Epílogo
Un lugar alejado del Palacio de Topkapi, Imperio Otomano. 6 de mayo de 1660
A aquel que encuentre esta carta:
Tenía que hacerlo y aquí está. Tú, que estás leyendo y no te conozco, te has topado con este papel y ahora lo tienes entre tus manos, sin saber qué hacer exactamente con él. Lo miras y no te decides si continuar leyéndolo o botarlo por ahí. Juegas con el papel, una, dos, tres veces o quizás más, nervioso. Total, otra persona puede hallarlo otra vez y atreverse a echarle más que una ojeada, ¿no? O tal vez puede llevárselo el viento, pero... ¿qué más da?
Como autor de esta carta, puedo ayudarte a que te decidas. Esta es mi sugerencia: léela del pie hasta la cabeza. Quizás puedas encontrar aquí algo con que entretenerte o saber por qué no debes acercarte a las rosas rojas.
Tú puedes pensar que son las más bonitas, sin embargo, ¿has visto sus tallos? La mayoría de las personas no los notan porque caen automáticamente cegadas por su imponente belleza, pensando cuán afortunadas son de tener la oportunidad de estar frente a algo magnífico y radiante. No piensan que tal vez están comenzando a transitar los vestigios de una trampa que puede estropear sus vidas para siempre. Sus tallos están llenos de espinas. Cuando tú estés dispuesto a arrancar esa flor, bastará el filo de un pequeño aguijón para que empieces a sentir lo que es el verdadero dolor, en su estado más puro y siniestro. No obstante, aguantarás. Será solo un momento, y luego todo sufrimiento habrá acabado, seguro pensarás. La recompensa es mucho mayor. Tendrás tu preciada rosa roja, y nadie podrá quitártela.
Bien, por ahora te concedo ese juicio. Yo sé lo que se siente creer que alcanzaste el cielo, que tu felicidad es plena. Te sentirás completo al lado de tu amada, y ella te devolverá ese amor. Al lado de ella, todo parece maravilloso. Tienes la oportunidad de cuidarla, amarla y apreciarla a toda hora. Eres feliz y solo encuentras todo maravilloso y espectacular. Si estás pasando por un momento horrible en tu vida, todo parece pesar menos a su lado. La pasión y el deseo serán parte de tu vida así como tu corazón latiendo a mil cada vez que la observas.
Sin embargo, eso será solo en el inicio. Y se tratará de algo efímero, ¿sabes? Porque nada dura para siempre, tenlo presente. Cada día que pasa se convertirá en una jornada de tristeza. Y ya sabrás por qué.
Tu rosa se marchitará, quieras o no. Las horas la arrugarán, la deslucirán, harán que ya no pueda mantenerse de pie y caerá (inevitablemente) al suelo. Demasiado rápido para ti. Tu rosa se volverá negra por completo. Pasarás tus dedos sobre sus pétalos y sentirás que se desarman entre tus dedos.
Porque ese era su destino. Su pasajero designio.
Te diré algo: muchas personas llevan una rosa roja en su interior. Y no podrás descubrir su secreto sino hasta que atravieses el dolor, pues desde el instante mismo en que comenzó a pincharte cuando intentaste arrancarla de su seno, te traería desdichas.
No te dejes llevar por su apariencia. Recuerda que no todo lo que brilla es oro.
Ahora ya sabes, las rosas rojas son una trampa, pero tú no deberás caer en su engaño, pues yo una vez lo hice y ahora he de pagar las consecuencias.
Yo era desdichado, sí, pero caer en las espinas de aquella mujer hizo que todo empeorara. Porque yo me enamoré y no vi de quién lo estaba haciendo. Yo no pensé con claridad, y ahora el resto de mi vida será estar acompañado del exilio.
Al principio, todo era color de rosa. Nuestro amor estaba compuesto en gran parte por adrenalina; visitas nocturnas que eran selladas por el delirio de nuestra lujuria conformaban la rutina de ambos. Todo era tan arriesgado y a la vez tan excitante que yo no podía esperar para salir de mi jaula y gritarle al mundo que ella era completamente mía. Sin embargo, todo me retenía allí y escapar no era una opción viable. Mi padre fue el gran sultán Ekrem, y como su fama lo caracterizaba, era el hombre más despreciable e infame que hubieras conocido jamás. Nunca se interesó realmente por mí, ni trató de demostrar algún gesto de cariño. Me mantuvo en la Jaula de Oro por más de treintaiún años, alejado de mis seres queridos, incluso de mi propia madre. No podía ver a Emine como correspondía, y ella apenas podía observarme el rostro por las noches, notando cuán angustiado estaba por nuestra situación.
Conocí a Emine cuando intenté huir atacando al custodio que me vigilaba. Le robé las llaves y abrí la puerta, pero no pude ir muy lejos cuando la vi acompañada de mi abuela y de otra mujer. Me enamoré por completo de sus ojos grises, que me miraban con curiosidad y a la vez miedo. Le sonreí con una mueca y me alejé, rumbo hacia la salida. Fui tan tonto; no había calibrado la posibilidad de que hubieran más vigilantes en la entrada del palacio. Me apresaron rápidamente, llevándome de nuevo a mi celda y castigándome por mi acto rebelde y estúpido. Así sería el resto de mi vida, llena de aburrimiento y desconsuelo.
Nunca imaginé que ella me visitaría esa misma noche. Nunca pensé que una mujer como ella se hubiera atrevido a semejante hazaña y menos que fuera a hacerlo el mismo día en que la crucé. Mi custodio nocturno, un hombre bondadoso llamado Munsif, conocía a Emine, pues era amigo de su padre. Le permitió ingresar a mi jaula solo con la condición de que estaría un tiempo prudente. Ella no me dijo nada en cuanto me vio; solo se dedicó a pasar sus dedos por mi rostro, siguiendo cada línea que se había dibujado como consecuencia de mi castigo. Permaneció conmigo apenas unos diez míseros minutos, los cuales destiné a observarla detenidamente, intentando no perderme ni un detalle de ella. Quería conocerla, saber qué escondía detrás de esa belleza infernal que portaba.
¿Podría algún día pertenecerme? ¿Podría algún día hacerla mía? Mi padre nunca la apreciaría como yo estaba dispuesto a hacerlo, porque, realmente, estaba listo para darlo todo por ella desde el momento en que la vi por primera vez.
Sí, estaba loco y me sentía orgulloso de ello.
A la noche siguiente, supe su nombre. Ella era la esclava de mi padre, una bella mujer de veintidós años que estaba condenada por propia voluntad a trapear los muebles y satisfacer las necesidades carnales de mi padre. Ella había elegido su destino solo para tratar de salvar a su familia, y quizás un poco a sí misma, pues se sentía desgraciada por la triste historia que cargaba en sus hombros, y de la que (quizás) nunca podría deshacerse de haber permanecido un día más en su hogar.
Sin embargo, no sé si fue ese maldito destino o la desesperación de quitarse de encima la situación que debía soportar en el palacio lo que la obligó a obrar imprudentemente. Por mucho que la amara, lo que hizo nunca lo esperé.
Ella asesinó a mi padre y a mi abuela.
Actuó como una maldita maníaca. Y luego culpó a una inocente. Todo ocurrió en una noche: mi padre pidió la compañía de cuatro bellas muchachas. Según las palabras de una de las que estuvieron con él esa noche, los últimos movimientos de mi padre fueron tomar un té y quedarse con las mujeres. Luego, todos se fueron a dormir como siempre. Al día siguiente, bien temprano, la noticia de la muerte de mi padre había corrido como la pólvora por todo el palacio. Pero mi abuela, la valide sultan, no era ni un pelo de tonta. Nunca le agradó Emine, sin embargo, la aceptó en el palacio simplemente porque era una mujer de belleza imponente y podría darle a mi padre hermosos hijos, aunque para ella existía la posibilidad de que cuando yo ascendiera al trono los matara para que no intentaran quitarme mi título. Nada más alejado de mis principios.
Previamente, Emine venía preparando su plan. Había tratado de conquistar a mi abuela recitándole poemas y halagándola. Mi abuela cayó (o tal vez siempre sospechó de ella y prefirió seguir su juego, no lo sé) y pronto empezó a prestarle más atención a Emine que a su vieja predilecta. Así mi pequeña amada fue ganando aparentemente la confianza de mi abuela, quien pronto comenzó a sugerirle a mi padre que contrajeran matrimonio. Ekrem tenía en ese entonces solo dos esposas, por lo que podía casarse sin ningún problema(12). Sin embargo, él no estaba convencido con la idea. Y creo que eso fue en cierto modo un alivio para mí.
En fin, cuando ocurrió la muerte del sultán, al instante mi abuela acusó con el dedo a Emine. Lejos de querer abandonar su puesto de valide sultan, mi abuela logró que Emine despertara su lado más psicótico y la asesinara. Nunca supe realmente quién la ayudó, supongo que alguien de su pasado o alguien del propio palacio.
Ella era una maldita víbora, desconocido. Y afuera hay muchas más como ella. Y puede que en un principio ignoren que te van a clavar el puñal en el corazón, pero igual tú deberás tener cuidado, extraño. Puede que ella llegue a amarte también, pero no podrás controlar las vueltas y ocurrencias de su mente volátil. En cualquier momento, ellas tomarán provecho de ti y limpiarán su sangre en tus propias ropas.
¿Pero sabes qué es lo peor de saber que has sido lastimado? Aún la amarás. Y creo que hoy esa es mi condena: amarla por el resto de mi vida, y quizás también en la eternidad. Ella ya no está a mi lado, pero siempre quedará en mi mente y en mi corazón. Siempre habitará en mí.
Nunca podrás salir de la prisión del amor, desconocido. Te atrapa como una red de pescar: una vez que entras, ya no puedes salir. Si lo intentas, será vano. Agitarás tus manos como las aletas de un pez de aquí para allá, pidiendo un poco de piedad por la pesadilla que acaba de comenzar para ti. Pronto te carcomerá la culpa de haberte enamorado, de no poder haber hecho algo que impidiera que amaras con tanta pasión y tanto desenfreno, pero terminarás aceptando que la suerte nunca estuvo de tu lado. Te volverás un demente.
Este es mi consejo, extraño: aprende a enamorarte. Y aprende que la vida no siempre se inclinará hacia el norte, pues también en la brújula existe el sur.
Seguro estarás preguntándote qué sucedió con ella, mi amada. La maté.
Sí, como lees. Si en algún momento has oído de diferentes bocas que la esclava Emine se ha suicidado, no les creas. Esta es mi verdad.
¿Por qué lo hice? Para acabar mi sufrimiento. No toleraba saber que había caído enamorado de una psicópata, pero así fue. Sé que mi padre nunca me quiso, y mi abuela demostraba poco afecto hacia mí, pero nunca calibré en mi mente la idea de asesinar. Hasta que lo hice, empeorando toda mi situación. En esos momentos, yo no sabía qué estaba ocurriendo. Había un gran revuelo en el palacio, pero mi custodio no quería explicarme nada. Hasta que de repente vi a Emine acercarse sigilosamente a mi jaula y deslizar una carta. No sé cómo logró que no la vieran, pero no me detuve a pensar eso por mucho tiempo. Abrí la carta sin que mi custodio lo advirtiera. Allí descubrí la verdad de todo. Encolerizado, llamé a mi madre y le conté lo sucedido. Hallaron, efectivamente, el cuerpo sin vida de Sila. Mi madre, ya convertida en valide sultan, ordenó a cada uno de los soldados que buscaran a mi amada, hasta encontrarla escondida en uno de los jardines. Consumido por la insania, le pedí a mi madre encargarme yo mismo del asunto. Y, bueno, sabes lo que puede haber sucedido.
Abandoné el palacio poco tiempo después; no tenía planeado convertirme en sultán después de todo lo ocurrido.
Hoy en día, mi castigo es ser un servidor de la locura. Mi destino es incierto. Y mi vida, efímera.
¿Si estoy arrepentido? Claro que sí. Pero esto me lo ha impuesto Alá, y yo no tengo más remedio que aceptar el designio que tiene preparado para mí.
Querido extraño, por favor, no te enamores de las espinas.
Aydın
_______________________________________________________________
(12) El sultán en ese entonces solo podía tener hasta cuatro esposas, mientras que no existía un número limitado de concubinas o esclavas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro