Capítulo 37
He estado sentada aquí un buen rato, mis piernas no dejan de moverse por los nervios. ¿Qué estarán haciendo ahí dentro? No aguanto más esta incertidumbre; me muerdo las uñas mientras miro a mi alrededor, esperando que aparezca el médico.
—Para ti —alzo la vista y me encuentro con un frasco de café que sostiene Hugo. No tengo ganas de aceptar nada que venga de él, así que desvío la mirada y pongo mis manos en las mejillas, frustrada.
—¿Por qué se tarda tanto el doctor? Al menos deberían decirnos algo; estoy perdiendo la paciencia.
—¿Siempre eres tan intensa? —me pregunta, curioso. Lo miro con ganas de estrangularlo, mientras él, como si nada, se toma un sorbo. Mi odio hacia él crece cada día más. Justo cuando estoy a punto de explotar, aparece el médico inesperadamente. Me levanto al instante, mis nervios alborotados.
—¿Cómo está? —pregunto ansiosa.
—Bien, querida. Afortunadamente.
—¡Gracias! ¿Ya puedo verlo?
—Por supuesto, sígueme —me indica el camino y lo sigo hasta la sala. Abre la puerta y me hace pasar; asiento y entro.
Al instante visualizo a mi pobre novio en una camilla rodeado de aparatos. Camino hacia él, me siento al borde de la cama y tomo su mano. Su tacto es frío, como si hubiera estado en un congelador.
—Todo esto es mi culpa. A tu lado corres peligro; primero fue Hugo y ahora esto. No puedo permitir que pagues por mis errores otra vez. Te dejaré ir aunque me duela.
Lo miro mientras duerme tranquilamente, solo escucho el suave latido de su corazón, y yo, sin recibir respuesta alguna. Me siento como una persona horrible y egoísta, capaz de hacer daño a todos a mi alrededor. No merezco su amor; no soy digna de él. Las lágrimas comienzan a asomarse y, al nublarse mis ojos, caen descontroladamente por las mejillas. El malestar me consume por dentro. Apreto sus manos y cierro los ojos, hundiéndome en mis pensamientos.
—Cariño —¿qué? ¿Acaso habló? Me limpio las lágrimas rápidamente, aunque es en vano. Sus ojos se abren como si despertara de un largo sueño. Al acercarme, veo que sus pupilas tienen una mezcla entre negro y verde, una combinación adorable.
—Hola —esboza una sonrisa que me parte el alma; su encanto sigue intacto. Es imposible no enamorarse de él.
—Hola —le respondo con una sonrisa —. ¿Por qué lloras, cariño? No estoy muerto, ¿o sí? —Abre los ojos sorprendido y eso me asusta un poco; luego se ríe y no puedo evitar unirme a su risa.
—Eres un payaso, casi me matas del susto —le digo mientras le golpeo la pierna, molesta. Su mueca de dolor me hace sentir culpable.
—¡¿Qué hice?! Lo siento, cariño—. No te preocupes, no es nada —responde despreocupado con su característico sentido del humor—. Tu cara desconcertada me hace reír —se burla de mí. Yo solo revuelvo los ojos, fastidiada por sus tonterías.
Lo observo acomodarse en la cama, como si estuviera a punto de levantarse.
—¿Qué haces? —le digo alarmada—. No deberías moverte.
Intento ayudarlo a recostarse de nuevo, pero no me deja.
—Detesto estar tanto tiempo en una camilla, y además, necesitamos irnos.
Desconecta la manguera que le habían colocado en las fosas nasales y corta la circulación que pasaba por sus venas, arrancando los cables como si buscara liberarse. Yo solo lo miro, asombrada. Se sienta en la cama y me toma de las manos.
—No sabes cuánto bien me haces, Bella. Tenerte cerca es todo lo que necesito.
—Qué romántico —mis mejillas se tiñen de un carmesí intenso; por la vergüenza, me cubro rápidamente la cara—. Ey, ¿qué haces? —Aparta mis manos mientras me sonríe. ¿Por qué me siento tan sonrojada ahora?
