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Capítulo 19 - Las cosas nunca salen como las planeas

Mi día comienza a las nueve de la mañana, justo cuando el delivery de la tienda departamental, llama a la puerta. Al fin pude comprarme el sofá y una pantalla de tamaño decente. Ver las series en el celular estaba aumentando mis dolores de cabeza y estaba comenzando a dejarme ciega.

Después de darme un baño y arreglarme, desayuno un sándwich de pollo con aguacate (que es lo que me queda en la despensa), además de un trozo pequeño de los muffins que me envió Soph el domingo pasado (por cierto que con tanto trabajo no me he acordado de agradecerle por la maravillosa cafetera, y ella tampoco ha comentado nada al respecto).

Para las once de la mañana ya estoy lista y en camino hacía el hospital. Voy en el taxi cuando mi teléfono suena, por tercera ocasión. Es Sophie y me ha llamado únicamente para recordarme hacía donde debo dirigirme una vez que llegue al hospital, como si fuera una niña pequeña. Ruedo los ojos. Entre ella y mi madre, van a terminar por volverme loca. Mamá, incluso, me ha pedido que le haga una videollamada cuando me estén haciendo la ecografía.

¡Dios!

—Por cierto... ¿Raymond se ha comunicado el día de hoy? —pregunto.

—Me temo que no —responde ella.

¡Mierda!

Cuando acepté su invitación a salir, había pasado por alto el pequeño hecho de que hoy no me presentaría al trabajo y es justo ahí a donde él va a pasar a recogerme, en la tarde. Todo había sido tan sorpresivo que a ninguno de los dos se nos ocurrió intercambiar teléfonos, así que mi única esperanza era que él se comunicara a la oficina. Le había enviado un correo donde le pedía contactarme, pero no parecía haberlo visto y no podía mencionar nada sobre la cita, porque los correos están monitoreados por el encargado de sistemas y no quería meterme en un problema.

Así que, si Raymond no se comunica en el transcurso del día para que Soph pueda darle mi dirección y mi número personal, no me va a quedar más remedio que ir a la oficina en el horario de salida.

"Brillante como siempre, Emilia"

—Yo te aviso si es que llega a hablar, ¿está bien? —agrega.

—Okay. Gracias. Tengo que colga...

—¡Espera, espera! —Me interrumpe —. No olvides enviarme las fotos de mi sobrinito —dice con entusiasmo. Sonrío.

—No lo haré. Adiós. —Cuelgo la llamada justo en el momento en el que el coche está aparcando en el drop off del lugar.

El Hospital de Especialidades es el más grande de la ciudad y, como su nombre lo indica, en él hay prácticamente todas las especialidades; lo cual es un gran alivio, porque cuando nazca Dot, no voy a tener que estar buscando pediatra. De hecho, voy a aprovechar la cita de hoy para pedirle a la doctora Murray que me recomiende a alguien de aquí.

Ingreso al lugar y sigo las instrucciones de Soph que, al final, sí resultaron útiles, porque el camino que yo recordaba era totalmente diferente ¡Rayos! Creo que debo comenzar a prestar más atención.

En la sala de espera hay bastante más movimiento del que esperaba. Afortunadamente, el tener una cita agendada del puño y letra de la doctora reduce mi tiempo de espera. Por lo que me dice la encargada de recepción solo hay una persona antes que yo y ya se encuentra en el consultorio. ¡Genial!

Tomo asiento en uno de los pocos lugares libres, pero no me quejo porque da justo al pasillo y así puedo matar el tiempo mirando a la gente ir y venir, mientras espero mi turno. Observo a las enfermeras moverse de un lado al otro con el estrés reflejado en sus rostros. ¡Vaya! Creo que sí puede haber personas en peores situaciones que la mía, después de todo.

Unos gritos desesperados llenan el lugar, robándose la atención de todos. Una mujer viene en una silla de ruedas que es dirigida por una enfermera y, detrás de ella. camina un hombre con la cara más pálida que haya visto en mi vida.

—¡Preparen la sala de parto! —indica un médico, acercándose a ella. Veo un par de enfermeras salir corriendo, acatando su orden.

¡Vaya! Creí que esto solo pasaba en las películas.

La mujer gruñe y maldice, a todo pulmón, al hombre detrás de ella. Solo guarda silencio por momentos y lo hace para retorcerse del dolor. El médico es ahora quien lleva la silla, intercambia un par de palabras con el hombre pálido y este se deja guiar por una enfermera a quién sabe dónde.

Cuando pasan frente a mí, puedo ver mejor a la mujer. Tiene el rostro completamente perlado a causa del sudor y parece que un montón de pájaros se pelearon sobre su cabeza, por lo desgreñada que está. Vuelve a gruñir y veo como sus manos se tornan blancas alrededor del reposabrazos de la silla. Trago grueso. El pánico me invade solo de imaginar que en unos cuantos meses yo voy a estar en la misma situación.

Los sigo con la mirada, hasta que comienzan a desaparecer por el pasillo. Siento que estoy a punto de desmayarme. Y seguramente lo habría hecho de no ser por la persona que llama mi atención, en medio del espectáculo. Es la rubia de Thiago, Nina. Ya hasta me aprendí su nombre. Está hablando con un hombre mayor que viste una bata blanca, encima de un traje que parece elegante.

La escaneo rápidamente. Definitivamente es guapa. Lleva un vestido vaporoso en color lavanda oscuro que hace resaltar su piel pálida, eso quiere decir que no vive en California, o que tal vez lleva mucho tiempo fuera. Como sea. Ambos caminan en mi dirección. La veo moverse con gracia, aún sobre los inmensos tacones que trae puestos; su cabello está recogido en una pulcra cola alta. Al menos en eso no tengo nada que envidiarle. No seré rubia, pero cuido mi cabello con esmero y estoy orgullosa de él.

"¡Maldición! ¡Concéntrate, Emilia!... ¿Qué hace ella aquí?"

Cierto. La única explicación que encuentro es que, mi mala suerte regresó. Y regresó revolucionada.

Ella ni siquiera repara en mí, cuando me pasa por enfrente. Y claro que no debería, ¿verdad?... Es decir, ¿por qué lo haría si solo soy... solo soy yo?... No creo que Thiago le haya hablado de mí y de nuestras constantes peleas. Y mucho menos creo que me recuerde del día que fui a su departamento.

—Emilia Allen —La voz de la chica de recepción me hace apartar la vista —. Puedes pasar. —Me indica. Asiento, tomo mis cosas y me pongo de pie.

Vuelvo a mirar, por última vez, a la rubia, quien continúa inmersa en una amena plática con aquel hombre. Los veo doblar en una esquina y desaparecer, es entonces cuando me dirijo al consultorio de la doctora Murray.

Oficialmente estoy entrando en la décima semana del embarazo y, afortunadamente, todo parece ir de maravilla con Dot. La doctora me ha felicitado por mi esfuerzo al cumplir al pie de la letra sus indicaciones y me pide que siga igual. En pocas palabras, continúa mi suplicio.

En la ecografía ya se pueden distinguir rasgos más humanos en Dot. El que, hasta hace unas semanas, parecía un punto, ahora es un pequeño fríjol cabezón con diminutas extremidades. Según lo que me explica la doctora, es en esta semana donde están terminando de formarse sus órganos internos. Es perfecto.

Le pido permiso para grabar lo que está pasando en la pantalla. Estoy segura que mamá se va a volver loca cuando lo vea. También aprovecho para pedirle sus recomendaciones respecto al pediatra y me asegura que en la próxima cita me va a tener una lista de candidatos para que sea yo quien tome la decisión y que ella misma puede canalizarnos con él o ella, una vez que nazca Dot. Sé que es muy pronto para preocuparme por el tema, pero entre antes mejor.

—Muchas gracias, doctora —digo cuando me entrega la prescripción con la renovación de mis vitaminas.

—Por favor, llámame Alisson —pide con una sonrisa.

—Gracias, Alisson. —Asiento, poniéndome de pie. Ella me imita y me acompaña hasta la salida.

—Cuidate, Emilia. Nos vemos el próximo mes. —Se despide, antes de que abandone su consultorio.

Mientras salgo del hospital, volteo a todos lados, buscando a la rubia. Pero no hay señal de ella por ningún lado. Seguramente ya se haya ido.

"Estás muy obsesionada con ella, ¿no te parece?"

Una vez más, mi voz de la razón está en lo cierto. Me reprendo a mí misma y me prometo dejar de darle tanta importancia a todo lo relacionado con Thiago.

Mientras espero mi taxi, le escribo a Soph para avisarle que ya salí de mi cita y que todo estuvo bien, incluso le envío el vídeo de la ecografía. Ella me responde de inmediato con el emoji de ojos de corazones.

Aprovecho para preguntar, una vez más, si ha tenido alguna noticia de Raymond y la respuesta sigue siendo la misma. No. ¡Mierda! Parece que, al final, sí voy a tener que ir a la oficina.

Reviso la aplicación, asegurándome de que el chofer del Uber esté cerca y tratando de aprenderme el número de placas y su nombre. Guardo el teléfono y me cruzo de brazos mientras espero.

Una vez más, me distraigo observando a la gente e imaginando cómo serán sus vidas. En mi escaneo por el estacionamiento, identifico el coche negro que está aparcado a unos veinte metros desde donde estoy y a la pareja que se abraza a un lado de este. Rápidamente les doy la espalda.

¡Carajo! ¿Cómo voy a dejar de darle importancia si se me aparece en todos lados?

***

En el trayecto le envío las fotos y el video a mis padres. Mamá no tarda en llamarme para que le cuente hasta el último detalle de lo que me dijo la doctora. Mi padre y mi hermano no me atosigan tanto como ella, pero igual se les escucha emocionados. Los tres insisten en que, si no me doy un tiempo para ir a visitarlos mientras la panza me lo permite, ellos van a tomar el primer vuelo a California y no se van a ir hasta que nazca Dot.

Sé que va a ser imposible despegarme del trabajo mientras tenga lo de Baby City así que la única opción que me queda es ir para Acción de Gracias. Aunque, tampoco quiero ilusionarlos antes de tiempo, pues es justo para ese fin de semana para el que está planeada la fiesta de lanzamiento. ¡Carajo! Tengo que comenzar a planear mi calendario de actividades si no voy a terminar dando a luz mucho antes de lo necesario.

Cuando llego a mi departamento, me voy directamente al baño y preparo la tina con agua tibia, sales y burbujas. Pongo un poco de música y me hundo dentro de la bañera, reposando ambos brazos en los costados de esta. Necesito despejar la mente, después de lo que vi hace un rato.

¿Por qué Thiago y su... lo que sea, iban a estar en un hospital? Peor aún... ¿Por qué ella tendría que estar en el área de gineco-obstetricia?... Y luego ese abrazo. Se veían muy felices. Él incluso la levantó del piso, solo le faltó hacerla girar como en las películas románticas. Y si... ¡Mierda!... ¡¿Thiago va a ser papá?!

"Despejar la mente, Emilia ¿Recuerdas?... Deja de estar pensando estupideces"

Mi conciencia tiene razón.

Respiro profundamente y me hundo completamente en el agua. La sensación es reconfortante. Así me quedo como por un minuto, dejando que el agua se lleve todo lo tóxico que he estado empezando a acumular dentro de mi cabeza.

Después del baño, me dirijo a mi closet y es ahí en donde me enfrento con un verdadero problema. ¿Qué se supone que debo usar para la cita con Raymond? Al final, nunca acordamos a dónde iríamos.

¿A dónde iría en una primera cita, si fuera el flamante Raymond Prescott? Seguramente no al cine... Mucho menos a un parque de diversiones.

"¿Qué eres? ¿Una adolescente?"

Sí, me gustan las cosas infantiles ¿Y qué?... Maldita conciencia.

Recuerdo que sus primeras dos opciones fueron un bar y un café. Lugares cerrados y buenos para conversar, así que debe de ser algo parecido. Un restaurante, tal vez.

Segundo problema: ¿Qué tipo de restaurante sería?

¡Maldición!

Al final decido por un sencillo vestido negro de cuello barco que se ajusta hasta la cintura tiene una hermosa falda en corte "A". El negro nunca falla, es bueno para cualquier situación, no por nada puedes usarlo tanto en bodas como en funerales. Además debo aprovechar la oportunidad para usarlo, porque no voy a poder hacerlo en varios meses.

Aunque sé que había prometido no volver a usar tacones, la ocasión lo amerita. Elijo los más bajos que tengo, que son de unos ocho centímetros. No es poca altura, pero qué se le va a hacer, soy una enana acomplejada.

Meto lo necesario en un pequeño bolso de piel que me regaló Soph, la Navidad pasada y como otro trozo pequeño de muffin antes de salir de casa, para matar los nervios.

Llego a la oficina a eso de las cinco treinta. A esta hora, seguro que Olivia ya se marchó a su casa, así que, como quien dice, no hay moros en la costa. Puedo esperar adentro tranquilamente, sin tener que dar explicaciones.

—¡Wow, Emm! Estás muy guapa —dice mi amiga, apenas llego.

—¿A dónde vas a ir, pequeña Afrodita? —pregunta Mark, escaneándome desde su lugar.

—Tengo una cita —respondo con voz cantarina, mientras esbozo una sonrisa.

—Oh, ¿de verdad? —Doy un brinco, mi corazón se acelera y esa horrible corriente fría me recorre el cuerpo, una vez más. Estoy empezando a alucinar esa voz.

—¡Maldición! ¡Vas a hacer que me dé un infarto! —Me quejo, dándole un golpe en el hombro, pero Thiago simplemente sonríe. 

—¿Y quién es el afortunado? —Vuelve a preguntar. Aunque trata de ser disimulado, puedo ver como me recorre de los pies a la cabeza con la mirada. Sus pupilas están dilatadas y sus ojos tienen ese brillo que me atrapa. 

Mi corazón se hincha ante su reacción, pero de inmediato un carrusel de imágenes llega a mi mente: La rubia, la rubia en su departamento, la rubia en el hospital, la rubia y él abrazándose, su conversación de la otra noche con la rubia.

—Eso a ti no te interesa —respondo cortante. Su rostro se torna serio de inmediato.

—No necesito que me respondas. Estoy seguro de quién se trata.

—Bien por ti —respondo con altanería.

—¿Qué? ¿Cómo es que él sabe y yo no? —Se queja Mark con Sophie, pero esta lo ignora.

—Emm, hemos estado revisando el tema de la locación con Thiago. —Desvía el tema —Me mostró ejemplos de lo que está buscando y creo que conocemos un lugar precioso que conserva el estilo clásico y lo mejor es que no vamos a tener que gastar en él. —Arrugo la frente y exprimo mis neuronas tratando de descifrar cuál es el lugar al que se refiere Sophie, pero no lo consigo.

—Yo no recuerdo ninguno... ¿Cuál es? 

—Pues tu departamento —dice con obviedad. Mis ojos se abren de par en par. 

¡Ni muerta presto mi departamento!

—Antes de que digas algo, piénsalo, ¿Okay? —agrega.

Voy a responder que no tengo nada que pensar. La respuesta es, No y punto, pero otra voz me interrumpe.

—Siento la tardanza —Esta vez los pelos se me crispan —, casi me pierdo en los pasillos, al salir del baño. —Es Nina… ¿Pero cómo se atreve a traerla aquí?

"Es una oficina, no seas exagerada".

—Sí, puede pasar a veces —Soph le da la razón —… Emm, déjame presentarte a Nina, ella es… 

—Ya nos conocíamos —apunto con una media sonrisa, que más bien creo que es una mueca —… Emilia Allen. —Extiendo la mano. Ella me observa con los ojos entornados, haciendo memoria, supongo. Después de unos segundos eleva las cejas y sonríe.

—¡Emilia! ¡Claro! Nos vimos la otra noche, en el departamento de este fortachón —Engancha su brazo al de Thiago mientras lo dice. Mark y Soph ríen ante el apodo, pero a mí no me causa ni un gramo de gracia —... Ya te recuerdo. —Sonrío por puro compromiso. Ni siquiera sé qué responder. Miro a Thiago que parece realmente feliz y un sabor amargo se instala en mi garganta. Seguro es por tanta bilis.

Afortunadamente, el teléfono de Soph suena, interrumpiendo el incómodo momento. 

—Sí… dime, Elle —responde —…Entiendo. Gracias —Cuelga —. Emm, te esperan allá abajo —dice con una sonrisa.

Todos me observan, ahora. Asiento y me despido, poniendo particular empeño en no mirar a Thiago ni a su acompañante.

Cuando salgo del edificio, me encuentro a Raymond recargado en la puerta trasera de su coche. Viste un traje gris oscuro, con camisa y corbata en diferentes tonalidades del mismo color.

Me sonríe y se acerca, apenas me ve. Sujeta mi mano y deposita un beso en ella. La situación me parece un tanto romántica. Por un segundo me olvido que estoy fuera de mi lugar de trabajo. 

—¿Vamos? —inquiere y asiento en respuesta.

"¿Así nada más? ¿Ni un cumplido, ni nada?... A mí no me parece tan romántico, Eh".

Se queja mi "yo" interna.

La mando a callar, pero tiene un poco de razón. Raymond ni siquiera se ha tomado el tiempo de observarme. La mirada que me dedicó Thiago, hace apenas unos minutos, se dibuja en mi mente.

"¡Maldición! ¡No!... No empieces a pensar en tonterías, Emilia. Él tiene novia y, muy probablemente, está embarazada". 

