Navian

El avión aterriza, y cuando es pertinente bajo de este. Un vehículo me espera fuera del aeropuerto. Está vacío y sin chófer, pero como si fuera mío, lanzo el equipaje en el asiento del copiloto, luego voy al del conductor, entonces arranco. Mientras conduzco, busco en el bolsillo un cigarrillo y lo enciendo, después saco el archivo que le robé a Dalton Weiner, acto seguido lo quemo con el cigarro. Veo cómo empieza a quemarse y lo tiro en el asiento de atrás.

Sonrío.

—Hacía frío, hace tiempo que no sentía el calor. —Siento el olor del humo, el almohadón trasero se está quemando—. Qué dicha.

El celular suena, así que lanzo el cigarrillo hacia atrás, creando más fuego, después conecto el móvil a la pantalla del vehículo.

—¿Te deshiciste de las pruebas? —aclara mi vigilante del otro lado de la línea y me río—. ¿Me escuchaste?

—Estoy en eso.

—No te enviamos a jugar, ¿recuerdas?

—Pues haber enviado a alguien especializado, solo soy un impune.

—Debo decir que me sorprendiste —opina—. Nunca pensé que durarías tanto sin quemar algo.

—Fingir ser el hermano de un policía no es tan difícil —declaro con confianza—. Mucho menos forzar una cerradura.

—Navian...

—Qué buen nombre, extrañaba tener uno. —Me río.

—Lo que sea, no se puede razonar con un impune, solo asegúrate de destruir las últimas pruebas que faltan. Babilonia no quiere errores —aclara, luego me corta la comunicación.

Habla en referencia a la organización secreta que secuestra niños y los convierte en locos desquiciados para la diversión de los ricos. ¡Ah, sí, soy uno de ellos! Nos llaman Impunes, hacemos lo que queremos y las autoridades no nos molestan porque se encargan de que nadie se entrometa. Kyan era uno de estos, no lo conocía, pero sé que Ridey me reconoció. Creo que lo vi alguna vez en mis entrenamientos. Mejor dicho, en mi lavado de cerebro, que ya ni me importa recordar.

Conduzco a un acantilado y, aunque parece que me voy a tirar, como si yo fuera la prueba del delito, me lanzo del vehículo, entonces caigo al pasto, mientras el coche se pierde en las aguas.

¿Debí haberme matado yo? ¿A eso se referían? ¡Va, qué importa! Sean más específicos la próxima vez. Me levanto y me limpio el pasto de mi pantalón. Camino por la carretera, pidiendo aventón. Hasta que al fin un pobre samaritano se detiene. Lo saludo de forma amable, luego lo golpeo seguidas veces con el volante. Empujo el cuerpo al lugar del copiloto, entonces comienzo a conducir.

—Debo decir que me gustó jugar al chico bueno por un tiempo —le cuento al cadáver que tiene desfigurada la cara y llena de sangre, así que se le puede ver la carne—. Pero extrañaba esto... —Busco en la guantera, encuentro y leo su documento—. Philip, tú y yo seremos buenos amigos. ¿Sabes? Lo lamento por Magaly, me caía bien, es muy triste lo que le pasó. Te contaré su historia.