Capítulo 5-Empezar de nuevo
—No me cabe en la cabeza que un hombre pueda ser tan imbécil —gruñe Sophie.
Estamos sentadas sobre la alfombra de su sala, bebiéndonos la última copa que queda de su reserva de vino. Han pasado casi dos días desde mi pelea con Joan y apenas hoy tuve el valor de contarle a detalle lo que pasó esa noche.
—Bueno, creo que él es una clara excepción —agrega, antes de dar un sorbo a la copa y pasármela.
La sostengo entre mis manos, pasando la yema de los dedos por la boca de esta y soltando un suspiro.
—Y tenía que ser esa víbora, hija de... ¡Arg! —se pasa la mano por el cabello con frustración.
—Ahora comprendo muchas cosas —digo —. Los comentarios que soltaba al aire de vez en cuándo, la arrogancia en sus ojos cada vez que me miraba. El cansancio y la repentina falta de interés de Joan —Aprieto el puño —... Me pregunto, ¿desde cuándo habrán estado viéndome la cara de estúpida? —Bebo un largo trago.
Soph Bufa.
—Pero esto no se va a quedar así. Tú solo dime cómo quieres que procedamos y lo hacemos. Soy tu Watson, mi querida Sherlock. —Atina a decir.
La imagen de Sophie en modo detective, o peor: asesina serial; me divierte.
—No voy a hacer nada Soph. Lo que quiero es olvidarme de ellos. No voy a dejar que afecten mi vida —respondo, autoconvenciéndome.
Sophie tuerce el gesto con decepción y yo niego divertida. Estoy segura que le encantaría darle una patada a Joan, en la parte más sensible de su cuerpo y arrastrar del cabello a Kristal, por lo menos una manzana.
"A mí también me encantaría hacer eso"
—Ahora, tenemos otro problema —agrega.
—¿Cuál?
—Que esa bruja trabaja con nosotras.
Claro que he pensado en eso. De hecho, es lo único en lo que estuve pensando todo el día de ayer. Ella es jefa de RR. HH. Eso significa que estoy jodida.
—Ya veré, Soph. Ella será muy jefa de área, pero no está en la punta de la pirámide. Su trabajo ya de por sí está en tela de juicio, un error que cometa y está fuera. Si se le ocurre comenzar a joderme, estoy dispuesta a ir con los directivos; con el área jurídica, de ser necesario. Esa bruja no va a quitarme eso también.
Se le ilumina el rostro y sonríe abiertamente
—¡Eso es lo que quería escuchar! —dice emocionada, dándome un apretón en la rodilla —Vas a estar bien, Emm. Me tienes a mí, a tu familia y a los chicos —Me abraza con fuerza —. Y Joan es un imbécil hijo de puta que no te merece. Nunca lo hizo. —Agrega, separándose de mí. Se pone de pie, sacudiendo la suciedad inexistente en el pantalón de su pijama —. Se siente tan bien llamarlo como en realidad se merece —comenta y su sonrisa se ensancha. Se lleva la botella y la copa vacía hacia la cocina.
—¿Y en dónde está Josh? No lo he visto en todo el día —comento, mientras tomo el periódico que está sobre la mesita de café y busco la sección de inmuebles.
Necesito encontrar un departamento lo más pronto posible. No puedo abusar de la hospitalidad de mis amigos. Joshua tuvo que reducir el espacio en su estudio para que pudiéramos acomodar el colchón inflable en el que estoy durmiendo.
—¡Ah!... Salió. Uno de sus amigos necesitaba ayuda con un equipo de iluminación, o algo así —dice con desinterés.
Mientras ella limpia la cocina, yo me contrentro en leer atentamente cada uno de los anuncios.
¡Maldita sea!
Nunca pensé que fuera tan difícil encontrar un departamento. Siempre hay un pero. O está muy lejos de la oficina, o el alquiler es muy caro, o la zona no es muy segura.
Cualquiera de los tres es un problema, considerando que:
No tengo coche y el transporte público de la ciudad no es precisamente el más eficiente. Por lo cual terminaría pasando una tercera parte de mi vida en buses y subterráneos.
Antes compartía los gastos con Joan y ahora tengo que cubrir todo sola.
"Creo que llegó el momento de pedir un aumento de sueldo".
—¿Qué haces?
La voz de Soph me hace pegar un brinco. Está inclinada sobre el sofá en el que tengo la espalda apoyada, mirando sobre mi hombro.
—No necesitas hacer eso tan pronto. Lo sabes —dice sería —Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites.
—Eso dices ahora, pero qué tal cuando lleve un año aquí y Josh y tú ya no puedan hacerlo en la cocina o en el baño.
Levanto el rostro cuando no responde. Tiene los ojos muy abiertos y una expresión bastante cómica en el rostro. Y yo me suelto a reír.
—¡Serás tonta, Emilia! —se queja y me avienta un pequeño cojín en la cabeza.
—¡Escucha este! —Circulo con un marcador rojo, el anuncio de un departamento dentro de los límites de Bunker Hill, que está a no más de veinte minutos de la oficina, en transporte público. Y lo mejor, al extremo opuesto de donde se encuentra mi departamento anterior —. Excelente ubicación, servicios incluídos, espacios abiertos y muy buena iluminación . —Enlisto.
—Sí. Podría ser —responde ella —. Mañana llamas y haces la cita. Y obviamente te voy a acompañar a verlo. —Sonríe.
El resto del día lo pasamos tiradas en el sofá viendo películas y comiendo palomitas. Soph de vez en cuando se queda enganchada en el teléfono, supongo que hablando con Josh. Todo marcha tranquilo, hasta que ella se levanta con premura y se me queda viendo.
—¿Qué? —pregunto mientras me lleno la boca de palomitas.
—¿Qué te parece si vamos por un helado? —pregunta.
Levanto una ceja y la miro extrañada.
—¿A esta hora?... Son casi las nueve de la noche, Soph.
—Por un café, entonces —sonríe como el gato de Alicia.
—Seguimos en pijama. Ni siquiera nos bañamos hoy —digo con obviedad —Además, le restan treinta minutos a la película. —Señalo la pantalla.
—Anda, vamos. Quiero que mañana te presentes lo más relajada posible a la oficina. Sé que no va a ser fácil.
Arrugo la frente y pauso la película antes de sentarme correctamente sobre el sofá.
—Ya. Dime qué pasa
—¿Qué pasa con qué? ¿Acaso no puedo invitar a mi mejor amiga a tomar un café? —pregunta con inocencia.
Ahora estoy más convencida de que esa salida tiene una doble intención. La observo con los ojos entornados, esperando encontrar algún detalle que la delate. Ella desvía la mirada, da media vuelta y comienza a andar por el pasillo, rumbo a su habitación.
—¡Diez minutos! —grita y se escucha el sonido de la puerta al cerrarse.
—Maldición —mascullo.
Con dificultad me pongo de pie y me meto al baño para lavarme la cara y cepillarme el cabello.
"Demonios"
Hasta yo misma me espanto de lo que me muestra el espejo. Estoy hecha una piltrafa. El verde de mis ojos está apagado y mis mejillas resecas, de tanto llorar. Ignoro a la loca de película de terror que me mira y me pongo lo más presentable que se podría estar en mi situación.
Me cambio con el primer par de jeans que encuentro dentro de una de las maletas y pongo una sudadera ligera sobre mi top de pijama. Ni muerta voy a usar un sostén a esta hora. Estoy calzádome los tenis, cuando Soph comienza a golpear con insistencia la puerta de mi improvisada habitación.
—¡Vamos, Emm!... ¡Emilia!... ¡Vamos, vamos!
Miro el reloj en la pared. No han pasado ni ocho minutos. Qué insistencia.
—¿Cuál es la prisa? —pregunto enfurruñada, abriendo la puerta.
El puño de Soph se queda en el aire. Me mira, sonríe, da media vuelta y se dirige hacía la sala.
—Si no nos movemos, nos van a cerrar la cafetería —responde, cogiendo las llaves del pequeño perchero de pared que hay a un costado de la puerta.
—¿Por qué entonces no vamos mañana?—inquiero, con la esperanza de que me deje continuar tumbada en el sillón.
—Nada de eso, Emilia. Además, ya estás cambiada —apunta, abriendo la puerta.
Gruño y arrastro los pies, derrotada, hasta salir del departamento.
***
Parece que Sophie eligió la cafetería más alejada del edificio. Llevamos unos quince minutos en el Uber y aún no llegamos.
—¿En serio? ¿No podíamos ir a la cafetería que está a una cuadra de tu casa? —Me quejo una vez más.
Soph rueda los ojos y regresa la mirada al celular. Así ha estado desde que inició el viaje; pareciera que está resolviendo un asunto de vida o muerte.
—Ahí ya no preparan el café como antes. —Es todo lo que dice.
Me cruzo de brazos y dejo caer la cabeza sobre el respaldo del asiento. Cierro los ojos intentando relajarme, pero mi cerebro comienza a formar todo de escenarios a los que me podría enfrentar mañana en la oficina, si es que a la bruja de Kristal se le ocurriera aparecer por nuestra área. Todos pesimistas, desde luego.
Me incorporo de golpe.
—¿Estás bien? —pregunta Soph.
Asiento y le respondo con un sonido afirmativo, mientras intento tragarme el nudo que tengo en la garganta.