Reacciono cuando Raymond vuelve a tomarme de la mano para ayudarme a entrar al coche. Me acomodo en el asiento y me pongo el cinturón de seguridad, mientras lo veo rodear el auto y subir al lado mío.

—Y bien, ¿a dónde vamos?

—Es una sorpresa —dice, poniéndose en marcha. 

Por el retrovisor puedo ver a Thiago y a Nina saliendo del edificio. El primero viene con una cara de amargado, que pareciera que no tiene a su novia al lado. 

Raymond me dice algo que no alcanzo a escuchar y yo solo asiento y sonrío. El trayecto, que afortunadamente no es muy largo, el interior se inunda de música clásica. Llámenme inculta, pero a mí esa música me duerme. Hago un gran esfuerzo para no cerrar los ojos.

Nos detenemos afuera de un lugar que, a simple vista, derrocha refinamiento. La fachada es de mármol blanco y tiene enormes ventanas de arco con cancelería que bien podría ser de oro, por lo mucho que brillan. Me hace recordar mucho a las imágenes del Titanic de la película de James Cameron. Aunque yo más bien sería la de tercera clase, colándose a una cena con los de primera.

Raymond baja del coche y le entrega las llaves a un valet parking, mientras que otro se encarga de abrirme la puerta. Le agradezco al chico, quien me sonríe y asiente de manera servicial. Eso me hace sentir extraña, no estoy acostumbrada a este tipo de tratos.

—¿Vamos? —Raymond aparece a mi lado, ofreciéndome su brazo, al cuál me aferro con nerviosismo.

Nos recibe una mujer de mediana edad, vestida, maquillada y peinada como para un desfile de modas. Todos ahí son la elegancia viviente. De repente mi vestido no me parece suficiente, tal vez esta vez sí debí aplicar los consejos de Soph, sobre los accesorios. 

Los empleados son muy atentos, tal vez demasiado, casi creo que están a punto de tirarse al piso para que Raymond no ensucie sus zapatos. ¡Ja! Si supieran que yo vomité sobre un par. 

El lugar es un restaurante francés, lo sé porque no soy capaz de entender ni una mierda de lo que dice la carta. Entre tantos nombres extraños consigo identificar una palabra: Ratatouille. Por primera vez consigo ponerme de acuerdo con mi "yo" interna. Hacía mucho que queríamos probar este platillo. 

—Quiero esto —Señalo el nombre sobre la carta y se la muestro a Raymond. Él parece no muy de acuerdo con mi desición. 

—¿Estás segura?... No prefieres un Boeuf Bourguignon, o tal vez te gustaría probar el Foie Gras, el de aquí es delicioso —sugiere.

—¿Que eso no es lo que hacen, reventándole el hígado a los patos? —inquiero con desagrado —… Me parece una crueldad.

—Este lo preparan de manera natural, se apegan a todas las normas—insiste.

—No —Arrugo la nariz —. El Ratatouille está bien.

—Bien. Eso será, entonces.

La cena transcurre tranquila, la plática es amena. En general las cosas van bien, salvo unos pequeños detalles, como por ejemplo: Que Raymond volvió a olvidar el asunto de mi embarazo y ordenó toda una botella de champagne. Me dio bastante ternura verlo avergonzado cuando se lo recordé, parecía querer meter la cabeza bajo la mesa.

A eso de las nueve de la noche, ya nos encontramos frente a mi edificio.

—Así que aquí es donde vives —comenta. 

—Es aquí —confirmo, secándome el sudor de las manos sobre la falda del vestido. Creo que ninguno de los dos sabemos qué decir.

—Parece un lugar agradable. —Vuelve a hablar, después de un rato de silencio incómodo.

—Es bastante tranquilo. Me gusta vivir aquí.

—Me encantó salir contigo y poder concierte un poco más —Cambia el tema —. Espero que la hayas pasado bien.

—Me divertí. Muchas gracias.

—Lamento lo de la champagne. —Se disculpa, una vez más.

—No te preocupes, ya está olvidado. —Sonrío.

—Espero que podamos repetirlo pronto.

—Dalo por hecho —respondo.

Raymond es bastante lindo, pero aún así no soy capaz de experimentar sensaciones raras en el estómago, ni en el corazón. Esta noche se ha esforzado realmente en complacerme y creo que justamente ese es el problema. Se esfuerza. Yo pienso que para que una relación, de cualquier tipo, funcione, debe fluir de manera natural. 

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