Capítulo 2
Era una tarde de sábado y yo estaba en mi habitación escuchando mi música favorita a todo volumen. Me encantaba sumergirme en las letras de las canciones y desconectarme por un momento de la realidad. Pero de repente, escuché un grito agudo que me sacó de mi trance musical.
"¡Naín cierra tu cuarto!" Era la voz de mi madre, y por su tono de voz supe que algo estaba pasando. Sin dudarlo, bajé corriendo las escaleras y me dirigí hacia la sala, donde encontré a mi madre llorando en el sofá y a mi padre, con su típica botella de whisky en la mano, de pie frente a ella.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza, sabía que mi madre estaba en peligro y no podía permitir que mi padre la lastimara una vez más. Sin pensarlo dos veces, me abalancé sobre mi padre y comencé a golpearlo con todas mis fuerzas. Quizás no era muy fuerte, pero mi ira y mi determinación eran más poderosas.
Mi padre trató de defenderse, pero yo estaba demasiado enfocado en proteger a mi madre. Finalmente, logré empujarlo lo suficientemente lejos como para que mi madre pudiera escapar de la sala y llamar a la policía.
Cuando la policía llegó, mi padre fue arrestado y mi madre y yo nos mudamos a la casa de una amiga cercana. Aunque estaba asustado y preocupado por el futuro, también me sentía aliviado de que mi madre y yo estuviéramos a salvo.
Después de ese día, mi madre decidió que era hora de poner fin a nuestro ciclo de violencia. Se divorció de mi padre y obtuvimos una orden de restricción en su contra. Mi madre y yo comenzamos una nueva vida juntos, lejos de todo lo que nos recordaba a mi padre.
Aunque todavía tenía pesadillas sobre ese día y me sentía triste por no tener una familia "normal", también estaba agradecido por la valentía que mostré y por haber salvado a mi madre. Aprendí que no se necesita ser fuerte físicamente para defender a las personas que amamos, sino tener un corazón valiente y decidido. Y eso es algo en lo que siempre estaré orgulloso de mí mismo.
Era un día soleado en nuestro desastroso barrio. Mamá recibió una llamada de una amiga suya. Al colgar, me dijo con una sonrisa en el rostro: "Naín, tengo una gran noticia. Mi amiga me recomendó una casa en San Paolo, una ciudad hermosa y llena de oportunidades. ¿Qué te parece si nos mudamos allí y comenzamos una nueva vida juntos?"
No pude contener mi emoción y le dije que sí inmediatamente. Estaba cansado de vivir en un ambiente tóxico, con un padre alcohólico que nos maltrataba a mi mamá y a mí. Sin dudarlo, empecé a hacer las maletas y nos preparamos para comenzar nuestra nueva vida en la ciudad.
Al llegar a San Paolo, conocí a una linda niña morena llamada Ibeth. Ella era un año menor que yo, pero desde el primer momento en que la vi, sentí una conexión especial con ella. Ibeth nos ayudó con la mudanza y se ofreció a mostrarnos la ciudad y ayudarnos a adaptarnos.
Con el paso del tiempo, Ibeth y yo nos hicimos muy buenos amigos. Ella me escuchaba y me aconsejaba en todo momento, y yo siempre le agradecía por estar a mi lado. Era la primera amiga que hacía en la ciudad y me hacía sentir bienvenido y querido, algo que no había sentido en mucho tiempo.
Mamá también se llevaba muy bien con Ibeth y su familia. Entre todas ellas, me hacían olvidar el pasado oscuro que había dejado atrás. Juntas salíamos a comer helados, íbamos al cine o simplemente nos quedábamos en casa hablando y riéndonos.
Gracias a la amistad con Ibeth, comencé a sentirme más seguro y con ganas de enfrentar los nuevos desafíos que se nos presentaban en la ciudad. Mamá también estaba más relajada y feliz, y eso era lo más importante.
Una noche, Ibeth me preguntó por qué habíamos decidido mudarnos a San Paolo. Le conté todo lo que había pasado con mi padre y ella se disculpó por hacerme recordar ese doloroso pasado. Pero yo le dije que no tenía nada que disculparse, porque gracias a ella, mamá y yo estábamos empezando una nueva vida y eso era lo más importante.
Hoy en día, Ibeth sigue siendo mi mejor amiga y nos apoyamos mutuamente en todo. Mamá también está más feliz y hemos dejado atrás todo lo malo que vivimos en el pasado. Gracias a la recomendación de esa amiga de mamá, encontramos un hogar en la ciudad de San Paolo y con la ayuda de Ibeth, construimos una nueva vida llena de felicidad y amor.
Pasando el tiempo, tuve una de las experiencias más especiales de mi vida. Estaba en casa con mi amiga Ibeth, intentando ayudarla con las fracciones que tanto le costaban en la escuela. Siempre he sido bueno en matemáticas y quería compartir mis conocimientos con ella. Además, Ibeth es una gran amiga y quería verla progresar en sus estudios.
Aprovechamos que nuestras madres no estaban en casa para concentrarnos en las fracciones. Pero a medida que avanzábamos en la lección, me di cuenta de que no podía evitar mirarla de una manera diferente. Su cabello castaño y rizado, sus ojos grandes y su sonrisa contagiosa comenzaron a afectarme de una manera que nunca había experimentado antes.
Al principio, intenté ignorar estos sentimientos y simplemente me enfoqué en enseñarle a Ibeth las fracciones. Pero mientras trabajábamos juntos, noté que ella también comenzaba a comportarse de manera diferente. Se reía más, me miraba de manera diferente y hasta me tocaba el brazo mientras me hablaba. Empecé a sentir que tal vez ella también sentía lo mismo por mí.
Finalmente, cuando terminamos con la lección, nos sentamos en el sofá para relajarnos un poco. Ibeth puso una de nuestras series favoritas y nos acomodamos para verla juntos. En ese momento, no pude contener más mis sentimientos y decidí decirle lo que estaba sintiendo.
—Ibeth, debo confesarte algo. Desde hace tiempo, tengo sentimientos por ti y no sé cómo decirlo sin arruinar nuestra amistad
Ibeth me miró sorprendida por un momento, pero luego una sonrisa se formó en sus labios.
Ella me besó y no dudé el seguir la corriente.
—Naín, yo también siento lo mismo—me dijo con una voz suave.
Mi corazón dio un salto de alegría y antes de que pudiera decir algo más, ella agregó:
—Te quiero, Naín.
Una avalancha de emociones me invadió en ese momento. No podía creer que finalmente hubiéramos descubierto que nuestros sentimientos eran mutuos. Nos miramos a los ojos y sin decir una palabra, nos dimos un abrazo que selló nuestro amor.
Desde ese día, Ibeth y yo somos más que amigos. Nos apoyamos mutuamente en todo y seguimos enseñándonos cosas el uno al otro. Pero sobre todo, nos amamos de una manera que nunca pensamos posible. Y todo comenzó con una simple lección de fracciones en una tarde cualquiera.
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