
EXTRA: Navidad en Soleil (2)
Si no has leído la primera parte de este extra ve atrás porque no entenderás nada. :P
Emma POV
Mi teléfono vibró en el bolsillo trasero del pantalón y como eran mis quince minutos de descanso decidí contestarle a Iván, el que se hacía llamar mi novio.
—¿A qué hora nos vemos hoy? —dije con una sonrisa en los labios.
—Hola, linda —contestó al otro lado de la línea—. ¿Cómo va la labor de empleada?
Iván tenía la capacidad de ponerme de mal humor de un segundo a otro.
—Soy voluntaria, lindo.
—Es lo mismo —se burló.
—No, no lo es. No me pagan por esto.
—Y por eso entiendo menos el porqué lo haces.
—Vete a la mierda. —Resoplé—. Mejor dime a qué hora me pasas a recoger para ir a la cena con tus padres.
Un silencio nada agradable se extendió por más de lo que me habría gustado.
—Iván —dije para que supiera que no podía tenerme esperando.
—Linda, lo siento, es que...
Olí lo que venía, aunque estuviéramos al teléfono y a kilómetros de distancia. Salí del área de descanso y me alejé por el pasillo en dirección al fondo del edificio, buscando un lugar donde tener una conversación en paz o el equivalente a un espacio en el que pudiera insultarlo a todo pulmón si fuera necesario.
—Suéltalo de una vez —mascullé— y ni se te ocurra fingir que la llamada se corta o iré hasta la puerta de tu casa.
Me conocía lo suficiente para saber que no mentía, aunque la verdad era que terminaría muy cansada para discutir, más para atravesar la ciudad hasta su casa.
—No... —Iván no era bueno dando explicaciones—. No creo que puedas venir a cenar con nosotros.
—¿Se puede saber la razón? —cuestioné a pesar de hacerme una idea.
—Sabes que a mamá no le agradas...
—A mí tampoco ella —corté—. ¿Qué con eso?
—Rompiste su jarrón de la dinastía Ming.
—No fue a propósito, choqué con él en lo que salía. —Rodé los ojos y caminé de un lado al otro del cuarto que precedía la salida trasera—. No sé por qué no perdona un resbalón. Si no me hubiese aguantado de esa mesa, habría caído al suelo. ¿Qué prefiere tu madre, un jarrón de la dinastía Ming o los dientes de su hermosa nuera en el piso de la entrada?
—Sabes que no fue un accidente —murmuró.
—Lo fue —mentí.
A los tres meses de salir juntos me llevó a su casa. La primera visita fue perfecta, la segunda una cena y la tercera una fiesta de amigos de sus padres en la piscina, algunos provenientes del sur que cayeron en una conversación religiosa y homófoba que no fui capaz de soportar.
Puede que los llamara fanáticos de mierda, estúpidos, reprimidos e infelices. Puede que me hirviera la sangre cuando mi suegra se disculpó, diciendo que yo había bebido de más y mandó a Iván a sacarme de la casa. Puede que en la salida yo chocara deliberadamente con su jarrón favorito.
Un montón de posibilidades porque, a fin de cuentas, yo estaba supuestamente borracha y al día siguiente, cuando volví para disculparme, tenía la excusa perfecta en la mano.
Nadie me creyó, pero podía escudarme hasta la eternidad en la borrachera y todos vieron el recordatorio de mis insultos en la falsa sonrisa que les dediqué. Sabían que no me arrepentía y que les quería gritar el doble. Sin embargo, ellos necesitaban mantener su papel como devotos de nivel, adinerados, creyentes en el perdón cuando había arrepentimiento o con suficientes personas ajenas a su congregación de testigos, lo que les forzaba a hacer uso de su hipocresía y fingir que el incidente era agua pasada.
—Bien —dije, tomando aire con fuerza—. No le agrado a tu madre y puede que tenga razones, tú tampoco le agradas a la mía y eso no significa que tengamos que pasar Navidad separados.
—Tú no le agradas a nadie de mi familia.
—No les he dado razones.
—Emma, le dijiste a mi padre que era un explotador por no dar libres los feriados a sus trabajadores en la fábrica.
—Lo es —dije sin arrepentimiento alguno y recostando la espalda a la pared.
—Les paga el doble —rebatió al otro lado de la línea.
—Sigue siendo explotación cuando dices que si se ausentan les rescindirá contrato.
—Es su trabajo —insistió— y es mi padre.
—Y eso demuestra cuánto te quiero —ironicé, pero Iván jamás captaría mi burla—. Por ti estoy dispuesta a sentarme a la misma mesa de un cerdo explotador sin decir una palabra que pueda insultarlo.
Pero si se ponía a hablar de negocios y trabajadores como si fueran fichas en un tablero de ajedrez, puede que decidiera patear su mesa de té favorita o pegarle un codazo a ese whisky que le había costado más de cien mil dólares y que jamás bebería a menos que la reina reviviera y fuera a visitarlo. Lo único que hacía con ella era mostrarla como parte del tour que daba a los invitados.
—No podré pasar a buscarte —dijo en voz baja, como si estuviera en un lugar donde no debiera alzar la voz.
—¡Bien! Cenaremos con mi familia y caso resuelto...
El silencio volvió a extenderse y odiaba los silencios, más en una llamada telefónica, las cuales también odiaba.
—¿Iván? Cenaremos con mi familia, ¿cierto?
—Emma... No creo que pueda, mamá invitó a la abuela.
Una onda de calor subió por mi cuerpo y explotó desde mi pecho.
—¡¿Me vas a dejar abandonada porque tu abuela, la racista, viene a Soleil?!
Mi voz había llegado hasta la sala de descanso de voluntarios. No me importó. Tenía fama de gritar y montar espectáculos cuando algo no me gustaba.
—Emma, lo siento.
—No, no lo sientes. Eres una persona con tu familia y otra fuera, prefiero mil veces a la que aparece cuando las víboras no están a tu alrededor, manipulándote.
—Es mi familia, Emma.
—Sabes que tengo razón y si...
—No hace falta que termines conmigo o amenaces con hacerlo —dijo con seriedad—. Esta vez lo haré por ti.
—¡¿Qué?!
—No podemos estar en mi casa, estar en la tuya es igual de desagradable para mí y siempre estamos discutiendo. No tiene caso.
—¿Esto es en serio? —cuestioné sin creer que estuviera dejándome en una estúpida llamada telefónica.
—Es lo mejor para...
—Estás terminando conmigo porque no le has dicho a tus padres que volvimos hace tres semanas y no tienes el valor para hacerlo —interrumpí—. Eres un degenerado y un cobarde.
Iván no dijo nada por un rato hasta que lo escuché suspirar.
—Lo siento, Emma, soy la peor persona del mundo, pero no puedo, menos ahora.
—¡¿Le mientes a ellos sobre nuestra separación y a mí con que ya les contaste de nuestra reconciliación?!
Esa vez grité con tantas ganas que vi un par de cabezas asomarse al otro lado del pasillo para saber quién peleaba.
—Me matarán si les digo —continuó con voz lastimera— y sé que soy la peor persona del mundo. En la próxima vida reencarnaré como una asquerosa cucaracha y tienes todo el derecho a odiarme...
Dejó de hablar cuando le di un puñetazo a la puerta de metal a mi derecha y se abrió con tanta fuerza que el estruendo contra la pared debió asustarlo.
—Emma, ¿estás...?
—¡Eres un cabrón y pienso patearte los huevos cuando te vea! —espeté al bajar la escalerilla de salida al callejón trasero y no permití ni que balbuceara más disculpas—. ¡No me hables una puta mierda del karma que en la próxima vida no nacerás siendo cucaracha porque en esta ya lo eres!
Apagué el teléfono y me quedé mirando a la pantalla con una foto nuestra en el fondo antes de que se volviera negra y mostrara mi reflejo.
—¡Me cago en tu puta madre, hijo de puta! —grité a todo pulmón y me arranqué la redecilla de la cabeza, la que me daban para trabajar en cocina.
—¿Emma?
Giré en dirección a la voz masculina que acababa de pronunciar mi nombre y el pelo me cayó sobre la cara por el brusco movimiento. El viento no ayudó a despejar mi visión y cuando me percaté de quién era, se reía de la tonta pelea que libraba contra mi cabello.
—¿Aksel? —dije con una sonrisa, aunque ya supiera que era él y no hubiese pasado mucho desde que nos viéramos en Halloween.
—¿A quién le gritabas así?
Miré al teléfono y caí en cuenta de que acababa de presenciar el acto final de mi obra de teatro. Me encogí de hombros.
—Mi novio... Bueno, mi ex, pero tranquilo, en unas semanas volvemos.
Mi sonrisa y el drástico cambio de humor debió sorprenderle porque se mostró confundido.
—¿Estás segura de que estás bien?
—Siempre pasa lo mismo, estoy acostumbrada. —Me acerqué hasta pararme frente a él—. Necesito que peleemos o me aburro.
