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61. Aférrate a mí

Estás tan hundido en el amor como aquella ancla que se aferra en las profundidades del mar. Deja que tu barco navegue más libremente. Porque el amor que se estanca, con el tiempo muere.

🍃

Percy seguía flotando en el agua, sin saber exactamente qué hacer. Tenía a Dylan delante de él, a dos brazos de distancia, lucía pálido, asustado y los dientes le tiritaban con un constante "tac, tac, tac" como si acabara de caer a un pozo congelado. No habían transcurrido ni siquiera dos minutos desde que Percy lo había lanzado al agua y él lo llamara imbécil, maldiciendo a todos sus descendientes futuros en el camino. Su prisa por salir de la piscina era clara en su expresión acojonada, pero por alguna razón, no estaba haciendo ningún intento por moverse.

De alguna manera, se las había apañado para mantenerse lo más inmóvil posible, sosteniéndose con las dos manos a una de las corchetas de la piscina. Flotaba por pura fuerza de voluntad, como si retara al agua a hundirlo. Lo único que movía eran sus ojos, lanzándolos por todo el lugar, como si esperara encontrar mágicamente una forma de salir de allí. Cuando se dio cuenta de que estaba muy lejos de todas las orillas y que la teletransportación no era una opción viable, volvió a soltar otro de esos soniditos desesperados que hacían papilla el corazón de Percy, y que sin pensarlo, lo hicieron moverse más cerca de él, casi por instinto, buscando calmarlo protectoramente.

Pero, apenas había dado una brazada, un nuevo conjunto de ondas se dirigieron hacia Dylan, amenazando con derribar su escaso equilibrio, lo que por supuesto, no le hizo ninguna gracia.

—¡Alto! ¡Quédate ahí, no te muevas! —gritó Dylan con rudeza, y Percy no sabía si había sido la rabia en sus ojos o el tono de su voz, tan poco propia de él, pero obedeció inmediatamente cuál soldado con un pie sobre una bomba.

—Está bien, tranquilo —dijo Percy, alzando las manos en pos de rendición, y hablándole como si fuera un tigre a segundos de saltarle en la yugular, lo que, no debía estar muy lejos de la realidad ahora mismo—. Ya no me estoy moviendo, ¿ves? Tranquilo.

—No me hables como si estuviera loco —siseó Dylan—, mucho menos como si fuera algún tipo de delincuente de CSI a punto de matarte, aunque, a decir verdad, si pudiera, ya estarías muerto ahora mismo. Tan. Muerto.

—Insúltame todo lo que quieras si eso te hace sentir mejor...

—Arrancarte tus ridículamente hermosos ojos con una cuchara me haría sentir mejor.

—... jamás imaginé que no supieras nadar, lo lamento tanto, ¿crees que tengo hermosos ojos? —preguntó Percy de improviso, tomando por sorpresa a Dylan, quien, se limitó a rodar los ojos con nerviosismo. Mientras tanto, Percy se regañó mentalmente: "Vamos, Perce, no empieces a decir cosas raras. Ya te odia lo suficiente, ¿qué te pasa?".

—Da igual, solo lárgate de aquí —espetó Dylan, y Percy tuvo la amabilidad de no mencionar lo evidente, que si lo hacía, crearía ondas y una nueva tanda de insultos muy creativos serían lanzados nuevamente hacia él.

O quizás eso era lo que quería. Ah, nah. Dylan no necesitaba un motivo para empezar a vociferar como un marinero sacándose una uña encarnada. La única razón por la que ahora parecía "contenerse", era porque el castañeo en sus dientes no le permitía hablar fluidamente, un hecho que, conociéndolo, lo avergonzaba. Percy levantó el pecho, con un suspiro que se sintió extraño con la presión del agua. Era como estar atrapado entre la espada y la pared.

—¿Qué? ¿Te estoy estresando? —lanzó Dylan, su respiración acelerándose por la indignación—. ¡Oh, perdóname gran Dios de la piscina y los idiotas! ¡Discúlpame por molestarte! Ya te dije que puedes irte y dejarme solo. Llévate tus suspiros de: "¡Oh!, ¡qué fastidio! Este inútil no sabe nadar"

—¡Eso no fue lo que pensé, ni de cerca! —refutó Percy, pero Dylan estaba lejos de escucharlo, sus pálidos labios escupían palabra tras palabra sin parar, incluso cuando parecía quedarse sin aliento y su voz terminaba sonando tan fina como un globo quedándose sin aire.

Percy estaba aprendiendo muchas cosas de él en ese momento. En primer lugar, un Dylan enojado era un Dylan bocón sin censura, como una mujer gimiendo en un video porno que no podías parar sin importar cuántos botones presionaras dejándote en evidencia frente a tu dulce madre que por casualidades del destino entraba en tu habitación, justo en tu hora feliz. No es que a Percy le hubiera pasado algo así alguna vez.

En segundo lugar, la nariz de Dylan se ponía adorablemente rosa mientras despotricaba obscenidades, y se arrugaba en las esquinas, como la de un conejito. Era bastante tierno, dejándolo todo cálido por dentro. Y Percy se recordó no sonreír, o realmente sería asesinado y enterrado bajo las gradas, donde los hermanos Thompson lo usaban como motel.

—¡Llévate tu cara, tus ojos y tus estúpidos zapatos, y vete ya!

—No creo que quieras eso.

—¿Ah, sí? Pues si tanto me conoces, ¿qué hago yo aquí? —La voz de Dylan estaba supurando tanto sarcasmo que parecía ácido dejando agujeros en la carne de Percy—. Déjame decirte lo que no quería. Te dije que no quería estar cerca de la piscina. Pero confié en ti como un completo imbécil. Mi radar de idiotas debe estar averiado. Eres exactamente igual a la gente que más odio. El tipo de persona que cree que es divertido contemplar el sufrimiento de los demás.

Percy sintió que le dolía el estómago, ni siquiera cuando su mamá lo regañaba se había sentido tan mal como ahora.

—¡No es así! —se defendió—. Solo, ¿por qué no me dijiste que no sabías nadar?

—Porque las veces que fui sincero, las personas parecen tomarlo como una invitación a hundirte ya que es, ¡Oh!, ¡tan gracioso! —Dylan bufó, y apartó la mirada—. La rata de tu primo fue uno de ellos. Cuando teníamos diez, fuimos a nadar en la piscina de Abby, le dije al cabeza de hongo que no sabía nadar y apenas me descuide, ¡BAM! Estaba empujándome hacia abajo y tenía agua en la nariz y la boca, mientras el psicópata se reía sin parar.

Percy podía visualizarlo perfectamente, un pequeño Dylan moviendo los brazos desesperadamente, siendo sumergido por un Nico de apenas un metro que no dejaba de reír como un villano loco. Sí, eso definitivamente sonaba muy Nico.

—¡Como sea!, no necesito de tu estúpida ayuda —soltó Dylan después de un rato, alzando el mentón con mucha dignidad—. Conseguiré ir hasta el borde yo solo. Gracias, pero no gracias.

—Dyl, déjame ayudarte... —intentó Percy, todo dulce caballerosidad, que fue desechada cruelmente por Dylan, cual doncella iracunda luego de descubrir que el anillo con diamante que le había regalado su prometido, ¡era de vil imitación!

—¡No, no me toques! —lo amenazó—. ¡Y no esperes que te vuelva a hablar después de esto!

Así que, Percy se hallaba en un punto muerto. Trató de mantener sus movimientos al mínimo, aplicando la misma técnica que Dylan para permanecer flotando cual bagre muerto en una pecera, pero cada partecita de su cuerpo le imploraba que eliminara el último tramo que quedaba entre ambos. Su sangre bullía por solo tomarlo en sus brazos y llevárselo hasta la orilla, sin embargo, algo en su interior le advirtió, que si lo ignoraba, y volvía a violar sus límites aquí mismo, quizás perdería toda oportunidad de salvar su amistad para siempre.

Si es que quedaba algo por salvar.... Pero Percy no iba a pensar en eso, porque le daba un poquito de miedo y además, lo haría entrar en pánico total y uno de los dos debía fingir calma para no hundirse, en su caso, figurativamente.

Al menos, ahora se encontraba a un brazo de distancia de él, lo suficiente para contemplarlo con mayor detenimiento, y tocarlo con la punta de sus dedos si estiraba la mano. Agua escurría del pelo oscurecido de Dylan, deslizándose por sus mejillas en forma de hilillos que parecían lágrimas. La parte blanca de sus ojos se veía roja e irritada por el cloro, por lo que parecía que realmente había llorado. Hizo que el corazón de Percy se apretara con culpa, y se llenara de una resolución más firme. No podía seguir sin hacer nada, viéndolo sufrir por su fatal error. Si lo había arrastrado hasta aquí, también lo sacaría.

—Escucha, Dyl, te llevaré hasta el borde, ¿está bien?

—No. —Fue rotundo.

—Iremos lento —pronunció con voz satinada y sonrisa amable— simplemente flotaremos...

—No quiero.

—Sin ninguna turbulencia...

—¡Já! ¡Olvídalo!

Frustrado, Percy se contuvo rápidamente para no golpear la superficie del agua con su mano, en su lugar, se llevó los dedos hasta el puente de su nariz para apretarlo con fuerza. Ofrecer soluciones que le parecían completamente lógicas, y ser rechazadas sin siquiera escucharlas o dar otras a cambio, si era algo que lo irritaba en proporciones épicas. No obstante, se recordó que estaba en este problema solo por culpa suya, y esto era otra parte del castigo que debía enfrentar.

Percy lo miró fijamente entonces, dando por aceptado el reto. Dylan debía haber olvidado que, Percy Jackson, estaba igual o más loco que él. Por lo que podían jugar al gato y al ratón tanto como quisieran hasta que uno de los dos se hartara, o matara al otro.

—¡No seas terco y al menos déjame terminar!

—¡Dije que no quiero! —devolvió Dylan, con el mismo ímpetu que una metralleta con mil tiros.

—Okay —levantó las manos—. Quedémonos aquí toda la noche. No tengo problema.

—No uses ese tonito condescendiente conmigo, Jackson.

—¿Así que piensas quedarte aquí toda la tarde? —rezongó Percy, con sequedad—. ¿A esperar qué?, ¿los bomberos?, ¿la policía? Las clases de natación han acabado, nadie más pasará por aquí. Quizás el conserje pueda ayudarte, pasándote un palo para que te subas a él como una hormiga.

Oh, oh. Peligro. PELIGRO. Había sonado demasiado altanero, había olvidado pasar sus palabras por un filtro a prueba de Dylans hiper enojadísimos. Percy experimentó lo que era ser casi despellejado con una mirada, y descubriendo que era posible lucir aterrador incluso teniendo una cara tan bonita como la de Dylan.

Percy soltó un sonido de derrota, y solo agregó:

—Sin mí, ¿cómo saldrás de aquí?

Dylan apretó los labios con fuerza, dejándolos aún más pálidos de lo que ya se veían. Empezó a otear el lugar nuevamente, aferrándose al cordel en sus manos como lo único seguro en su vida. Su rostro era de sufrimiento total. Arrugando sus finas cejas, y todavía temblando, creando pequeñitas ondas a su alrededor.

Al final, cuando Percy estuvo a punto de moverse (decidiendo qué tal vez era mejor pedir perdón, que permiso), un pequeño balbuceo saliendo de los labios de Dylan, lo dejó rígido.

—Quiero hacerlo, pero... Siento que ya no confío en ti —dijo, rascándose los ojos con la yema de sus dedos, a causa del cloro o... No podía estar seguro—. ¿Crees que estoy haciendo las cosas difíciles a propósito? —Ahora su voz apenas era un susurro débil—. Sólo no puedo dejar de pensar que... Odio esto. Tanto como tú —finalizó, evadiendo su mirada.

¿Había una forma de sentirse más miserable de lo que ya se sentía? Sí. La había. Percy había querido conocer nuevas facetas de Dylan, las que nadie más conocía. Pero ésta, no era una de ellas. Lejos había quedado el chico sumamente alegre y despreocupado que siempre reía. Lo había reemplazado un extraño espectro, una copia pálida de él, con los ojos bien abiertos llenos de terror, como los de un gatito atrapado en una rama en medio de un río.

Miró el techo, mientras recordaba aquella ocasión en la casa de campo de Drew, cuando después del escándalo de Abby, sus hermanos habían intentado ahogarlo en el lago. Se preguntó qué había pensado Dylan en ese momento, cómo había reaccionado al ver que intentaban hundirlo en la forma que él más odiaba. Entonces, una horrible revelación fue abriéndose paso en la mente de Percy. Se dio cuenta, de que su miedo a ser hundido no había sido un producto de Nico, sino que probablemente, por la asquerosa costumbre de unos hermanos mayores que encontraban divertido atormentar a su hermano más pequeño.

Percy empezó a sentir tal ira volcánica en su interior, que le extrañó que el agua no burbujeara en torno a él. Tomó varias respiraciones para calmarse, hasta que de pronto, la voz exaltada de Dylan, lo sacó definitivamente de su ensimismamiento.

—¿Qué demonios es eso?

Percy giró el cuello, justo a tiempo para ver un objeto del tamaño de una pelota de playa, pasar lentamente como un caracol a su costado. Era azul, y era la encargada de mantener el cloro en la piscina. Era una boya. Pero los chicos de natación la llamaban " Julia", de cariño.

Dylan la siguió con los ojos, sorprendido y un poco preocupado como si se tratase de una bomba, que explotaría si lo tocara. Entonces, Percy tuvo una brillante idea.

—¡Tengo un plan! —exclamó vivaz, al tiempo que agarraba la boya y la ponía enfrente de él, como si fuera la solución a todos los males del mundo—. ¿Ya no confías en mí?, ¡está bien! Tú sostente de esto, ¿sí? Esta cosa te mantendrá a flote, lo juro, siquiera podría hundirlo un luchador de sumo —no estaba muy seguro de lo último, pero Percy solo intentaba que Dylan se sintiera confiado—. Yo solo te empujaré hasta el borde de la piscina, y nada malo va a pasar.

Dylan miró la boya, luego miró a Percy, con mucha, mucha desconfianza.

—Ah, come on —soltó Percy, utilizando su mejor arma: un puchero—. Es mi mejor plan.

Dylan apartó la mirada, como si aquel gesto tierno lo distrajera de pensar bien. Al final, dejando salir un largo sonido lleno de exasperación y lamento, preguntó:

—¿No me hundirás?

Percy casi sollozó de felicidad.

—¡No, no lo haré!

—Estoy hablando completamente en serio, Jackson, no trates de jugar conmigo —declaró—. NO ME HUNDAS.

Percy negó con la cabeza, con toda la solemnidad que era capaz de profesar.

—Jamás jugaría con algo que tienes miedo.

—Prométemelo —Dylan le sostuvo la mirada, buscando indicios de duda.

—Te lo prometo —contestó Percy, atrapado en un extraño trance.

Dylan soltó una bocanada de aliento. Seguidamente, lo vio reunir toda la valentía de su cuerpo. Cuando Percy notó que empezaba a cambiar de opinión, su rostro llenándose de sufrimiento, él le empujó la boya, dejando que ésta se desplazara suavemente sobre el agua, hasta que chocó contra su hombro. Dylan la miró por el rabillo de su ojo, con una expresión pavorosa como si se tratase de un tiburón intentando probar un trozo de su carne.

Otro rato pasó, pero Percy no presionó. Simplemente le dio a Dylan todo el tiempo que necesitaba, mientras lo alentaba con una mirada serena y honesta. No dijo nada al ver que, con extrema lentitud, estiraba una mano temblorosa para, palpar tentativamente la boya, comprobando si era verídicamente estable. Cuando parecía medianamente satisfecho con "Julia", Percy pensó que era un buen momento para pedir:

—Dame la mano.

Dylan lo miró como si se hubiera vuelto loco.

—No soy una virgen que necesita ser guiada de la mano.

Percy contó hasta diez, y obligó a sus ojos a no rodar hasta que tocaran su cerebro.

—Pues pásame tu muñeca —corrigió, estirando la mano en su dirección, con un gesto inofensivo.

Dylan se mordisqueó nerviosamente el labio inferior, dándole algo de color carmín a la carne de aspecto muy suave. Él intentó que eso no lo distrajera, manteniendo los ojos fijos en los de Dylan, mientras éste daba el primer y valiente movimiento hacia el frente. La mano que se había afianzado a la cuerda finalmente se soltó con gran renuncia, para estirarla hacia la de Percy, y, entonces, todo pasó muy rápido.

De alguna manera, en el terror del momento, Dylan había perdido el equilibrio entre su mano y la boya, haciendo que esta se resbalara de entre sus dedos y saliera disparada hacia un lado, como una pelota rodando sobre el agua. Horrorizado, Dylan la contempló alejarse, junto con sus sueños y esperanzas, cual niño viendo a otro llevarse la última cajita feliz que quedaba. Bueno, al menos no se había hundido.

—Ay no, ay no, ay no —empezó a chillar Dylan con una voz más aguda de lo usual, pateando y aleteando patéticamente sobre el agua como un perrito aprendiendo a nadar. Percy tomó una rápida decisión entonces, agarró la muñeca de Dylan para jalarlo hacia él y rodeó su cintura con un brazo hasta que sus cuerpos colisionaron. Dylan reaccionó por ello al instante—: ¿Por qué me agarras de la cintura? ¡No soy una chica!

—¡Sé bien qué no lo eres! ¿Crees que estoy ciego? —espetó Percy, señor de lo paciente—. ¡Te estoy ayudando a enderezarte! ¿Puedes dejar de tener complejos por solo dos minutos?

—¡NO ME GUSTA! —protestó Dylan, avergonzado, y empujó sus pectorales con las dos manos.

Fue un error contraproducente, su arrebato violento le valió de otra zambullida hasta la coronilla. Entre un montón de manotazos, chapoteos y espuma, Percy logró nuevamente atrapar a Dylan entre sus brazos, sin embargo, apenas lo hizo, Dylan cometió el típico error de los no nadadores entrando en pánico: dejar caer todo su peso y hundir a la persona que los estaba ayudando. En el peor de los casos, podría haberlo ahogado. Afortunadamente era un nadador experimentado que aguantaba bien la respiración, además, cuando Dylan se dio cuenta de lo que hacía, dejó de empujarlo hacia abajo e inmediatamente, la cabeza de Percy emergió fuera del agua.

Ni siquiera se había recuperado de la tos cuando un desesperado Dylan volvió a lanzarse contra él, aferrándose con todo y uñas como un gatito aterrorizado. En menos de un segundo, tenía los brazos de Dylan rodeando su cuello con fuerza, dedos firmes sujetándose de sus mechones húmedos. Todo su tórax estaba pegado al de Percy a pesar de sus prejuicios anteriores, y, creando olas y olas de placer recorriendo su espalda, estaba el aliento de Dylan chocando contra su oreja, dejando sus sentidos embotados y desorientados como si estuviera aún sumergido en el agua.

—Por favor no me sueltes, por favor no me sueltes. Percy, por favor. Por favor. Por favor —Dylan suplicaba una y otra vez, con la voz rota por el miedo y el rostro escondido en el cuello de Percy, tan cerca que algunos de sus mechones castaños le hacían cosquillas en los labios.

Y olía bien, muy bien, como a uvas y pino.

Dylan debió encontrar agobiante el hecho de que sus piernas flotaran hacia arriba y a los lados, (haciendo que la parte superior de su cuerpo se fuera hundiendo por el peso), ya que, de un momento a otro (y sin reflexionarlo demasiado eso seguro), decidió conseguir soporte, rodeando con una de sus piernas las pantorrillas de Percy, y la otra, a uno de sus muslos, con fuerza y mucha resolución, cual calamar aferrándose a un perdido pececito para su cena.

Percy trató de no pensar demasiado en eso. Definitivamente no debía pensar en lo pegados que estaban sus cuerpos ahora, tan adheridos como imanes que podía sentirlo todo a través de la ropa húmeda de Dylan que, se había vuelto, desgraciada y maravillosamente, demasiado delgada para su juicio. Y él no tenía camiseta, nunca fue más consciente de ese detalle que en ese instante. Al igual que estaba siendo totalmente consciente de cada ondulación, forma, y curvatura del pecho de Dylan. Y que la parte inferior de su cuerpo estaba siendo peligrosamente rozada reiteradas veces. Y que de su cuerpo desprendía como un calor febril a pesar de que el agua de la alberca estaba casi helada.

—En serio, tengo miedo —musitó Dylan, y el alocado golpeteo de su corazón chocó contra sus costillas, al mismo ritmo que el suyo, pero por un motivo distinto—. Por favor, no hagas nada.

Percy zarandeó su cabeza levemente, tratando de concentrarse.

—No lo haré —susurró a centímetros de su oreja—, te prometí que no lo haría.

—Te prometo hacer lo que quieras si no me hundes —continuó Dylan—. Lo prometo.

—Todo está bien. No te preocupes.

Evitando ejercer movimientos bruscos, Percy se las arregló hasta flotar suavemente sobre su espalda, para que Dylan pudiera usarlo como una tabla salvavidas. Dejó que el agua los tomara amablemente como si les diera cobijo, y utilizó ambos brazos para mantenerlos en un punto estable. Al cabo de un rato, Percy tenía a Dylan prácticamente acostado encima de su cuerpo, con sus brazos aún rodeando su cuello, y sus pestañas haciendo cosquillas en algún punto de su mandíbula.

—¿Ves? —susurró Percy luego de un rato, rodeado de una extraña paz que le languidecía los músculos—. Te dije que podías confiar en mí.

—Pfff —bufó Dylan con un toque de burla, pero el temblor en su cuerpo disminuyó gradualmente, hasta que solo parecía tener frío y no un ataque epiléptico.

Percy se permitió entonces, disfrutar de la tranquilidad. Por primera vez en meses, quizás en su vida, a pesar de las circunstancias en que había acabado aquí y lo que pensara Dylan de él. Percy tenía ningún pensamiento intrusivo provocándole malestar. Incluso la culpa había sido silenciada en algún rincón de su mente, y solo era presa de la dicha y la pequeña chispa de felicidad que sentía al poder compartir su actividad favorita con... uno de sus amigos favoritos.

En algún punto, como un pequeño pajarito sacando la cabeza de su nido, Dylan levantó el rostro, para estudiar ansiosamente su alrededor, la profundidad del agua y la boya que pasaba nadando a su lado como si estuviera saludando, hasta que, su mirada se topó con la de Percy, quien lo había estado contemplando en silencio todo ese tiempo.

La luz se filtraba por los pequeños ventanales en forma de rectángulos que habían puesto a lo alto de las paredes, reflectaban el ondulante movimiento del agua, e iluminaron los ojos de Dylan como si fuera lo único con color en el mundo. Con toda perfección, podía observar todos los matices dorados, marrones y verdes en sus iris, un conjunto de colores que le recordaron a Percy al otoño. El otoño amable y fresco, no demasiado frío, pero lo suficiente para disfrutar de un delicioso chocolate caliente.

