Capítulo 32
No sé qué les pasa a esos dos locos, si tienen hormigas o serpientes en la cabeza. Esa relación no es digna de dos hermanos de la misma sangre. Teóricamente, dudo que comprendan lo que realmente significa esa palabra.
—¿Quieres saber por qué lo hice? —pregunta Saúl, todavía sentado y con las piernas cruzadas, luciendo bastante tranquilo.
—Sí, quiero saberlo —responde Hugo con seriedad.
—Lo hice por tu bien. Para ayudarte a entender; te lo merecías, ya que nunca prestas atención a la primera. Deberías estar agradecido, porque aún estás vivo. Esa es la única explicación lógica que tengo.
Hugo permanece en silencio, mirando hacia un lado, mostrando signos de frustración.
—Ve y desahoga toda esa rabia con alguno de esos que están pegándose —le sugiere Saúl.
Al escuchar eso de su hermano, Hugo le lanza una mirada helada y rápidamente se dirige al ring de boxeo. Allí, dos matones se están dando con todo. Nuestro protagonista no se lo piensa dos veces y se lanza sobre uno de ellos, arremetiendo contra su rival con una lluvia de golpes.
El tipo ya había recibido una buena paliza, y la manera en que Hugo lo ataca con tanta ferocidad es casi para acabar con él. Es impresionante. Saúl observa la escena con una risa propia del Diablo, satisfecho por lo que está sucediendo.
Uno de los que están en el ring intenta detner a Hugo para que no mate al tipo, pero él también se lanza contra ellos, completamente descontrolado. Está golpeando a todos con una violencia brutal, propinando puñetazos y patadas sin parar. Algunos matones retroceden asustados, mientras nuestro héroe sádico arrastra a uno de ellos por la camisa, utilizando toda su energía desenfrenada.
El tipo empuja a Hugo al suelo y se sube sobre él, golpeándolo sin piedad. En ese momento, el salvaje saca un cuchillo y lo hiere violentamente en el cuello, haciendo que la víctima gima de dolor por el corte profundo.
Sin embargo, el terco de Hugo lanza el cuchillo y presiona la herida, provocando que la sangre empiece a brotar. Parece que está decidido a acabar con él, mientras Saúl observa con tranquilidad, fumando y disfrutando de la escena con una satisfacción extrema.
Los demás tienen miedo de acercarse, mientras algunos matones celebran lo que está ocurriendo. Los ojos de la víctima brillan en un rojo intenso debido al sufrimiento.
Intento detener a ese loco, pero Saúl me bloquea el paso.
—¡Déjalo ya! ¡Ya te has divertido suficiente! —le grita, arrojando su cigarro al suelo.
Por supuesto, el idiota le lanza una mirada furiosa a Saúl.
—No estoy satisfecho; todavía respira. Quiero verlo muerto—. Ven conmigo; yo sí te provoqué—¿Qué...? No puedo perderme esto.
Hugo suelta al chico desfigurado y avanza hacia Saúl, listo para golpearlo. Sin embargo, me quedo paralizado al ver al demonio a mi lado agarrándolo del cuello con su brazo derecho, ejerciendo una fuerza impresionante que me deja sin palabras. Las piernas de Hugo están en el aire mientras intenta liberarse de la poderosa mano de su hermano, pero no tiene éxito.
Todos observan la escena con asombro, como si nunca hubieran presenciado algo así antes.
—Esta es la última vez que me faltes al respeto. Soy tu hermano mayor y el cerebro de esta asociación, un Rey intocable. ¿De verdad pensaste que podrías hacerme algo? —le dice Saúl con calma.
—Suéltame —exige Hugo, su voz entrecortada mientras sigue luchando por liberarse del agarre de Saúl, pero no lo logra.
El intocable, como se autodenomina, lo deja caer como si fuera un gusano. La caída es dura y ahora Hugo tose sin control, observando su cuello y mirando a su oponente con un leve rastro de miedo.
—Esta noche iremos a cenar, ¿te apuntas? —pregunta Saúl acomodándose en su asiento.
Hugo lo mira con rabia.
—No quiero ir —responde con un tono lastimado.
—Es cierto, tienes amnesia. Deberías estar con la especialista; no me importa si no deseas venir. Pero quiero que asistas a la competencia para ver a Íker. Luego me cuentas qué te parece mi alumno.
Hugo se levanta, moviéndose el cuello.
—Me voy —le dice a Saúl, mirando hacia un lado con cierto resentimiento.
Saúl no responde; uno de sus hombres le pasa su celular. Y Hugo sigue tocándose el cuello y un segundo Nuestras miradas se encuentran por un instante, y no sé qué pensar. Se aleja sin decir nada más.
Saúl está hablando por teléfono en este instante. No tengo idea de con quién está conversando. Ese psicópata me ha dejado asombrado. Sabe cómo defenderse; yo creía que era un blandito. Así son las cosas, tendré que observar cada uno de sus movimientos porque habrá un enfrentamiento en cuanto descubra mi verdadera identidad. «Aunque sospecho que ya lo intuye, de todos modos, llegará el momento en que todo explote».
—Idier, ven conmigo —me dice, sacándome de mis pensamientos mientras lo veo alejarse. «¿A dónde iremos ahora?»
Estoy con mi padre en un restaurante de lujo; se le ha ocurrido que cenemos aquí. Es un lugar encantador, con esas luces que iluminan el ambiente. Todos están en sus mesas, muy serenos, pero el pianista no colabora con esa música que me transmite una profunda sensación de aburrimiento y tristeza.
—Luli—alzo la mirada y veo a mi padre mirándome con seriedad. Me acomodo en la silla, ya que creo que está molesto por haberme quedado dormida durante la cena.
—Compórtate como una señorita bien educada y come, que no has tocado tu plato y se te va a enfriar.
Decido seguir su consejo.
—Recuerda lo que tienes que decir cuando el detective te haga preguntas sobre la muerte del chico. No lo olvides.
—Lo tengo todo bajo control.
Él se sienta mejor, pero antes de que pruebe su trozo de verduras, un caballero lo reconoce. Papá y él se saludan y se apartan a charlar, dejándome un poco aburrida en la mesa.
En ese momento, mi celular vibra con una notificación de un mensaje que debo leer. Lo sostengo entre mis manos, algo distraída. Mis ojos se iluminan al ver quién me ha escrito.
Qué sexy te ves con ese vestido negro, digno de una reina. No está nada mal, carita de ángel.
«A ver si lo entiendo... ¿Cómo lo sabe? ¿Estará aquí?»
Voy levantando la mirada por cada rincón del restaurante, pero no logro encontrarlo. Así que decido mandarle un mensaje.
¿Me estás vigilando con alguna cámara secreta? Muy divertido, amor, ¿no tienes nada mejor que hacer?
Envio el mensaje y, en cuestión de minutos, recibo su respuesta.
Te estoy viendo, no necesito cámara. ¿Así hablas a tu novio? No me hagas enfadar.
Ese gruñón me hace reír; me encanta provocarlo, se ve tan atractivo cuando está a punto de estallar.
Ami, qué imbécil.
Con eso creo que querrá matarme.
Ven a decírmelo en persona.
«Lo sabía, no aguanta nada».
No puedo, estoy ocupada.
Justo cuando envío ese mensaje, mi padre se acerca. Yo sigo esperando que el muy chulo me responda.
Tienes 2 minutos para salir o vendré a presentarme ante tu padre. Creo que le encantará saber qué tan angelical es su adorada hija.
¡Estás loco! No harás eso.
Los nervios empiezan a apoderarse de mí.
—Luli, guarda el celular ahora—me ordena mi padre en el peor momento posible. ¡Ay, no, papá! Idier me va a arruinar, ese imbécil está mal de la cabeza. Solo espero que no sea capaz de hacer algo tan terrible. Aún no me ha respondido. ¿Estará en camino?
—Te he dicho que dejes el móvil, ya hablarás con tu amiga más tarde. No me hagas repetirlo—Su tono autoritario me obliga a dejar el teléfono sobre la mesa. Pero justo en ese instante, recibo el mensaje que tanto esperaba, y la curiosidad por leerlo me consume, pero mi padre no me quita el ojo de encima en este momento.
No puedo quedarme tranquila; si Idier aparece ante papá, creo que me muero. Esto no puede estar sucediendo. Necesito pensar en cómo actuar. El sonido del celular de mi padre me da una idea.
—Voy a atender una llamada; tú sigue comiendo—anuncia papá mientras se aleja. En cuanto se va, saco mi celular de la mesa y leo el mensaje de Idier.
Sigues jugando con fuego. Bien, bebé, solo que no te sorprendas por lo que sucederá.
Al leer eso, los nervios me invaden. Me levanto de la mesa, pero uno de los guardaespaldas de mi padre me bloquea el paso.
—¿Qué cree que está haciendo? ¡Sal de mi camino!—le exijo con un tono algo molesto.
—Su padre no estaría de acuerdo con que salga sola; hay un asesino suelto y es mi responsabilidad protegerla—se atreve a decir con una actitud presuntuosa.
—¿En serio? ¿Ahora ni siquiera puedo ir al baño sola porque hay un asesino suelto? ¿Quién le dijo que viene a por mí?
—Todo puede suceder, Señorita. Permítame acompañarla; así me aseguraré de que no corra ningún peligro.
Papá y sus exageraciones, una vez más con esos pesados que me asfixian. No puedo hacer nada sin que me vigilen. Hago un gesto de frustración.
—Como quieras—respondo de manera brusca y comienzo a caminar, él siguiéndome. Veo el letrero del baño para damas y entro, cerrando la puerta en su cara. Seguro estará allí esperándome cuando salga.
Miro mi reflejo en el espejo y pienso: «pero qué belleza, por favor». Dibujo una sonrisa. El imbécil de mi novio va a escucharme, ¿quién se cree para darme órdenes?
Necesito salir de aquí como sea y encontrarlo fuera del hotel, pero, ¿cómo? Tengo un vigilante bastante pesado que sigue cada uno de mis movimientos. Como sea, debo distraerlo.
Me posiciono en la puerta sin hacer ruido. La abro lentamente, lo suficiente para ver al guardaespaldas parado como un robot. Lo bueno es que está de lado, así que no podrá notar si logro escapar; solo tengo que ser silenciosa y salir por el lado izquierdo, ya que está mirando hacia la derecha.
Sigo mi plan con los nervios a mil, tratando de que no se dé cuenta de mi presencia. Salgo con pasos lentos y sin mirar atrás.
—¡Ey, Señorita! ¡Luli! ¿A dónde va? El camino es a la derecha—me dice detrás de mí, notando que intento irme. Me da un vuelco el corazón y empiezo a correr como una fugitiva.
No me atrevo a mirar atrás; llego a un corredor del hotel y tropiezo debido a la velocidad con la que voy.
—Maldita sea—estoy exhausta; no puedo detenerme. Me quito los tacones y me levanto un poco mareada. De repente, siento un fuerte dolor de cabeza por la adrenalina. Tengo la sensación de que ese hombre está muy cerca de atraparme, así que comienzo a correr descalza, con mis tacones en las manos.
Ahora me encuentro en un pasillo con tres puertas, y necesito esconderme en una de ellas para descansar. Detrás de mí, escucho los pasos de más de una persona.
De repente, siento una mano que me agarra del brazo de forma brusca. Intento gritar pidiendo que me suelte, pero me cubre la boca y me empuja contra la pared. No puedo ver su rostro porque estamos en una habitación oscura. Desde afuera se oyen los pasos de varios hombres.
—Estoy seguro de que estaba aquí—dice uno de ellos.
—Tenemos que encontrarla, el Señor Armando nos matará si su hija no aparece—responde el guardaespaldas que me estaba protegiendo.
—La encontraremos, incluso si tenemos que desalojar todo el hotel—afirma uno de los agentes de papá. ¡Qué locura! Ha llamado a la policía solo porque me ausenté por unos minutos. «Es absurdo». Siento que se están alejando; sus pasos retumban como un terremoto mientras se marchan.
Me concentro en el chico que me tiene agarrada. ¿Quién será? No puede ser Idier; él no me haría una broma tan pesada, ¿o sí?
Puedo notar que lleva una gorra. Intento defenderme para que me suelte, pero él saca un pañuelo y rápidamente lo coloca en mi boca. El olor es fuerte y, debido a la toxicidad, empiezo a ver todo borroso.
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