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Capítulo 20 - No es tan malo, después de todo

—Y bien, ¿qué opinas? —pregunto, dejando la bolsa y las llaves sobre el mueble de la entrada.

—Creo que puede funcionar —comenta, adentrándose aún más a mi hogar —. Sobre todo, si utilizamos esta área —Hace un movimiento con sus manos, para señalar gran parte de mi sala (O intento de esta, considerando que aún tengo solo un sofá).

Sí. Al final, Sophie había logrado su cometido. No sé cómo, pero consiguió que considerara mi departamento como locación para la sesión de fotos. Mentira. Sí sé como... Resulta que todas las locaciones se salían del presupuesto.

Así que aquí estoy, mes y medio después de que mi amiga hubiera tenido su brillante idea, mostrándole el lugar a la última persona en el mundo, que hubiera considerado.

—Los ventanales son maravillosos, solo necesitaríamos cambiar esas cortinas por unas que dejen pasar más luz y estaría listo. Este lugar tiene su sello particular —apuntata Thiago —... ¿Cómo es que lo conseguiste?

—En el periódico. —Me encojo de hombros, apoyando una mano sobre mi cadera y sobando mi vientre con la otra. Estoy entrando en el cuarto mes y ya empieza a ser imposible ocultar a Dot.

—Me parece que ya tenemos lugar —comenta y asiente, complacido —. Puedo ir trayendo el equipo poco a poco, si te parece bien.

—Claro, hay mucho espacio —acentúo mis palabras, extendiendo los brazos y señalando mi departamento claramente vacío. Lo único extra que he adquirido en estos días, ha sido la lavadora y está en el cuarto de servicio —. No creo que me estorbe —agrego, volviendo a la tarea de sobarme el vientre. Es una maña que he adoptado últimamente.

—Bien —Asiente pensativo —... ¿Cuántos días tenemos antes de la sesión?

—Siete —respondo con seguridad, mirando un espacio en la pared, que ya no es tan blanco como el resto.

Hago una nota mental, para recordar pintarla antes de la sesión.

De un momento a otro, una extraña sensación me recorre el cuerpo y, al girarme, me encuentro con Thiago mirándome fijamente.

No se inmuta al verse descubierto, ni siquiera aparta la vista, pero puedo distinguir como pasa saliva. Nos sostenemos la mirada durante unos segundos pero, a diferencias de otras veces, no es de una manera retadora; es más bien como si quisiéramos decirnos las cosas que no nos atrevemos.

Mi corazón se acelera como caballo desbocado; presa del miedo y otro montón de sentimientos que aún no puedo definir con claridad. Me muerdo el labio de manera involuntaria, y es, justo ahí, donde él aparta la mirada y suspira con pesadez.

Trato de ignorar el pinchazo que acabo de experimentar en el pecho y me muevo hasta el sofá para sentarme en el reposabrazos, mientras que él sigue detallando el lugar.

Me siento extraña, confundida. Los días anteriores hemos comenzado a convivir de manera inevitable, como compañeros de trabajo. Y, aunque nuestras diferencias y constantes peleas no han mermado, ya no me desagradan tanto como al inicio; creo que, incluso, ha sido divertido en ocasiones.

Su meticulosa y ordenada forma de llevar las cosas tampoco me parecen tan irritantes, después de todo. He descubierto que, apegarme a su forma de trabajo me facilita muchas cosas, además de que me ahorra tiempo. Tiempo que he estado aprovechando para comenzar a decorar la habitación de Dot.

Aún no se ha podido distinguir el sexo y, según la doctora Alisson, algunos bebés se muestran de una manera más clara hasta el sexto mes. Y, por supuesto que este no podía ser la excepción. Está claro que es mi hijo, parece que heredó mi habilidad de complicar las cosas.

Estoy resignada a continuar con la incógnita un par de meses; sin embargo, quiero aprovechar que la panza todavía me permite moverme con algo de libertad, para avanzar lo más posible.

—¿Qué es esto? —Se sienta en cuclillas, mientras curiosea el montón de frascos de pintura acrílica que están apilados, justamente, a un costado de la puerta de la habitación de Dot —... ¿Pintas? —Me mira por encima del hombro y una sonrisa se dibuja en su rostro.

—No de manera profesional, pero lo hacía en la Universidad y me gustaba muchísimo —digo con entusiasmo y algo de vergüenza.

—¿Qué piensas hacer con esto? —Su interés aumenta.

—Estoy decorando la habitación de Dot. —Dejo mi mano descansar sobre mi vientre, mientras pronuncio las palabras.

—¿Dot? —Se pone de pie, con la frente arrugada, pero con una sonrisa divertida.

—Así he decidido llamarlo, mientras no conozca el sexo —respondo con un poco de recelo, como si estuviera develando mi secreto más preciado. Y es que, casi lo es. Nunca me había atrevido a decir ese apodo frente a otra persona. Es algo íntimo entre mi bebé y yo. Bueno, era.

Una pequeña parte de mí se prepara para escuchar alguno de sus comentarios socarrones, pero este nunca llega; en cambio, su sonrisa se ensancha y ahí está, una vez más, ese brillo iluminando su mirada.

—Me agrada. —Concuerda y su sonrisa se ensancha.

¡Maldición! Suena estúpido, pero no estaba preparada para un comentario amable. Mi ojo comienza a temblar. Un nuevo Tic.

—¿Ya has pensado lo que vas a hacer? —Vuelve a tomar la palabra al ver que yo no tengo intenciones de decir nada.

—¿Cómo?

—Con la pintura —recalca —... ¿Ya tienes algo planeado?

Niego con la cabeza. Apenas he pintado todas las paredes de blanco. Pensaba robar alguna idea de Pinterest, luego.

¡Dios! ¡Soy una señora!

—Bueno. De cualquier forma, espero poder ver tu obra de arte, cuando la termines —agrega.

—¡Ja! Claro. Para que te burles de mí. —Pienso en voz alta. Aprieto los ojos y me muerdo la lengua enseguida ¡Estúpida!

—¿Por qué siempre piensas que me voy a burlar de ti? —Abro la boca, pero me interrumpe —... Y ni se te ocurra volver a usar el discurso de mi mirada, porque ya está muy gastado —advierte, apuntándome con el dedo.

Redo los ojos.

—Olvídalo. No dije nada —Lo evado poniéndome de pie y dándole la espalda —¿Quieres algo de tomar? —pregunto, mientras camino hasta la cocina, en un intento infructuoso de dejar atrás la incómoda conversación.

—No cambies el tema. —Presiona. Ya sabía que no lo iba a olvidar así como así. Siento sus pasos detrás de mí.

—No lo hago —aseguro —. Pero, como tú mismo lo has dicho, ya sabes la respuesta de memoria. No tiene caso seguir por ahí... Pensé en voz alta, es todo —Me encojo de hombros —¿Quieres algo de tomar? —insisto.

Thiago me observa con firmeza y cuando creo que está por rebatir mi escuálido argumento, suspira fatigado.

—Agua está bien.

Voy hasta la nevera y saco la jarra de agua que había puesto a enfriar esta mañana. Tomo dos vasos de la estantería y los lleno. Cuando me giro para entregarle el suyo, lo encuentro con los ojos clavados en la caja de la cafetera que me envió Sophie el otro día y que aún descansa, intacta, sobre la encimera.

—Todavía no la abres —comenta, mientras sujeta el vaso —. Parece que no te hubiera gustado. —Podría jurar que hay un deje de decepción en su voz.

—No puedo tomar café por el momento, así que, qué caso tendría desempacarla si solo se va a llenar de polvo —respondo, ignorando lo que, probablemente, solo es mi imaginación.

—Es una lástima.

—Es solo una cafetera —digo, indiferente.

—Claro. —Asiente con una mueca.

—¿Qué te pasa?

—No es nada —Bebe un trago de agua —... ¿Sabes que con esa máquina puedes preparar más que solo café?

—A mí solo me gusta el café —digo, terminante.

Él asiente, sopesando mis palabras.

—¿Has probado el matcha latte? —pregunta, de repente.

"Vaya que son raros", apunta la voz en mi cabeza. "Solo ustedes podrían tener una conversación en torno a una tonta cafeta".

—Una vez Sophie me obligó a tomar uno. —respondo, ignorando el comentario de mi "Yo" interna. Hago una mueca de asco, recordando aquel día: Sophie estaba muy orgullosa de su bebida, como siempre que prepara un nuevo mejunje de flores y plantas, pero a mí me pareció la cosa más insípida del mundo —. No me gustó —concluyo.

—Yo puedo hacer que cambies de opinión —habla con seguridad.

—Lo dudo.

—¿Quieres apostar?

"¿Y a este qué bicho le picó?"

Lo miro con los ojos entrecerrados.

—Yo no apuesto. Mucho menos contigo —Trato de cortar su tonta idea.

—¿Temes perder? —Insiste.

Sé lo que está haciendo. Me está pinchando el orgullo, para que ceda.

—No, Thiago Edevane. No me da miedo perder, porque sé que, ni en un millón de años, esa cosa verde puede llegar a gustarme —garantizo.

—Entonces, anda. Si tan segura estás de que no te puedo hacer cambiar de opinión, acepta la apuesta.

Dudo un segundo.

—¿Puedo apostar lo que sea?

—Lo que tú quieras —consiente.

Finjo pensármelo por un momento, incluso golpeo mi barbilla con el dedo para darle más énfasis.

—Okay... Si yo gano —Que claro que lo voy a hacer —, después de que terminemos con P&A, quiero que volvamos a mantener nuestra distancia, como antes. —Su rostro se descompone, creo que lo tomé por sorpresa. Aprieta los labios y mira mi rostro como si tratara de descifrar si lo que acabo de decir es una mala broma.

—¿Estás segura? —pregunta con absoluta seriedad.

Quisiera decir que sí, eso me facilitaría muchas cosas, pero me es imposible cuando me observa de esa manera tan intensa. Sus ojos son como el mercurio y no me refiero al color solamente, sino a todo lo que provoca en mí: Mis neuronas se atrofian y mi motricidad se vuelve nula.

Me muerdo los labios, mientras jugueteo con la boquita de mi vaso y pienso bien en mi respuesta.

—Emilia, ¿estás segura de que eso es lo que quieres? Pensé que estábamos progresando en el asunto de empezar de cero. —Insiste y yo ruedo los ojos, para romper el contacto con los suyos y así poder pensar con claridad.

—Está bien, creo que tienes razón. Estoy siendo un poco exagerada —Le doy un trago a mi vaso —... Entonces, si yo gano, quiero —Lo miro con los ojos entrecerrados, haciéndome la importante para poder ganar tiempo ¡¿Qué mierda digo?! —... ¡Ya sé! — Digo lo primero que se me viene a la mente —. Tú vas a ser quien decore las paredes de la habitación de Dot —Sonrío triunfante. Aunque, la verdad, creo que acabo de ponerme una soga en el cuello.

—Me parece justo —Concuerda —. Y si yo gano, quiero que me acompañes el fin de semana al centro comercial, a comprar el equipo que me falta para la sesión. —Mis ojos se abren con sorpresa. Había pasado por alto el pequeño detalle de que él también debía obtener algún beneficio de esta estúpida apuesta.

Titubeo y él parece notarlo porque se apresura a hablar:

—Ya no podemos retractarnos —advierte.

—Ya qué —Echo la cabeza para atrás, derrotada.

—Bien, entonces es un trato —Extiende su mano y yo se la estrecho, cerrando así la apuesta más ridícula que haya hecho en mi vida —... Okay, ¿por dónde empezamos?... No creo que tengas matcha, aquí.

—Qué perspicaz. —Me burlo.

Lejos de enojarse libera una ligera carcajada. Un sonido más gutural que otra cosa, pero aún así, me despierta sensaciones que no debería.

últimamente debo recordarme, a cada instante, que él tiene novia y que probablemente esté embarazada; además, yo estoy saliendo Raymond. Aunque solo han sido un par de citas más después del restaurante y las cosas no han avanzado en algo más... formal, no puedo evitar sentirme la peor persona del mundo, cada vez que se me retuerce el estómago o mi corazón se acelera de manera involuntaria, ante las acciones de la persona equivocada.

—Voy a tener que ir a hacer algunas compras, entonces —comenta, ajeno a mis conflictos mentales y al Tic que comienza a darme en la pierna derecha, incitándome a moverla con rapidez. Gracias al cielo que el desayunador se interpone entre nosotros

—¿Cómo? ¿Justo ahora? Pero yo pensé que...

—¿Si no, cuándo? —inquiere —. Ni creas que te voy a dar oportunidad de que te escapes de esta. Si no es ahorita, eres capaz de darme largas por el resto de tu vida. Vamos, es solo un té... ¿Puedo ver qué hay en tu despensa?

—¿Un viejo truco de acosador? —Entrecierro los ojos.

—Últimamente has estado más graciocita que de costumbre, ¿no crees? —Eleva una ceja.

—Son las hormonas —Me encojo de hombros —. Pero, si quieres, puedo volver a la Emilia de hace unos meses.

—No. Esta Emilia está bien. Me gusta más. —Elevo una ceja y trato de no tomar su comentario como algo que no es.

¡Maldición! Tal vez sí son las hormonas las que me tienen vuelta loca, después de todo.

—Okay, si no puedo echar un vistazo en tu despensa, dime: ¿Tienes leche?

—¡Oye! Tampoco estoy en la miseria, eh. —Me quejo.

—Está bien, solo quería asegurarme. —Eleva las manos en señal de paz.

—Lo siento, ya sabes...

—Las hormonas —Concluye por mí y asiento —Igual voy a traer un par de litros más, por si acaso. —Ruedo los ojos.

—Haz lo que quieras —bufo, saliendo de la cocina, pasando por su lado. Me dejo caer en el sofá

—No tardo —asegura, dirigiéndose a la puerta.

Lo miro por el rabillo del ojo, hasta que se pierde a mis espaldas. Escucho la puerta al ser abierta, pero no la escucho cerrarse. Me giro al mismo tiempo que él habla:

—¿Quieres acompañarme? —Está en la entrada, sosteniendo la puerta con una mano y su chaqueta con la otra.

—Buen intento, Edevane, pero solo voy a salir contigo si ganas esta apuesta —aclaro.

—Bien, como quieras.

Lo veo cruzar la puerta y cerrar tras él y, solo entonces, me permito respirar y pensar con claridad.

¿Pero qué mierda estoy haciendo?

"Estás empezando a jugar con fuego. Ya acéptalo: Este tipo te gusta más de lo que te gustaría admitir".

El tono de una llamada entrante me hace pegar un brinco. Saco el teléfono que, hasta este momento, había permanecido guardado en la bolsa trasera de mis pantalones y miro el nombre de mi madre en la pantalla.

—Hola, mamá.

—Hola, cariño ¿Cómo estás? ¿Cómo está mi nieto? ¿Estás comiendo bien? ¿Qué has hecho? —pregunta tan rápido que temo que se ahogue.

—Ey, tranquila, ¿es que ahora piensas ser cantante de rap o qué?

Escucho la risa nerviosa de mi madre, al otro lado de la línea y, más al fondo, se escucha una carcajada por parte de mi padre.

—Oh. Hola, papá.

—Hola, princesa.

—Lo siento —Vuelve a hablar mi madre —. Es que estoy muy emocionada. Tu hermano nos ha mostrado las fotos de la última ecografía. ¡Dios! me parece mentira que ya esté tan grande.

—Lo sé.

—El otro día pasé por una tienda de artículos para bebé y ví un montón de cosas que me encantaron ¡No puedo esperar para comprarlas!

—Grace... —Escucho la voz de súplica de mi padre.

—Necesito saber qué va a ser —agrega ella, ignorándolo por completo.

—¡Ja! Pues parece que no nos va a dar el gusto, pronto —comento.

—¿Y si compro todo? Tal vez pueda conseguir la ropita en colores neutros y...

—Grace, por favor —Vuelve a intervenir mi padre —. Todavía hay tiempo para esas cosas.

—Tiempo es lo último que se tiene cuando hay que preparar todo para la llegada de un bebé. —Le riñe ella. Ya la puedo imaginar con la frente arrugada, lanzándole a mi padre esa mirada de cañón que pone cuando se enoja —Además tu hija está sola, no hay quien la ayude, por allá.

—Hey, ya. Tranquilos los dos. No quiero que terminen peleados por esto —Intervengo —. Mamá: papá tiene razón, aún tenemos tiempo. Papá: mamá está emocionada, no la limites, por favor. Estoy segura que tampoco va a perder la cabeza, ¿verdad, Señora Allen? —Utilizo el mismo tono de advertencia que ella usaba con Leo y conmigo, cuando éramos niños. Ese que dice: "Adelante, pero no abuses".

—Lo oyes, Henry —dice ella, de manera triunfante. Lo cual me causa gracia.

—Aunque tampoco deberías preocuparte tanto, mamá. Sí tengo quien me ayude por acá. No soy una ermitaña —aclaro con fingida ofensa —. No sé si lo recuerdas, pero tengo amigos: Están Sophie, Mark, Josh..., incluso Thiago —comento, recordando nuestra reciente apuesta (La cual es muy seguro que pierda). Así que, al final, si va a terminar ayudando en algo.

—¿Thiago? —pregunta mi padre, un tanto confundido.

—Su nuevo compañero de trabajo —Le aclara mamá —... Ese del que habla todo el tiempo. —Esto último lo dice en un susurro pero, aún así, soy capaz de escucharlo.

—¡Oye! ¡Eso no es verdad! —Me quejo.

—Ay, vamos, cariño. Claro que es cierto.

—Claro que no, y si lo he hecho, es solo para recordar lo irritante que puede llegar a ser.

—Pues yo creo que...

—Lo siento, están tocando el timbre. Los tengo que dejar. Los amo. Saludos a Bigfoot. —Cuelgo, evadiendo la conversación que me puede llevar a terreno peligroso.

Suspiro con fuerza y dejo caer el celular sobre el sofá. Echo mi cabeza hacía atrás, descansándola sobre el respaldo y cierro los ojos. Mi conciencia estaba en lo cierto, hace un rato: Thiago, sus intensos ojos y su fastidiosa personalidad, me gustan más de lo que soy capaz de admitir.

***

No sé exactamente cuánto tiempo ha pasado, pero continúo en la misma posición, cuando el timbre suena. Me levanto con pesadez. Me estiro un poco y maldigo por lo bajo, cuando mi cuello se queja por haber estado así tanto tiempo.

En la pantalla aparece Thiago cargando una bolsa en la mano, mientras se acomoda el cabello con la otra, antes de volver a presionar el botón. Desbloqueo la puerta del edificio y, enseguida, lo veo empujarla y entrar.

No va a tardar más de un par de minutos en subir, así que, aprovecho que ya caminé hasta acá y dejo la puerta entreabierta, antes de regresar a tumbarme en el sillón, con las piernas colgadas del lado del reposabrazos.

Empiezo a sentir el cansancio acumulado del día, o mejor dicho, de toda la semana.

—¿Emilia? —Lo escucho cerrar la puerta.

—Aquí —Levanto el brazo y agito la mano, para que me ubique.

—¿Qué haces ahí? ¿Te encuentras bien? —indaga. Puedo ver del torso a su cabeza, asomándose detrás del respaldo. Me mira con una ceja levantada.

—Estoy bien.

Me ofrece su mano para ayudarme a levantar, cuando se da cuenta que estoy batallando para hacerlo.

—¿Estás lista para volverte adicta a otra cosa que no sea café? —pregunta, mientras entra a la cocina y deja la bolsa sobre el desayunador.

—¡Ja! Buena suerte con eso —respondo, tomando asiento en uno de los banquillos.

—¿Puedo? —pregunta, señalando la caja de la cafetera, con la cabeza.

Me encojo de hombros y asiento, dándole vía libre para hacer con ella lo que quiera. Y eso es suficiente para que se ponga manos a la obra. Apoyo el codo sobre la barra y descanso mi barbilla en la palma de la mano, mientras lo observo armar el cachivache con maestría (Yo habría tardado una semana en hacerlo, incluso con el instructivo).

—¿Por qué no miras una película o algo, mientras me encargo de esto? —propone.

—¿Acaso te incomodo?

—No, pero este matcha es uno de mis más preciados talentos y no me gusta compartir la receta.

—Oh, no te preocupes, que no tengo intenciones de preparar algo así en mi vida —respondo.

—Por favor —insiste, apoyando su peso sobre la barra, flanqueándome con sus manos.

Iniciamos una de nuestras habituales batallas de miradas.

—¿Por qué no quieres que te vea? ¿Es que piensas envenenarme o algo parecido? —indago, levantando una ceja, sin apartar la vista.

—Mierda, me descubriste.Y yo que creía que el cianuro no podía verse en esta bolsa. —Se burla.

Ruedo los ojos.

—Ahora resulta que te crees con el derecho de decirme qué puedo y qué no puedo hacer en mi propia casa. —Me bajo del banquillo con un bufido y regreso a hundirme en el sillón para continuar viendo la serie que dejé pendiente el fin de semana pasado.

Apenas llevo unos quince minutos aquí, cuando Thiago aparece con un par de espumosas y humeantes tazas de esa cosa color verde lechoso. Sonrío con los labios apretados, para no hacer una de mis distintivas muecas de asco; aunque, cuando acerco mi nariz al vapor que desprende mi bebida, el olor es realmente agradable, no se parece en nada a ese aroma de hierba seca que tenía el té de Soph.

Él toma asiento en el piso, a un lado de mí y deja su taza sobre la duela de madera.

—Es hora. —Me insta a beber de la taza.

Lleno mis pulmones de aire y contengo la respiración, igual que lo hacía cuando mamá me daba ese horrible jarabe para la fiebre.  Thiago observa, expectante a mi reacción.

Aprieto los ojos y doy el primer sorbo. Dejo que la mezcla de sabores descanse sobre mi lengua antes de beberlo completamente y abro los ojos de golpe.

¡Maldición! Creo que acabo de perder. 

***

N/A

Hola, hermosas. Espero que hayan disfrutado este capítulo. 

Como siempre, gracias por acompañarme en esta historia.

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