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Capítulo 31. 🖤

Alease

Regresamos a Chicago y me sentía más tranquila al saber que mis padre se encontraban bien. Estuve con ellos algunos días y pasé tiempo de calidad a su lado, ya podía continuar con mi vida sin sentir que les estaba fallando y que no teníamos comunicación. Es cierto que me hubiera gustado hablar con ellos todos los días, pero había días en los que solo quería llegar al departamento a dormir y ya. Últimamente mi vida era un caos, no es que me estuviera quejando de eso, sin embargo, nunca me imaginé que esto me estuviera pasando a mí, solo quería estudiar y terminar la carrera, pero ahora tenía una relación con el mafioso más peligroso de Chicago y nos vimos envueltos en una red de trata de blancas. ¿En qué momento pasó esto?

Cari, no me gusta lo que estás haciendo —dijo Archie a mi lado. Me preparaba para ir a la casa de Devan. Me pasó a dejar al departamento para que dejara mis cosas y él iría a su otra casa para dejar las suyas. Pero teníamos que vernos para hablar con las personas que nos iban a ayudar con lo de las chicas.

—Ya sé, pero tenemos que actuar, Archie —le miré a los ojos. No me gustaba que me mirara de esa manera. Sentía que él pensaba que las cosas iban a salir muy mal y que alguno de nosotros podía morir en el intento. Esa idea quedaba descartada, nadie iba a morir.

—Sí, lo sé y quiero pensar positivo, pero...—apretó los labios —. Esas personas son peligrosas, Al, muy peligrosas. Te pueden hacer algo —giré hacia él y puse una mano en su hombro.

—Devan no va a permitir que nadie me haga daño —dibujó una sonrisa triste en los labios y bajó la mirada —. Sé que no me crees, pero tienes que confiar en mí.

—Confío en ti —me echó una mirada rápida —. Pero no en ellos.

—Gracias por cuidarme, Archie, pero voy a estar bien —me abrazó sin previo aviso, tardé unos segundos en reaccionar, pero al final terminé aceptando su abrazo.

—Regresa a mi lado, Al, regresa con bien.

—Siempre voy a regresar a tu lado, Archie —me apretó con fuerza y se separó, al alejarse unos pasos se pasó los dedos bajo los ojos, los tenía cristalinos.

—Anda ve, sino ya no te voy a dejar ir —me hizo una seña para que saliera del departamento —. Con mucho cuidado, cari —antes de salir lo miré y se despidió con una mano.

—Nos vemos —le sonreí y me sonrió de regreso.

—Nos vemos —salí y cerré la puerta. Avancé por el pasillo y bajé las escaleras. Cuando salí del edificio un auto esperaba frente a este, un hombre descendió y esperó que llegara frente a él.

—Señorita Black, me manda el señor Hawke para que la lleve con él.

—¿Eres Ben? —asintió —. Vamos —abrió la puerta trasera y esperó que subiera para cerrar, rodeó el auto y subió. Se aseguró que las puertas estuvieran bien cerradas y arrancó para conducir en dirección a la casa de Devan en la pequeña Italia en Chicago.

No tardamos en llegar ya que, por muy raro que parezca a esas horas de la noche no había muchos autos en las calles. Ben me abrió la puerta y bajé agradeciéndole con una sonrisa sincera. Hizo un asentimiento de cabeza y subió al auto. Antes de entrar a la casa miré sobre mi hombro y el auto ya había desaparecido.

—¿Devan?, ya estoy aquí —informé al entrar a la casa. Me quité el abrigo y lo colgué en el perchero al lado de la puerta.

—Cariño, hola —apareció en el comedor, me regaló una bonita y sincera sonrisa que calentó mi corazón. Me acerqué a él dejando un casto beso sobre sus labios —. Te extrañé.

—Solo nos separamos un par de horas.

—Imaginate lo mal que me tienes —le sonreí. Me atrajo a su cuerpo sosteniendo mis caderas entre sus grandes manos —. Las personas que nos van a ayudar no tardan en llegar, Edward me mandó un mensaje.

—¿En serio nos van a ayudar? —indagué. Devan negó con la cabeza.

—No, tú no vas a hacer nada, todo lo haremos nosotros. No te voy a arriesgar a nada.

—¿Te preocupas por mí? —levanté una ceja —. Es eso, ¿no? Que no quieres que me pase nada malo, porque te preocupas por mí —dije con esa vocecita orgullosa.

—Desde que me metí entre tus piernas, lyubov, cosa que disfrute mucho, creo que no te lo dije —me miraba directamente a los ojos.

—Tus jadeos me dijeron cuanto lo disfrutaste —comenté. No se inmutó ni nada.

—Los tuyos mucho más, belosnezhka —creí que me iba a besar, pero en lugar de eso me abrazó con fuerza e inhaló cerca de mi cuello.

—Santo cielo, tú no tienes filtros —se separó unos centímetros.

—¿Eres religiosa?, porque si es así vamos a tener muchos problemas.

—Pues no, no lo soy —me llevó hacia la sala y nos sentamos en el sofá mediano.

—¿Tus padres lo son? —indagó.

—Antes iba cada domingo a la iglesia, pero desde que mi padre empezó a tener problemas ya no.

—¿Problemas? —levantó una ceja.

—Sí, hubo un tiempo que bebía mucho, así que eso le trajo muchos problemas, con mi madre más que nada. Tenía muchas deudas, problemas con algunas personas, ya te puedes imaginar —expliqué.

Devan cogió mis manos y le dio un suave apretón.

—Lo siento.

—Pero tú dime, ¿eres religioso?

—No —dijo rápido, sin pensarlo mucho. Creo que no había mucho que pensar.

—¿No? —alcé una ceja.

—No, mi madre era católica, pero mi padre ateo, así que se olvidó un poco de eso cuando se casaron. Nunca me inculcaron una religión así que me denomino como ateo.

—¿Pero crees en el cielo y el infierno?

—No sé si el cielo exista, tampoco sé si el infierno exista, pero creo que al final todos obtenemos lo que merecemos. Cada acto, ya sea bueno o malo tiene sus consecuencias.

—¿Y tú que crees que obtengas al final de todo?

—Muchas cosas malas, lyubov, porque he hecho muchas cosas malas. Pero contigo creo que todo vale la pena. Tenerte a mi lado vale cada una de las cosas que he hecho mal.

—Tal vez los actos buenos que has hecho te liberen un poco.

—No te confundas, lyubov, las personas como yo estamos condenadas al infierno.

Me hubiera gustado decirle algo, refutar ante sus palabras, sin embargo, no tenía nada que decir. Sus palabras eran crudas y frías, pero ciertas. Muy en el fondo sabía que tenía razón, que los actos buenos, por más buenos que sean no opacan a los actos malos, aunque pensaba que todos merecemos redención y Devan no era la excepción. Estaba haciendo cosas buenas por las personas, ayudó a que Danielle regresara a su casa con sus padres y estaba haciendo algo para liberar a esas niñas de las manos de ese enfermo.

—Me gustaría que pasaras más tiempo aquí —habló de repente, llamando mi atención.

—Llevamos unos minutos de estar juntos y ya quieres que me venga a vivir contigo, ¿no crees que vamos muy rápido? —lo miré de reojo.

—Solo quiero que duermas conmigo, creo que eso no es pedir mucho, ¿o sí? —dijo de manera inocente y le hubiera creído de no ser porque lo conocía y sabía que él de inocente no tenía ni un pelo.

—Lo voy a pensar —me hice la interesante, aunque no me salía.

—Ten cuidado que la oferta caduca a media noche —me señaló —. Pedí algo para cenar —aplaudí cómo una foca.

—¡Sí, vamos! —nos pusimos de pie y caminamos hacia la cocina. Pero antes de llegar tocaron la puerta y me detuve.

—Yo abro —dijo y me adelanté para calentar la cena. Escuché que la puerta se abría y después unas voces. Miré dentro de las bolsas que había sobre la mesa, se me hizo agua la boca al ver que era ramen. Mi estómago rugió.

¡Lyubov! —gritó Devan. Tuve que dejar lo que estaba haciendo y caminé hacia la sala donde Devan se encontraba acompañado por dos hombres que no conocía.

—Dime —llegué a su lado. Me pidió sentarme con él y eso hice. Me senté a su lado.

—Ellos son Arthur —señaló al chico de la izquierda —. Y él es Edward —ahora señaló al chico a mano derecha —. Ellos son quienes me van a ayudar —explicó.

—Hola —levanté la mano y los saludé, tímida. Regresaron el gesto moviendo la mano, primero uno y después el otro.

—Ella es Alease, mi novia —puso una mano sobre mi rodilla, gesto que no me pasó desapercibido.

—Hola, Alease —dijeron al mismo tiempo. Me sorprendió la coordinación con la que hablaban. Hasta parecían hermanos.

—Tenemos una idea —habló Arthur.

—Pero no creo que aceptes —añadió Edward. Ambos fijaron su mirada en mí y me sentía cohibida, quise meter la cabeza en un agujero en el suelo.

—¿Por qué no iba a aceptar? —preguntó Devan.

—Porque viendo a tu novia...—ni siquiera los dejó terminar porque lo entendió de inmediato al igual que lo hice yo. Ahora entendía por qué las miradas cómplices.

—Ni lo piensen —los señaló —. No será la carnada —tensó la mandíbula y su agarre en mi rodilla se hizo más fuerte.

—Pero es perfecta —dijeron los dos. En ese momento no sabía cómo sentirme al respecto.

—Pues no, no voy a usar a Alease como carnada para ese asqueroso. Además, él ya la ha visto.

—Que mierda —Edward se dejó caer en el respaldo del sofá. Bufó y se sobó las sienes. Veía la frustración en su mirada.

—Pero yo puedo hacerlo —habló Devan. Los tres lo miramos con curiosidad. Ahora tenía tres pares de ojos mirándolo con curiosidad.

—¿Hacer qué? —preguntó Edward. Lo miré atenta y me di cuenta de que tenía un plan. ¿Cómo lo supe? No sé, tal vez porque lo estaba conociendo, por eso lo supe al ver su mirada.

—Tenemos que entrar a ese lugar, Devan, y lo sabes.

—Por eso. Yo seré la carnada, yo iré con ese imbécil y fingiré que quiero a una de las chicas, pero le voy a decir que nada de subastas, quiero verlas a todas, así voy a saber dónde las tiene y en qué condiciones —sugirió.

—¿No crees que es peligroso? —inquirió Arthur, lo miré de reojo y regresé a ver a Devan.

—Lo sé, también es peligroso exponerla a ella a ese enfermo y eso no lo voy a permitir.

—No creo que el viejo sea tan tonto, nunca te ha interesado comprarle una niña...—comentó Edward, él también lo conocía y sabía la clase de hombre que es.

—...y ahora de un día para el otro sí, ¿no crees que va a sospechar? —añadió Arthur, quien compartió una mirada con Edward.

—No lo creo, la subasta de la otra noche se arruinó, lo que ahora quiere es vender a como dé lugar. Él me va a llevar a ese lugar se los aseguro —Devan se escuchaba muy convencido, pero yo tenía dudas acerca de ese plan.

Arthur y Edward se miraron no muy convencidos. Tal vez para ellos lo mejor es que yo fuera la carnada para ese depravado, pero ya no era una niña y por lo que sabía a él solo le interesaban las jóvenes y no es que estuviera vieja, pero ya no tenía quince años.

—Creo que ya has dicho tu última palabra y está bien —Edward exhaló —. Nos avisas cuando te hayas comunicado con el viejo y el día que vas a verlo.

—Vamos a ponerte micrófonos y una cámara para que podamos ver en qué condiciones las tienen y saber cómo vamos a proceder —añadió Arthur y Devan asintió.

—Me parece bien. Solo tengo que decirles algo —los miró a cada uno tomándose su tiempo —. Haremos esto junto con la policía —eso ya no les gustó —. Es la hermana de un socio y nos va a ayudar.

—¿Estás seguro de esto? —Edward se deslizó hacia el frente juntando las manos —. Nunca lo hemos hecho de esta manera y tal vez las cosas no resulten tan bien cómo lo pensamos —añadió.

—No sé si sea una buena idea —comentó Arthur.

—Todo va a salir bien y no tienen que preocuparse por ella. No será un problema para nosotros —aseguró con determinación. Deslicé mi mano hacia la suya y la cogí apretándola, haciéndole saber que estaba con él y que lo apoyaba en cada decisión que tomara.

—Está bien, Devan, si crees que es lo correcto no hay nada más que decir —sentenció, no muy convencido. Se pusieron de pie primero y le seguimos Devan y yo.

Los acompañamos hasta la puerta y nos despedimos de ellos, viendo cómo subían a una camioneta de color negro. Cuando el vehículo desapareció entramos cerrando la puerta.

—¿Por qué descartaste la idea sin siquiera pensarlo? —le pregunté. Devan me miró y apoyó las manos en mis hombros.

—Porque no tengo nada que pensar. No voy a ponerte en peligro, menos con ese viejo enfermo. No sabemos cómo estén las cosas ahí dentro, además, él ya te vio, aunque sea una vez, pero sabe quién eres y no quiero que te haga daño —ejerció presión en mis hombros. Cómo si estuviera descargando algún tipo de frustración o pena.

—No sabía que era tan importante para ti, Devan —acortó la poca distancia que nos separaba. Bajó las manos de mis hombros y me apretó con fuerza, cómo si no quisiera que me fuera de su lado.

—Me importas, krasivyy, más de lo que deberías importarme, pero me importas —dijo serio, sin una pizca de diversión en los labios. No mentía. Lo que decía lo decía en serio.

—¿Cuánto te importo? —indagué.

—Me importas mucho —respondió.

—¿Mucho? —alcé una ceja. Me inquietaba saber cuánto le importaba, si era así cómo lo decía siempre.

—Demasiado —dejó un beso en mi mejilla —. Así que te pido por favor, que no te metas en problemas y que hagas mi trabajo más fácil.

—¿Qué dices? —pregunté indignada. Pasé mis manos a su cintura, agarrando su camisa —. Si yo soy una chica linda que no se mete en problemas, no mato ni a una mosca.

—Eso te lo crees tú, krasivyy, yo no —dejó un toquecito en la punta de mi nariz con su dedo —. ¿Lo harás, lyubov?, no meterte en problemas.

—Haré mi mejor esfuerzo —rodó los ojos.

—Necesito más que eso, por favor —suplicó.

—Está bien —ahora entornó los ojos —. Solo por ti.

—Me alegra saber que estás aquí —cambió de tema y dibujó una sonrisa sincera en los labios.

—¿Sofi no dirá nada? —subí mis brazos a su cuello.

—No, no es la primera vez que no llego a dormir. Hay días que solo quiero estar solo y este es el mejor lugar para estarlo —exhaló —. Solo quisiera quedarme aquí contigo para toda la vida y que nada de lo que pase allá afuera nos afecte. Cómo lo de Declan —murmuró con pesar.

—¿Cómo está él? —le pregunté.

—No lo he visto desde hace días. Anda metido en malos pasos y me jode no poder hacer nada por él. A veces quisiera agarrarlo de las orejas y llevarlo a la misma clínica con su madre, pero me repito que ya no es un niño y que sus berrinches tienen consecuencias —apoyó su cabeza en mi pecho, abrazándome.

—Siento que todo esto es mi culpa —musité.

—No es tu culpa, lyubov, no tienes la culpa de nada. Lo nuestro solo se dio y te juro que si él me hubiera dicho que le gustabas me hubiera alejado de ti —sentí una punzada en el pecho.

—¿Lo hubieras hecho? —murmuré con pesar y Devan asintió.

—Sí, no me hubiera acercado para no lastimar a mi hermano —confesó —. Pero las cosas se dieron y empezaron a tomar otro rumbo y ahora estamos aquí —dijo más bajito. Lo abracé con fuerza y besé su frente —. Y no me arrepiento de nada.

—Ni yo me arrepiento de nada —levantó la mirada con una gran sonrisa en los labios.

—Nunca.

—Nunca —repetí. De nuevo apoyó la cabeza en mi pecho.

Nos quedamos un buen rato así, uno frente al otro sintiendo el calor que nuestros cuerpos desprendían. Era una sensación fascinante lo que sentía por él, lo que él sentía por mí. Aquella magia que se daba entre nosotros, la pasión que era más que evidente, el amor que persistía en ambos y crecía día con día. En cada momento que estábamos juntos, en cada sonrisa y en cada acto de amor que él hacía por mí o yo hacía por él.

—Tengo que avisarle a Archie que me voy a quedar contigo —dije y nos separamos.

—Sino supiera que a tu amigo le gustan los hombres por igual, sentiría celos —comentó. Tuve que procesar lo que dijo y parpadeé cómo si fuera tonta, pero después lo entendí.

—¿Devan está celoso? —inquirí, divertida. La pequeña sonrisa que sostenía en los labios desapareció de golpe.

—Que no te dé risa, lyubov, no es gracioso para mí —apreté los labios conteniendo una sonrisa.

—Ok, no dije nada. Y no tienes porqué sentir celos de Archie, es mi mejor amigo.

—Solo por eso no le he roto la nariz —resopló.

—Es broma, ¿cierto? —tragué saliva sin poder creer lo que dijo tan solo segundos atrás.

—Claro que es broma, cosita, yo no le haría eso —exhalé —. Lo molería a golpes —sonrío, triunfante, como si fuera normal para él romper huesos y mancharse las manos de sangre. Bueno en realidad lo era —. Pero Archie es tu mejor amigo, así que ten por seguro que no le haré nada —besó mi frente.

—¿Gracias?

—De nada.

Se separó de mí y cogió mi mano mientras me llevaba escaleras arriba. Entramos a la habitación y me dejó ahí para ir al baño. Le marqué a Archie para hacerle saber que me iba a quedar a dormir en la casa de Devan para que no se preocupara por mí. Lo entendía porque estaban pasando tantas cosas feas en el mundo y por desgracia las mujeres siempre somos las que se llevan la peor parte de todas.

¿Dónde estás y por qué no estás aquí en tu cama? —preguntó Archie en cuanto atendió la llamada.

—Yo...lo siento, pero vine con Devan y...—me rasqué la mejilla.

Estás perdonada entonces —Ni siquiera me dejó terminar. Archie rio y yo negué con la cabeza.

—Eres todo un caso —le dije.

Me amas, admítelo.

—Te amo —Devan asomó la cabeza por la puerta y levantó una ceja. Se cepillaba los dientes —. Es Archie —señalé.

¡Vamos, fortachón, ya es tuya en cuerpo y alma, más en cuerpo! —gritó Archie.

—¡Archie!, cállate, por favor —le pedí.

¿Qué tiene de malo? —Devan entró al baño —. Si lo sabe Dios que lo sepa el mundo.

—Eres un tonto.

Pero este tonto es tu mejor amigo y lo amas como jamás podrás amar a otro amigo, admítelo, lyubov.

—No me digas así —dije seria.

¿Solo Devan te puede decir así? —indagó.

—Pues sí, solo él me puede decir así —admití, apenada.

Pues que aburrida eres, voy a tener que buscarte un buen apodo entonces, quizá zorra.

—Ni se te ocurra —mascullé amenazándolo.

Hasta mañana, duermes bien, sueñas con los angelitos —me mandó un beso y colgó.

—Archibald, no me...idiota —dejé el móvil a un lado sobre la cama. Me quité los botines y sentí que descansaba, ahora solo tenía que quitarme el sujetador para ser libre al fin. Me puse de pie y me quité los jeans dejándolos a un lado. Me deshice de la blusa que me cubría la parte de arriba y me senté en la orilla de la cama.

—¿Pasa algo? —preguntó Devan cuando salió del baño.

—No tengo ropa —dibujé una mueca en los labios. Devan no tardó en acercarse.

—Si quieres mañana vamos temprano a tu habitación, te pones ropa limpia y te llevo a la universidad —se arrodilló frente a mí.

—Eso me gusta —le sonreí.

—Sabes que Declan nos puede ver —me quedé pensando —. Si es que todavía asiste a la universidad —se escuchaba dolido.

—Últimamente no lo he visto —se sentó a mi lado frotándose el rostro. Se veía frustrado y molesto.

—Está echando su vida a la basura y todo por un tonto capricho —lo miré —. Tú no eres el capricho —corrigió —. Es él, siempre se le dio todo y ahora que no te tiene se ha vuelto...—no lo quería decir y le dolía el solo pensar en esa palabra, pero pude sentir el dolor a través de su voz.

—Lo sé y te entiendo —pasaba mi mano por su espalda —. Está confundido y dolido.

—Eso no justifica todas las estupideces que está haciendo —espetó. Se veía tan molesto que quería cambiar de tema y no hablar más de esto. Cada vez que hablábamos de Declan, Devan se ponía mal. Es su hermano y siempre se va a preocupar por él.

—Solo hay que entenderlo y dejar que haga lo que él cree correcto, se va a dar cuenta de que lo que hace está mal y va a reaccionar —me miró y sonrió.

—No sé qué haría sin ti —cogió mi mano.

—Serías un desastre —comenté mirándolo a los ojos, sus enigmáticos y hermosos ojos.

—Pero sería tu desastre.

—Eso no lo dudes —su mirada era profunda y enigmática, cargada con malicia y perversión. A su lado me sentía segura y protegida. Siempre me iba a sentir segura a su lado. Siempre me iba a cuidar. 

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