Lo abracé por sorpresa y se demoró en contestar el gesto. Como siempre, olía a canela, suave tono madera que dejaba un matiz dulce al fondo.
—Sabía que estabas en el pueblo, pero solo había visto al cara de rana de tu hermano —dije al separarme y analizar cada centímetro de su rostro.
—He tratado de pasar tiempo con mamá —se excusó, frotando su nuca con la vista al suelo.
Lo señalé de arriba a abajo, a su ropa, el uniforme.
—¿Trabajando para ella? —bromeé.
—Hago lo que se puede, además, tú estás trabajando igual —se defendió, señalando de vuelta a mi uniforme.
—Voluntaria —aclaré.
—Por algo a cambio. —Me guiñó un ojo—. Ya escuché que dan créditos extra para la universidad.
Chasqueé la lengua y me dejé caer para sentarme en el escalón más alto de la escalerilla.
—Ganar créditos para que tu expediente luzca mejor es lo que hacen los aprovechados o los incapaces —aseguré—. No necesito nada de eso para entrar a la universidad que me venga en gana sin pagar un centavo.
Alzó una ceja y torció una sonrisa de labios cerrados que marcó uno de sus hoyuelos. Siempre que se ausentaba olvidaba lo hermoso que era y como le brillaban los ojos, verde oscuro, jade.
—La pequeña Emma salió igual de modesta que Nika. —Pidió espacio para sentarse a mi lado—. Sabía que ese año que pasaron aquí sin supervisión y con él de niñero traería consecuencias. Te has vuelto una copia femenina de mi hermano.
—Ya quisiera Nika por un día de su vida.
Lo hice reír y me di por satisfecha, siempre me gustó escuchar ese sonido si venía de él.
—¿No estás aquí por los créditos?
—Vengo porque me entretiene y hago algo bueno por quienes lo necesitan. —Suspiré con la vista fija en la pared opuesta del callejón—. Me agradan los niños y por alguna razón yo les agrado a ellos. Supongo que les divierte verme discutir con mi novio por teléfono.
—¿Haces eso frente a los niños?
Se mostró horrorizado.
—Por supuesto que no —me burlé—. Era sarcasmo. ¿Perdiste el detector o qué?
Se estiró en el lugar y volvió a masajear su nuca.
—Supongo que estoy agotado.
Tenía ojeras, pero por lo demás estaba igual de perfecto que la primera vez que lo vi con doce años en el recibidor de la mansión Bakker.
Buscó algo en su bolsillo y sacó una barra energética de avena y chocolate.
—¿Quieres?
Me ofreció una y me alejé para no respirar el aire en el que estuviera aquella arma mortal.
—Eso tiene doscientas cuarenta y seis calorías. ¿Quieres matarme?
Arrugó la nariz y revisó la envoltura hasta dar con lo que buscaba.
—¿Cómo sabías eso?
—Soy buena con cálculos calóricos y los productos en el mercado. Lo que tienes en la mano es el equivalente a una muerte lenta. Le ponen palabras bonitas al frente, pero es azúcar disfrazada de alimento saludable que te dejará con hambre y un montón de calorías por quemar.
Su ceño se mantuvo contraído.
—¿Desde cuándo haces dieta? ¿Quieres bajar de peso?
—Desde hace mucho y no lo hago para bajar de peso, sino para estar saludable.
Me dio una fugaz ojeada y supe lo que pensó, que estaba demasiado delgada. Sin embargo, Aksel jamás opinaría de un cuerpo ajeno. Era inteligente, debía imaginar los cientos de comentarios que recibía por mi aspecto.
"Tan linda, pero deberías comer más".
"Te verías mejor si subieras cinco kilos".
"Con un poquito de comida tendrías un cuerpo de escándalo".
"Si te llevo a vivir conmigo, sales irreconocible".
Todos se sentían con derecho a opinar, en especial los mayores, pero él era de las pocas personas que no.
Le dio una mordida a su barra energética y me miró.
—Con tu permiso, procederé a comer mi azúcar disfrazada.
—Haz lo que quiera, pero cada vez que comes una de esas pierdes un día de vida.
Paró de masticar y volvió a mirar el envoltorio.
—¿En serio?
El dato me lo había inventado, pero si con una mentira podía evitar que dejara aquellas cosas y consumiera comida real, la mantendría hasta el final.
—Puede que suene a poco, pero cuando sumas todas las que has comido en tu vida haces unos tres años, ¿o me equivoco?
Abrió demasiado los ojos porque era excelente en Matemática y no muy bueno en información nutricional.
—Prometo que esta será la última —declaró antes de terminarla con dos bocados—. Tiempo es lo que menos me sobra —añadió con la boca repleta.
Me entretuve en cómo se le marcaban los hoyuelos al masticar y vi algo más que las ojeras: la palidez, la preocupación. También tenía los labios secos y el cabello despeinado. Debía llevar un par de días sin lavarlo, estaba lacio y brillante, tan negro como el carbón y apuntando en distintas direcciones.
—Hablas del tiempo como si te fueras a morir mañana.
Ladeó la cabeza, alternando a un lado y otro para decir que era una posibilidad.
—Tengo muchas metas que cumplir y la vida es muy corta. —Dobló meticulosamente la envoltura de lo que acababa de comer y la guardó en su bolsillo—. No me puedo dar el lujo de perder días.
—¿Quieres ser presidente? Esos son los únicos que se preocupan para que el tiempo les alcance para tener cinco carreras universitarias, quince idiomas y llegar a presidencia antes de los setenta años.
—No creo que una licenciatura en Bellas Artes sirva para el currículum de presidente. —Sonreí e hizo lo mismo—. Es tiempo y es oro.
—El tiempo es un invento de los inútiles —le molesté—. Puede que no lo estés empleando de la manera correcta.
Bajó la vista y noté como hundía el pecho.
—Puede que tengas razón —murmuró.
Le pasaba algo. Puede que tuviera dieciséis años; casi diecisiete, porque faltaban dos semanas para el cuatro de enero y mi cumpleaños, pero no era tonta; menos si se trataba a Aksel. Siempre lo observé con detenimiento, incluso después de entender que había sido muy inocente al creer que me casaría con él y tendríamos hijos. Recordarlo me hacía sentir ridícula.
Era consciente que Aksel no me miraría siendo menor de edad, ni eso, no se fijaría en mí jamás. Puede que no me viera como a una hermana pequeña, pero sí como una amiga y él no era del tipo que se fijaba en una, o eso creía porque una vez escuché que había tenido algo con Sophie.
Lo conocía porque jamás había dejado de observarlo cuando regresaba a Soleil a visitar a su madre o a pasar las vacaciones. Puede que eternamente Aksel fuera una obra a la que admirar, era inevitable.
—¿Qué tanto quieres hacer que no te alcanza el tiempo? —pregunté.
—Demasiado.
—¿Por eso tienes cara de que el mundo se va a acabar?
—Tengo sueño.
—Dije cara, no ojeras. —Pellizqué su mejilla con suavidad—. Sé que estás agotado, se nota.
Apoyó el codo en su rodilla y descansó la frente en su mano para girar a verme.
—Eres peor que Nika para saber si me pasa algo, mucho peor porque él pregunta menos.
—Y tú no eres bueno guardando secretos. —Analicé su rostro—. Llevas los problemas marcados en la cara con tinta permanente.
No dijo nada y guardé el mismo silencio. Los dos sentados en aquel solitario callejón, en un escalón sucio que arruinaría nuestros pantalones y mirándonos fijamente.
—Me voy a mudar a Elksan —dijo de la nada.
—¿La ciudad al oeste de Prakt? —Tenía amigos allá y quedaba más lejos de Soleil, unas diez horas para llegar—. ¿Por qué?
Exhaló con fuerza.
—Me dieron una beca a partir del próximo semestre y el último año de la carrera. Además, me ofrecieron una maestría de dos años cuando me gradúe. ¿Sabes lo difícil que es eso?
—No, pero lo imagino.
—No puedes acceder a una maestría a menos que lo pagues cuando eres recién graduado. Me ahorraría mucho tiempo y si me va bien podría hacer a otra por dos años más y podría dar clases en cualquier universidad del continente, al menos empezar como asistente de un profesor con más experiencia. Podría enseñar con veintisiete años, veintiocho. Nadie con menos de treinta es tomado en cuenta porque no tiene suficiente preparación.
Lo que le sucedía era el equivalente a ser presidente en el pequeño universo de Aksel.
Valoré sus palabras con sumo cuidado, aunque no tuviera ni idea de por qué seguirías estudiando una vez terminaras la universidad. Yo quería empezar a pintar lo antes posible, si pudiera saltarme la carrera lo haría porque ser artista era más entretenido que dar clases, pero Aksel no pensaba igual.
—Entiendo, pero ¿por qué me dices todo esto como si intentaras justificar que vas a aceptar la oferta? Se supone que es algo bueno.
Esa vez masajeó sus hombros con ambas manos.
—¿Cómo lo sabes?
—¿El qué?
—Que quiero justificar mi decisión.
—Lo sé y punto. —No iba a decirle lo tanto que conocía sus expresiones, tampoco que por el desespero en su voz era muy evidente—. Lo que no entiendo es el porqué.
—Si lo hago y sale bien, no podré volver a Soleil en cinco años.
Mi boca se abrió involuntariamente y la cerré para mantenerme impasible. Significaba cinco años sin verlo y la idea no me gustaba. Teníamos contacto varias veces al año, en especial en las festividades o las vacaciones entre un curso y otro. Siempre conversábamos, a solas, con mis amigos o los suyos. No era nada, pero era agradable, algo.
—No tendré tiempo libre, vacaciones, nada. Lo pasaré encerrado en la universidad o en casa con Abigail.
—¿Ella se irá contigo?
Conocía muy bien a su novia, la había buscado en Menteurgram varias veces para saber lo que hacía y cómo era.
—También ganó una beca y será mejor juntos porque queremos casarnos al terminar la carrera y tener hijos...
—Me estás diciendo que no tendrás tiempo para nada, ni para venir a visitar a tu madre, y ¿planeas tener hijos?
—Fabricaré el tiempo para que todo salga según lo que he planeado.
Lo cuadrado de su itinerario de vida me dejó en shock. Siempre fue estudioso y metódico, pero en algún momento del camino, mientras estaba lejos, se convirtió en alguien inflexible, algo que no había notado.
—No hay manera en la que puedas seguir tu vida como si fuera una lista de la compra e ir pasillo a pasillo hasta llenar la cesta —dije—. ¿Por qué tanto desespero?
—Es lo que quiero hacer, es el plan, es lo que sucederá.
—¿Y si no pasa?
—Pasará.
No valía la pena intentar que razonara y de igual forma quería involucrarme para evitarlo. Imaginar que se casaba con la tal Abigail, con hijos y siendo un hombre de familia me ponía de mal humor, no podría verlo con los mismos ojos. Si por mí fuera, tendría a Aksel soltero por la eternidad o hasta que yo tuviera unos treinta años y él treinta y siete para que no se notara la diferencia de edad.
Sí, en secreto, soñaba con ese momento, con la minúscula posibilidad.
—Si tan decidido tienes lo que harás —dije—, ¿por qué tanto estrés?
—Tengo que decirle a mamá y a Nika. No quiero alejarme de mi familia o aislarme, pero no se puede tener todo lo que quieres.
No estaba de acuerdo con lo último, pero no venía al caso debatirlo.
—¿Nadie lo sabe?
—Solo Abigail y tú. —Se me revolvió el estómago por no ser la única al tanto, aunque fuera una tontería—. No sé cómo logras sacarme información con tanta facilidad.
Sonreí y limpié falso polvo de mi hombro para mostrar mi superioridad.
—Habilidades secretas, querido Aksel.
Rodó los ojos y supe que habría dicho lo que me parecía a Nika de no ser porque una de las señoras que organizaba la cena de Navidad del orfanato se asomó al callejón y le dijo a Aksel que habían descargado todas las flores.
—Tengo que irme —dijo al ponerse de pie—. Me queda una entrega e incluye a tu hermana.
—Está insoportable con esa cena. —Bufé—. Lleva días dando la lata con lo mismo.
—Está emocionada, déjala en paz.
—Se le ha pegado lo insoportable de mamá cuando es Navidad.
Se acercó y me tomó de la barbilla para dejar un beso en mi frente. Se me aceleró el corazón al sentir la calidez de sus labios sobre mi piel.
—La pasaremos bien, deja de protestar —me regañó porque por un beso así haría voto de silencio por una semana.
—Supongo —concordé sin apartar la vista de su retirada, caminado de espaldas para no dejar de verme—. Pelear con mi novio valió la pena.
—¿Por?
—Así podré pasar la Navidad contigo.
Me guiñó un ojo antes de darse la vuelta, pero supe que no se percató de mi sutil coqueteo. Aksel era pésimo captando indirectas.
Observé como se alejaba. Hasta con el horrendo uniforme de la floristería se veía bien de espalda: hombros anchos y caderas estrechas, un trasero envidiable que me hizo imaginar cómo se vería sin ellos. Jamás lo sabría.
Miré el teléfono apagado y agradecí no tener que pasar Navidad en casa de los déspotas de mis suegros. Puede que aquella fuera mi última cena navideña con Aksel a la mesa.
~❁ ✦ ❁~
Mia POV
La mansión Bakker volvía a estar abandonada, pero esa vez no deteriorándose.
Mi suegra se había mudado al segundo piso de su local, encima de la floristería, y la edificación quedó en silencio, uno ocupado por los especialistas en restauración que iban, poco a poco, reparándola.
Costaba una fortuna y la señora Bakker podía permitirse una pequeña brigada que trabajaba a intervalos de tiempo. Puede que pasara varios años arreglándola, pero valdría la pena, recobraría su antiguo esplendor, el que jamás conocí porque estaba en decadencia desde mucho antes de mi nacimiento.
El exterior fue tratado para prevenir toda humedad que siguiera dañado el interior e iban de la azotea hacia abajo con extremo cuidado. La que una vez fuera la habitación de Nika, mi preferida, se encontraba hermosa y lista para que la fotografiaran e incluyeran en un catálogo de joyas arquitectónicas del continente. Lo sugeriría a uno de mis profesores que estaba en medio de una investigación para la publicación de su primer libro sobre arquitectura del siglo anterior.
El tercer piso estaba a medias, el segundo y la planta baja no habían cambiado mucho desde mi partida a la universidad.
No me molestaba mientras estuviera limpio y me encargué de que luciera impecable, con las paredes descorchadas y algún que otro empapelado húmedo que no habían quitado por miedo a que la pared quedara en el ladrillo.
Decoré con ayuda de Sophie y Dax. El comedor estaba perfecto, con adornos colgantes sobre el marco de la puerta doble, luces pequeñas por las paredes que dotaban la estancia de un tono cálido. La mesa preparada para los dieciocho comensales con la hermosa vajilla que mi suegra conservaba.
Usé altos candelabros con todas sus velas a lo largo de la mesa para comer bajo una luz más íntima y navideña. Los arreglos florales que Aksel trajo, con rosas blancas y rojas, decoradas con ramilletes de hojas verdes como detalle, hacían que el comedor se viera perfecto.
Olía espectacular y sería una noche para recordar. No podía parar de sonreír porque era la primera Navidad que decidía organizar como un evento de importancia. En momentos así recordaba lo tanto que me burlaba de mamá y su obsesión con esa celebración en específico. Me había convertido en lo que juré destruir y lo amaba.
Faltaba una hora para que llegaran los invitados, pero yo estaba lista y era la única en la mansión para ultimar detalles. Tocaron la puerta y resultó extraño porque había dejado a mi familia en casa. Me sorprendió encontrar a Nika al atender.
Todas las palabras que conocía desaparecieron de mi cabeza. Nunca lo había visto usando un esmoquin y era negro al completo, incluso la camisa debajo. Le quedaba demasiado bien con el cabello suelto que rozaba la barbilla y el nuevo corte que se acomodaba a los lados de su rostro. Quedé embobada, como siempre, y él me observó de la misma manera.
—¿Y el vestido rojo? —preguntó.
—No llegaría tan lejos ni por Navidad. —Di una vuelta sobre mis altos zapatos de fino tacón en tonos dorados para que viera a detalle mi vestido de seda verde oscuro—. ¿Te gusta?
Soltó todo el aire contenido en sus pulmones y supe que se controló para no decir que quería arrancármelo.
—Hermosa como todo de ti, pulgarcita.
Se acercó y me dio un beso fugaz para no arruinar mi labial, aunque a esa altura me daba igual porque lo había extrañado con solo dos días sin verlo.
—Me encanta como quedó tu pelo —dijo, dándome una ojeada y acomodándolo—. Me alegra que no lo cortaras tú.
Lo notaba todo.
—¿Cómo sabes que no fui yo?
—Porque quedó bien.
Le saqué la lengua.
Mamá me había hecho un corte en capas más cortas al frente, manteniendo el largo hasta la cintura. Por suerte, mi fiebre del flequillo corto pasó, en especial los terribles meses en que tuve que dejarlo crecer, y me quedaba mejor ir peinada al medio con el cabello en suaves ondas. Al menos yo me veía mejor cuando me miraba al espejo y no encontraba rastro de la chica de diecisiete años que se destrozó el pelo a media madrugada por los nervios.
—Estás hermosa —repitió y volvió a besarme.
—Tú también. —Sonreí—. Espero que el esmoquin no sea rentado porque quiero verte con él de nuevo.
—Tendré que comprar uno —se burló—. Son demasiado caros.
—Te lo compraré con mi primer sueldo decente cuando me gradúe, lo prometo.
—¿Por qué no ahora? —se quejó—. Trabajas, deberías ahorrar y comprármelo.
Alcé una ceja y lo miré con mala cara.
—¿Esperas un esmoquin con un sueldo de mesera? ¿Después de eso qué haremos? ¿Morir de hambre?
—Comernos el esmoquin —propuso con sorna.
—Mientras no lo cocines tú, como lo que sea.
—Maldita...
Me tomó de la cintura y chillé. Me besó sin importar el labial o el maquillaje. Pasé los brazos por encima de sus hombros y disfruté el sabor a cereza que su boca, su perfume con tonos cítricos. Sonreí al separarnos y fue cuando me percaté de que todo aquel tiempo había mantenido una mano detrás de la espalda, ocultando algo.
—¿Regalo? —dije, emocionada—. Me trajiste un regalo.
Mordió su labio y asintió. Salté en el lugar hasta calmarme y extender la mano para que me lo diera. Sin embargo, se negó y, bajo protesta, me llevó al porche lateral. Había velas en las barandas de piedra, en el suelo y subiendo por la escalerilla, dos en cada escalón.
Tomó mis manos entre la suya, porque la otra estaba a su espalda, y estuvimos frente a frente, en el mismo sitio donde casi nos besamos por primera vez años atrás, en el cumpleaños de Aksel.
—Tengo algo para ti —dijo y supe que estaba nervioso—. Un regalo y una propuesta.
—¿Un condón fluorescente y sexo en la cocina mientras todos cenan?
Me pegó en la frente con dos dedos.
—Era broma —protesté e iba a insultarlo cuando puso una pequeña caja cuadrada a la altura de mis ojos, expuesta en su palma.
Era de terciopelo rojo y bordes dorados, del tipo en que guardaban joyas, anillos... Me atraganté con mi propia saliva. Tomó mi mano y dejó la pequeña caja en ella.
—Feliz Navidad —dijo al besar mi mejilla.
Sentía la cara hirviendo. Se suponía que abriera la caja, nunca había demorado más de diez segundo en abrir un regalo una vez me lo daban. Los minutos pasaban y no podía apartar la vista de la cajita.
—No muerde —dijo—, lo prometo.
Se me escapó una risa nerviosa y supuse que el tiempo se me acababa. No quería que supiera que me habían entrado ganas de salir corriendo, aunque podía ser que lo imaginara y por eso me había traído al exterior de la casa, para que tuviera menos obstáculos.
Tragué en seco y la abrí. El interior quedó expuesto al instante y quedé sin palabras una vez más.
Sobre la almohadilla de terciopelo blanco había un collar finísimo, tanto que parecía un hilo dorado, tan delicado que enroscado apenas ocupaba espacio, rodeando un diminuto cuadrado verde jade: el colgante.
Miré de él a la prenda varias veces sin poder articular.
—Es hermoso —murmuré.
Ver que no era un anillo era un gran alivio, pero al tener algo tan hermoso entre mis manos el miedo había sido reemplazado por la conmoción.
—¿Es para mí?
Torció los labios porque era su gesto preferido antes mis tontas preguntas cuando estaba nerviosa o no sabía cómo reaccionar.
Pasé el índice por el colgante, una piedra que combinaba con mi vestido, bordeada por un fino cintillo de oro a juego con la cadena. No medía más de cinco milímetros, era exquisito, simple y de mi estilo, que odiaba las joyas, aunque si tuviera que escoger me pondría algo así. Nunca se lo había dicho, tampoco tenía un collar parecido, pero él sabía, me conocía mejor que mi madre o estaba muy cerca.
—¿Reconoces la piedra?
—¿Qué?
—La piedra.
Verde, brillante. La había visto alguna vez, no tan pulida y perfecta, más grande. Era la que recogí en nuestro primer paseo al río, la que se cayó al suelo de mi auto cuando me quité el pantalón empapado por correr bajo la lluvia y la que encontré aquella tarde en que conocí de la existencia de su padre, cuando sucedió todo lo que marcaría un antes y un después en nuestras vidas. La misma piedra que creí perdida un año atrás.
—La encontré en el fondo de tu armario —explicó—. Pensé que no te molestaría si le daba uso y así no volverás a perderla.
Me escocieron los ojos cuando la alzó, se paró a mi espalda y despejó mi cabello a un lado para ponerme la fina cadena. No sentía que la llevaba puesta, era ligera, corta, hermosa y jugaba a la perfección con mi atuendo de la noche.
Dejó un beso en mi cuello y el vello de la nuca se me puso de punta.
—Feliz Navidad —repitió al abrazarme por la espalda.
Lo amaba más de lo que alguna vez creí posible.
—Te amo —murmuré y sentí su sonrisa sobre mi oreja.
—Te amo mil veces más y falta algo que venía con el regalo.
Cerré los ojos y no me preocupó la brisa de la noche, entre sus brazos jamás pasaba frío.
