Capítulo 11 - Un ángel llamado Raymond Prescott
Es lunes por la mañana y me siento en una especie de dejavu. Apenas hace una semana, estaba preocupada por lo que pudiera pasar en la oficina con Kristal. Y hoy la historia se repite, solo que, en esta ocasión, es a mi jefa a la que estoy tratando de evitar a toda costa.
Claro que, por más esfuerzos que haga, no puedo ignorar cuando mi teléfono suena por tercera vez en el día y me pide ir a su oficina. ¿Sería demasiado sospechoso si Soph le dice que aún me encuentro en el baño?
-Hey, Emm. Tranquila. Recuerda que ahora tienes un as bajo la manga -apunta Soph con aire triunfal -. Siempre puedes usarlo si te amenaza con despedirte -Sonríe ampliamente.
Yo, en cambio, sonrío de medio lado, sin mucho ánimo. Personalmente, no me gusta la idea de utilizar mi embarazo para conservar mi trabajo. Pienso que eso sería jugar sucio y tampoco quiero inmiscuir a Dot en algo así.
Claro que, de cualquier manera, mi jefa va a enterarse de la situación. Ella fue quien me pidió ir al médico, así que, seguramente, va a querer ver los resultados de mis análisis y mi prescripción médica.
El teléfono vuelve a sonar y sé que es Olivia para preguntar por qué es que todavía no estoy en su oficina.
¡Maldición!
Me encamino hasta allá y respiro profundamente, mientras paso la mano por mi vientre y aliso mi vestido antes de tocar la puerta.
-Adelante. -Escucho a la distancia. Así que no espero más tiempo y me interno en la cueva del lobo, cerrando la puerta detrás de mí.
Me paralizo cuando me doy cuenta de que no está sola. De momento pienso que el hombre que está sentado en la silla frente a Olivia y que me da la espalda, es alguien de RR. HH. o del departamento jurídico y que, es probable que esté aquí para mediar la situación cuando mi jefa me diga que acabo de hacer crecer la estadística de desempleo de la ciudad.
Pero no es el caso.
Mis ojos se abren con sorpresa cuando el susodicho gira ligeramente su silla y me mira. Es Raymond Prescott. Sí, el mismo al que le vomité los zapatos hace tres días.
"¡Demonios! Creo que esto va a ser todavía peor de lo que habíamos imaginado".
Honestamente no sé cual es la reacción que esperaba por parte de él, pero sin duda no es la que recibo a continuación:
La comisura derecha de su labio tira ligeramente hacia arriba, en una media sonrisa que no tengo la más mínima idea de cómo interpretar. Se pone de pie mientras se abotona el saco y se despide de Olivia.
Cuando pasa junto a mí su sonrisa se ensancha; no detecto burla ni dobles intenciones en ese gesto, cosa que alivia un poco mi tensión.
-Señorita Allen -. Asiente ligeramente, antes de desaparecer detrás de la puerta.
El carraspeo de Olivia me obliga a mirarla. Muerdo mi labio inferior con nerviosismo y seco el sudor de mi mano libre, con la tela del vestido, mientras que la otra estruja con fuerza el folder color manila que contiene mi información médica.
Me señala la silla que acaba de dejar libre el señor Prescott y no lo pienso dos veces antes de sentarme en ella.
-Veo que traes lo que te pedí -comenta, estirando la mano para que le entregue el folder.
Observo sus uñas con la manicura recién hecha, durante unos instantes, debatiéndome mentalmente entre dárselo o no. Ella levanta una ceja y la presión en su mirada aumenta cuando advierte mi duda.
-Emilia. -Me insta.
Sujeto con mayor fuerza los papeles y niego antes de hablar:
-Me gustaría saber primero, qué decisión tomaste respecto a mi estancia en la empresa -digo con determinación, la cual no tengo ni la más mínima idea de dónde salió.
Ahora ya no es una, si no ambas cejas, las que tiene elevadas.
"¡Mierda! Creo que acabas de meter la pata hasta el fondo".
Pero, entonces, ladea un poco la cabeza y me observa con interés.
-¿Hay algo ahí que te preocupa que vea? -cuestiona, señalando el folder con su barbilla.
Vuelvo a negar.
-Solo no quiero que influya en tu decisión -Me siento orgullosa de que, pese a los nervios que me carcomen por dentro, puedo mantenerme firme.
Olivia entorna los ojos y creo que va a arrebatarme el folder de la mano. Sin embargo, suspira y se reclina en el respaldo de su silla.
-Bien -Se quita los lentes de lectura y se sujeta el puente de la nariz -. Sabes que yo no paso por alto los "accidentes" como el del viernes. Mucho menos cuando involucran a un cliente tan importante como lo es Raymond Prescott -Trago saliva -. Voy a ser honesta, Emilia. Eres uno de mis mejores elementos y no pensaba despedirte, aunque sí retirarte de la campaña de Baby City.
Está hablando en pasado ¿Eso quiere decir que no pensaba hacerlo pero algo la hizo cambiar de opinión?
-Pero -Hace una pausa que me pone los pelos de punta y aumenta mis nervios -. Extrañamente, Raymond te quiere dentro del equipo.
Estoy en shock.
¿Escuché bien o es momento de que me haga un examen auditivo?
Aunque creo que primero voy a correr a la iglesia más cercana a encender una vela para el señor Prescott.
-Sí. Yo reaccioné exactamente igual que tú -comenta -. No le entiendo, Emilia. De verdad. Pero, felicidades, conseguiste el contrato con P&A -Por primera vez, desde el viernes, Olivia me sonríe y yo siento que el alma me vuelve al cuerpo y un gran peso es eliminado de mí.
Sonrío también. Unas lágrimas amenazan con salir de mis ojos, pero las retengo.
¡Por qué mierda tengo que ser tan chillona!
-Gracias -digo con un hilo de voz.
-Es al señor Prescott a quien debes darle las gracias -Vuelve a colocarse los lentes y estira la mano -. Ahora sí. Muéstrame qué traes ahí.
Me trago el nudo que tengo en la garganta y le entrego el folder. Comienza a leer y los nervios hacen que comience a hablar:
-No es algo que tuviera planeado -Me justifico -. Me tomó por sorpresa y... -Ella levanta un dedo sin despegar la vista de los papeles, haciéndome guardar silencio.
Los minutos transcurren y mi jefa continúa en completo silencio. Sostiene la foto de la ecografía de Dot y la observa unos instantes, antes de dejarla junto a los otros documentos, cerrar el folder y devolvérmelo.
-Tienes que enviar esta información a RR. HH. y redactar un documento donde comuniques tu estado, para que estén al tanto. -Arrugo la frente ¿Eso es todo?.
No esperaba un drama, pero tampoco que lo tomara con tanta ligereza. Conozco a Olivia desde hace cuatro años y sé que, este tipo de sorpresas que pueden entorpecer potencialmente el trabajo, no le agradan para nada.
-Hazlo pronto -agrega -. Vas a necesitar permisos especiales para los chequeos mensuales y todo eso.
Todo mi cuerpo se tensa. Estoy tratando de ocultar el ataque de ansiedad que comienza a darme. Dar aviso a RR. HH. Es informar, directamente, a Kristal y por ende, a Joan.
Ni siquiera estoy segura de si quiero que él lo sepa. Esperaba no tener que volver a verlo nunca más, y ahora no solo tengo que soportar encontrarlo fuera del edificio con esa bruja pelirroja, sino que voy a tener algo que me ata a él, por el resto de mi vida.
-Bien. - Es todo lo que consigo decir. Y al ver que no agrega nada más, doy media vuelta y me dirijo a la salida.
-Emilia -Me giro al escucharla, antes de abrir la puerta -. No quiero que esto interfiera con tu desempeño dentro de la campaña. No creo que Prescott de segundas oportunidades. Y seguramente sabes que yo tampoco... -Sí, bueno. Esta advertencia se asemeja más a lo que esperaba que dijera en un principio.
-Lo sé. No te voy a fallar -digo con determinación.
Olivia asiente.
-Te espero con el resto del equipo, después de la hora del almuerzo, para que les comunique la decisión final a la que llegamos Raymond y yo, respecto a cómo se va a manejar la campaña.
-De acuerdo. -Asiento y salgo de su oficina.
Cuando voy por el pasillo, la puerta de la sala de juntas se abre y de ella emerge el impoluto Raymond Prescott. Doy media vuelta y estoy por esconderme en uno de los cuartos donde se guarda la papelería, cuando me llama.
"¡Mierda!"
Todavía no me atrevo a mirarlo a los ojos, después de lo que pasó.
Aprieto el folder contra mi pecho y sonrío con timidez, mientras me acerco. Poco a poco, siento el calor acumularse en mi rostro.
-Señor Prescott -saludo.
-Por favor Emilia, llámame Raymond.
Y por primera vez me atrevo a levantar la vista. Sus ojos son amables. Hay una medía sonrisa dibujada en su rostro que me inspira bastante confianza. No parece molesto conmigo y, extrañamente, eso me hace sentir más avergonzada.
-Lo siento, no creo poder llamarlo por su nombre -respondo.
Su frente se arruga y su sonrisa se transforma en una de confusión.
-¿Puedo saber por qué?
-Usted es nuestro cliente. Uno de los más importantes. Jamás me atrevería a cruzar esa línea del respeto que me merece.
Asiente comprensivo.
-Veo que Olivia ya le dio la noticia.
-Así es -Asiento -. Por cierto, gracias por permitirme permanecer dentro de la campaña. Quería pedirle una disculpa. Estoy muy avergonzada por lo que pasó el otro día. Yo... -Levanta la mano y niega con la cabeza, restándole importancia al asunto.
-No sé de lo que me habla, Emilia.
Arrugo la frente.
-Pues de... -Voy a hablar de nuevo, pero me interrumpe.
-Yo no recuerdo que haya pasado algo extraordinario, además de la agotadora reunión que tuvimos.
Mis ojos se abren con ligera sorpresa cuando comprendo lo que está haciendo. ¿Qué se supone que deba responder en estos casos?
Finalmente sonrío y musito un "gracias" lleno de alivio.
Él asiente, al mismo tiempo que cambia su peso de pie y mete las manos en los bolsillos de su pantalón.
-Eso sí. Espero que usted y su equipo me den la mejor campaña publicitaria que haya visto mi compañía. Y la mejor fiesta de lanzamiento, también.
¿Fiesta?... ¡¿Qué mierda?!... Nunca hablamos de una fiesta de lanzamiento.
Sonrío y asiento, tratando de ocultar mi confusión.
-Me sorprendió la propuesta. Pero Olivia me aseguró que ustedes podían con eso y más -agrega.
Eso es cierto. Siempre hemos superado nuestros objetivos. Pero, si el tiempo ya era justo para realizar la campaña publicitaria de toda una nueva línea de productos, el agregar la planeación de un evento de lanzamiento, nos ponía el cronograma de cabeza.
Sabía que, el que mi jefa me dejara dentro de la cuenta Baby Center, era demasiado bueno para ser verdad.
-No se preocupe, señor Prescott. Su marca está en las mejores manos -aseguro.
-Estoy convencido de eso. -Sonríe ampliamente, de una manera que lo hace ver realmente atractivo.
¿Por qué los hombres guapos siempre tienen que ser inalcanzables?
Me muerdo los labios y aparto esas ideas estúpidas de mi cabeza. No voy a hundir el pie en el fango, más de lo que ya lo he hecho.
***
-¡Vaya! Ese hombre es un ángel -comenta Sophie.
-Y Olivia una bruja -remata Mark, antes de beber de su vaso de agua.
Estamos sentados en una de las mesas del restaurante al que, habitualmente, venimos en la hora del almuerzo.
Después de la plática con el señor Prescott, mi estómago se apretó y Dot no ha recibido bien la comida; salvo la ensalada que, justo ahora, me estoy viendo obligada a comer.
-Quisiera que la hora del almuerzo no terminara -digo con pesar -. Lamento haberlos metido en esto, chicos. Ahora, por mi culpa, tienen trabajo extra.
-Tampoco es tu culpa -dice Mark -, si no de esa pequeña cosa que llevas ahí. -Señala mi vientre con su cabeza.
-¡Hey! -Me quejo, cubriendo mi estómago con las manos-. Nada de "cosa" -advierto, apuntándole con el tenedor.
Mark levanta las manos con rendición y Sophie ríe.
-Me parece una broma que hace un par de semanas estábamos hablando de nuestro nulo instinto parental, y ahora reaccionas como toda una leona defendiendo a su cachorro. -Vuelve a hablar mi amigo.
-La vida te sorprende, a veces. -Me encojo de hombros.
-Hablando de sorpresas -interviene Soph -. ¿No les parece extraño que un hombre como Raymond Prescott haya tomado tan a la ligera lo que ocurrió el viernes? He conocido personas de su clase que, por menos, han armado escándalos y despedido gente.
Arrugo la frente.
-¿A qué te refieres? -pregunto.
Mark rueda los ojos.
-A que le gustas -dice con obviedad.
Una carcajada incrédula brota de mí.
-No digas tonterías.
-Por favor, Emilia. Ahora nos vas a decir que no notaste cómo te miraba durante la reunión. Era como si todos hubiéramos desaparecido en ese momento y solo existieras tú -agrega Soph.
-Eso es imposible. Ese hombre debe tener mujeres guapísimas por montones ¿Por qué se fijaría en una pulga como yo?
-No te subestimes, querida -dice Mark -. Parece que no te has visto en un espejo. Podrás ser petite, pero tienes tus encantos. Eres... algo así como una Afrodita de bolsillo.
Le lanzo una miga de pan que acierta en su mejilla y suelta una carcajada. Soph y yo nos unimos, logrando que algunas de las personas de las mesas contiguas nos miren extraño.
***
Es miércoles. He pasado dos días saliendo tarde por estar encerrada en la oficina de Olivia, trabajando en ideas preliminares para el lanzamiento.
Al final resultó que mis amigos no tendrían tanta carga de trabajo, como pensé. Mi jefa decidió que sería yo quien se encargaría de cada detalle relacionado con el evento. Y sí. Sin duda esta es la forma en la que me está castigando por lo que pasó.
Uno de los requerimientos más importantes que hizo el señor Prescott, es que, la decoración sea elegante y minimalista y que, dentro de ella, se incluyan enormes pendones con fotografías artísticas que muestren a mujeres en distintas etapas del embarazo.
Claro que, Olivia no quiere mujeres cualquiera, sino modelos. Y conseguir modelos embarazadas, es lo mismo que encontrar un delfín rosa fuera del Amazonas. Casi imposible. La mayoría quiere mantener la figura intacta por su trabajo.
Mientras el elevador baja; cierro los ojos, echo la cabeza hacía atrás y suspiro, liberando un poco de tensión. Saco mi celular de la bolsa y le envío un mensaje a Sophie, para avisarle que estoy por salir.
Los últimos tres días ha insistido en esperar en el café que se encuentra frente al edificio, para regresar juntas a casa. Creo que ella está más paranoica que yo con el tema del embarazo. Y Josh va a terminar enterándose de mi estado más pronto de lo que esperaba.
Las puertas del elevador se abren. Regreso el teléfono a dónde estaba y me apresuro a salir. Pero son pocos los pasos que consigo dar, porque uno de mis zapatos se resbala por el piso recién pulido, haciéndome perder el equilibrio.
Observo a mi alrededor, tratando de encontrar algo para sujetarme. Pero no hay nada. ¡Maldición!
Todas mis alarmas se encienden. La caída es inminente, así que lo único que se me ocurre, en estos pocos segundos, es cubrir mi vientre con ambas manos y rezar porque esto no afecte a Dot.
Aprieto los ojos, esperando el golpe. Pero este nunca llega.
Tengo la respiración agitada y el corazón acelerado. Siento unas manos firmes aferrándose a uno de mis brazos y a mi cintura. El aroma que me envuelve es agradable y masculino. Abro los ojos y lo primero con lo que me encuentro es con la costosa tela de un traje de diseñador. Levanto la vista para poder distinguir a mi salvador y la sangre se me va por completo del rostro.
"Mierda. Creo que este hombre sí es un ángel guardián, después de todo"
La cara de preocupación del señor Prescott se ve sustituida, de inmediato, por una sonrisa que le ilumina la mirada.
-Yo no me calificaría así, pero gracias -comenta con diversión, mientras me ayuda a ponerme de píe y yo me pongo de mil colores.
Maldita sea. Pensé en voz alta.
-Señor... Yo... No quise... Es que... No pensé...
"Genial, Emilia. Ahora estás actuando como estúpida"
Su sonrisa se amplía y niega con la cabeza.
-Está bien. No tienes que explicarme nada. Tranquila.
Me libero de su agarre y retrocedo un par de pasos, dejando una distancia prudente entre ambos.
-Gracias. Hoy nos salvó en más de una ocasión -digo, sin atreverme a levantar el rostro, de todo. Al menos no hasta que desaparezca el rubor de mis mejillas.
-¿Nos? -pregunta, confundido.
¡Carajo!
Abro los ojos dramáticamente. Ahora ya no solo es rubor en las mejillas, estoy segura que mi rostro está más rojo que Furia de Inside Out.
-¿Dije "nos"? -río, tratando de no parecer nerviosa o una loca -. Quise decir "me"... Ya no sé ni lo que digo -Hago un ademán con la mano, restándole importancia al asunto -. Pero bueno... no lo entretengo más. Que tenga una buena noche. -Me apresuro a cruzar los torniquetes, está vez cuidando en donde piso.
Creo que este es el último día que vengo en tacones a la oficina. Al menos mientras Dot siga dentro de mí.
-¡Emilia!, ¡espera! -Sujeta mi brazo con delicadeza, deteniéndome a medio camino. Volteo hacía la entrada, rogando porque aparezca Sophie y me saque de esta -. Puedo llevarte a tu casa. -Ofrece.
Abro la boca sin saber qué decir. Esto no está bien. Aunque quisiera (Y vaya que quiero), no puedo cruzar la línea laboral con Raymond. Eso podría meterme en muchos problemas y es lo que menos necesito en este momento.
-No es necesario -respondo -. Mi amiga me espera afuera.
-Puedo llevarlas amabas. -Insiste.
-No creo que...
-Nos encantaría. -Resuena una traicionera voz, a mis espaldas.
Volteo a ver a Soph, como la niña del exorcista, y su sonrisa cínica me hace querer asesinarla.
***
-Es aquí. -Indico.
Raymond se detiene frente al edificio y apaga el coche.
-Gracias -digo, aferrándome al asa de mi bolsa, como si mi vida dependiera de ello -. No tenía que haberse molestado.
-Ha sido un placer -responde él, mirándome fijamente. Y la palabra "placer" se cuela de una forma retorcida, por mis oídos.
Aprieto los ojos y alejo esos pensamientos pecaminosos de mi mente. Pero él no me lo pone muy fácil.
Una de sus manos continúa firme sobre el volante, remarcando cada una de las líneas de sus dedos cuadrados y haciendo brotar sus venas. Me pregunto, ¿cómo se sentirá que unas manos como esas te toquen?
Me tomo unos segundos para detallar cada centímetro, hasta que un carraspeo en la parte de atrás me regresa a la realidad. Me muerdo los labios y desvío la mirada rápidamente, rogando al universo porque Raymond no haya descubierto mi fetiche.
¡Maldita sea! ¿En qué estoy pensando?
Miro a Soph a través del retrovisor. Sus ojos son insinuantes, mientras que su boca está tratando de contener una sonrisa malévola. Y me dan unas ganas inmensas de mandarla al demonio.
-Me siento más tranquilo ahora que sé que has llegado sana y salva a tu casa. -Vuelve a hablar, el hombre a mi lado, al ver que no ha obtenido respuesta de mi parte.
Trago saliva, aún sin saber qué responder, así que, me limito a sonreír y asentir.
-Bueno, Emm. Yo me adelanto, tengo una urgencia fisiológica -dice Soph, bajando del coche a toda prisa -. Gracias señor Prescott. -Se despide y cierra la puerta.
¡Bruja!
-No... - Quiero gritar que no me deje sola, pero es demasiado tarde, porque ya está cruzando la puerta del edificio.
Me deshago del cinturón de seguridad y vuelvo a mirar al hombre junto a mí. Maldita sea. Es perfecto. Es guapo, amable, atento... Es una lástima que no nos hayamos conocido antes y en otras circunstancias.
-De nuevo, gracias... Por todo -digo.
-Que tengas buena noche, Emilia. -Me responde con una sonrisa encantadora.
-Igualmente. -Bajo del coche y me detengo en la acera esperando a que se ponga en marcha y se vaya.
Cuando lo pierdo de vista, giro en mis talones dispuesta a entrar al edificio, pero me paro en seco al distinguir a las personas que bajan las pequeñas escaleras del porche. Sophie viene en frente y detrás de ella, Joshua junto a Thiago.
¡Maldición!... ¿Es que lo voy a encontrar hasta en la sopa, o qué?
Tiene su habitual cara de culo, la mandíbula tensa y el cuerpo rígido como momia milenaria.
-Hola -saludo en general, pero solo Josh me responde. Su idiota amigo sigue de largo sin mirarme. Ignorándome deliberadamente.
Siento como la sangre me hierve y me dan unas ganas inmensas de abrirle la cabeza con algo, por mal educado. Pero guardo mis deseos para otra ocasión, cuando haya menos público.
Lo veo montarse en un auto que está aparcado unos cuantos metros atrás de donde, hasta hace unos momentos, se encontraba Raymond.
No sabía que tuviera coche, mucho menos uno tan elegante como este. No sé mucho sobre marcas y modelos, pero esta cosa se ve cara e imponente. Bien dicen que todas las cosas se parecen a su dueño.
Arranca a toda velocidad y desaparece como alma que lleva el diablo.
-¿Pero qué mierda pasa con este tipo? -inquiero, arrugando la frente.
***
Hasta aquí las actualizaciones del día de hoy. Ya saben lo que me gustaría. Leer sus comentarios 🥺🥺
Nos leemos el lunes 🙃🙃
Bonito fin de semana 😘
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