Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Amistad frágil

Diego no sabía en qué momento de debilidad había permitido que aquel perro lo siguiera. Su conciencia le decía que no podía hacer que se encariñase con él, porque iba a hacerlo sufrir cuando se fuera. Pero se sentía tan solo que no le dijo nada. Cuando entró al depósito, el perro se detuvo ante el portón, oliendo el aire con desconfianza. «Tal vez vuelva a la plaza», pensó Diego. «Al final no es un animal que esté acostumbrado al encierro ni a vivir como mascota». Pero cuando, aliviado, comenzó a cerrar el portón, el animal decidió renunciar a su libertad y atravesó la abertura de un salto. Después se lo quedó mirando, como si no supiera qué hacer.

—¿En realidad querés quedarte conmigo? —le preguntó Diego, y el animal meneó la cola. Era pequeño y común, con un pelaje que parecía ser marrón debajo de unos pegotes de barro seco, y tenía unos ojos color avellana opacados por la crueldad de las calles. Jadeó con la lengua colgando en un gesto amistoso y los dientes a la vista, como si intentara sonreír.

Siempre atrás de Diego, entró al contenedor y allí olió todo con detenimiento, hasta que encontró una caja de cartón que estaba en un rincón. Parecía esperar una invitación para convertirla en su cama:

—¿Tenés sueño? —Mientras Diego le prometía que al día siguiente, sin falta, iba a comprarle una bolsa de comida, y buscaba un trozo de alguna tela para cubrir el fondo de la caja, y también un cuenco para dejarle agua, el perro lo observó. Le dio unos lambetazos al agua y luego probó la cama. «Pobre», pensó Diego, imaginando que ese pequeño ser habría tenido que disputarse con otros perros cualquier trozo de basura que fuera comestible, o algún lugar para dormir. Tenía aspecto de haber perdido demasiadas batallas.

Lo dejó descansar un rato y después le dio un baño tibio. Descubrió  que su pelo corto y duro era de color caramelo con manchas más claras, y que tenía el hocico y las orejas marrones. El perro se sacudió para escurrir el agua de su pelaje y después salió corriendo hasta que se perdió entre las máquinas. Momentos después estaba otra vez a su lado, meneando la cola y sonriéndole a su manera. Y Diego también le sonrió.

El lunes por la mañana, cuando el señor Bonilla llegó al depósito, miró al perro y frunció el ceño:

—¿Qué es eso, Martínez? —preguntó mientras apuntaba al animal con un dedo, como quien señala una mancha sobre un piso impecable.

—Señor Bonilla… —susurró Diego—, es que yo estaba cuidando a dos perritos de la calle, y…

—¡¿Hay otro?! —exclamó el jefe mientras miraba hacia todos lados, como esperando el ataque de un lobo.

—¡No, señor! El otro perro murió, por desgracia, y éste se quedó solo. ¡Es muy guardián! Anoche me ayudó a correr a un ladrón.

Eso era cierto: el pequeño perro tenía un gran olfato, y había comenzado a gruñir hacia los pastizales que rodeaban el exterior de la cerca. Estaba muy oscuro pero, alertado por los gruñidos que se transformaron en fuertes ladridos, Diego se acercó y notó un movimiento. Cuando iluminó con la linterna vio que alguien salía corriendo. 

—¿Ah, sí? —El señor Bonilla no parecía muy convencido, pero el perro, que al principio no se había acercado a él, volvió a olisquear el aire y lo observó con una mirada inocente, y después le ofreció su sonrisa perruna. La expresión del jefe se suavizó—. Está bien, Martínez. Podés quedarte con él. ¡Pero no quiero una sola caca en el terreno! ¡¿Entendiste?!

—¡Sí, señor! ¡No se preocupe! Mantendré todo limpio.

                        ***

Los días de Diego se transformaron gracias a Frank, como había decidido llamar al perro. Acostumbrado a desconfiar de los humanos, Frank corría a refugiarse cuando los empleados del depósito llegaban en tropel por las mañanas. Se echaba junto a la cama de Diego y dormía, tan ajeno como él a los ruidos y al encierro. Pero después de unos días entró en confianza y hasta aceptó comida de alguno de los maquinitas. Una tarde en que Diego salió a hacer unas compras lo vio sentado a los pies del señor Bonilla, en su oficina. Se quedó sin aire: seguramente su jefe no lo había visto, y si lo descubría iba a querer echarlo otra vez a la calle. Pero el jefe miró a Diego con una expresión alegre y le dijo, casi a modo de disculpa:

—Lo dejé entrar porque afuera hacía mucho calor…

Frank se levantó y, después de menear la cola en señal de despedida, se dispuso a seguir a su dueño. Ya tenía varios amigos en el depósito, pero siempre se quedaba con Diego, que se tranquilizó al ver que se había adaptado bien porque él también estaba adaptado y tranquilo en ese lugar. Por desgracia, ese pedacito de felicidad que había encontrado no iba a durarle mucho.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro