Capítulo 17
Disfruto viendo sufrir a la muy golfa de Bella, está qué arde de dolor. Ahora estoy colocando un vibrador en su vagina y no para de moverse, ¿acaso piensa que me voy a detener por eso? ¡Estúpida!
La veo sacar varias lágrimas y eso me divierte más, tan puta y ahora me viene con esto. Arranco con furia la cinta de su boca, escucho como grita de dolor.
—¡Detente, Hugo! Te lo pido, por favor—su voz tiembla y las lágrimas asoman, sus ojos ahora están enrojecidos. Y eso que apenas estamos en la primera ronda; todavía no ha visto lo peor. ¡Ay, las mujeres y sus dramas!
—¿Quieres que pare?
Mueve la cabeza de arriba abajo indicando que sí.
—De acuerdo, pero antes de eso, quiero que bailes para mí. Y ni se te ocurra llorar, me encanta cuando te mueves tan sexi esas curvas—le saco las esposas y me acomodo en la cama con una sonrisa pervertida en la cara.
Me levanto de la cama un poco aturdida, sintiendo un dolor en mi zona íntima. Ese tipo, un verdadero animal sin cerebro, es sin duda lo más despreciable que he conocido.
—¿Qué estás haciendo? No tengo paciencia para esto—me interrumpe con su voz estridente y su mal humor. Qué infeliz...
Tomo el control y enciendo el altavoz de inmediato. La música desconocida empieza a vibrar, pero su ritmo se adapta perfectamente a mi baile de stripper.
Empiezo a mover las caderas de manera seductora, levantando los brazos al aire y articulando mis movimientos sensuales, como si le estuviera enviando un mensaje: "estás acabado". Algo que ese idiota seguramente no comprenderá. Me arrodillo y comienzo a caminar como una gatita hambrienta.
Lo miro fijamente. Está tan absorto en lo que hago que me empieza a poner nerviosa, ese mismo sentimiento vuelve a invadirme. Creí que ya lo había dejado atrás, pero no, sigue persiguiéndome constantemente.
—Bueno, mi gatita, ven aquí que te voy a dar algo de comer—le hago caso, y luego me pasa una cereza a la boca. Tiene un sabor extraño, como si hubiera añadido algo más a la fruta.
—Abre la boca—me manda.
Sigo su orden, él me pasa otra cereza y, en el proceso, me besa. La combinación que surge de este experimento tiene un sabor adictivo que ya conozco. Este sádico y sus juegos viciosos. Otra vez usando la Cocaína.
Deja de darme besos y sonríe. Me empuja sobre la cama, vertiendo alcohol en mi piel, una corriente helada recorre todo mi cuerpo, escalofriante.
—Ahora estás irresistible.
Comienza a dejar besos por cada rincón de mi piel, generando esa electricidad fría y excitante. Me dejo llevar por la forma en que lo hace.
Toma unas tijeras y destroza mi sostén y la falda que llevaba puesta, luego agarra un encendedor y prende fuego a mis cosas. El idiota se volvió loco.
—Te quiero desnuda y esa prenda estúpida me estorbaba—dice con frialdad, observando cómo la llama consume mi valiosa ropa.
Pensé que el fuego se descontrolaría, pero no. Menos mal. Esa sensación era bastante aterradora para mí.
Me abre las piernas con una fuerza desmedida, sin saber qué es lo que está mirando. Siento cómo me vierte alcohol en el clítoris y un calambre recorre mi cuerpo al instante. ¿Acaso va a usar el alcohol para todo? Canalla
Se pone varios anillos en los dedos y, después de un rato, los introduce de golpe en mi vagina. ¡Dios mío! El dolor me quema. Hijo de puta...
—¿Te gusta, verdad? ¡Dímelo!—su tono arrogante me sorprende.
—Sí, me gusta, me encanta —cedo a su deseo, dejándome llevar.
—Ni todavía he comenzado gatita, voy a follarte hasta que se te acabe las ganas de vivir.
Saúl, el enigmático, me ha pasado una nota que contiene los nombres de quienes debo rescatar: Rin y Ron. Me asaltan las preguntas: ¿quiénes son y por qué los necesita de vuelta?
—Ya sabes lo que tienes que hacer, Puedes llevarte un auto de nuestra compañía, así la pasma no te detiene por el camino, tienes la dirección del lugar y todo lo demás. Cuando llegues te explico el siguiente paso.
—¿Cómo sabes que la policía no va a detenerme?
—Eres muy curioso, Idier. Me caes bien, así que te responderé todas tus preguntas, pero no te aceleres—suena una risita molesta mientras habla.
Uno de sus hombres se acerca y le muestra un reloj extraño. Él lo toma y me lo pasa.
—¿Qué es esto?—pregunto, aunque sé que es un reloj. Solo que no entiendo para qué me lo presta.
—Póntelo. Te contaré más sobre el plan cuando llegues.
Sin decir nada más, me lo coloco. Observo cómo el accesorio se enciende automáticamente, como si fuera un dispositivo GPS.
—Es todo, ya puedes irte.
—De acuerdo jefe.
—No me digas jefe, ese apodo es para los viejos. Yo soy el intocable y muy pronto entenderás el porqué.
«Ya estoy deseando saberlo»
—Todo lo que necesites está en el auto, y ten cuidado, idier. En serio...
Hay algo aquí que me deja confundido, ¿qué habrá querido decir con este comentario?
Hugo me está follando duro y no paro de gritar como una completa perra, me gusta cuando está dentro de mí, no puedo evitarlo.
Siento que se detiene y mi desesperación crece.
—Fóllame, no te detengas—estoy en un estado de excitación que me transforma en alguien que no me gusta.
—¿Te gusta que me comporte como un animal contigo? ¡Eh!—grita con arrogancia.
—Sí, me encanta.
Intento acercarme, pero él me sujeta los brazos.
—Te dije que no me gusta que me toquen. Yo puedo hacerlo, porque eres mi sumisa y debes obedecerme.
—Lo siento, amo—lo miro con una expresión de cachorro hambriento.
—Muy bien, mi gatita, ahora si nos vamos entendiendo.
Me empuja hacia la cama y, sin previo aviso, me penetra con fuerza, lo que provoca un grito de placer que escapa de mis labios.
—¡Sí, amo! ¡Mételo hasta el fondo! ¡Me encanta! ¡Sigue!
Me estoy tocando los pechos, mientras él me maltrata con sus brutales penetraciones.
Estoy al volante del enorme auto que me dejaron usar y ya he estado manejando un buen rato, alejándome de la pequeña ciudad de Brinea. La carretera se va adentrando en las profundidades del bosque, y el ambiente es sombrío, como si el viaje mismo me estuviera advirtiendo.
Finalmente, alcanzo mi destino. Tomo una respiración profunda antes de salir del vehículo. El viento juega con mi cabello mientras me dirijo al maletero. En medio de las sombras, solo saco la gorra que necesito. Llevo una máscara que oculta mi rostro; es como un velo enigmático que deja entrever solo un atisbo de mi ser. Mi suéter de cuello alto, tan oscuro como la noche, envuelve mi figura en un aura misteriosa. No olvido sacar el arma y esconderla bien en la mochila que llevo puesta. No tengo idea de lo que me espera aquí, así que debo mantenerme alerta.
Tomo el celular que encontré en el auto y enciendo la linterna, comenzando a caminar en busca de esos dos tipos desconocidos.
Después de caminar un rato, llego a un amplio campo donde hay una casa en el centro. Solo necesito tener cuidado para que no piensen que he venido a hacer algo malo.
De repente, mi móvil vibra en mis manos. Veo un número largo y dudo antes de contestar, pero finalmente decido hacerlo.
—¿Ya llegaste?—pregunta Saúl al otro lado de la línea. ¿Qué clase de misión es esta?
—Sí, estoy al lado de una casa—respondo.
—No te atrevas a entrar ahí, los propietarios no deben enterarse de tu presencia en la zona—no me sorprende que haya dicho eso.
—Todavía no logro comprender del todo esta misión.
—En este momento, lo entenderás. Sal de donde estás y dirígete hacia una cabaña apartada.
Después de caminar media hora, el viento susurra entre los árboles y el crujir de las hojas acompaña mis pasos. Mi mirada se detiene en la cabaña, que tiene un diseño rústico, con paredes de madera envejecida que parecen narrar historias de tiempos pasados. Las ventanas son pequeñas y los marcos están desgastados, lo que añade un toque de misterio.
Rodeada por altos y densos árboles, la cabaña se integra perfectamente con la naturaleza. Las sombras proyectadas por las ramas crean formas intrigantes sobre sus paredes. El techo es a dos aguas, cubierto posiblemente de tejas o paja, y algunas partes están adornadas con musgo, sugiriendo que ha estado ahí durante mucho tiempo.
—He llegado—anuncio.
—Ahora puedes pasar.
Al escuchar esas palabras, mi alerta se activa; desenfundo mi arma y empiezo a avanzar con precaución. No estoy aquí para tomármelo a la ligera, y este lugar me genera una profunda desconfianza.
Empujo la puerta y entro, iluminando el lugar con mi celular. La oscuridad me provoca escalofríos y una sensación incómoda en el estómago.
No tengo idea de a dónde voy. ¿Estarán esos dos atrapados aquí? O peor aún, ¿esondidos y listos para atacarme?
Aunque en realidad solo vine a salvarlos; no estoy para peleas.
En la pared encuentro un interruptor para encender la luz. Lo presiono al instante y la habitación se ilumina, revelando una enorme jaula donde yacen dos tigres dormidos. Mis ojos se agrandan por el terror. Ese hijo de puta...
—¿Ya encontraste a mis queridas mascotas?—su voz es irritante y llena de malicia. Así que eso es lo que quería decir... maldito loco. «¿Qué clase de broma es esta?»
—No lo vi venir—respondo, frunciendo el ceño de inmediato.
—Lo sé. Ahora bien... aquí llega la parte crucial de la misión, donde muchos suelen fallar al no saber utilizar ese aparato que tienen por cerebro. Escucha bien, porque no repetiré esto:
"Primero: tienes cinco horas para completar la misión; el reloj que te di no es sólo un accesorio.
Segundo: aquí es donde muchos tontos se estrellan al intentar eludir lo que se les ha indicado. Por su torpeza, suelen terminar mal. Las razones de sus destinos fatales son claras: o son devorados por los tigres o intentan escapar, olvidando que el reloj es un GPS explosivo. Si intentas deshacerte de él, volarás en mil pedazos; en realidad, no tienes salida. Todo conduce a la muerte, así que para que sepas, no me importa en absoluto si hoy te mueres.
Y tercero: el reloj ya comenzó a hacer su trabajo mientras te explicaba la misión. Tu única oportunidad de salir ileso es usar bien esa cabecita tuya. Vamos, demuéstrame si eres tan inteligente como aparentas, Idier".
Su risa demoníaca resonó y sentí la auténtica maldad del diablo, aunque nunca lo haya visto cara a cara; para colmo, me cuelga el muy hijo de puta.
Siento un escalofrío recorrerme ante toda la información que me ha soltado. Miro el maldito reloj y, efectivamente, ese psicópata ya me ha robado media hora, complicándolo todo aún más.
Respiro hondo y trato de mantener la calma; no puedo perder el control en este momento.
Necesito tranquilizarme y poner en marcha mi plan.
—¿Crees que saldrá con vida de ahí? Hasta ahora, ninguno de nuestros hombres ha tenido éxito—me dice Hugo.
—Ese chico me genera dudas; hay algo en él que aún no consigo entender del todo. Hoy sabremos si logra pasar la prueba o no.
Saco un cigarro, lo coloco en mis labios y lo enciendo. Es mi manera de aclarar mis pensamientos y las estrategias que puedo manejar con mi mente retorcida.
—¿Dónde está Íker?—exhalo el humo con calma.
—En la sala de castigo, repitió la misma tontería otra vez.
—Íker es un poco cabezón. Solo asegúrate de no acabar con él antes de tiempo; lo necesito vivo, y tú lo sabes. No mezcles los asuntos de trabajo con problemas de mujeres.
—Pero él...
—El juego que tienes con Bella y Luli no me involucra; haz lo que quieras, pero no voy a dejar que te mates a Íker solo por celos—exhalo el humo formando un aro y sigo hablando—. Aunque parece que te interesa más la cría, algo que no logro entender. ¿Qué tiene esa niña frágil que te hace usar a Idier en tus planes?
—Eso es problema mío.
—Espero que lo resuelvas pronto y dejes de perder el tiempo en cosas sin sentido.
Me levanto, listo para irme.
—Ve y suéltalo ya—ordeno, dejándolo ahí sentado, atrapado en sus pensamientos.
Molesto me dirijo a la sala de tortura donde están dando una buena paliza al miserable de Íker.
Miro cómo mis chicos le propinan golpes y patadas con una brutalidad impresionante; al verme, se detienen de inmediato.
—Sigue sin soltarnos nada.
—Déjanos a solas—ordeno, inclinándome a su altura, ya que está sentado. Lo observo levantar la cabeza para mirarme, a pesar de lo adolorido que está por la tortura que ha recibido.
—¿Cómo te va?—sonrío con un toque de malicia.
Él inclina la cabeza, lanzándome una mirada llena de desdén.
—Miserable—su voz lastimada me trae una extraña satisfacción.
—Tienes energía para insultarme, pero no para hablar. Me sorprende tu resistencia, ¿sabes?
—No tengo nada que decir, así que vete al infierno—parece tener dificultades para respirar y se esfuerza por enfurecerme.
Agarro su cuello con fuerza, haciendo que las venas resalten al instante. Sus ojos, rojos y llenos de ira, me provocan un deseo incontrolable de acabar con él aquí y ahora.
—Tienes suerte de que Saúl aún te necesite vivo, porque si no fuera así, ya te habría hecho pagar a ti y a toda tu maldita familia—le suelto de manera brusca.
—No tengo dudas de que fuiste tú quien se deshizo de Idiomar—pero este bastardo está poniendo a prueba mi paciencia.
—Cierra esa boca asquerosa si no quieres que te mande directo a la cárcel. Eso es por usar mi nombre de forma tan despreciativa.
Lo miro fijamente a los ojos, ahora que está atado a la silla eléctrica, incapaz de moverse. La tentación de electrocutarlo me invade.
—¿Quién dice que no fuiste tú? Fuiste su mejor amigo; eso tiene más sentido—le digo con una confianza desafiante.
—No soy un criminal como tú. El caso se ha reabierto. Estoy ansioso por ver cómo manejan la tormenta que se avecina para su clan.
—No me preocupa en absoluto, ¿acaso ves que estoy nervioso por eso? Parece que no tienes idea de quiénes somos realmente. Lo mejor que puedes hacer es mantenerte al margen de nuestros asuntos; si crees que vas a sacar información espiando, estás muy equivocado.
Sonrío al recordar al novato.
—Y por cierto, deberías tener cuidado con Idier, porque no eres una buena influencia. Podría terminar muerto como Idiomar, y todo sería culpa tuya.
—Él no tiene nada que ver con esto, déjalo tranquilo.
—Claro, el ingenuo no tiene idea de en qué se ha metido al unirse a nuestro proyecto. Ahora está jugando con su vida. Para mí... No le queda mucho tiempo en este mundo.
—¿Dónde lo enviaste? ¡Habla, desgraciado!—se nota que está muy alterado; definitivamente le importa alguien.
—Parece que Idier te importa bastante, pero qué lástima que esa amistad no va a durar mucho.
Salgo dejándolo gritar de frustración, maldiciéndome.
Cruzo la puerta con una sonrisa traviesa, recordando adónde enviaron al novato.
—¿Qué hacemos con él?—pregunta uno de mis hombres más leales.
—No le hagan nada más, lo necesitamos vivo. Que grite todo lo que quiera. Nadie lo escuchará.
Mi sonrisa maliciosa se mantiene firme.
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