Capítulo 40
Luli sentía cómo su cuerpo vibraba ante los cálidos besos que recorrían lentamente su piel suave. Mientras disfrutaba de esa sensación intensa, se mordía el labio superior y aferraba con fuerza las sábanas. Su pijama transparente fue desplazada, dejándola completamente desnuda frente a su depredador, que estudiaba su figura seductora.
Sus ojos azules exploraban sus piernas, subiendo hasta detenerse en su ombligo, donde brillaba un pequeño piercing de plata. Comenzó a deslizar sus dedos por sus zonas más sensibles; ella temblaba al sentir la frialdad de esa caricia que encendía su piel.
Por un momento, sus miradas se encontraron. Él esbozó una sonrisa traviesa y se acercó peligrosamente al cuello de Luli. Ella sintió cómo devoraba su cuello con tal intensidad que le dejó una marca de chupetón profunda.
Antes de descender hacia el centro de sus pechos, se detuvo de repente. Esto enfureció a Luli; la excitación la invadía y no podía soportar que él se detuviera, especialmente después de lo que había provocado en ella.
—Deja de torturarme y continúa de una vez.
Él levantó una ceja, sin apartar la vista del oscuro brillo de sus pupilas, que suplicaban un deseo insaciable.
—No estás en posición para dar órdenes; este es mi territorio. Así que solo obedece o las cosas se pondrán peor.
—¿Eso crees? —Ella intentó levantarse y se dio cuenta de que estaba esposada al cabecero de la cama, un elegante dosel de madera.
Él se alejó de su presa, dejándola deseosa y bastante irritada. Intentó liberarse de las esposas con todas sus fuerzas, pero no tuvo éxito. Sus ojos recorrieron al responsable de su frustración de pies a cabeza. Estaba descalzo y solo vestía pantalones largos finos de un tono oscuro. A Luli le parecían muy sexis, especialmente por lo bien definidos que lucían sus músculos atléticos.
Luli se dio cuenta, mientras él estaba de espaldas, de que tenía un tatuaje extraño que nunca había visto. Su cabello negro, desordenado, le parecía irresistiblemente atractivo. Mientras él buscaba unas cuerdas negras en el armario sin preocuparse, se giró hacia ella y notó cómo sus ojos recorrían sus abdominales bien marcados, lo que le sacó una sonrisa.
—Mira todo lo que quieras, pero no me tendrás—. No es justo lo que estás haciendo—. La vida no es justa, bebé; ya deberías saberlo.
Se acercó a la cama y tomó sus piernas. Luli se asustó y comenzó a moverse frenéticamente.
—¿Estás enfermo o qué? ¡Suéltame ahora!
Él terminó de atar sus piernas, dejándolas abiertas sobre el dosel. La miró con intensidad, provocándole un escalofrío; sentía que iba a ahogarse por la situación en la que se encontraba.
—¿Quién eres?
Él sonrió al notar su miedo y se acercó lentamente, arrastrándose por el colchón suave hasta detenerse justo en la entrada de su vagina, ya bien húmeda.
—No tengas miedo, bebé; seré lo más educado posible—. Claro, como si fuera a creer eso.
Él no respondió.
—¿Qué es este juego, Idier? ¿Qué te pasa? Te ordeno que te detengas.
Un profundo silencio llenó el aire; solo se escuchaban los latidos acelerados de Luli. Observaba a su novio con un temor indescriptible.
—Ya no puedo parar; tú empezaste. Ahora es mi turno de divertirme contigo. Relájate, sé que te va a gustar.
Sin previo aviso, sintió cómo sus labios eran devorados por el cazador, adentrándose en su boca con una sed insaciable. La lujuria ya había consumido a ambos, y las ganas de devorarse mutuamente los llevaban al límite.
A medida que el deseo crecía en ella, él se separó de sus labios, dejándola con ganas de más. La situación le resultaba placentera, y la lujuria nublaba su mente. Idier deslizó su lengua por su cuello con una lentitud que la excitó por completo.
Con la misma suavidad, descendió hasta sus pechos y pronto bajó su cabeza hacia sus piernas, sin apartar la mirada de su rostro mientras disfrutaba de cada sensación. Luli se entregaba a la intensidad de lo que estaba sintiendo.