—Te escucho.
—Lo que llevas en el cuello viene con una propuesta —explicó— y como ya lo aceptaste, también tendrás que estar de acuerdo con lo demás.
—Tramposo.
—Estrategia —puntualizó—, se llama estrategia.
—Como quieras llamarle, tramposo. Dime que es.
Me abrazó con más fuerza y habló en voz baja:
—Cuando termines este curso, mudémonos juntos.
—Ya vivimos juntos —dije sin entender.
—Juntos a un apartamento propio donde no compartamos baño con Hana y me pongas a recoger sus desastres.
Nika y Hana, mi mejora amiga de la universidad, se adoraban, pero convivir con ella era un infierno que solo yo podía soportar.
—No tenemos cómo pagarlo.
Había hecho los cálculos varias veces y no era posible.
—Conseguí un trabajo nuevo, en las noches, en un bar de lujo.
Me deshice de su abrazo y lo miré a la cara.
—¿De verdad?
—Me pagarán bien, tocaré en un pequeño conjunto, música ambiental, nada exigente, y las propinas son buenas.
—¿Es en serio?
Esa vez estuve a punto de llorar de felicidad.
—Muy en serio —confirmó con una sonrisa.
Chillé y me lancé a su cuello para abrazarlo.
—Me alegro tanto, idiota.
Había pasado meses buscando algo donde pudiera hacer lo que le gustaba, tocar piano, y nadie lo aceptaba por muy bueno que fuera, era solo un estudiante de segundo curso en el conservatorio. Era un logro digno de festejo.
—¿Ese abrazo es un sí? —preguntó.
Tomé su rostro entre mis manos.
—Podremos pagar algo decente —dije, convencida—. Es un sí rotundo.
Lo besé de nuevo y terminamos riendo.
—Es el primer paso —dijo, descansando su frente sobre la mía—. El primer paso a una vida de adultos independientes.
—Lo es... pero hay algo más.
Frunció el ceño.
—Si nos mudamos tendremos que hacer un contrato alquiler de dos años como máximo.
—¿Por?
Seguía confundido y era divertido.
—Yo también tengo un regalo —murmuré.
Lo dejé con la pregunta en la boca y entré en busca de mi bolso, donde guardaba el sobre que pensaba darle al final de la noche, pero aquel era el momento.
Regresé al porche y se lo entregué. Lo abrió despacio y se quedó mirando la primera hoja.
—Es un programa para talentos. Solo había que pagar la inscripción para tener derecho a hacer la audición, el resto es gratuito si impresionas a los jueces y lo es evidente que lo harás. —No despegaba los ojos de la aplicación que llené por él para una beca en el conservatorio más prestigioso del continente, al que soñaba con ir—. Es un posgrado de un año en Indaba. Cuando te acepten como alumno estrella después de tu graduación en dos años, tendremos que mudarnos al sur.
Fue su turno de soltar una risa nerviosa, de mirarme sin creer lo que veía y abrazarme hasta que mis pies dejaron el suelo.
—Feliz Navidad, idiota —dije con cariño—. Te amo.
Y no contestó porque no hacía falta volver a decirlo, porque cada día lo demostrábamos. Navidad o Año Nuevo, su cumpleaños, el mío, siempre... Cada momento a su lado era especial y deseaba más que nada que fuera así por el resto de nuestros días, sería el mejor regalo que el universo podría darnos.
~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~
Feliz Navidad, mis champiñones del demonio!!!
Espero que la pasen bonito a la manera que escojan, como quieran.
Espero que, aunque su año fuera malo o bueno, porque siempre hay altos y bajo, a veces muchos bajos, sepan mirar lo sucedido y ver que es parte del pasado, que puedan aprender de lo vivido.
Espero que estén bien, que se levanten con fuerza para seguir adelante y si no es así sepan que en algún momento podrán hacerlo.
No voy a mandar flores y corazones porque en el mundo real eso no existe, por eso corremos a los libros, para escapar de lo que sucede. Les mando mi amor, ese lo tienen siempre por lo feliz que me hacen.
Gracias por darme un año hermoso y espero que en 2023 pueda retribuirles con buenas noticias, libros nuevos, continuaciones que están esperando y muchos extras que salgan en fecha... Sigo sin creer que subiera este a tiempo jsjsjs
Las amo. Nunca lo olviden.
¿Chismeamos más tarde por Instagram? Puedo contar spoilers pequeñitos porque estos extras son para llenar el vacío entre em final de NTEDM y el libro de Aksel y Emma, también el de Mia y Nika en el futuro. ;)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro