Capítulo 3. 🖤
Alease
-Yo...-mi boca se secó a tal grado que no tenía saliva que pasar por la garganta -. No...es que...-empecé a tartamudear cómo una tonta buscando en la oscuridad al dueño de aquella voz.
¡Mierda! ¡Mierda ¿A dónde me vine a meter?
A la boca de la bestia.
Respondió una voz ronca y firme dentro de mi cabeza.
Entorné los ojos, pero lo único que pude divisar era la silueta de los muebles, la enorme cama y las cortinas que se movían de un lado al otro por la brisa de la noche que entraba por el ventanal.
Para mi sorpresa el dueño de aquella voz se puso de pie, dejando ver su rostro, esa mandíbula cuadrada, esos orbes tan llenos de maldad y perversión. El ogro de hielo. Dueño de esos fanales añil. Se acercaba con pasos lentos y pisadas fuertes. Era tan imponente que me hice chiquita en mi lugar, cómo si nunca hubiera visto a un hombre así, pero este no era cualquier hombre, nada de eso. En este momento yo era la presa y él el cazador. Mis manos se asieron al mueble detrás de mí y quise fundirme con este para desaparecer de su escrutadora mirada.
Tócame, demonios, tócame.
Hazme tuya, aquí y ahora.
Rómpeme cómo una maldita hoja de papel.
Quiero sentirte dentro.
La maldita y alocada Alease deseaba con todas sus fuerzas que este Ogro de hielo, imponente cómo un maldito rascacielos, profanara su cuerpo y su alma.
Pasé saliva cuando lo vi de cuerpo completo frente a mí. Iba ataviado con ropas negras de los pies a la cabeza, su cabello era negro cómo el carbón, hombros anchos que se marcaban por encima del saco negro que llevaba puesto aquella noche. Su mandíbula se marcó más cuando quedamos a tan solo unos centímetros, su mirada iba de un lado al otro, me estaba observando y lo único que quería era salir corriendo, pero no tenía cómo escapar. Sus mejillas y barba estaban perfectamente afeitadas, parecía que lo había hecho por la mañana porque la nariz me picó con el rico aroma de la colonia para después de afeitar.
Su rodilla rozó intencionalmente mi pierna desnuda, el vestido se me había subido unos centímetros dejando ver mi piel. Tal parece que lo hizo con toda la intención de tocarme, aunque sea de esta manera casta.
Tócame con tus grandes manos.
En ese momento supe que ese hombre era lo más hermoso que mis ojos habían visto en toda la vida y aquella palabra era un insulto para semejante espécimen masculino.
-Tú -volví a pasar saliva -. Eres...
-¿Quién eres tú? -ladeó la cabeza, me estaba observando más de lo normal, cómo si hubiera puesto los ojos en su nueva presa a la que no pensaba dejar ir.
Yo seré tu presa, cariño y tú el lobo feroz.
-Mi nombre es Alease Black...tú eres...-mi pulso se aceleró cuando se acercó mucho más y el aroma de su colonia me golpeó las fosas nasales. Dios, olía tan bien. Era una mezcla de alcohol caro, tabaco y peligro.
-Devan Hawke -cuando levantó la mano y se llevó el vaso a la boca me pude dar cuenta del tamaño de sus manos, había ignorado por completo que sostenía un vaso en la mano. Al bajar el brazo sus dedos rozaron mi pierna y aquel contacto envió un rico escalofrío por todo mi cuerpo. Abrí los labios un poco y este gesto no pasó desapercibido para él, porque entornó los ojos en estos más de la cuenta.
-Tu hermano es quien organizó esta fiesta, cierto -asintió con la cabeza sin dejar de mirarme. Lo hacía sin disimulo, provocando que mis mejillas se encendieran, me sentía arder por dentro, era cómo una antorcha que se había encendido para no apagarse jamás. Estaba tan cerca de mí que podía sentir su respiración en mis mejillas, su boca estaba a la altura de mi oreja. Me iba a dar un paro cardiaco si se acercaba más.
Por favor, Dios, termina con esta tortura, ya.
-No deberías estar aquí -murmuró cerca de mi oreja -. Las niñas como tú deben mantenerse alejadas de las personas como Declan y como yo -apoyó su mano en mi pierna desnuda y sus dedos jugueteaban con el borde de la tela -. Es mejor que mantengas la distancia -sugirió con un tono de voz demandante.
Mi respiración era irregular, mi pecho subía y bajaba, mis manos se aferraban al filo de la madera. La sensación que Devan provocaba en mí no la había sentido jamás, con nadie y dudaba mucho que me volviera a sentir así en la vida. Mi sexo ardía, palpitaba bajo la tela de mis bragas que ahora mismo estaban húmedas, por él.
-¿Eso es una amenaza? -levanté la cabeza para encontrarme con su mirada fría. Devan se pasó la lengua por el labio inferior y eso me gustó tanto.
-No, nena -Me dijo nena, ¡él me dijo nena! Y aquello se escuchó tan sexy y caliente. Se apartó un poco, pero no lo suficiente cómo dejar de sentirme nerviosa por su cercanía -. Yo no amenazo en vano, es solo una advertencia -levantó el dedo con el vaso en la mano y me señaló -. Después no quiero decir "te lo dije"
Sí, daddy, quiero que me digas "te lo dije. Por favor, hazlo.
Seré una niña mala, seré buena, todo lo que tú quieras.
Pero por favor termina con este infierno, ogro de hielo.
-Hay a quienes nos gusta jugar con el peligro -¿Yo dije eso? No estaba pensando bien. Me estaba dejando llevar por la emoción del momento, por aquella vocecita en la cabeza que me pedía seguir más y más hasta ver a donde nos llevaba esto.
Hazlo, sabes que quieres hacerlo.
Mi cuerpo temblaba, mis piernas eran gelatina, la boca se me secó, ahí abajo me palpitaba de deseo. Todo mi cuerpo deseaba ser besada por ese hombre a quien apenas conocía, pero tampoco le tenía miedo, nada de eso. Quería su lengua en todo mi cuerpo y aquellos lugares a los que nadie más podía acceder.
Te quiero ahí, Devan malditamente sexy Hawke.
Quiero que me corrompas.
Quiero tus manos en mis pequeños senos y los estrujes hasta el dolor.
-Quizá te pueda ir muy mal -dejó el vaso a un lado y su mano se deslizó hasta mi trasero, sin dudar me atrajo a su cuerpo. Gemí. Apoyé mis manos en su duro, duro pecho. Mi vestido se levantó un poco dejando ver mis muslos y la tanga negra que me puse esa noche. Me apretó a su cuerpo dejando ver lo dura que estaba su erección debajo de aquel pantalón. Mis piernas se cerraron en su cintura y mis manos rodearon su cuello, nuestros labios se encontraron en un beso voraz, lleno de pasión, deseo, calor, ese mismo que escalaba mi cuerpo como si fuera una hoguera y se acentuaba en mi estómago.
La columna me ardía, sentía mil cuchillas atravesarla. Era una llama viviente de pasión y desenfreno. Era la viva imagen de la pasión, la prueba de que el deseo llama y la carne hierve de placer.
Apoyé la espalda en la primera pared que vio y apretó su pelvis contra mi centro. Sentí su miembro duro y apretaba la delgada tela que cubría mi intimidad. Estaba tan mojada, y me sentía desfallecer, el deseo se acentuaba ahí abajo y dolía de una manera que me gustaba.
Eres una roca cariño.
Los rieles de un maldito tren.
No puedo imaginar el tamaño que tienes. Destrózame con tu arma.
-Eres jodidamente sexy -murmuró en mi boca. Su aliento sabía a alcohol -. Quiero estar dentro de ti -jadeó, deseoso. Me mordí el labio porque no sabía que decir, ¿qué se dice en una situación así? Ni siquiera podía pensar con claridad -. Tu culito debe saber tan bien.
¡Santas palabras llenas de lujuria! Era vulgar pero excitante, con ganas de que me tomara de una vez por todas.
Me dejó en el suelo y empezó a buscar algo en los cajones del closet. Mi cuerpo temblaba de deseo, ardía, tanto por dentro cómo por fuera. Los huesos me dolían, mi piel aclamaba, pedía, gritaba por ser profanada. Cuando encontró lo que sea que estaba buscando se acercó de nuevo y cogió mi mano para besar mis labios con ímpetu, deslizando sus manos por mis piernas y bajando mis bragas que cayeron a mis tobillos y las hice a un lado con el pie. Se separó y rasgó la bolsita con los dedos para proceder a bajarse los pantalones y dejar a la vista el monumental miembro que Dios le había otorgado. Apenas podía ver lo que tenía frente a mí, pero las luces de afuera me dejaron apreciar cómo deslizó el látex por toda su longitud. Agarró mi trasero y me llevó hacia la pared, mis piernas se cerraron en su cintura, su miembro rozaba mi intimidad. Metió una mano entre su cuerpo y el mío para coger su miembro y entrar en mí, primero fue lento, salió y volvió a entrar, pero esta vez más fuerte, tanto que enterré las uñas en su hombro. Sus dedos se enterraron en mi trasero y me empujó con más fuerza.
Jadeé en su boca y se enterró mucho más, sentí una punzada y después un cólico, pero no le di importancia, solo quería sentir. Entraba y salía, jadeaba en su boca y mordía mis labios. Me aferraba a su ropa, apretaba mucho más las piernas a su cintura. Era la primera vez que alguien me había follado de esta manera, me sentí virgen de nuevo, cómo si por primera vez estuviera con alguien. Me sentí tan bien al mandar todo al demonio, dejarme llevar por lo que estaba sintiendo. Uno de sus dedos se paseó por mi centro apretando lo suficiente como para hacerme sentir mucho más placer.
¿Quieres más?
¡Sí!, dame todo lo que tienes, ogro de hielo, ardiente cómo el fuego infernal.
-Oh Dios -mi espalda se estrelló contra la pared. Cerré los ojos. La boca de Devan se detuvo en mi clavícula, lamió mi cuello. Su duro pecho se apretaba contra mis senos que apuntaban hacia él, en este momento quería que los probara. Me separó de la pared y me llevó con él hacia la cama donde me dejó con cuidado, pero sin salirse de mí. Apoyó las rodillas en el filo de la cama, mis pies se hundieron en el colchón. Las ágiles manos de Devan subieron mi vestido dejando ver el sostén que cubría mis senos, que rebotaron con el movimiento de sus embestidas. Su boca se asió a mi pezón y este se puso duro cuando su lengua lo tocó. Sus dedos se enterraban en mis caderas haciéndome daño, pero no protesté. Con sus dientes tiró de mi pezón y eché la cabeza hacia atrás.
-Eres deliciosa -jadeé -. Exquisita.
Las embestidas subieron de ritmo. Su miembro arremetía contra mi interior, sus dedos se enterraban en mi piel. Claramente se podía escuchar sus piernas chocar contra mi trasero. En un movimiento yo estaba en posición de cuatro, con mi culo a la vista de sus ojos embriagadores. Sentí su dedo danzar desde mi espalda, pasó por mi columna y trazó la separación de mis nalgas. Se detuvo en mi centro y sin previo aviso se enterró en mi ser con toda la ferocidad que tenía para mí. Lo sentí tan duro y profundo que por un momento pensé que me iba a romper en dos.
¿No querías esto?
¡No! Bueno sí, pero ahora...
Sus embestidas eran fuertes, no venía con rodeos a decirme que sería dulce y delicado conmigo porque no lo está siendo, era más bien brusco, duro y apasionado. Con ambas manos sostuvo mis caderas enterrando sus gruesos dedos en mi piel. Arremetía sin piedad y yo cogía el cobertor entre mis manos, apretaba los dedos de mis pies. Gemía. Jadeaba. Me dejaba hacer con él.
-Quiero probar tu culo, Alease -gruñó.
Mi nombre ser pronunciado por él con tanto descaro era cómo dulce para mis oídos. Dios. Este hombre me iba a destrozar y lo único que me importaba en este momento es que nadie entrara por esa puerta e interrumpiera este glorioso momento.
-¡Oh por Dios! -cuando el orgasmo llegó empezó por mi vientre bajo y se extendió a cada centímetro de mi cuerpo, desde la punta de mis pies hasta mis cabellos. Fue explosivo y desgarrador. En ese momento se llevó algo de mí con él.
Su miembro se expandía mientras los fluidos se depositaban en el preservativo. Nuestros cuerpos se sacudieron en un dulce orgasmo que nos hizo temblar, mi boca se secó, estaba inmóvil procesando lo que acababa de pasar. No tenía fuerza para ponerme de pie, mis piernas eran gelatina. Salió de mi interior.
-Mierda -mascullé llevándome ambas manos al rostro. Regresé a sentarme en la orilla de la cama, se quitó el preservativo y lo arrojó hacia el cesto de la basura.
-Es demasiado tarde como para maldecir -dijo a mi lado. Me miraba tanto que sentí sonrojar de nuevo. Se levantó un poco para meter a su amigo de nuevo en sus pantalones.
¿Por qué me miras así?
No me mires así, ogro, no te das cuenta que me destrozas.
-Esto...no debió pasar -me puse de pie a toda prisa. Buscaba mis bragas, pero no estaban a la vista, así que me agaché y ahí estaban, abajo de la cama. Escuché un gruñido de su parte y supe que me estaba mirando las nalgas.
-Creo que no es hora de arrepentirse -Devan se puso de pie.
-Oh cállate -espeté, cosa que lo hizo reír. Fue una risa baja, apenas audible, las manos me temblaban a tal grado que no me podía poner las bragas.
Ríe así, cariño. Ríe nada más para mí.
-Te ves mejor sin bragas -levanté una ceja en dirección a Devan -, ahí abajo me refiero.
-Eres un maldito pervertido -me acomodé la falda.
-No decías eso hace unos minutos en los que casi gimes mi nombre -se mofó de mí.
-Esto no debió pasar -repetí. Me di la vuelta para salir de la habitación, pero la voz detrás de mí hizo que me detuviera.
-Oh cariño, esto pasó, mi cama es la prueba viviente de eso -se burló mientras apretaba las manos, hice un berrinche y salí de la recamara acomodándome los cabellos que eran un desastre.
Devan
"Devan no es bueno" decían todos a mi alrededor, desde la maestra de primaria que vio cómo hacía comer tierra a un alumno cuando me hizo enojar y aplasté su cabeza contra el pasto para que dejara de joderme. No solo lo hice comer pasto también le rompí la nariz y tuvieron que llamar a mi madre para que hiciera algo conmigo, como si estuviera podrido por dentro, cómo si ya no hubiera solución porque estaba roto y solo había que esperar a ver que más podía hacer porque ya no había salvación para el pobre Devan Hawke.
Era cruel, eso lo sabía Declan, mi querido hermano menor que justificaba cada acto diciendo que algo no iba bien en mi cabeza, cuando sabía perfectamente lo que hacía y porqué lo hacía. Un chico de su edad no tenía por qué justificar ninguno de mis actos, él no. No había nada que hacer conmigo porque yo así era, no es que pudiera cambiar, simplemente no quería hacerlo y ya.
Bea también sabía la crueldad que podía provocar cuando me lo proponía y ella era la prueba viviente de que nadie se salva de mis palabras llenas de odio y veneno. ¿Odiaba a Bea? Claro que sí, la detestaba tanto que había veces cuando la miraba solo quería disparar un bala en su cabeza para que dejara de existir, no quería verla más en mi casa, pero fue una orden que dejó mi padre y por más que la quería fuera no podía sacarla más que nada por Declan, él no tenía la culpa de tener una madre viciosa.
Una de mis manos descansó en mi pierna. Mis dedos repiqueteaban en la silla, pero de un momento al otro se quedaron quietos. Con la mano libre sostenía las tres correas de mis dóberman que solo esperaban una señal para atacar y destrozar todo a su paso. Eran tranquilos, pero estaban entrenados para matar si así se les ordenaba. Sus afilados dientes se asomaban entre los pliegues de sus labios, sus orejas puntiagudas apuntaban hacia el hombre que sollozaba a mis pies. Los tres canes gruñían, dejaban ver sus encías y sus largos colmillos. La saliva caía a sus costados resbalando al sucio suelo debajo de ellos.
-Muy mal -chasqueé la lengua -. Lo primero que te dije que no hicieras y fue lo primero que hiciste -volví a chasquear.
Mejor para mí, al fin puedo matar a alguien.
Con la mano libre cogí el cigarrillo y lo puse sobre mis labios, dándole una gran calada. Retuve el humo en mis pulmones por un par de segundos y lo boté llenando la atmósfera de olor a tabaco.
-Señor, lo siento -el pobre hombre ni siquiera se atrevía a mirarme a los ojos -. Lo siento tanto -sollozaba y sus hombros temblaban, todo su cuerpo se sacudía por el llanto.
-Eso hubieras pensado antes de cometer tal estupidez, ahora por tu maldita culpa tendré que cambiar las rutas para el transporte de la mercancía, por tu maldita culpa voy a tener que dejar de comprar droga por algunos días para que la maldita policía no meta sus narices. ¡Por tu maldita culpa voy a perder millones de dólares! -espeté al borde de la locura.
En un arranque solté la correa de mis mascotas, que sin esperar más se fueron en contra del hombre, desgarrando su ropa y arrancando la piel desde la raíz. Gritos de dolor inundaban la bodega, quejidos, carne siendo arrancada, huesos rompiéndose. Aquello era como música para mis oídos, miraba la escena, divertido, a gusto, sentado en una silla como el jodido Rey que era.
Era como un niño que se sentaba frente a la televisión para ver su caricatura favorita. Así era yo, pero en lugar de ver mi caricatura favorita miraba como mis mascotas destrozaban a ese hombre.
-Cuando sus perros terminen con él, ¿qué hacemos? -preguntó el hombre a mi lado.
-A lo poco que quede le echan gasolina y lo queman hasta que solo quede polvo -dije serio.
De nuevo sostuve el cigarrillo con los labios y llené mis pulmones de ese humo tóxico que me hacía sentir bien. Sabía que me hacía daño, pero de algo me iba a morir, ¿no?, que mejor dejar de existir consumiendo algo que, por unos minutos me hacía bien.
Mis pensamientos viajaron a aquella noche, ese momento que me había hecho sentir tan bien. Me llevaron a esa chica a la que no había podido olvidar y a quien había visto un par de veces nada más.
Perfecta, hermosa, peligrosa.
Un alma salvaje sin duda alguna.
Ya habían pasado un par de meses desde que estuvimos juntos, pero podía sentir su esencia sobre mi piel y por más que me decía que aquello fue de una noche, otra parte de mí me decía que no, que aquello no fue solo sexo, fue más, fue la conexión de dos almas que estaban destinadas a estar juntas. Que cursi y ridículo me escuchaba, pero por primera vez en muchos años pude sentir mucho más que un simple orgasmo, fue algo...especial
Negué con la cabeza y reí de manera burlona, mis pensamientos a veces podían ser cursis y algo estúpidos. Quizá eso pensaba, mas no todo era mentira.
Arribé a la gran mansión en mi Audi negro. Me quité las gafas en el momento que salí del coche y cerré la puerta. Me di la vuelta hacia la furgoneta que entró detrás de mí. Esperé unos segundos en los que la puerta se abría y mis tres mascotas salían, corrieron hacia mí. Movían las orejas, sacaban la lengua y se movían impacientes a mí alrededor.
-Vamos -les hice una seña.
Pasé mi mano por la cabeza de uno de ellos y los tres me siguieron como los fieles compañeros que son.
-Eres muy difícil de encontrar Devan -una dulce y seductora voz salió dentro de la casa. Cuando levanté la cabeza me encontré con el escultural e imponente cuerpo de Blair. Al verla sonreí y se acerqué a ella. Traía un vestido de color negro que dejaba ver sus delgados hombros, se ajustaba a su delgada cintura y llegaba a la mitad de sus piernas, largas y bien torneadas.
Cuando estuvimos cerca nos saludamos con un beso en la mejilla. Blair puso una mano en mi brazo y apretó un poco con sus dedos.
-Y tú desapareces mucho tiempo, Blair -los tres dóberman pasaron a mi lado y Blair se apartó. No le agradaban mucho los perros y estos le daban miedo, eran grandes y tenían filosos colmillos.
Puse una mano en su espalda empujándola para entrar a la casa. Los canes corrieron hacia donde tenían su comida y su agua. Fui bien recibido por el calor a hogar, por el rico aroma a limpio y a comida. Me quité la chaqueta y la dejé encima del respaldo del sofá. Blair me echó una ojeada con disimulo y apoyó la espalda en la pared que tenía detrás de ella.
-¿Qué haces aquí, Blair? -me crucé de brazos.
No entendía que estaba haciendo aquí.
-Solo vengo a saludar -dijo inocente.
-¿Y por eso tus maletas? -señalé el pie de las escaleras -. ¿Acaso ya te cansaste de viajar por todo el mundo y gastar el dinero de tu padre?
-Nada de eso -Blair dio algunos pasos elegantes hasta quedar frente a mí. Puso sus manos en mis brazos, recorrió de arriba abajo, pasando por mis muñecas y se detuvo en mis brazos. Se acercó, pegó su pechos a mi torso con toda la intención de avivar algo que ya estaba más que muerto -. Solo quise revivir algunos momentos.
-¿Qué tipo de momentos? -musité, arrastrando la mirada por todo su cuerpo, deteniéndome en aquellas curvas bien definidas y en sus piernas.
-Sabes qué tipo de momentos, Devan -sus labios estaban peligrosamente cerca, estaba provocándome, jugando conmigo.
No intentes jugar conmigo, Blair, aquí el único que lo puede hacer soy yo.
-No juegues con fuego, Blair, te puedes quemar.
-Sabes que es lo que más anhelo.
Miré sus labios, se veían apetecibles y me dieron ganas de morderlos, lamerlos y hacer con ellos muchas cosas. Mis manos subieron a la altura de sus caderas y la atraje a mí, apretando su carne y presionando los dedos en la tela de su vestido.
Abrí las piernas para ella que se metió entre estas y aproveché aquel acercamiento para probar de nuevo sus labios. Blair no se podía resistir a esto que había entre los dos, por más que la hiciera a un lado siempre iba a regresar a mí, le gustaba la mala vida.
Nuestros labios se juntaron en un beso voraz, hambriento, pasional. Sin pudor mis manos bajaron a su trasero que apreté con fuerza, ella gimió y se acercó mucho más sintiendo mi erección rozando la tela de su vestido.
-Vamos a tu habitación, no me gustaría que tu nana nos viera.
-Para lo poco que me importa -murmuré sobre sus labios.
Agarré su mano y la llevé conmigo a mi habitación , poniendo el seguro después de cerrar. Blair no demoró más tiempo y se deshizo de aquel vestido dejando ver sus pechos pálidos y pequeños, traía solo una tanga negra que dejaba muy poco a la imaginación. Ya había recorrido ese cuerpo y lo conocía a la perfección, no había un pedazo de piel que no haya sido probado por mi boca.
Me deshice de mi camiseta, quitando uno a uno los botones. Al quitar la tela de mis hombros se pudieron ver las líneas de mis tatuajes, algo que le gustó a la rubia frente a mí, esperaba impaciente y semidesnuda. Cuando estuvimos cerca pasó sus largos y elegantes dedos por mi piel cubierta de tinta.
Sus manos impacientes bajaron a mis pantalones y empezó a deshacerse del cinturón.
-Veo que no has follado en mucho tiempo -dije. Mis palabras no intimidaron a Blair, que en pocos segundos ya había desabotonado el pantalón -. Sabes que nadie te folla como yo -agarré sus manos cuando estas pretendían bajarme los pantalones -. Las cosas no son así, rubia.
-Lo sé -musitó, bajó la mirada y se dejó hacer.
Solté sus delgadas muñecas y con un ligero empujón su cuerpo cayó sobre el colchón.
Quizá estaba mal tener relaciones con la mujer que me había dejado por otro, que no se quiso casar conmigo por lo que era y no supo apreciar cada jodido detalle que tuve hacia ella. Quizá era un masoquista a quien le gustaba revivir cada uno de los momentos que viví con ella, cuando era más humano que ahora. Quizá me gustaba recordar que en algún punto fui feliz y que, por un corto instante alguien me quiso así cómo era, aunque el cuento de hadas duró poco.
Pero aquella tarde entre las piernas de mi ex amada me olvidé por completo de todo, quizá era lo que necesitaba después de no dejar de pensar en la chica que me había follado en esa misma cama. Mi mente me traicionaba y traía a mí aquellos recuerdos que no se querían ir. Pensé en sus labios chocando contra los míos, en mi lengua moviéndose dentro de su boca, en mis manos recorriendo su cuerpo y en aquellos jodidos jadeos que me ponían duro.
-Siempre que regreso a Chicago soy bien recibida por ti -pasó su mano por mi torso. Ambos estábamos sudorosos, cansados y con ganas de mucho más.
-¿Te vas a quedar mucho tiempo? -fue lo único que le pregunté.
Blair me miró y supo que algo había cambiado.
-¿Te follaste a otra? -en un solo movimiento se puso a horcajadas. Justo encima de mis caderas.
No sabes cómo lo disfruté.
Era una niña linda e inocente pero perversa a la vez.
-Yo no te pregunto si tú follas con otros -espeté.
-Antes lo hacías.
-Antes me importabas -su rostro se deformó e hizo una mueca, cómo si aquello le hubiera importado cuando no debía ser así. Fue ella quien se acostó con alguien más cuando estaba comprometida conmigo. ¿Quién se creía para reclamarme? Nadie, no era nadie.
-¿Ahora no?
Agarró mis manos y las llevó a su trasero.
-Ahora las cosas han cambiado, Blair.
Quité las manos de su cuerpo y con cuidado la bajé de mí, Blair no supo que decir, pues ella había provocado esto, estuvo de acuerdo con las pautas de esto. Se quedó sentada en la cama con los pechos al descubierto.
-Estás en tu casa -me puse de pie, busqué los boxers y me los puse -, puedes dormir en la recamara que quieras -me di la vuelta y entré al baño.
Esperaba que no se quedara más tiempo y que se fuera a su casa, no me gustaba tenerla aquí porque para empezar Sofí la odiaba, no la quería cerca y prefería mil veces tener a mi nana contenta que a Blair.
****
Mis ojos recorrieron la cocina y se detuvieron en Sofí, mi amada nada que era una segunda madre para mí. Me acerqué a Declan que estaba sentado en uno de los taburetes de la isla y chocamos los puños.
-Me dice Sofí que Blair está allá arriba -mordí el pan tostado y miré de reojo a Declan.
-No me gusta que venga así nada más -habló Sofí. Dejando frente a mí una gran taza de café humeante -. Cree que esta es su casa y eso no es así.
-No te enojes, mujer -la detuve cogiendo su mano con cuidado -, se irá en unos días.
-Después de lo que te hizo deberías correrla a patadas -espetó. Declan me miró sorprendido.
-Me sorprende que digas eso, tú que estás en contra de la violencia hacia las mujeres -dijo Declan.
-Pero ella se merece un par de palos para que entienda que esta no es su casa. Pero todo es tu culpa, Devan -me señaló desde la estufa con la cuchara en alto.
-¿Yo por qué?
-Porque siempre le abres las puerta de tu casa.
-Y ella le abre las piernas, Sofí, sino porque siempre se va muy feliz de aquí.
-Cállate -un pedazo de pan le cayó a Declan en la frente -. Lo que Blair y yo tenemos es...
-...una mierda -espetó Declan.
-Eso a ti no te importa, Declan -lo miré mal.
-Como sea -rodó los ojos.
Le di un sorbo a mi taza y en ese momento Bea entró a la cocina. Tenía cara de estar ebria y apenas podía estar en pie. Al verla arrugué la nariz y la miré con asco, cómo siempre hacía cuando la miraba. No era de mi agrado y lo dejaba ver claramente.
-Sofía, prepárame la cena y súbela a mi habitación -le ordenó a Sofí en un tono demandante que no me gustó nada.
-Si quieres la cena en tu habitación prepárala tú, pero puedes cenar aquí, cómo todos lo hacemos.
-¿Perdón? -Bea me miró mal, con ganas de darme una bofetada. El odio era mutuo.
-Lo que escuchaste, Bea, no estás sorda, solo ebria como siempre -agarré un sándwich y lo llevé a mi boca dándole una gran mordida sin dejar de mirar a Bea.
Bea estaba furiosa, siempre estábamos discutiendo y era algo a lo que los demás ya se habían acostumbrado.
-Devan -dijo Sofí, pero la ignoré.
-Ahí está la comida -señalé la cena encima de la mesa -, sírvete y cena aquí.
No tenía contemplaciones ante Bea, es más, la odiaba y quería tenerla lejos, lo más lejos que pudiera.
A ella no le quedó de otra y a regañadientes se sentó al lado de su hijo y se sirvió de comer. Bea aún no entendía que no estaba discapacitada, que tenía sus dos manos y dos piernas para poder hacer todo y lo que menos entendía era que no la quería ver en mi casa, aún no comprendía que la detestaba tanto que sí por mí fuera la echaba solo con lo que traía puesto, pero no lo haría aún, por Declan, hasta que él mismo se cansara de su madre y le pidiera que la echara a calle. Si es que eso pasaba.
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¡Hola! Espero les haya gustado este capítulo.
¿Les gusta que escriba los pensamientos de los protagonistas de esta manera? Es algo que he empezado y me parece algo divertido saber lo que piensan. Díganme si les gusta o no.
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