Ambos estaban inmersos en el momento. Él sonrió y comenzó a explorar su vagina lentamente, provocando gemidos incontrolables en ella. Luli sentía cómo el placer se expandía descontroladamente. No se dio cuenta cuando él se separó de su feminidad; solo sintió un ardor interno que se movía con
Disfrutaban del calor de sus cuerpos. Sus gemidos resonaban como un eco en la habitación oscura. Las penetraciones se volvían más rápidas; Luli estaba perdida entre las estrellas. Una suave brisa recorrió su oído, intensificando la excitación del momento.
—Bebé, lamento haberme corrido dentro de ti.
Al escuchar eso claramente, sintió un escalofrío recorrerla; lo miró con una mezcla de sorpresa y furia. Él solo sonrió de manera siniestra, y sus ojos azules le provocaron un temor inexplicable.
...........
Luli se despierta de repente, sacudida por un extraño sueño erótico. Su respiración es rápida y su cabello, enredado, parece el de alguien que ha tenido una noche agitada.
—¿Bebé, estás bien? —pregunta su novio, mirándola con confusión mientras le acaricia la mejilla, preocupado—. ¿Tuviste una pesadilla? —Luli no responde; simplemente lo observa sin comprender. Idier la abraza al notar su extraña actitud—. Tranquila, bebé—él le acaricia suavemente la espalda. Luli se aparta y lo examina de arriba abajo. Él está vestido con su uniforme y ella lleva un camisón blanco que no sabe como llegó a su cuerpo.
—Eres un maldito —dice ella, sorprendiéndolo.
—No entiendo, ¿por qué soy un maldito? —pregunta él, visiblemente confundido.
—Te vi en mi sueño y lo que hiciste no fue nada divertido—. ¿Qué te hice en tu sueño? No lo comprendo.
Ella no sabe cómo explicarlo, así que decide levantarse de la cama.
—Luli, te estoy esperando.
—Sí, ya voy a ducharme.
Se dirige a la ducha, dejando a Idier aún más perplejo.
«Cada vez la comprendo menos».
Idier sale del cuarto y se encuentra con sus amigos en la cocina, preparando los platos para el desayuno.
—Bueno, ¿qué pasa bro? Se suponía que ibas a llamarla.
—Se fue a ducharse. ¿Y tú cómo te sientes ahora? Aún no entiendo cómo sucedió eso; tendré que ir tras esa rata.
—¿No piensas dejarlo pasar? Te dije que no hace falta.
—Tu amigo cree que la violencia es la única manera de resolver las cosas. Lo mejor sería denunciarlo a la policía —comenta Bella.
—Sí, pero primero tenemos que localizarlo.
Con esas palabras, Idier muerde una manzana verde y se sienta en una silla.
Alfredo había liberado a Iván, ya que el detector de mentiras lo salvó de la serie de preguntas a las que fue sometido. Sin embargo, eso no significa que esté completamente libre; habrá vigilancia sobre él en secreto. Sus padres se sintieron aliviados al saber que su hijo no era un criminal, a pesar de las drogas y el alcohol que encontraron, pero sí pagaron para remediar el error que causó todo el incidente.
El agente es consciente de que hay personas que se están burlando de la policía, y eso es algo que planea detener con mucho cuidado. Mientras saborea su café, espera la hora de dirigirse al instituto y continuar con las interrogaciones. De repente, alguien toca a su puerta; él da la señal y entra su compañero Patricio.
—¡Buenos días, mi líder! —dice mientras se sienta y coloca una carpeta frente a Alfredo. Este la sostiene, dejando su taza sobre la mesa.
—Tu hijo es un gran actor.
Alfredo observa las fotos con atención y no puede creer que Idier le haya mentido directamente. En las imágenes ve a Saúl sentado junto a él, como si estuvieran teniendo una conversación.
—¿Pudiste escuchar lo que decían?
—Lamentablemente no; era complicado con todos los escoltas que estaban protegiendo cualquier movimiento que pudieran considerar sospechoso.
—No tenemos un historial completo de Saúl. No entiendo cómo un chico de 18 años puede tener más escoltas que el alcalde, que es su padre.
—Eso es sospechoso, mi líder. Y no es todo. Mira este vídeo.
Deja una memoria USB sobre la mesa. Alfredo la toma al instante y la conecta a la computadora. Tras un breve momento de procesamiento, aparece un vídeo donde una joven es secuestrada por un individuo con gorra; su vestimenta era completamente negra, lo que dificultaba su identificación. La policía busca por todas partes, y el comandante está furioso por lo ocurrido.
—Así que este tipo secuestró a la hija del comandante sin que sus hombres se enteraran. Esto es muy grave; ¿ya la han encontrado?
—Sí; lo curioso es que el Señor Armando cree que se fue con su amiga. Conseguí las pruebas para que no pudieran ver el vídeo, de lo contrario, el secuestrador estaría en serios problemas.
—¿Puedes explicarme por qué lo protegiste? Se rió de la autoridad—. Porque es su hijo, jefe —responde, mientras Alfredo se levanta de su silla, visiblemente frustrado.
Idier está al borde darlo un ataque; Alfredo no puede creer lo que ha hecho.
—No lo castigues, jefe, solo es un adolescente; no sabe lo que hace.
—Lo mejor será que no te alejes de él. Tendré que pensar en qué hacer. Ahora más que nunca debemos seguir sus pasos; tal vez descubramos algo importante.
Patricio asiente y se levanta para irse. Alfredo intenta tranquilizarse, ya que aún está molesto con su hijo.
Luli sale del cuarto y llega a la cocina, donde encuentra a sus amigos conversando mientras preparan el desayuno.
—¡Buenos días a todos! Disculpen si me tardé en el baño.
—No hay problema, Luli; casi hemos terminado, llegaste justo a tiempo —responde Íker, lavándose las manos en el grifo.
Luli sonríe y se sienta en la mesa. Idier se acomoda a su lado, sirviendo una porción de cereales en su plato. Sus miradas se encuentran por un instante, y Luli siente que los nervios la invaden al recordar el sueño que tuvo, así que desvía la mirada hacia sus amigos.
—¿De qué estaban hablando? —pregunta Luli, tomando una cuchara para empezar a comer.
—Sobre el tipo que causó el accidente de Íker y que casi lo perdemos —explica Bella.
—¿Qué? ¿Cuándo ocurrió eso? —sus ojos se abren de par en par.
—Ayer por la noche. Menos mal que no fue grave —responde Bella—. Sin embargo, tenemos que hacerle frente a ese miserable; ¿cómo se atreve a meterse con mi querido cuñado? ¿Cómo te sientes? ¿Te duelen las costillas?
—Gracias por preocuparte, Luli; ya estoy mejor. Bella estuvo conmigo en todo momento.
—Eso está bien; el amor lo cura todo —sonríe ella.
—Somos un equipo; nos encargaremos de ese sinvergüenza —dice Idier esta vez.
—Estoy de acuerdo —comenta Luli. Luego mueve la leche al lado de los cereales, sin tocarla. Mientras sus amigos saborean el desayuno, ella se da cuenta de que una cuchara está cerca de su boca.
—¿Qué haces, Idier? —lo mira confundida.
—No estás comiendo; solo intento alimentar a mi bebé. Vamos, abre la boquita.
Luli sonríe y le hace caso; disfruta del bocado, dejando un poco de leche atrapada en sus labios.
Idier se da cuenta y la limpia con una servilleta. Sus amigos los observan con asombro. Bella queda inmóvil, con los ojos como platos. Íker tiene la boca abierta, dejando que la leche gotee como si fuera baba.
Luli se levanta para sentarse en las piernas de Idier, sin darse cuenta de que sus amigos los miran como si fueran los protagonistas de una serie, pero en vivo.
—Ahora abre la boca, porque es mi turno de alimentarte —Luli toma la cuchara y se la acerca a él.
—Según yo, tú eres la bebé aquí —le arrebata la cuchara y se la ofrece a ella. Luli desvía la mirada, cruzando los brazos.
—¿Qué te pasa ahora, bebé?
Ella lo mira indignada.
—¿Cómo te atreves a preguntar eso, Idier? No quieres que te consienta —hace un puchero. Bella e Íker se intercambian miradas y luego vuelven a observar la escena con interés.
—Está bien, bebé, dame de comer.
Al escuchar esto, Luli se ilumina y le ofrece nuevamente la cuchara llena de cereales. Idier prueba un bocado mientras le sostiene la mirada y mastica despacio.
—¿Qué te parece? —pregunta a su novio sin dejar de sonreír.
—Está rico, pero tú lo eres más —se lanza hacia sus labios devorando su boca, ignorando el hecho de que no están solos. Bella comienza a toser intencionadamente para interrumpirlos. Ellos se separan al instante. Los cuatro se miran en silencio durante un buen rato; el ambiente es tenso e incómodo.
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