Entonces, sus ojos descendieron hasta sus labios, y allí se quedaron aunque una pequeñísima voz en su cabeza le decía que se estaba aprovechando de su indefensión. No obstante, la visión de su boca mojada y carnosa, no le permitieron pensar con claridad, no cuando tenían un aspecto tan jugoso, mejor que como se lo mostraban en sus sueños. Percy tragó saliva, el sonido haciendo un escándalo en el silencio entre ambos. Su pulso se agitaba, y había otra cosa también pulsando ahora mismo. Algo que tenía que controlar antes de salir del agua o... Iba a ser difícil de explicar.

—Voy a empezar a moverme —anunció, poniendo esfuerzo para alzar su mirada.

Dylan se sonrojó, y apartó la mirada por alguna razón.

—Estoy listo.

Antes de que pudiera arrepentirse, Percy se enderezó lo menos brusco posible, para poder utilizar mejor sus manos y piernas y nadar hacia la orilla. Podía haberlo hecho manteniendo la posición de espalda, pero, cómo decirlo, Percy no estaba seguro de poder soportar más roces en su parte inferior que, vale recordar, solo tenía unos ligeros shorts que al estar mojados, era como no tener nada y, podía sentirlo todo. Y él ya tenía sus sentidos sobreexplotados, no necesitaba más.

No debió pensar eso.

Las manos de Dylan estaban resbalosas, sus hombros estaban resbalosos, cuando Percy dio la primera brazada al frente, Dylan perdió el equilibrio y se fue hacia abajo. La cosa fue que, la camiseta de Dylan hizo lo que todas las camisetas hacían bajo el agua: flotar como los pétalos de una flor de loto. Así que cuando Percy lo sostuvo, su mano tocó totalmente la piel desnuda de su espalda, provocando como un mini jadeo a Dylan y algo parecido a un cortocircuito a Percy, como si acabara de tocar una anguila eléctrica. Solo que una anguila más sexy y de textura tan suave que solo le suscitaba a tocar más y más y más.

Al demonio, le rodeó la cintura con los brazos y quizás se aprovechó un poquito o quizás no, ¡no habían pruebas!, y nadó velozmente hacia la orilla.

—Ya llegamos

Con renuencia, Percy despegó sus rebeldes manos del cuerpo de Dylan, y dejó una de ellas contra el borde de la piscina, mientras la otra la dejó flotando en el agua.

Dylan tomó una gran bocanada de aliento, sus propias manos se soltaron rápidamente de su cuello, y se afianzó al borde con una, cerca de los dedos de él.

—Esa fue, una experiencia absolutamente horrible —soltó de sopetón, y lo miró con rencor—. No te mataré. Así que estamos a mano.

—¿A mano? —repitió divertido.

—Por lo de Chop —Dylan alzó su mentón—. No matarte salda la deuda.

—Oh —Percy apretó los labios para no reírse—. Bueno, muchas gracias por no matarme.

—De nada, Jackson.

—¿Jackson? ¿Ni siquiera usarás mi nombre ahora? —fingió un tono triste—. ¿Qué hay con percecito?

—No sé —Dylan jugó, con el familiar brillo malicioso regresando a sus ojos—. ¿Tú quieres que te llame Percecito?

—No sé —Percy perdió la batalla con sus labios, y dejó que se estiraran en una enorme sonrisa de bobo—, ¿tú quieres llamarme así?

Hubo una intensa pelea de miradas, la cual, Dylan perdió y soltó una pequeña carcajada que liberó gran parte de la tensión que había acumulado sobre sus hombros. Luego volvió a sostener sus ojos, pero ésta vez, con una repentina seriedad y nerviosismo, que poco a poco, empezaba a entender cuando aparecían. Percy no supo en qué momento se había movido, pero de repente se dio cuenta de que inconscientemente se había acercado tanto a Dylan, que ahora podía contemplar la forma de sus pestañas, en punta como los brazos de una estrella de mar, de los cuales pequeñísimas gotas colgaban como cristales multicolores reflectadas por el sol.

Sus labios habían recuperado su natural color rosado, y encima, se veían húmedos y resbaladizos... Seguramente se sentirían muy suaves. Seguramente tendrían un buen sabor como su aspecto jugoso lo prometía. Era tan hermoso con los rayos del sol espolvoreando su pelo en oro. Con su piel cremosa como el interior de una concha marina. Con sus ojos volviéndose oscuros hasta adoptar el tono de la madera.

Si tan solo pudiera... Si tan solo se acercara más, ¿qué ocurriría? Si dejaba que su pecho desnudo se apretara con el cuerpo de Dylan que apenas lo protegía una inútil capa de tela húmeda. ¿Qué pasaría? ¨Solo acerca tu cara, tus labios y bésame ya!¨

Percy se movió un milímetro, y Dylan se volteó, dándole la espalda.

De pronto, se encontró observando su desprotegida nuca. La respuesta fue tan obvia y sorpresiva, que por un rato, Percy se sintió como atontado, y ligeramente, desilusionado. Rápidamente negó con la cabeza, tratando de despejarse. Se dijo que todo estaba en su imaginación, no había rechazo puesto que no había pasado nada entre ellos. Ajá.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Percy cerca de su oído, lo cual no había sido intencional, ni se arrepentía de ello, porque sus ojos captaron algo interesante: El brazo de Dylan, del lado que Percy le había hablado, reaccionó con piel de gallina y bien podría ser por una corriente de aire o...

—No —contestó Dylan, y acto seguido, utilizó la fuerza de sus brazos para impulsarse hacia arriba.

Mierda. Su trasero casi pasó rozando su rostro, casi pudo besarlo. Mierda. Obviamente toda su ropa estaba mojada y obviamente toda la tela se veía translúcida. Mierda. Podía verle los pezones endurecidos a través de la camiseta. Mierda. Podía contemplar la bonita forma de sus omóplatos, la elegante curvatura de su espalda baja y su cintura hasta que se levantaba en un voluminoso trasero. ¡Mierda!

Se hundió otra vez bajo el agua, ignorando el grito y los ojos alarmados de Dylan.

Mierda mierda mierda mierda. Jodidamente sexy. Jodidamente perfecto. Percy golpeó su cabeza contra los azulejos varias veces: "Plop, plop, plop", y por supuesto, él la tenía tan parada como la torre de Pisa. ¡Mierda!

Casi un minuto después, salió del agua medianamente "frío". Tuvo que pensar en zombies cogiendo con testículos agusanados para calmarse. Luego tuvo que oír el regaño de Dylan por haberle dado otro susto, para que finalmente, se sentaran lado a lado en el banquillo frente a la piscina, con Dylan atrapado en una toalla como si fuera una manta, la cual Percy le había dado para secarse.

—Así que, tu terror al agua proviene de tus hermanos, ¿no? —preguntó Percy, después de un rato observando el movimiento de la luz sobre el agua, con las manos apoyadas a cada lado de su cuerpo.

La cámara y las oreos seguían en el mismo lugar, y Percy siempre tenía hambre después de nadar, sin embargo, tampoco tenía ganas de levantarse.

—Seh, al igual que el resto de mis traumas —contestó, chasqueando la lengua para quitarle importancia—. A ellos les encantaba agarrarme y sumergir mi cabeza bajo el agua, por mucho rato, hasta que fuera demasiado para soportar. Aunque hubo veces que me desmayé. Con el tiempo dejaron de hacerlo, supongo que se cansaron, pero... —se encogió de hombros— el miedo se quedó conmigo. Mala cosa.

—Lo siento.

—No te preocupes —Dylan le dio una sonrisa torcida— solo es uno más en mi larga lista de traumas.

Percy lo observó estirar los brazos hacia arriba, en silencio, taciturno, como si acabara de salir de una dura pelea mental, lo cual, era cierto. Dylan se dio cuenta de su estado, aunque jamás se hubiera imaginado que era el culpable de dicha situación.

—¿Qué te ocurre? Estás más pensativo de lo usual —se burló, a la vez que se ponía de pie y Percy lo imitaba—. No uses demasiado tu pequeño cerebro, eh. Podría averiarse irreversiblemente.

Lo siguiente que pasó, ni siquiera el propio Percy le halló explicación. Quizás un demonio lo poseyó. O quizá su cerebro realmente se había averiado luego de haber resistido tanto a los impulsos de su cuerpo. Lo que sea, su boca solo vomitó su sentencia de muerte:

—Descuida, no estoy pensando mucho —le dio una seductora sonrisa ladina—. Es difícil pensar después de tener tus piernas alrededor de mi cintura.

Los ojos de Dylan se abrieron desmesuradamente, su cara se puso tan roja, que parecía iba a gotear sangre de sus pómulos.

Antes de que pudiera disculparse, Dylan le plantó una bofetada en la mejilla, muy fuerte, haciendo su cabeza girar hacia un lado. Y como si realmente Percy hubiera perdido la razón: se rio.

—No me dolió.

No debió decir eso. Un puñetazo sorprendentemente fuerte, le golpeó la misma mejilla antes de que pudiera verlo venir, lo hizo trastabillar hacia atrás, hasta que sus rodillas chocaron contra el banco y lo hizo desparramarse en el suelo.

—Tú... cómo... hijo de... ¡No! ¡Ah! —Dylan soltó un conjunto de balbuceos, y luego de un grito atroz, salió corriendo hasta desaparecer por la puerta, dejando sus oreos y la cámara en el suelo.

Acostado sobre el piso, Percy miró con inusual calma el techo. Se preguntó por qué decía las cosas que decía. Probablemente, era una pregunta que jamás obtendría respuesta.

Esa misma tarde, una llamada fue realizada, y después de dos timbrazos, la persona al otro lado del teléfono contestó, con voz formal y servicial, como todos los que compartían su profesión debían sonar.

—Buenas tardes, habla con el Doctor Wells, ¿en qué le puedo ayudar?

—Hola, Asclepio.

Cayó un silencio en la línea, cargada de peso y de significado. Un bajo número de personas solamente conocía aquel nombre, y cuando era pronunciado, él debía obedecer las órdenes de quien lo decía. Excepto que en esta ocasión, la voz del emisor sonaba particularmente joven, no como la de los otros, graves y ásperos por fumar y beber. Incluso sonaba algo amigable, y los otros jamás sonaban así.

Así que supo que no eran sus dueños de siempre. Alguien había conseguido su número, lo peor, alguien sabía quién era realmente incluso en su lugar de trabajo.

—¿Qué quieres? —preguntó cortante, y tal vez fue su imaginación, pero cuando la voz respondió, le pareció que le acompañaba una sonrisa maliciosa.

—Eres el que hace los cristales amarillos, ¿no? Los que son tan perfectos como el oro —dio una pausa—. ¿Puedes cocinar también para mí? Prometo que no será mucho.

—Ya tengo mi propio jefe, muchacho —probó el doctor, y cuando él no lo corrigió, asumió que estaba en lo correcto—. Si me descubren, estoy muerto. Supongo que sabes cómo funciona este trabajo.

—¡Lo sé! —contestó con voz cantarina—. Por eso vine preparado.

Y entonces cortó. En su despacho, sentado detrás de su escritorio, mientras su colega el doctor Solace hablaba en el pasillo con una enfermera, el doctor Wells recibió la notificación de que había recibido una transacción en su cuenta bancaria. Su boca se abrió sorprendida, cuando vio el enorme monto.

—Es mucho dinero, ¿no? —dijo el muchacho un rato después, en una nueva llamada—. Una amiga me lo prestó, aunque antes no hubiera sido necesario —chasqueó la lengua—, como sea, todo eso es suyo. Si me ayudas con un par de kilos, claro. Si te niegas... Retiraré el dinero de tu cuenta nuevamente, y no volveré a llamarte jamás. ¡Oh!, y me disculparé por molestarte en tu hora de trabajo.

—¿No es una amenaza?

—Por supuesto que no, señor —contestó con firmeza—. Simplemente alguien me recomendó hablar contigo. Dijo que tú podrías ayudarme para empezar mi propio negocio. Por supuesto, todo esto sería totalmente secreto. Me gustaría su ayuda, pero si no es posible, bueno, da igual. Estaré un poco triste pero buscaré a otro que quiera mi dinero.

—¿Dijiste que alguien te recomendó? —preguntó, mientras tiraba miradas nerviosas hacia Apolo, que pasaba delante de su despacho saludando.

—Sí, un amigo tuyo —respondió la voz, y de nuevo, sintió que sonreía.

Un hombre ambicioso siempre cometerá el mismo error, e incluso arruinado, volverá a cometerlo.

—Dijiste unos pocos kilos, ¿no? Supongo que... si no es mucho...

—Se lo pasaré por mensaje. Disfrute el resto de la tarde , Doctor Wells.

Nico colocó el celular apagado sobre su vientre, y miró el techo del vehículo de Caronte en silencio. Estaba semi recostado en los asientos traseros, esperando a que Hazel vuelva con las hamburguesas del McDonalds donde se habían detenido camino a casa. Ojalá estuviera de camino a la casa de Will, pero le había dicho que tenía que ir al dentista, y supuestamente, él creía que ir juntos al dentista no era para nada romántico.

Suspiró con pesadez. Caronte en el asiento del conductor, lo miró algo preocupado por el espejo retrovisor. Nico le sonrió.

—Pon la música que quieras —le dijo—, estoy de muy buen humor.

¡Y se marchó, y a su boya lo llamó, libertaaaaad...! Fue lo que pensé cuando se fue la boya de las manos del Dyl. 

MI sis es genial, muchas gracias por el Gif. Dios  como fangirleé al verlo jaajaj el gif está en instagram

Bueno, espero que les haya gustado el capitulo. Una parte de mí se murió hoy al terminarlo. Espero que comenten mucho y eso. Me esforcé ok? Bueno. 

¿Parte favorita? o frase favorita? 

Gracias por leerme, ls tkm. Tengan Buenas noches. 

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