Fijo mi atención en la ventana. En la gente que camina sobre la acera y los coches que pasan a nuestro lado. Y me pregunto, ¿cómo serán sus vidas? ¿Cuántos de ellos estarán pasando por lo mismo que yo? ¿Cuántos habrán decidido perdonar y continuar? ¿Cuántos, como yo, se habrían armado de valor y mandado a volar a quién los engañó?
Porque si de algo estoy segura es que fui valiente. Porque para mí, Joan había sido estabilidad, había dejado que mi vida girara en torno a él y eso es algo muy difícil de soltar. Por momentos me siento naufragar si él no está a mi lado y supongo que es normal, todavía. Está claro que no voy a superar esto de la noche a la mañana, pero voy a esforzarme porque sea lo más pronto posible.
Voy a empezar de nuevo y mi vida va a ser mucho mejor.
—Emm... —La voz de Sophie me saca de mis cavilaciones.
Está parada fuera del coche, sosteniendo la puerta.
¿En qué momento nos detuvimos?
El conductor del auto me mira con insistencia a través del retrovisor. Le sonrío con pena y me apresuro a salir. Soph cruza la calle y yo la sigo. Entramos a una cafetería muy bonita. El olor a café recién molido, canela y chocolate, me recibe de golpe y me relaja al instante. El café es y será mi más grande adicción, hasta el fin de mis días.
***
Después de una buena taza de capuchino, un delicioso pie de cereza y una amena conversación con mi mejor amiga, estamos de regreso en su departamento. Son cerca de las once de la noche y me siento realmente cansada. Me mata el sueño, pero a la vez comienzo a sentirme ansiosa de que el lunes esté a tan solo unos minutos. Quiero dormir, pero no quiero que llegue mañana. Es confuso, pero así me siento.
—Maldición —gruñe Soph. Aunque su voz es casi un susurro, consigo escucharla con claridad.
La observo. Una vez más está pegada al teléfono, tecleando a la velocidad de la luz. De pronto me entran unas ganas inmensas de arrojarlo muy lejos, sin embargo, respiro hondo y me relajo.
—¿Pasa algo? —pregunto.
Sophie tiene la frente arrugada cuando voltea a verme, pero su expresión se suaviza en cuanto sus ojos conectan con los míos.
—Um... No. Todo está bien —sonríe, guardando el teléfono en la bolsa trasera de su pantalón, pero puedo notar el nerviosismo detrás de esa sonrisa.
Entramos al edificio, y cuando estoy por presionar el botón del elevador, Sophie me sujeta del brazo y tira de mí, rumbo a las escaleras.
—¡¿Qué?!... ¿Ahora qué haces? —Sacudo el brazo y me libero de su agarre.
—Oh vamos Emm, después de todo lo que comimos hoy. Un poco de ejercicio no nos viene mal.
La miro como si hubiera perdido la cabeza y arrugo la nariz.
—¿Estás loca? ¡Son diez pisos! ¿Quieres que me salga una ernía? —dramatizo —... Además, odias hacer ejercicio. —Me quejo.
—Siempre hay una primera vez.
—¡Basta Sophie! Has estado muy rara hoy. Vas a decirme qué pasa— Intervengo cruzándome de brazos.
Rueda los ojos y una vez más adopta una pose desinteresada.
—Bien, olvídalo. Vamos en el elevador. —Presiona el botón y las puertas se abren enseguida.
Pasa por mi lado y se apresura a entrar.
—Ah, no, Sophie Thompson. No te vas a salvar de tener que explicarme —sentencio, mientras me apresuro a entrar detrás de ella.
Las puertas se cierran y el elevador comienza a subir. Soph deja escapar un suspiro pesado y comienza a hablar.
—En serio, Emm. No hay dobles intenciones ni nada extraño. Solo quería que te relajaras y olvidaras por un rato todo lo que está pasando.
De repente me siento culpable. Había pasado buena parte del tiempo quejándome y tratando de encontrar las intenciones ocultas, en lugar de apreciar y agradecer lo que mi amiga estaba haciendo por mí.
—Gracias —musito, dándole un apretón en la mano —. En serio, muchas, muchas gracias, —Sonrío de medio lado y ella imita mi gesto.
Las puertas se abren en nuestro piso. Me apresuro a salir y busco las llaves que Soph me había dado a guardar. Inserto la llave y estoy por girar el picaporte, cuando la puerta se abre desde el interior, arrastrándome con ella. Lo siguiente de lo que soy consciente, es de mi cuerpo chocando contra algo macizo; un muro, probablemente.
Levanto la vista encontrándome con unos familiares ojos grises que me miran con odio y mi ceño se arruga de inmediato.
"¿Con que no había nada extraño, eh?"
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