Capítulo 4 - Bye, bye, cuento de hadas
Y justo como lo predije antes de ese último par de mojitos de frutos rojos, no soy la persona con mejor coordinación cuando atravieso la puerta del edificio. Debo agregar también, que me ha costado más de quince minutos poder insertar la llave en la cerradura.
Es una suerte que Soph y Josh me hayan traído hasta la puerta de mi hogar, porque, de lo contrario, pude haber terminado en México y yo, ni enterada.
El estar ebria vuelve muy difícil la tarea de caminar con tacones sobre el piso pulido; así que, con un gran esfuerzo consigo llegar frente al elevador.
El lugar está sumido en silencio. Ni siquiera escucho los ronquidos de Harry, el guardia, dentro de su oficina. Seguramente está dando su habitual rondín por el edificio.
Mientras espero que las puertas de este se abran y tarareo una canción sin sentido, echo un vistazo a través de las puertas de cristal que conectan con el estacionamiento. A lo lejos, ubico nuestro coche aparcado. Joan está en casa.
Al menos es bueno saber que no tendré que estar como loca buscando en hospitales o estaciones de policía en medio de la madrugada.
Suspiro y vuelvo mi mirada al frente, perdiéndome en una de las vetas grises del mármol mientras una pregunta comienza a llenar mi cabeza.
¿Cómo se supone que debo sentirme con el hecho de que mi novio haya preferido llegar a encerrarse en el departamento, antes de siquiera intentar acompañarme en mi celebración?
Las puertas del elevador se abren y estoy por dar un paso hacía el interior cuando, por decreto divino (o cómo se le pueda decir), un destello ambarino llama mi atención.
"¿Pero qué...?"
Arrugo la frente y aguzo la vista.
La luz interior de nuestro coche está encendida. La primera reacción automática de mi cuerpo es liberar un sudor frío e incómodo, que recorre mi nuca y todo el largo de mi espalda.
Tardo unos segundos en asimilar la información que me brinda la escena. Lo primero que identifico es esa maraña cobriza que, justo ahora, reluce más bajo la cálida luz.
"¿Kristal?"
Y no hace falta ser un genio para intuir que el rostro del hombre que ahora está cubierto por esa melena, es nada más y nada menos que Joan.
Automáticamente mi pequeño ser se inunda de rabia, decepción y tristeza. Mis ojos se llenan de lágrimas enseguida y una sensación horrible se instala en mi pecho y en mi garganta.
Me limpio el par de lágrimas que acaban de rodar por mis mejillas, boto mi bolsa y tomo una de las pequeñas esculturas de metal que adornan el recibidor. Es una figura antropomorfa a la que yo siempre le he encontrado parecido con un elefante deforme. Quién iba a decir que esa cosa que tanto me desagradaba, ahora se volvería mi mejor amiga. Ironías de la vida.
Salgo del lobby con un traspié, caminando lo más rápido que me es posible. Las piernas me tiemblan; y no estoy muy segura de si se debe a la adrenalina o al alcohol en mi sistema. Con cada paso que doy, la escena se vuelve más clara y mi sangre comienza a hervir. Kristal está sentada a horcajadas sobre Joan, mientras él recorre toda su espalda con las manos y luego le da un apretón en la nalga izquierda.
"¡Hijo de...!"
Sujeto la figurilla con ambas manos, como si fuera un bate de béisbol. Ambos están tan concentrados en lo suyo que ni siquiera notan mi presencia.
Sin pensarlo, golpeo el parabrisas con todas las fuerzas que tengo, provocando que este se estrelle en el acto. El estruendo deja un eco en el lugar, que combina perfecto con los latidos de mi corazón.
El par de hijos de puta que están dentro se separan sobresaltados. Y su cara es digna de una fotografía. Los ojos de Kristal están muy abiertos. El horror se refleja claramente en su rostro. Seguramente parezco una loca sacada de una película de terror.
Pero Joan, con esos malditos ojos azules casi desorbitados, el cabello revuelto y la piel más pálida que la de un muerto recién sacado del refrigerador, es una imagen épica.
Cuando nuestras miradas se enfrentan, instintivamente, avienta a su amante sobre el asiento del copiloto. Y yo comienzo a acertar más golpes contra el parabrisas y contra el cofre, descargando todo lo que venía cargando desde esta mañana.
Joan baja del coche como alma que lleva el diablo, mientras ella está hecha un ovillo sobre el asiento del copiloto, cubriendo su rostro con los brazos y gritando como una auténtica desquiciada.
—¡Ya basta, Emilia! ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Te volviste loca?! —Intercepta mi brazo en el aire, presionándolo con una fuerza que sé que dejará marca; y tira de él haciéndome chocar contra su pecho, mientras me arrebata la figurilla y la arroja al suelo, provocando un sonido intenso e irritante.
Lo miro incrédula y furiosa. Con unas inmensas ganas de arrancarle los ojos... y otras cosas.
—¡¿Qué me pasa?!... ¡¿En serio te atreves a preguntarlo?!
Intento zafarme de su agarre, pero él presiona hasta el punto en el que puedo sentir sus uñas clavándose y retorciendo la chaqueta de cuero. No responde, pero tampoco hace falta; en sus ojos no hay una sola pizca culpa ni arrepentimiento.
—Eres —Lo miro de los pies a la cabeza, con el único sentimiento que mantengo vivo por él esté momento: Asco —... Eres una porquería, Joan. —Le escupo en la cara, tomándome el tiempo para pronunciar cada palabra; sin apartar mi mirada de la suya.
Sé que eso lo descoloca. Aunque su postura se mantiene firme; su entrecejo se arruga por una fracción de segundo, sus ojos ahora están más abiertos y sus pupilas comienzan a devorar su tono cobalto, habitual.
—Mírate —continúo, ahora que sé que mis palabras lo afectan —. Eres la persona más ridícula que haya conocido en mi vida —Sonrió con burla cuando mis ojos se posan en su entrepierna; tiene el cierre del pantalón abajo y una pequeña parte de su "asunto", es visible.
—¡Cállate! —gruñe y a mí me entra un ataque de risa —¡Qué te calles! ¡Ya!, ¡cierra la maldita boca!
Presiona su mano libre contra mis labios y de paso contra mi nariz, comenzando a bloquearme el oxígeno. En mi desesperación, muerdo la palma de su mano con todas mis fuerzas, consiguiendo que me libere y ganándome un sabor ferroso en la boca.
—¡Mierda! —Se queja, agitando la mano y verificando el daño.
—¡¿Amor, estás bien?! — exclama la pelirroja, quien ya ha salido del coche —¡Eres una maldita loca!
—Kristal, regresa al auto —demanda él, con los dientes apretados.
—Pero...
—¡Qué te metas al puto auto, ya! —vocifera, sin quitarme los ojos de encima.
Ella pega un respingo y enseguida lo obedece.
Los ojos de Joan están inyectados de sangre y me aterra lo que pueda hacerme. Da un paso al frente y yo retrocedo uno igual.
—Si te atreves a acercarte voy a armar un escándalo y te aseguro que no va a terminar bien para tí —amenazo, mientras comienzo a retroceder lentamente, rumbo al lobby.
—Tú no vas a ir a ningún lado, Emilia —dice con seguridad y mis alarmas se encienden.
La imagen de una nota roja en el periódico del día siguiente, con mi nombre acompañado de un titular trágico, me llega de golpe. ¿Joan sería capaz de tanto?
No creo, pero, aún así, decido no tentar mi suerte. Continúo hablando para distraerlo, sin dejar de mover los pies.
—¿Qué más quieres, Joan?... Si tanto deseabas librarte de mí ¡Felicidades! ¡Lo acabas de conseguir!... Te dejo el camino libre ¡Adelante!, ¡lárgate!... Ya puedes irte con ella y jugar a la pareja feliz.
Una sonrisa burlona aparece en su rostro.
—En eso te equivocas, Emilia... Este departamento está a mi nombre, así que, quien se va a tener que largar de aquí, eres tú —escupe con altivez, haciendo que me detenga —. Tal vez sea momento de que consideres regresar a tu pueblo a cosechar manzanas; porque aquí, sin mí, no eres nada.
Sus palabras son un buen golpe de realidad. Hasta ahora soy consciente de que por mucho tiempo fui dependiente, en varias situaciones, del hijo de puta que tengo enfrente. Pero si cree que, el referirse de donde vengo de manera despectiva, va hacer que me sienta humillada, está muy equivocado.
Joan conoce la versión débil y amable de Emilia Allen. A la que, palabras como esas, la destrozarían en un segundo, pero no voy a darle el gusto. No esta vez. Así que, contrario a lo que piensa, sonrío.
—¿Acaso me crees tan estúpida como para querer seguir en este maldito lugar?... Me asquea el simple hecho de pensarlo. Y te equivocas, Joan; tú eres quien está perdido sin mí. Engreído inútil.
—¡No te atr...! — gruñe, mientras comienza a acortar la distancia que había ganado.
—¿Señor, Stone? —Nunca en los dos años que llevo viviendo en el edificio, agradecí tanto escuchar aquella voz.
Mi cuerpo se relaja cuando veo aparecer a Harry por la puerta de emergencia que está a un costado del estacionamiento, con su linterna en la mano y su habitual cabello despeinado.
—¿Señorita Allen, está todo bien? —pregunta confundido.
Sus ojos castaños viajan de Joan a mí y terminan centrados en la escultura que, pese a todos los impactos que recibió esta noche, no muestra signos de estar dañada. ¿Por qué será que las cosas más feas, son también las que más duran?
La frente de Harry se arruga, pero no comenta nada al respecto. Finalmente, le lanza una mirada a Kristal, quien trata de ocultar el rostro y, por su expresión, creo que ha comenzado a atar cabos.
—¿Puedo hacer una llamada desde tu oficina? —Me apresuro a hablar, antes de que Joan lo haga.
Harry aún parece estar tratando de armar el rompecabezas, pero asiente y comienza a caminar hacía el interior del edificio. Apresuro el paso y me uno a él, alejándome de Joan.
Harry me tiende el teléfono una vez que llegamos a su oficina. Me concentro en marcar el número de Sophie, mientras que, por las cámaras de vigilancia, veo el auto destruido de Joan abandonar el edificio.
—¿Diga? —responde Sophie con voz somnolienta.
—Soph, soy yo.
—¿Emilia? —Ahora se oye confundida. Hay un pequeño silencio antes de que vuelva a hablar —¿De dónde?... ¿En dónde estás?... Este no es tu número.
—Estoy en mi edificio, pero —Guardo silencio. No tengo ni idea de qué decir —Disculpa que te moleste... Yo... ¿Crees que pueda pasar la noche en tu casa?
—¿Emm, qué pasó? —responde alerta —. Quiero decir, claro que puedes pasar la noche aquí... pero dime, ¿estás bien?
—Sí —digo con nudo en la garganta —. Solo quiero salir de aquí. Voy a llamar un taxi. Calculo estar en tu casa en unos treinta minutos.
—Nada de eso, Emilia. Vamos para allá —dice, antes de cortar la llamada.
Suspiro y busco mi bolso mientras lloro en silencio. Me siento destruida. Harry se mantiene a mi lado sin hacer ningún comentario, mientras espero.
Mis ojos se iluminan cuando, al cabo de unos veinte minutos, una rubia aparece en el ángulo de la cámara de vigilancia. La veo oprimir el timbre de mi departamento con insistencia. Está preocupada.
Le pido a Harry que la deje entrar y ella se apresura a empujar la pesada puerta de cristal, apenas escucha el seguro desbloqueado. Sus ojos se abren de par en par cuando me encuentra montada en el banquillo, al otro lado del recibidor, y su cara de preocupación se acentúa.
Detrás de ella aparece Josh con los ojos rojos y la cara cansada. Y la culpa de haberlos llamado recae sobre mí. Seguro apenas estaban entrando a su departamento cuando recibieron mi llamada. Ambos traen aún la misma ropa, solo que Soph se ha cambiado los tacones por unas converse negras.
—¡Dios! ¡Emilia! ¿Estás bien? —Corre hasta donde estoy y me toma del rostro, analizándome a detalle.
Seguro que debo parecer recién exorcizada. Menos mal que aún traigo la chaqueta puesta, no quiero ni pensar en el hematoma que debo de tener en el brazo.
—Estoy bien, Soph. —Un amago de sonrisa se dibuja en mi rostro.
Ella arruga la frente. Está por hablar, pero antes le lanza una mirada insistente a Harry, quien no está perdiendo detalle de la conversación. Este se aclara la garganta y comienza a hojear el registro de visitas como cualquier cosa.
—Voy... voy a estar dentro de la oficina por si necesita algo, señorita Allen —dice antes de escabullirse como perrito regañado.
—Gracias, Harry.
—Vamos —dice Soph, tomándome por los hombros y guiándome hasta el elevador. Josh se mueve en silencio detrás de nosotras.
Cuando entramos al departamento, una sensación ajena me recibe. De repente ya no lo siento mío. Ya no puedo considerarlo un hogar. Mi estómago se aprieta y lo único que deseo es largarme lo más rápido posible de aquí.
Voy directamente a la habitación. Una punzada en el pecho me recibe, cuando mis ojos se encuentran con la cama; la misma en la que desperté esta mañana, y que ahora se encuentra revuelta. Sin duda estuvieron aquí.
Empuño mis manos, haciéndome daño con mis propias uñas.
No puedo evitar que el estómago se me revuelva y toda la bilis comience a subir por mi garganta. Salgo disparada al baño, me inclino sobre el escusado y dejo que todo, incluídos el alcohol y mi dignidad, se vayan, literalmente, por el caño.
Siento las manos de Soph acariciando mi espalda y apartando mi cabello. Y por segunda vez en lo que va de la noche, me derrumbo entre los brazos de mi amiga. Esta vez mis lágrimas y sollozos brotan sin control. Me siento destruída. El idiota de Joan se encargo de acabar conmigo, con todo lo que yo creía que estaba bien en mi vida.
Sophie y Joshua me dejan terminar de desahogarme, mientras se encargan de meter mis cosas en maletas. Lo que no cabe, lo llevamos así hasta el coche. Parece una broma que dos años de mi vida hayan terminado reducidos a un par de maletas.
***
Hola, hermosas!!!
Espero que les haya gustado este capítulo.
Yo solo les puedo decir que a partir de ahora todo se va a complicar para mí querida Emi. 😬😟
No olviden dejarme sus comentarios. Siempre me alegran el día.
Nos leemos pronto.
El hashtag de hoy:
#DeLaQueNosSalvamos
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