarle la situación. Él pareció reír lo que alimentó la ira de Alicia.

—¿Quieres dejar de ser idiota y ayudarme?

—Precisamente por eso me río, porque tengo la solución a tus problemas. Espera un momento.

Kairem desapareció tras las hojas y el manto del bosque, mismo lugar donde se había adentrado ella también. Cuando volvió tenía algo en una de sus manos, lo que no evitó que siguiera moviéndose con la gracilidad y rapidez de un psyquirrel común. Él se posicionó sobre su habituado tocón y mostró a Alicia lo que parecía ser un aparato extraño. Tenía forma de bocina, pero discernía de esta en que la parte trasera constataba de un mango para sujetarlo. Sobre la parte superior descansaba un botón pintado de gris, el mismo color monocromático que bañaba a todo el objeto. Salvo por una pantalla en forma circular que parecía mostrar lo que era un mapa.

—Te dije que me crearon los del reino de Eucra. Encontré esto en uno de los laboratorios cercanos antes de escapar. Por lo que entendí crea agujeros de gusano que derivan al lugar que selecciones en el mapa. Fue gracias a esto por lo que estoy aquí ahora.

En situaciones normales Alicia habría insistido más en el pasado de aquella criatura tan extraña. Pero ese deje de tristeza en la voz y el tono cada vez más bajo, como si quisiera que el bosque no escuchara el secreto que mantenía en su corazón hizo que se callara. No podía seguir viendo su mirada brillante, con un punto fijo en el suelo y a un Kairem que ahora parecía alejado de todo. Encerrado en un caparazón que ocultaba la fragilidad de un ser que había sufrido. Supo que debía cambiar de tema cuanto antes.

—¿Qué es un agujero de gusano? —preguntó ella. Sí, aquello bastaría, porque el otro pareció animarse y salir del mundo en el que se estaba sumiendo.

—¿Sabes lo que es un agujero negro? —La niña asintió con la cabeza—. Perfecto, digamos que crea uno diminuto que te absorbe y te escupe en otra parte mediante otro agujero, pero blanco.

—¿Y cómo va eso? —siguió preguntando Alicia. Habían conseguido atrapar su atención y suscitar todo su interés.

—Esto... —Kairem se detuvo a pensar, ¿cómo explicar algo que no entendía de la manera más sencilla posible para que una niña lo entendiera? Desistió, así sólo conseguiría liarla más—. No lo sé, solo sé que tú marcas la coordenada y apareces. Lo he usado veces y funciona.

—Entonces, ¿puedes aparecer en mi casa?

—Sí, puedo ir a cualquier sitio que quiera.

—¡¿Y me has hecho subir un muro peligroso para llegar hasta ti cuando podría haber ido directamente?! —le reprochó Alicia. Profirió tal grito que se vio obligada a toser por el daño que se había hecho en la garganta.

—Bueno, pero esto no se lo enseñas a cualquiera, ¿sabes? Lo haré las próximas veces, pero casi no puedo confiar en nadie, empieza entender mi situación. Vamos a buscar a tu amiga.

Un escalofrío recorrió la espalda de la niña. No estaba preparada para ese momento. La frase cayó en picado sobre su cabeza, como un monumento, ahora debía sostenerla sobre sus hombros y luchar para no derrumbarse. Si aquello, por supuesto, hubiera sido una situación normal los hombros habrían cedido hasta derrumbarse en el suelo. Pero estaba hablando con una mutación que podía viajar por el espacio, podía sostener esas palabras talladas en la piedra un poco más. Parecía como si de un momento a otro los hechos se la tragaran. Debía ser fuerte.

Kairem mutó en un niño de la edad de Alicia. Era un poco más alto que ella, ahora le superaba por media cabeza. Tenía piel de color oscuro de tonalidad caramelo y unos ojos azabaches. Su pelo en forma de rizos cerrados caía por su frente de una forma atractiva y curiosa; salvaje y con brillo revoloteaba de aquí allá. Sus rasgos eran hermosos: mejillas redondeadas y regordetas que acompañaban a una nariz fina con un surco suave sobre unos labios negros y carnosos.

—Si alguien pregunta me llamo Kai y diremos que es de algún reino nórdico por ahí perdido. Así que en marcha.

—¡Qué bien! ¿Adónde vamos?

Sin recibir respuesta a su entusiasmo, Kairem programó el aparato, donde tras una especie de toqueteos a la pantalla que parecía ser táctil, pidió a Alicia que se apartara y pulsó un botón cuyo resultado fue que de la bocina saliera disparado algo que a la vista le costó percibir. Como resultado un agujero negro diminuto había aparecido ante ellos. No se distinguía nada al otro lado: solo una mancha negra redonda donde la presión del ambiente era mayor.

—A Bariserya, en Mordthel.

—¿Dices la ciudad? —exclamó Alicia.

Bariserya era una capital (y también una prefectura) que se ubicaba junto al mar, pero esta no era conocida por sus playas. La zona sureste de Zhydrûne era famosa por su enorme sequía, tras una cordillera estaba la región de Mordthel, el desierto del reino, y la ciudad se ubicaba junto a este. Era una zona muy arenosa y casi sin habitantes, pero en ella había muchísimos templos y ruinas antiguas. Habían sobrevivido al paso de los siglos gracias al aislamiento que permitía que siguieran intactos.

—El desierto Alsahra más bien, pero he programado que esto nos deje cerca de la capital.

Tras una indicación de que la niña se quitara el abrigo y capas de ropa interior, ambos estuvieron dubitativos sobre si entrar o no. Todo sonaba de película, viajar a través de un agujero negro a la otra punta del reino. Donde todo era llano y era desierto y un mar de arena que se extendía hasta el horizonte. En Skog, la prefectura de Alicia, el horizonte no existía. El frío y la nieve era lo que primaba en una región consistente de cadenas montañosas. Dubitativa, siguio a Kairem tras el portal de un salto. Retrocedió varios pasos, echó carrerilla y se adentró sin pensárselo ni un solo momento. No había tiempo que perder.

Pasar por el agujero fue como si algo implosionara todo su cuerpo hasta comprimirla donde al milisegundo su cuerpo había vuelto a recuperar su compostura habitual. Parecía que también acaba de viajar por el tiempo por haber sido un transcurso demasiado rápido como para ser consciente de él. Una vez escapó por el otro lado del portal, en forma de agujero blanco, Kairem lo hizo desaparecer volviendo a pulsar el botón del artefacto. Ahora todo era arena y dunas. El calor la golpeaba de frente y se vio obligada a remangarse, solo que eso no apaciguaba el calor que vivía de cintura para abajo, a causa de unos pantalones largos y unas botas que, al menos, tenían la ventaja de no filtrar arena.

Cuando inspeccionó a Kairem notó que, de repente, estaba vestido con un traje propio del desierto: chaleco azul marino que no llegaba a la cintura, unos pantalones color beige lo suficientemente amplios como para ser transpirables y unas sandalias desde donde se veían sus pies morenos al descubierto.

—¿De dónde sacas esa ropa?

—Digamos que tú piensas que es ropa.

No le dio tiempo a responder antes de que Kairem señalara la ciudad de Bariserya y volviera a hablar:

—Bueno, ¿qué aspecto tiene tu amiga? Edad, forma de ser.

—Sí, porque llevamos tiempo con esto de ir a buscarla, pero no me has preguntado nada de ella. —Con un movimiento de mano Kairem dio señal para que explicara los detalles importantes. Alicia intentó rememorar la imagen de la niña, porque después de los años se había distorsionado y evocarla ante ella era una tarea difícil—. Tenía el pelo negro y liso. La piel muy blanca. Pecas, sí, pecas. Y los ojos azules, muy claros, lo recuerdo porque los miraba mucho. Y la cara... No recuerdo mucho más.

—Es blanca y tiene los ojos azules, si aquí no se han fijado en ella tiene que ser porque no ha aparecido, eso seguro. Pero con eso no llegamos muy lejos.

—Tenía la cara chupada, mi madre decía eso siempre. Acabo de caer.

—Está bien, solo que con el tiempo una niña cambia mucho, así que no sé si nos ayudará.

—Intentaré mirar fotos, ¿vale? A ver si así me puedo llevar una que nos ayude.

Dicho esto, ambos se aventuraron en la ciudad. Llamarla así era irse por las ramas. El perímetro que oscilaba era similar al de un pueblo te tamaño medio, solo los bloques de piso que asomaban era un signo de que aquello era una capital. Los edificios estaban construidos con barro a primera vista, y de no serlo aparentaban serlo con ese marrón y de diseño simplista. En realidad, el material era adobe. Salvo por alguna variación en la forma o la altura no había variación a expeción de los colores, que variaban desde un bronceado rojizo hasta un blanco cremoso. Numerosas ventanas asomaban al exterior de las viviendas casi sin ningún adorno en esa pared lisa de la que colgaban.

No había organización en aquellas calles llenas de ruido y caos. En una calle recta de repente podía torcer en diagonal o, sin venir a cuento, convertirse en una avenida por la que entraban otras dos calles más. Parecía que habían puesto los edificios y luego improvisado las calles. Lo único que adornaba todo eran la gran cantidad de palmeras. En el centro, frente a un ayuntamiento que disimulaba serlo estaba frente un oasis de cristalinas aguas que la gente utilizaba como plaza donde se situaban los pequeños comercios.

Fue difícil para los chicos preguntar sobre si alguien había visto a Kathleen. Optaron por preguntar a los niños, con interrogatorios rápidos que ellos digerían mejor, porque según el reloj de la plaza eral casi las seis menos cuarto y el tiempo para volver a casa se agotaba. No hiceron faltan demasiadas personas para entender que allí Kathleen, si había pisado, no había sido hacía poco. No era un lugar muy grande, si alcanzaban los diez mil habitantes sería porque la ciudad crecía más a lo alto que a lo ancho. Por tanto, en un lugar como ese donde toda la población era negra o de tez morena, una niña de ojos azules y de piel blanca debía ser fácil de recordar.

Alicia tuvo que aceptar que no todo se podía conseguir en la vida: debían rendirse. Aquello no le supuso un gran esfuerzo; su cabeza no se había hecho a la idea de que estaban buscando a su amiga perdida de hace años, con lo cual, apenas había afrontado la situación de lo que implicaba hacer todo aquello. Fue como buscar un juguete perdido que realmente le daba igual encontrar, pero que se moría por volver a tenerlo. Necesitaría tiempo para aceptar que aquellos viajes no eran ver nuevos lugares, sino averiguar un misterio.

Al salir de la ciudad, aún quedaba un margen de tiempo para poder seguir buscando. Kairem le preguntó a Alicia si quería seguir buscando, a lo que está, con total neutralidad dijo que no. Si bien la decepción de no haber hallado nada se había instalado en ella, tampoco era un golpe que le costaría digerir. Más le interesó ver el desierto de Alsahra, tan conocido por sus películas, y la pequeña capital. Era impresionante ver una región llena de arena cuando hacía una hora estaba rodeada de montañas donde descansaban los bosques caducifolios. Pero no era un destino que cumpliera con lo que sus gustos exigían: los pies le hervían de estar allí, la arena era molesta, no paraba de sudar gotas que caían a chorros por su frente y el pelo esponjoso no ayudaba en nada. El diseño de Bariserya era demasiado simplista y un caos, la gente iba de un lado para otro sin ningún tipo de organización en las aceras. El agobio fue demasiado.

Esta vez se adentraron en el desierto en dirección contraria por donde habían venido. Tampoco importaba, solo querían irse sin que nadie les viera cruzar por un agujero negro. Para su suerte o su desgracia, terminaron topándose con un templo milenario. Era conocido en Zhydruune y Alicia no tardó en darse cuenta de cuál era. Se decía que lo irguieron antiguos clanes o tribus cuando esa parte del desierto no era arena, sino roca, y se podía vivir allí a medias. Pequeño y con una única cámara, ahora estaba abierto al público para que la gente pudiera visitar los dibujos arqueológicos que había en las paredes. Según historiadores estos contaban una historia, pero Alicia ya no sabía cuál era.

— ¿Quiénes sois vosotros? —Un señor quien hacía la pregunta. Un ornitae vestido con camisa y sombrero de exploración, aparte de unas botas altas y de calzado apropiado para aves. Era de alta estatura en comparación con la media humana, de metro ochenta y seis . En su barriga el plumaje se volvía de un color blanquecino, pero sin llegar a ser puro. Poseía una constitución fuerte y robusta, con unas alas largas y bien entrenadas, con puntas en los extremos y líneas negras curvas en horizontal a lo largo de estas. Sus patas eran cortas, pero redondas y terminadas en garras casi sin uñas. De facciones cuadriculadas que le daban un cierto atractivo que compesaban un pico corto. Los grandes ojos redondos analizaban por completo a ambos niños. En general, el color de su plumaje era rojo, pero apagado, producto de la edad.

—Venimos a explorar —dijo Kairem.

—Entiendo, veo que no os habéis preparado muy bien —respondió el hombre con voz ronca— ¿Saben vuestros padres que estáis aquí?

—Sí, estamos de vacaciones en la ciudad.

Eso contentó al hombre, quien no realizó más preguntas e hizo amago de irse. Fue entonces cuando Alicia, llamada por sus vestimentas, preguntó:

—¿Eres un explorador?

—Algo así —rio, viendo la dulzura de la niña. Se llevó las alas al pico y se preguntó si estaba tardando demasiado en irse—. Soy arqueólogo. Me llamo Rhefdsyudnçhwuzzajka.

—¿Qué? —preguntaron los otros dos al unísono. La cara de extrañeza de ambos apenas reflejaba la perplejidad que ambos contenían.

—Rhefdsyudnçhwuzzajçka —volvió a repetir, cansado de que siempre se lo pidieran cada vez que decía su nombre.

—Suena como si estuvieras escupiendo —confesó Alicia.

—Si ese es tu nombre prefiero no saber tus apellidos —añadió después Kairem, como si aquello fuera un chiste—. Mejor te llamo Paco, que es más corto y acabamos antes. Alicia rio ante aquel comentario, pero a Rhefdsyudnçhwuzzajçka no le hizo ninguna gracia, odiaba que las otras especies se mofaran siempre de su nombre por ser complicado de pronunciar para ellos.

—La gente me llama Rhesyud, ¿así mejor? —respondió, ignorando, a su parecer, los crueles comentarios de Kairem. Después de todo, eran unos niños.

—Sigo prefiriendo Paco —respondió Kairem, burlesco.

Rhesyud suspiró e intentó calmarse de paciencia, pues en cierto modo, ya estaba acostumbrado a que el resto de especies se burlara de los extraños nombres que poseían los ornitae. Alicia, por su parte, decidió llamarle así a pesar de que le costaba pronunciarlo.

—¿Puede mostrarnos el templo? —preguntó Alicia, como si ya se hubiera olvidado que tenía que regresar pronto.

Pese a ser un desconocido, Alicia le veía como a alguien que ya había visto varias veces, pero sin llegar a ser amigos, claro estaba. Por lo general, la gente solía tener más confianza en otros de una especie distinta a la suya, pues muy rara vez ocurrían percances. Rhesyud aceptó encantado, deseoso de compartir sus conocimientos ante las mentes más jóvenes, que eran las que más se asombraban. Cuando entraron al templo Alicia se decepcionó un poco, ella creía que sería algo más grande, pero se encontró con una sala vacía y llena de murales tallados con cincel en las rocas. Bombillascuyos cables se veían por el exterior iluminaban los dibujos a modo de foco. Rocas de piedra sostenían la construcción en forma de rectángulo irregular.

—Qué sitio tan raro —susurró Alicia.

—No está mal, es interesante cuando sabes a qué se refieren los dibujos tallados en la piedra. —A Rhesyud le habría entancado en ese momento tocar con el tacto de sus alas el relieve de cada marca, pero no podía ignorar las cuerdas que mantenían la distancia y el cartel de «No tocar».

—¿Y qué significan?

—¿Ves esas cinco figuras que hay ahí? Cada una representa a una especie superior. Humanos, ornitaes, aemnes, planhûos y vantlumes.

—Sí, los conozco a todos. Bueno, los últimos son muy raros —respondió Alicia, haciendo un esfuerzo para recordar sus clases de biología en el colegio—. Se supone que tienen, ¿glándulas son? Y absorben el calor o el frío (dependiendo de la raza) y luego lo pueden expulsar en llamaradas.

En las pinturas las cinco formas rodeaban un círculo negro y amarillo que, aunque ellos no lo sabían salvo Rhesyud, representaba una piedra mitológica que contaba la mitología podía crear cualquier tipo de vida. La Piedra de la Vida. Pero ninguno de los otros dos la apreció pintada en la pared. Era un mito extendido por toda la península que según la civilización la historia cambiaba.

—La historia de este sitio habla de la familia real Aldhara. Dicen que buscaban la Piedra de la Vida con el objeto de alcanzar la inmortalidad. Hay muchas versiones, y esta en concreto dice que uniendo a los más sabios y ancianos de cada especie superior se podía llegar hasta ella. Era un poco como la piedra filosofal, pero diciendo que solo estos cinco podían alcanzar la sabiduría tal como para crearla.

»Hay varias figuras de vantlumes de la raza ignífuga aquí que representan a los Aldhara. Y dicen que todo su linaje se dedicó a buscar a los cinco sabios. No hay mucho rastro de esta gente por ninguna parte salvo por Mordthel.

—¡Qué chulo!

Antes de que la conversación pudiera avanzar Kairem se percató de que el hombre podía ser de ayuda en la búsqueda de Kathleen, ya que quizás viajara por trabajo y hubiera estado en varios sitios. Aprovechó esta idea para cortar un tema que le traía sin cuidado y redirijirlo a uno que le suscitaba mayor interés.

—No, no he visto por ninguna parte a una niña como me describís —respondió Rhesyud. Le resultó demasiado extraño que le soltaran si la había visto como si nada. Algo le olía mal—. ¿Por qué?

—Jugamos al escondite y la hemos perdido. Es mi hermana —contestó Alicia con rapidez y soltando la primera idea que se le había pasado por la cabeza. El corazón se le paró en aquel momento, frente a los grandes ojos del ornitae que juzgaban la escena. No sabía si la mentira colaría, hasta ella misma estaba sorprendida de haber dicho algo así.

Rhesyud optó por no añadir nada más, explicó que tenía que irse ya y salió por el templo. Ambos esperaron el tiempo necesario hasta que Kairem se asomó por la puerta y se aseguró de que no había nadie en todo el paisaje. Solo les acompañaban un par de cactus solitarios y una corriente de arena que se agitaba en el aire.

—Creo que sospecha —le dijo Kairem a Alicia con respiración entrecortada.

—Eres tú el que se lo ha soltado, no se me ocurría qué decir.

—Sí, admito que era culpa mía. Pero piensa que por preguntar no se pierde nada. Lo más seguro es que nunca lo volvamos a ver.

—No lo sé. Ojalá que no. ¿Qué hora es?

—Ni idea.

—Pues yo tengo que irme a casa, y no sé si me va a dar tiempo.

Ante la angustia que presenciaba Kairem, se apiadó de la niña y sacó el aparato de viajes espaciales.

—Ven, marca tú las coordenadas, deja que te lleve a un lugar cerca de tu casa. Pero que sea donde nadie te vea.

Alicia se lo pensó un poco antes de marcar el lugar: el parque abandonado donde no había nadie. Sería un buen lugar, a veinte minutos de casa, donde si corría tal vez arañara un par de minutos. Y gracias a que no tenía que escalar el muro ni caminar entre un bosque, ganaría mucho tiempo. Primero volvieron al mismo lugar donde Alicia había dejado parte de su ropa. El segundo viaje de vuelta a Skog le supo igual que el primero, a pesar de que estaba segura de que se le haría más ameno. De hecho, al haber eliminado el factor del miedo le supo más horrible porque podía concentrarse más en esa angustiosa sensación de cómo su ser se comprimía hasta llegar a ser nada, para justo después expandirse y sentir que ocupaba todo el espacio posible.

—Nunca me voy a acostumbrar a esto.

—Yo diría que nadie lo hace.

Tras una rápida despedida, Alicia agradeció a Kairem todo lo que estaba haciendo por ella, y en ese momento el corazón del (de nuevo) psyquirrel encogió ante tal muestra de afecto. El amor y el cariño era algo que creía que jamás experimentaría en su vida. Eso bastó para romper su coraza.

Como sospechaba, el tercer viaje era igual que el segundo y el primero. O peor, porque habían sido dos seguidos. Gracias a los dioses, allí no había nadie. Intuía que los drogadictos de los que tanto le hablaba su hermano aparecerían de noche, sobre todo por el extricto control de una droga que había surgido nueva: la urenoa. Ella desconocía sus efectos, hasta dudaba de que existiera; lo más probable era que aquello fuera una broma de su hermano para que tuviera cuidado. No había oído hablar de ella en ningún otro sitio.

Con paso ligero caminó dirección a su casa. Tocó al timbre, esperó que su padre no fuera quien abriera la entrada al portal, pero al no responder nadie por el interfono lo supuso. Cuando tocó la puerta delante del 5º B descubrió a su padre con una cara seria y echó un rápido vistazo que al reloj del salón, que se veía desde su posición: un poco pasadas las siete, pero no lo suficiente como para ser regañada.

No hubo intercambio de palabras hasta que ella entró y la pregunta de Qué tal con tus amigos le supuso como un cuchillo en el estómago. Se limitó a decir que bien y corrió dirección a su habitación, con un padre detrás pidiendo que se descalzara. Hizo caso omiso para cerrar la puerta e inspeccionar su en las suelas quedaban restos de arena o algo que denotara que había llegado del desierto y tuviera que dar explicaciones de esa arena tan misteriosa. Comprobó que no, y la poca suciedad se encargó de limpiarla con una toallita húmeda antes de salir, ya descalza, con las botas en la mano y un padre que le pedía que no volviera a hacer eso: los zapatos se dejaban en el descansillo de la entrada. Suspiró aliviada, tomó una ducha caliente y con el agua dejó que cayeran sus preocupaciones. Aquella noche soñó con el desierto y una alfombra mágica.

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