—No me mires así, me da vergüenza—. ¿Qué te da vergüenza?—No puedo creer que sea tan ciego. Noto su mirada atenta; ¡ay, Dios!, ¿por qué se pone tan serio? Me pone nerviosa esa forma tan intensa de mirarme. Bajo la vista hacia sus labios y siento el impulso de besarlo.
—Bueno, si no quieres decírmelo está bien; respetaré eso —pasa su brazo por su cabello y suelta un suspiro—. Salgamos de aquí, prometí que te enseñaría un lugar especial—. Estás loco, Íker; tuviste un accidente. Eso es lo menos importante. No deberías moverte, será en otra ocasión.
—En eso estoy de acuerdo con Bella —esa voz es del desgraciado de Hugo detrás de mí. Justo ahora tenía que aparecer y meterse donde no lo llaman.
—¿Hugo?
La sorpresa en el rostro de Íker es evidente al verlo; el patán esboza una sonrisa en ese instante.
—Tu novia tiene razón, todavía no estás en condiciones para moverte.
—Pero ya me siento bien.
—Bueno, si ya están listos para irse, sería mejor que llame al doctor para que te haga un último chequeo y así podamos estar seguros de que no hay ninguna complicación.
Sale sin decir nada más.
—Me sorprende saber que Hugo está aquí —me dice Íker—. Él se ofreció para que te atendieran en esta clínica —le aclaro para evitar malentendidos—. Me gusta su cambio; espero que siga por ese camino. En fin...
Siento el calor de sus manos sobre las mías y me jala suavemente para que me siente a su lado en la camilla. No me cae bien Hugo; aunque se convierta en una buena persona, nunca podré perdonarle lo que hizo, sin importar lo que intente.
—Lamento haberte asustado, cariño —me dice mientras sostiene mi barbilla—. Tus ojos están rojos, y yo soy el responsable de eso—. No digas eso; tú no tienes la culpa de lo que pasó. Más bien, fuiste una víctima. Esa bestia merece un castigo severo, pero se escapó. No sabes...
—Ey, tranquila; ya todo eso es parte del pasado, y eso es lo que realmente importa —me habla con un tono suave, luego me regala una sonrisa sincera y me rodea con un abrazo cariñoso.
Una sensación de calma se instala en mí al sentirlo tan cerca. Por un instante, disfruto de su compañía, pero pronto una punzada de culpa me asalta. El sinvergüenza de Hugo me besó en la cancha, recordándome todas las veces que le fallé a Íker. Me aparto de él al instante, evitando su mirada, pero puedo notar su sorpresa.
—¿Qué sucede, cariño?
—Necesito contarte algo —mi nerviosismo aumenta ante lo que estoy a punto de decir. Lo miro a los ojos.
—Me preocupas, Bella, ¿qué te pasa?
Justo cuando estoy a punto de continuar, la puerta se abre de golpe.
—Perdón por interrumpir —anuncia el doctor—. Vine a atender al paciente que ya se nos quiere escapar.
Íker pone una mueca avergonzada.
—Bueno, me retiraré para que el doctor pueda seguir con su trabajo —respondo amablemente. Íker asiente y me levanto de la cama sintiéndome un poco mal.
Salgo por la puerta y me detengo frente a la ventanilla, observando mi reflejo: qué pálida luzco. El accidente realmente me ha afectado; tengo un aspecto horrible, ¡madre mía! Y él me vio así, qué vergüenza. Me limpio rápidamente la cara con las manos, aunque sé que no sirve de mucho.
Contemplo a Bella mirándose en el espejo, yo detrás de ella. ¿Por qué está allí parada? ¿Acaso no tiene intención de sentarse? ¿No se da cuenta de que la pueden ver a través del cristal? Esa chica es todo un enigma, y aunque tenga novio, me intriga saber qué le hice. Cuando lo descubra, tendré que resolver las cosas. Si realmente ama a su Íker, la dejaré tranquila, pero al menos debería intentar ganarme su amistad. Eso sería lo correcto.
Me duele recordar que fui una persona malvada, algo que no tengo presente por ahora; sin embargo, no quiero volver a ser quien lastima a los demás, eso no es algo de lo que me sienta orgulloso. El sonido de el celular interrumpe mis pensamientos. Lo saco del bolsillo de los jeans holgados y lo acerco a mi oído sin apartar la vista de Bella.
