
45_Pregúntame
Capítulo 45
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Nikolai aferró mi hombro con fuerza, provocando que se me dificultara respirar. Dijo algo que no escuché, solo podía ver a Mia, con los ojos hinchados y expresión desconcertada.
—Te dije que no me buscaras —murmuré, aterrado.
—Parece que tu novia no es tan inteligente como creías.
—Ella se va —supliqué.
—Yo no...
—Claro que mi nuera no se va —interrumpió como si fuera una falta de hospitalidad.
—Dijiste que...
—Dije que te daba la oportunidad de alejarla —aclaró antes de sacar la pistola para demostrar quién estaba a cargo—. Si no cayó en el teatro de ruptura y sus pies la trajeron aquí, se queda con nosotros.
Sonrió.
>>Al final es parte de la familia, ¿o no?
Nos miró, alternativamente, y supe lo que pensaba: a cuál de los dos amenazar. Terminó por apuntar a mi sien, logrando que Amaia diera un paso hacia nosotros para protegerme. Le advertí con la mirada que no lo hiciera, era lo que él buscaba.
—Es hora de entrar a casa, ¿no te parece? —Tembló ante su voz—. Hora de una bonita cena familiar.
Se hizo a un lado para dejarla pasar y no pudo.
—Atardece, niña —advirtió.
Cerré los ojos para no verla cruzar el umbral de la muerte. Mi padre cerró la puerta, asegurándose de mantenernos encerrados como hasta el momento.
—Camina —ordenó a Mia que apenas podía moverse del miedo—. Al comedor.
Todo estaba perdido. No podría salvar a nadie, ni tan siquiera a ella. Él había ganado y, en el fondo, siempre supe que ganaría.
En lo que nos sentábamos a la mesa, hablaba y seguía regodeándose, yo solo podía sentirme más pequeño e incapaz. Alzar la vista no era una opción y los insultos a mi madre y hermano me llenaba de rabia, una que el miedo no me dejaba exteriorizar.
Mi visión se nublaba a momentos y me sentía débil. No sabía si podría resistir, controlar mi respiración y el agitado ritmo de mi corazón. Iba a derrumbarme en cualquier momento.
La mención de mi nombre completo hizo que despertara del transe.
—Es mejor escuchar la versión real de tu boca y no seguir escuchando las mentiras —dijo mi padre y supe que se refería a Emma.
Al fondo de mi cabeza había seguido la conversación.
—Por favor, Ni...
—¡Cállate! —espetó cuando mi madre quiso intervenir—. No quiero escucharte lloriquear, Anette. Créeme que no es algo que extrañara en el último año.
Deseé matarlo por gritarle.
>>Estamos esperando por tu historia —insistió—. ¿Necesitas ayuda?
Alcé la vista y tuvo que leer el odio en mis ojos porque levantó el arma para apuntarla a la cara de Mia.
—Mamá había salido con Aksel —murmuré, cediendo y con la piel de gallina ante el terror de Amaia, que la obligó a cerrar los ojos—. Tenía fiebre, necesitaba llevarlo a un hospital.
—Así me gusta —comentó, complacido.
—Dijo que cuidara de Emma y puse el seguro de la escalera para volver a mi habitación y dejarla jugando en el pasillo en lo que escuchaba música.
—Como siempre hacías —agregó—. ¡Mi hijo habría sido un pródigo músico, nuera! —Miró a mamá de reojo—. En eso salió a ella, ambos lo heredaron. Un refinado arte para crear y destruir lo que desearan, pero hacerlo con exquisitez.
Me miró.
>>Continúa.
—Él no solía venir seguido —añadí, obedeciendo—. Había pasado menos de dos días. No debía llegar a casa, pero lo hizo cuando yo estaba en mi habitación y Emma jugaba en el pasillo.
—Verás, pequeña Amaia —intervino, bajando el arma. Mis hombros se relajaron levemente—. Cuando perdí mi trabajo y mi mujer quiso que dejáramos la casa, supe que no era lo que debía hacer.
>>Tomé nuestros ahorros y pagué la deuda. Nadie me iba a quitar la casa, no después de lo que me costó conseguir el préstamo.
—Nos quedamos sin nada por tu culpa. —Las palabras se escapaban de mis labios—. Podíamos haber dejado Prakt con ese dinero.
—¿Con mi dinero a llorar migajas a un pueblo aburrido como este? ¿A ser perdedores?
—Lo fuimos de igual manera con una casa propia y sin un centavo para comer.
—Habrías trabajado en vez de llorar y escuchar música —reprochó.
—Tenía doce años y lo hice —replicó—, mamá también.
—Caridad era lo que recibían, no dinero.
—Algo es mejor que nada y era trabajo honesto. No estábamos como tú, llorando un empleo que no te devolverían y emborrachándote para llegar a pegarle a mamá cuando no te veíamos.
—¡Como tratara a tu madre no es problema tuyo! —gritó.
—Te salvaste por muchos años en los que calló con tal de protegernos —recriminé—. Lo único que hacías era culparnos por algo que no era nuestra culpa.
Alzó el arma y volvió a dirigirla a la cara de Amaia. Me encogí en el asiento.
—Sabemos en qué terminó esta discusión la vez pasada, Nikolai —siseó—. Tenemos visita y no quieres salir volando por la ventana una segunda vez. Dudo mucho que puedas volver a cubrir las marcas con tatuajes.
Tragué con dificultad cuando dirigió su vista a Mia.
—Una interrupción —explicó en tono ceremonial—. Lo malcriamos demasiado y cuando quise imponer orden solo pude hacerlo con medidas extremas.
Mamá tembló, intentando contener sus sollozos.
>>Verás, querida nuera —continuó—. Yo solía irme de casa por días, pero esa vez se me acabó el dinero antes de lo previsto.
>>Subí a mi habitación para buscar lo que Anette escondía para emergencia. Pensé que estaría de suerte, que no habría nadie y una vez llegué al segundo piso, entendí que tenía tan mala suerte como calidad el alcohol que me vendían en los barrios bajos de la ciudad.
>>Encontré a la mocosa rodeada de juguetes y con verme empezó a llorar. —Frotó su cara repetidas veces—. Odio a los niños llorando. Pasé años aguantando los de estos dos para soportar un tercero, ¿sabes?
>>Chillaba sin control y cuando le gritaba que se callara lo único que hacía era llorar con más fuerzas. —Me miró—. Entonces el señorito apareció.
—Debiste dejarme cargarla y alejarla de ti —murmuré, recordando cada segundo.
—¿Y permitir que saliera tan insubordinada como tú o tan perra como tu madre?
—Estaría viva si me hubieses dejado cargarla.
—Estaría viva si tú le hubieses prestado atención.
La debilidad regresó a mi cuerpo y tuve ganas de encogerme para soportar el dolor en el pecho.
—No es cierto. —Tensé la mandíbula y las lágrimas corrieron por mis mejillas—. Yo no la maté.
—Lo hiciste y lo sabes.
—Fuiste tú quien dejó abierta la puerta de seguridad de la escalera —balbuceé—. Tú la golpeaste e hiciste caer.
—No habría tenido que golpearla si ella no llorara y necesitara disciplina. La muerte de tu hermana es tu culpa, Nikolai.
Mamá empezó a llorar y mis manos temblaban tanto que sonaban contra la mesa.
—No es su culpa —soltó Mia, llamando mi atención—. ¡No es culpa de nadie más que de usted!
Nikolai la miró sin creer lo que escuchaba, acababa de gritarle.
—Tienes más valor del que aparentas o eres más estúpida que el resto de las mujeres.
—Puede decir lo que quiera, torturarles e intimidarles como obviamente lo ha hecho por años, pero sé lo que está haciendo. —Asustada era capaz de erguirse en su lugar y no apartar la mirada—. Su tormento no desaparecerá por lanzárselo a ellos, su culpa es únicamente suya.
La cabeza de mi padre se movió con un tic nervioso y su rostro lo acompañó.
—Eres muy estúpida —murmuró, haciendo que temiera por su reacción ante la posición de Mia al defendernos—. Quizás eso fue lo que le llamó la atención a Nikolai. No me sorprende.
Se puso de pie y mi instinto hizo que bajara la cabeza.
De nuevo, el miedo me nubló en lo que seguía hablando. Su voz y la de Mia aparecía alternativamente, se distorsionaba. Me estremecí cuando Nikolai caminó a nuestro alrededor y tomó el busto de mármol que descansaba encima de la mesa.
No detenía el monólogo sobre nuestra huida y la paliza que le diera a mi madre el día antes, la que nos llevó al borde del abismo, a escapar.
Caminó por detrás de mí y se detuvo entre mamá y yo. No me atreví a levantar la cabeza cuando dejó de hablar.
—Bienvenida a la familia Holten, pequeña Amaia —proclamó, teatralmente, antes de que el busto apareciera en mi campo de visión y golpeara a mi madre en la cabeza; haciendo que su cuerpo cayera al suelo.
Mi reacción fue automática al ver la sangre inundar el suelo. Lo golpeé en la cara con el codo, aprovechando la distracción.
—¡Corran! —grité en lo que forcejeábamos hasta que el busto cayó al suelo.
Mia obedeció, pero Aksel arrastró a mamá, alejándola de nosotros. Mi padre logró patearme la rodilla y hacerme caer antes de apuntar a mi madre y disparar tres veces. Apenas había recuperado el equilibrio y mi hermano no dejaba de moverla. No acertó.
Aksel se abalanzó hacia él en lo que yo intentaba ponerme de pie. Fue la oportunidad en que el disparo tocó el blanco, atravesando la pierna de Aksel y haciendo que chillara de dolor antes de caer de rodillas.
Nikolai lo golpeó con la culata y terminó por caer al suelo. Me apuntó a la cara cuando intenté llegar hasta él.
—Esto no se acaba —murmuró—. La voy a encontrar y los voy a matar delante de tus ojos. —Caminó, alejándose hacia el recibidor—. Haz lo que quieras, pero de aquí no escapan.
—Corre y escóndete, Mia —bramé cuando me dio la espalda y fue en su búsqueda—. ¡Corre!
Me abalancé sobre Aksel, intentando que recobrara el conocimiento. Se quejó, pero no teníamos tiempo que perder.
—Necesito que te encierres con mamá en la habitación que estaba clausurada cuando llegamos —expliqué, forzando a que se acomodará para evaluar su herida.
Era a medio muslo y lo había atravesado. Rasgué el bajo de mi camisa e hice un torniquete para interrumpir el sangrado.
>>Busca algo mejor que esto y amárralo a la misma altura —indiqué y le di un par de cachetadas para que abriera los ojos—. Tienes que despertar, necesito buscar a Mia.
Lo ayudé a ponerse de pie y que se apoyara en la mesa. Alcancé a mamá. Su herida no paraba de sangrar, pero era superficial y respiraba normal.
—La cocina —balbuceó, más despierto y cojeando en nuestra dirección—. Escondió... el teléfono de mamá... ayer... lo vi.
Corrí sin necesidad de escuchar más. Revisé cajones y estantes hasta dar con él.
Al regresar al comedor, Aksel intentaba cargar a mi madre. Quise ayudarlo.
—Busca a Mia —espetó—, no puedes dejar que le haga algo, yo me ocupo.
—Policía —dije al poner el teléfono en su mano y correr en dirección a las escaleras de caracol.
Ella conoce la casa, ella conoce la casa, ella conoce la casa.
Repetirlo me obligaba a calmar el golpeteo de mi corazón contra las costillas, la falta de fuerzas de mi cuerpo para subir cada escalón. Lo escuchaba hablar, atemorizarla a la distancia, pero no identificaba en qué piso estaba.
Conoce cada lugar de la casa —me repetí—. Si alguien puede esconderse es ella.
Llegué al segundo piso y dudé entre subir o buscar. Revisé el armario de limpieza y el baño del pasillo, nada. Escuché los pasos en la escalera de madera y me colé a la habitación más cercana. Estaba en la misma planta y tenía que comprobar si ella también.
Forcé la puerta que daba al baño común entre la habitación abandonada y el espacio que utilizábamos como estudio. Cedió porque días antes la habíamos arreglado.
Abrí la siguiente puerta para espiar por el estudio. Un vistazo y la localicé. Acurrucada en el suelo, con la espalda pegada a la pared opuesta y abrazando sus rodillas.
Puse un dedo sobre mis labios cuando me vio y abrió los ojos de sorpresa. Se acercó con sigilo ante mi llamado y cerré la puerta.
—No puedes huir por siempre, nuera —dijo Nikolai en lo que entraba al estudio sin notar que acabábamos de escaparnos por pura casualidad.
Tomé su mano para llegar a la habitación contigua y mirarnos el uno al otro. Si salíamos al pasillo podría atraparnos. Hice el cálculo de los disparos, le quedaban cinco balas.
—No podemos dejar la casa —susurró, aterrada—. Todo está cerrado.
—Tenemos que escondernos hasta que llegue la policía.
—¿Cómo?
Di un vistazo fugaz al pasillo y, al verlo desierto, la obligué a seguirme hasta escondernos en el armario de limpieza. Bloqueé la puerta con la presión de mi espalda, con tal de poner todo lo posible para separarla del peligro.
—Pude darle un teléfono a Aksel, está herido y a salvo con mamá —expliqué, aguzando el oído para saber qué sucedía afuera—. No puede faltar mucho para que llegue ayuda.
No lo sabía, pero necesitaba tranquilizarla, no dejaba de temblar.
>>Tenemos que escondernos. —La apresé contra mi cuerpo y besé su frente—. Juro que nada te pasará. Siento tanto que estés metida en esto. Lo siento. Juro que lo arreglaré.
—La azotea —soltó, ignorando mis palabras y alzando la vista—. Podemos encerrarnos arriba. Subimos por la escalera de caracol, cerramos la puerta y la de tu habitación hasta que llegue la policía.
Tenía sentido.
>>¿Estás seguro de que tu mamá y Aksel están bien?
—Se encerraron en la habitación del primer piso, donde guardaron las antigüedades por años. Él no podrá entrar ahí.
Asintió y se adelantó, saliendo del armario, sin chequear el pasillo. La perseguí, al tiempo que mi padre apareció al otro extremo del corredor. Tiré de su vestido y la hice retroceder antes de que el disparo resonara. La protegí con mi cuerpo, esperando el segundo y la pistola debió encasquillarse porque maldijo en lo que intentaba solucionarlo.
—¡Corre, Mia!
Obedeció en lo que nos colábamos a la escalera de caracol, subiendo a toda velocidad
—No pueden escapar de mí.
Disparó otra vez y los mosaicos a mi lado explotaron, haciendo que nos protegiéramos del material que saltó.
Tres balas.
Amaia se agachó y tomé su mano para que no se detuviera. Tropezó y evité que cayera. Dos disparos más resonaron, aturdiéndome, antes de que alcanzáramos la azotea.
Empujé la pesada puerta de metal cuando estuvimos en el exterior y una fuerza descomunal lo impidió.
—No eres tan suertudo, Nikolai —se burló al otro lado.
Me esforcé por empujar y, aunque Mia intentó apoyarme, terminamos perdiendo la batalla y cayendo de espaldas. Nos alejamos de la puerta y de él, arrastrándonos.
—¡De pie! —ordenó, apuntándonos.
Una bala, solo una.
Obedecimos e intercambiamos una mirada sin saber qué hacer.
—Ojos al frente, tortolitos —advirtió y traté de acercarme a Mia para protegerla con mi cuerpo—. ¡No te muevas de donde estás!
Le apuntó a la cabeza, sabiendo que era la única manera de frenarme.
>>Un paso en falso y le vuelo los sesos en tu cara —amenazó—. ¿Quieres como último recuerdo un disparo al corazón o a la cabeza?
Soltó una risa extraña. Había perdido la cabeza en aquel tiempo.
>>Tú escoges la muerte de tu novia, Nikolai. Pienso matarla antes para que mueras con la culpa.
>>¡Ojos en mí! —gritó cuando ella quiso mirarme—. Hora de decir adiós. Tus últimas palabras, pequeña Amaia.
No fue capaz de articular y noté que alguien se movía en la escalera. Aksel subía muy despacio, alcanzando los últimos escalones y cargando el busto de mármol.
—Nada —se burló ante el silencio de Mia—. Qué lástima. —Me miró con lo que debía ser una expresión preocupada—. Y tú, Nikolai. ¿Unas últimas palabras a tu amada?
La miré, lloraba en silencio con el viento agitando su cabello y el miedo torturándola.
Desde el primer día que la vi, lo supe y lo ignoré.
Siempre me resultó inquietante la manera en que la mente nos engaña para que estemos cerca de lo que sabemos es mejor mantener lejos.
Cuando entendí que no debía enamorarme de Mia, no fue tarde, simplemente descubrí que lo estaba. Ni tan siquiera me avisé. Mi cerebro no disparó una advertencia, no dijo nada porque quería arrastrarme con él.
Quise estar cerca desde que escuché su voz, la vi hablar tiernamente a su hermana y encontré en ella lo que no sabía que buscaba; desde entender que, a su lado, no era el Nika del que tanto me avergonzaba.
Mia me hizo creer que no era como mi padre. Sin saberlo, me guio en un viaje en el que entendí era mi elección, no del destino o la genética.
Podía ser tarde para mí, pero jamás permitiría que la lastimara, no de nuevo.
Aksel se movió, sigiloso, tras la espalda de aquel hombre, en lo que yo intentaba estar más cerca de ella. Él no lo notaba, estaba concentrado en apuntar a su cara, en atemorizarla como hizo con nosotros durante años.
—Todo va a salir bien, Mia —la calmé—. Te juro que saldrás viva de aquí. Confía en mí.
—No creo que puedas cumplir con eso —soltó, divertido y ajeno a lo que estaba por suceder.
Aksel alzó el busto, pero el disparo era inminente e hice lo único que era correcto, lo que haría con gusto por la persona que amaba.
En un paso estuve frente a ella y Aksel lo golpeó, con fuerza, en la cabeza. El disparo se desvió y resonó en el espacio abierto. Nikolai cayó al piso, inconsciente y en posición antinatural.
Respiré sin creer lo que acababa de pasar y miré a Aksel, incapaz de creer que estuviéramos a salvo. Sin embargo, los ojos de mi hermano no eran de alivio, su expresión era de miedo y no entendí el porqué.
Seguí la dirección de su mirada y lo vi. En mi pecho, una mancha oscura se expandía, empapando mi camisa. Me costó entender que era sangre y un dolor punzante se esparció desde aquel punto. El disparo no se había desviado.
El dolor me abrasó como una quemadura de cigarrillo, mil veces más intenso. Mi pecho y espalda estaban empapados... sangre.
Las rodillas me fallaron y caí encima de algo, sin que el golpe contra el suelo llegara. El dolor me contraía, era insoportable. Quemaba e hincaba a la vez.
—Mírame, Nika —suplicó una voz conocida.
Acunó mi rostro y me obligó a alzar la vista para encontrarme con ella. Amaia me sostenía sobre sus piernas.
El dolor desapareció, el peso, la preocupación... Solo podía verla, sana y salva, deseaba mirarla por siempre cuando mis párpados pesaban, lo impedían.
La sonrisa de mamá pasó frente a mis ojos, la que me dedicara la mañana anterior. Aksel, su rostro, molesto, el día que intenté enseñarle a usar un monopatín y terminó en el suelo con la barbilla partida. Emma, aquella vez en que la cargué y, por primera vez, tuvo la fuerza de atrapar mi pulgar con su diminuta mano.
Amaia. Ella. Tenía un recuerdo que no lograba atrapar, uno que creí tener presente toda la vida. Sin embargo, otro se dibujó en mi mente.
Su cara, su blanca piel, su mejilla manchada de barro y el cabello empapado. Sus ojos, azules, curiosos e hipnóticos. Un gnomo insoportable y gritón desde el primer día.
Sonreí y, por alguna razón, logré abrir los ojos para encontrar el mismo rostro; cubierto de sangre y lleno de lágrimas.
—Vas a... Vas a estar bien —gimoteó—. Verás que todo va a estar bien, lo-lo prometo.
Su mano sobre mi pecho desapareció el casi olvidado dolor. Siempre tuvo el mismo efecto en mí.
—Pregúntame... —Me costaba hablar, seguir respirando—. Pregúntame qué hago...
—Yo, Nika, todo...
—Solo... Pregunta —repetí.
—Que... ¿Qué haces, Nika?
Jamás pude decidir cuando era más hermosa, pero me conformaba con ver su rostro por última vez.
—Admiro la vista, pulgarcita —murmuré, intentando tocarla—. Siempre... Contigo... Admiro la vista...
La fuerza restante se apagó y la calma invadió mi cuerpo. Podía irme en paz, lo haría sabiendo que las personas que amaba estaban a salvo.
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@SpoileadaHastaElCulo que cumpleaños hoy y su usuario fue muy llamativo cuando dejó un comentario pidiéndolo hace unas semanas. Espero que la estés pasando lindo.
A @ariaparicio14 que por Instagram pude ver un mensaje pidiéndome que le dedicara uno de los últimos. Este es el último que puedo dedicar.
❤️
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Champiñones, palabras no hay.
Quiero leerlas, quiero saber cómo han vivido la historia hasta hoy, necesito saber qué les parecerá lo que llega mañana...
No puedo decir nada cuando me conmovió tanto escribir el final.
Nos leemos mañana, por ahora, no puedo decir mucho, solo que las quiero y espero que me quieran sin importar el final.
💋
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