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T R E I N T A Y C I N C O.

Emma se encontraba sentada en su silla sin compañía alguna, sus amigas, le habían dejado sola apenas habían tocado el timbre, ni siquiera habían volteado a ver si la pelirroja iba tras ellas, simplemente se limitaron a dejarla en soledad.

Era una gran costumbre de la muchacha el ir persiguiendo, prácticamente, a sus amigas, pero en esta ocasión no lo hizo, no se encontraba bien, y todo porque sentía como su pecho se llenaba de una gran nostalgia.

La chica, una hora antes estaba normal, pero, cuando se había parado de su asiento para ir hasta donde las compañeras con las que se lleva estaban, para así poder hablar con ellas, apenas estaba comenzando a hablar, y éstas ya la habían mirado con cara de pocos amigos, además de que se leía como en sus expresiones decía «No fastidies», y por si fuera poco, también regresaron a sus asuntos, ignorándola.

No comprendía porqué eran así, ¿por qué la trataban como si fuera una basura? ¿Por qué habían cambiado? ¿Qué había hecho para que la trataran de esa forma?

No era la primera vez que le hacían algo como eso, entonces, ¿por qué esta vez sí lo notaba y antes no? Simple, la joven, había encontrado una nota en su pupitre, a decir verdad, ya se había acostumbrado a recibir notas anónimas. Pero esta vez, no podía sacarse de la cabeza algo que había escrito en aquella hoja de papel.

«Una de las mayores pérdidas de tiempo es buscar algo que sabemos que no vamos a encontrar, ya que estamos conscientes de que lo buscamos en el lugar equivocado. Y tu estás buscando amistad y cariño donde no lo hay.»

Y al darse cuenta incluso como la habían tratado hace un rato le hizo cuestionarse varias cosas. ¿Acaso estaba en el lugar equivocado? Aquella amistades que tenía ¿en realidad eran inexistentes?

Sacudió la cabeza, y puso sus manos en su frente, recargando sus codos en la paleta de la silla.

¿Por qué dudaba de sus amigos? Si ellos antes la habían tratado bien, recordó como sus amigas tiempo atrás la escuchaban atentamente, como compartían cosas con ella, las veces que le aconsejaron, cuando se sentía triste ellas le animaban, las veces que se abrazaban y se decían mutuamente «estaremos siempre contigo».

Sonrió ante las imágenes proyectadas en su mente, tenía la esperanza de que todo volviera a ser lo que antes era. Se mantenía firme ante las ilusiones, se aferraba a algo que le estaba destruyendo.

Pero como si su cabeza estuviese jugando con ella, más tarde aparecieron un bombardeo de recuerdos donde aparecían las veces que no le valoraban, las ocasiones que iba tras personas que ni siquiera la consideraban importante, las miradas de desinterés que le daban cada vez que hablaba, la falta de atención que tenía, no es como si quisiese ser el centro de atención, sino que simplemente no quería ser marginada por sus propias amistades.

¿Cuánto había significado la palabra «siempre» para ellas?

Todo eso se acumuló en su mente y su alma, dando como resultado una gran nostalgia.

Regresando al presente, Emma, estaba viendo con fijeza la ventana, el cielo se encontraba despejado y con el sol irradiando más luz de lo habitual, incluso le llegaba a lastimar un poco la vista.

Se quedó viendo los árboles pequeños y con hojas de un color verde potente, mientras oía como en el exterior de su salón los estudiantes charlaban y pequeñas risas se escuchaban.

¿Por qué ella no podía ser feliz como ellos?, ¿por qué se aferraba a personas absurdas? ¿Por qué ni siquiera sentía algo que se acercara a la felicidad?

Se dio cuenta de algo: no valía la pena seguir así. Y había notado tarde éso.

Pero, ¿a qué se debe que aun sabiendo que era tarde no hacía algo para dejar que la traten así?

Tenía miedo, miedo de saber que aunque se alejara de quienes no valen la pena siguiera siendo igual de miserable.

La chica se paró y respiró profundamente, no quería seguirse agobiando con sus pensamientos, así que decidió salir para tomar un poco de aire.

Cuando se estaba dirigiendo a la puerta se topó con un chico de cabellos negros, ojos oscuros y bella sonrisa.

Era Roberto.

—Emmy. —le llamó el joven cuando su amiga iba a pasar de largo a lado de él, pero al oír que le llamaba se detuvo. —Necesito hablar contigo.

La muchacha se volteó para quedar cara a cara con él, y, extrañamente, al ver su rostro recordó como tiempo antes la había tratado: mal.

Cerró los ojos, y decidió tratar de prestar atención a lo que estaba pasando en ese momento, y no al pasado.

— ¿Qué es lo que tienes que decirme? —interrogó tratando de sonar lo más gentil posible.

Su amigo le sonrió ampliamente, mostrando los hoyuelos que se le formaban al sonreír de esa forma, y sus ojos se llenaron de un brillo indescriptible.

Tomó la mano de su amiga y la atrajo hacia él, hundiéndola en un cálido abrazo, lo cual le sorprendió a Emma, porque él no solía comportarse así.

—Lo siento, realmente siento haber sido contigo una mala persona. —se disculpó de repente el muchacho, y por su parte, sentía un gran nudo en la garganta como si le costara pronunciar aquellas palabras.

Emma, en cambio estaba desconcertada, se preguntaba si aquello era real, o sólo estaba soñando despierta, puesto que hace un momento se había manteniendo pensando en el dilema en que se encontraba: si alejarse de aquellas compañías que tenía, o permanecer igual, y no está de más decir que una parte de ella, se inclinaba más a la primera opción.

Pocos segundos más tarde, se dio cuenta que no era un sueño, porque sintió el aroma tan peculiar de él: moras, sandía y vainilla, una extraña combinación, la cual si hubiese sido un sueño, su subconsciente apenas y podría lograr imitar algo que se acercara a ese olor.

La muchacha sintió como si su vista se nublara, no es que aquellas palabras le hayan llegado al corazón y por eso sentía como sus ojos amenazaban con desprender lágrimas; sino que en su lugar, esas palabras le habían llegado a la mente, confundiéndola, ¿por qué justamente cuando estaba reuniendo valor para alejarse de las personas que no le creían importante, él llegaba y le aturdía, tratando de disuadir, sin siquiera notarlo, sus pensamientos?

Quería decirle que no, que no lo perdonaba, y tratar de herirlo con palabras que ni siquiera sentía, así como él la había lastimado tiempo atrás con su egoísta comportamiento, pero con una meditación efímera, se dio cuenta que si hacía eso, se convertiría en una persona como Edith, su grupito, y él, cayendo más bajo de lo que se encontraba.

—Te perdono. —dijo ella después de algunos segundos. Y sintió como si se quitara un peso de encima, el cual era mínimo pero de todas formas le hizo sentir un poco mejor, ¿de qué le servía guardar rencor? Sólo se abrumaría más.

Roberto al oír esto sonrió otra vez y suspiró, para luego decir:

—También quiero decirte algo más, Emma. —Guardó silencio para obtener alguna respuesta, pero lo único que consiguió fue toparse con la mirada de indiferencia y distante de su amiga, y esto le hizo sentir extraño, era la primera vez que veía a Emma de esa forma, y eso en cierta forma le incomodaba, pero de todas formas continuó. — ¿Quieres ser mi acompañante del baile de graduación?

Coraje. Fue el sentimiento que se hizo presente en la chica al oír aquella simple pero significativa pregunta, ¿acaso él creía que con sólo perdonarlo iba a conseguir que todo fuera como antes? Era cierto, que uno de sus más grandes ilusiones era ir al dichoso baile con Roberto, pero aquel sueño ya no lo quería hacer realidad, estaba dispuesta a quemar aquellas ilusiones, porque había entendido algo: a veces los mejores sueños se vuelven nuestras peores pesadillas.

Y todo lo que le quedaba a Emma para seguir adelante, era no humillarse más de lo que lo había permitido erróneamente, era complicado para ella hacerlo, ya que aún seguía encariñada con ellos, habían sido amigos durante mucho tiempo que incluso le costaba admitir que lo correcto era poner fin a sus amistades, sin embargo, si posponía el alejarse de aquellas personas, sabía que después no lo conseguiría. 

—Roberto. —Habló por fin la chica— no pienso ir al baile, sabes que no es obligatorio asistir porque todo eso lo organizaron la sociedad de alumnos aparte, y realmente no me apetece ir, y mucho menos contigo.

La expresión de confusión y ofendido que puso el muchacho al escuchar sus palabras, es difícil de describir, era más que obvio que una respuesta como ésa no la esperaba. 

No dijo nada al respecto, sólo se limitó a irse del salón completamente anonado.

Por primera vez después de un largo tiempo, Emma no fue tras él, y fue hasta minutos más tarde que decidió llevar a cabo la acción que desde un principio iba a hacer: salir del salón.

Y ¡vaya sorpresa la de ella! Unos cuantos pasos fuera del salón de clases, —el cual se encontraba en una planta alta— había dado cuando se topó con alguien, un chico de cabellos castaños y ondulados, no, esto no es una historia de amor fantasiosa en la que al instante se enamoran, de hecho este hecho era en parte, insignificante, pero gracias a esto, Emma se detuvo cerca de sus antiguas amigas, quienes estaban recargadas en las bardas del pasillo, y con quien hace un rato había hablado, y pudo escuchar parte de su conversación, la cual, aunque quería no sentirlo, la había herido y le hizo perder la atención de todo lo  demás de su alrededor.

—Aquel reto que le pusiste a Roberto fue un desperdicio, Edith, ni siquiera funcionó bien. — había dicho Mónica.

— ¡Qué más da! Al menos se creyó la farsa de las disculpas de él. —Y rió, como la persona mísera que también es. — ¿acaso no es divertido?

Y todos rieron excepto Roberto, el pobre aún seguía con confusión, porque además sentía emociones que no había sentido antes, quizás era el arrepentimiento, sin embargo, él ni siquiera podía descifrarlo, pero si de algo estaba seguro es que al recordar la indiferencia y el distanciamiento que había encontrado en la mirada de Emma, le hacía notar lo cuán herida estaba, por ello, escogió mejor no lastimarle más, dejaría en paz a esa pobre alma con heridas. Y remplazaría una amistad sincera y de hace tiempo, por amistades numerosas y falsas, al fin y al acabo cada quien a veces arruina su vida a su manera, y eso es lo que estaba haciendo él.

Por otro lado, Emma, quien aún seguía sin moverse desde que se había topado con aquel chico, —el cual incluso ya se había quitado— sintió lágrimas queriendo dejar huella en su rostro, y pestañeó para ahuyentarlas, ¿por qué no podía simplemente no importarle lo que dijeran? ¿Por qué no podía imaginarse seguir avanzando sin ellas? ¿Por qué debía de ser tan difícil? Se sentía tan débil en esos instantes, creía que era tan fácil ser herida y demostrarlo, y lo que menos quería era eso, y por ello, salió corriendo de ahí, sabía que hacer eso era una cobardía de su parte pero pensaba que no podía  mostrar lo cuán doloroso era para ella separarse de los que un día se hicieron pasar como sus amigas, porque creía que se humillaría más y ya se había cansado de éso y de rogar.

Al apenas perderse de vista la pelirroja, el chico con quien había chocado seguía en aquella escena, —no está de más aclarar que él se había quitado de delante de Emma, mas en ningún momento se fue. Porque se quedó cerca del salón de clases de donde Roberto había salido— y sonrió con ironía para luego fijarse en el grupito ya conocido anteriormente para decirles:

— ¡Bien hecho!

— ¿Qué? —fue Laura, quien primero reaccionó y rápidamente contestó confundida, con una pregunta.

—Los he felicitado, ¿acaso no es obvio? Se debe de ser muy estúpido para divertirse con el sufrimiento de los demás.

— ¿Disculpa? —respondió esta vez Edith con indignación. — ¿Quién te crees para meterte en lo que no te incumbe? ¡Ni modales tienes! ¡Vaya, que debes de estar maleducado como para decirle estúpido a alguien que sólo estudia contigo y no has tratado de conocer!

— ¿Desde cuándo ser honesto es ser maleducado? Es decir, depende del modo en que lo digas, la situación en la que lo digas y con qué intención lo hagas, y créeme que mi intención no es ser grosero como ustedes suelen serlo. Me haría sentir mal convertirme en alguien como ustedes —señaló a todos los amigos de quien hace momentos se había indignado— que se creen superior a los demás, denotando lo cuán necesitados de ayuda están, porque personas que hacen sentir inferiores a los demás, suelen ser los que más problemas tienen, además que eligen la vía más cobarde para enfrentar aquellos problemas. Y, estoy seguro que la situación lo requiere porque, ¿sino cuándo aprenderán de lo equivocados que están y cómo se darán cuenta de que están haciendo énfasis a su falta de dignidad? 

Él no esperó respuesta porque se fue al terminar de decir la última palabra, dejando a sus compañeros petrificados, ya que si bien ellos incluso iban al mismo salón con aquel chico, siempre lo habían visto como un estudiante más, reservado y callado. Jamás imaginaron que alguien como él haría notar su presencia haciéndoles sentir ofendidos.


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