—Sí, ¿qué pasa?
—Ya estoy al tanto de lo ocurrido. Ven al laboratorio en la quinta planta. Pero antes, asegúrate de que los recién enamorados estén fuera de la clínica —me dice y cuelga, dejándome confundido.
¿Qué estará tramando mi hermano ahora? No quiero ni pensarlo. Me dirijo a buscar otra taza mientras espero que el doctor termine con sus asuntos. Al llegar a la máquina de café, coloco la taza en su lugar y automáticamente sale un expreso humeante. Lo sostengo y el aroma llena mis fosas nasales, provocando una expresión de satisfacción en mi rostro. Camino hacia donde dejé a Bella mientras le doy un sorbo al café. Me detengo al notar que sigue allí, inmóvil.
Esa chica es realmente complicada. Intento acercarme cuando veo salir al doctor del consultorio; habla con ella por un momento hasta que finalizan. Bella entra por la puerta y el doctor se acerca a mí.
—Ya hemos terminado —me informa, y yo simplemente asiento. Él se marcha y no dudo en entrar en la habitación. Al abrir la puerta, los veo listos para irse; Íker ya no lleva puesta su bata blanca de hospital.
—¿Ya se van? —les pregunto—. Por lo visto, así es. Gracias por todo, Hugo, nunca olvidaré ese gesto —me agradece Íker, mientras Bella me mira un poco disgustada—. Es lo de menos. Qué gran tranquilidad que todo haya salido bien. Bueno, si quieren, puedo ofrecerles un Uber, ya que por esta zona es difícil conseguir un taxi.
—No te molestes, ya nos apañaremos —interviene Bella con un tono molesto —. Cariño, tranquila, Hugo solo quiere ayudar —le explica a su novia y luego me mira—. Me parece bien —dice Íker, pero no creo que Bella esté muy convencida; todavía noto su cara de desagrado.
—Muy bien, acompáñenme.
Ellos caminan detrás de mí. Uno de los guardaespaldas se acerca, y en ese momento doy la orden para que puedan unirse a ellos; los despido con amabilidad. Al darme cuenta de que han salido por la puerta, sigo a los dos hombres. Llegamos al ascensor, que se abre automáticamente. Los tres entramos y pulso el botón hasta la quinta planta, donde nos encontraremos con Saúl.
De repente, el ascensor se detiene, indicando que hemos llegado. Me detengo frente a la puerta antes de abrirla y respiro hondo, preparándome para lo que pueda encontrarme. Entro con un poco de nerviosismo y visualizo el laboratorio, que tiene un ambiente sombrío; el vapor del humo tóxico que emana de la sala es abrumador. Me cubro la nariz mientras continúo mi camino hasta que escucho la voz de Saúl un poco más cerca. No logro ver bien lo que sucede y siento que me ahogo con esa inmensa toxicidad.
—Saúl —lo llamo, pero en ese intento empiezo a toser violentamente. Siento que me falta el aire y un gran mareo me invade. Al intentar dar un paso más, pierdo la conciencia.
.......
Al abrir los ojos, lo primero que veo es a un médico examinando mis pupilas con un oftalmoscopio. Luego se aparta y se quita los lentes.
—He terminado mi examen —me dice. Me siento un poco mareado en la silla eléctrica.
—¡Ay, hermanito!, me preocupa tu debilidad. Te desmayas como si tuvieras síntomas de una mujer embarazada. Esa especialista no está haciendo bien su trabajo; temo que debo intervenir yo mismo.
Saúl me habla, sacudiendo la cabeza con decepción.
—¿De qué hablas? Me asustas —él sonríe de una manera inquietante.
—Sígueme.
Me levanto y lo sigo, nos abren la puerta principal y caminamos hasta detenernos frente a una puerta amarilla muy llamativa. Él entra primero y yo lo sigo. Saúl se sienta y saca un cigarro; al escuchar los gritos de súplica de alguien, mis piernas se paralizan. Miro rápidamente hacia adelante y me encuentro con una escena aterradora.
Un indígena está siendo golpeado con un látigo de mango corto, atado con finas cadenas de hierro que terminan en pequeños pesos. Esa herramienta le causa graves daños a su piel, ya marcada por múltiples heridas. Está encadenado tanto en las piernas como en las manos, luchando por liberarse con todas sus fuerzas. Su grito de dolor resuena lleno de frustración y rabia.
—¿Qué horror es este? ¡Basta ya, Saúl! —le ruego, tratando de ocultar el verdadero miedo que siento.
—¿Estás seguro? El antiguo Hugo disfrutaba más del sufrimiento de sus víctimas —responde él.
—No me importa; detesto quién era antes y no quiero volver a ser ese monstruo que me recuerdas constantemente. Esto debe parar. Ese hombre no debería sufrir por mis errores; no es justo.
Él me observa como si estuviera procesando mis palabras.
—Mira bien quién es, a ver si lo reconoces.
Analizo al hombre, noto que su cuerpo está cubierto de tatuajes, es enorme y tiene una marca en la frente que parece un ojo demoníaco. Su rostro aterrador evoca la imagen del accidente de Íker en mi mente, como una película perturbadora, mientras escucho de fondo la risa extraña de ese sujeto.
—¡Él fue quien causó el accidente de Íker!—exclamo alterado.
—¡Malditos mocosos! Juro que os mataré en cuanto rompa estas putas cadenas—responde el tipo con una voz grave y amenazante. Se esfuerza por liberarse, pero es evidente que no puede. Estoy paralizado por el miedo en este momento.
—Hugo, mátalo.
Uno de los hombres a su lado me ofrece un arma y lo miro boquiabierto.
—¿Qué dices?—pregunto con los ojos desorbitados.
—Estoy de mal humor. Ese bastardo arruinó mis planes. Primero, intenta matar a uno de los míos y luego se roba el dinero que mi alumno ganó legítimamente. Para colmo, me hace perder el tiempo aquí sin decirme para quién trabaja.
—Aunque me mates, no soltaré la lengua y el dinero ya lo tienen ellos, escuchaste, escuincle—se ríe de mi hermano. Saúl observa al sujeto como si sus palabras no le afectaran y se acomoda en la silla.
—Parece que no sabes con quién estás hablando, es hora de pasar a la siguiente fase. Hugo, no lo voy a repetir—se levanta, le arrebata el arma a uno de sus hombres y me la entrega. La sostengo temblando mientras él me coloca cara a cara con ese tipo. Mis manos se mueven nerviosamente mientras apunto al hombre frente a mí. A él parece no importarle morir; está firme esperando que apriete el gatillo.
—Dispara justo en el ojo; eso lo sorprenderá. Y más te vale no fallar —me susurra al oído. No tengo más opción que obedecerle—. Ahora —al oírlo, disparo repentinamente por el susto que me ha provocado su orden. El tipo grita de dolor; no me atrevo a mirar dónde le he dado. Saúl sonríe satisfecho con la situación y se vuelve a sentar.
—Buen trabajo, hermanito. Estoy empezando a recuperarte.
De repente, giro la mirada hacia el sujeto y casi me da náuseas al verlo con sangre en un ojo. ¿Qué he hecho? Siento el arma en mis manos y una culpa abrumadora me invade. Miro a Saúl inconsciente y no puedo entender cómo es posible que él sea mi hermano.
Uno de sus hombres le pasa un sobre. Saúl lo abre, mira las fotografías dentro y una sonrisa de satisfacción se asoma en su rostro. Da la orden de que se lo arrojen al hombre que ahora está de rodillas, furioso. Al ver las fotos, su mirada se vuelve aterradora; tiene un ojo sangrante y el otro repleto de venas verdes que nunca había visto.
—Parece que ya has reconocido a tu esposa y a tu hija —le dice con un tono desafiante.
—¿Cómo demonios encontraste tan rápido a mi familia? —Saúl se levanta de su silla y se acerca al sujeto sin mostrar miedo a un posible ataque. Al estar tan cerca, ambos intercambian miradas extrañas.
—Te has metido con la persona equivocada, eso es todo —le responde con calma, irradiando una superioridad inquebrantable.
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