—Creo que me gusta Navian —le confieso a mi psicólogo.

Es un psicólogo hombre porque me sugirieron que sea del género masculino para superar mis miedos, y a pesar de que tengo mucha confianza con él, por el tiempo que pasamos hablando, a veces creo que no me funciona.

—Eso es un avance, está muy bien —me aclara Nigel y acomoda sus lentes antes de continuar—. ¿Por qué te molesta?

—No es que me moleste, pero... ¿No es muy pronto?

—Te da seguridad, ¿no?

Mis mejillas arden.

—Sí, pero es un poco insistente.

—Ah, pero no te intriga, es trasparente, como me contaste en la otra sesión. No hay manera de que te haga sentir insegura, es por eso que te atrae. ¿Estoy en lo cierto?

Asiento.

—Sí, sé todo lo que va a hacer, así que me quita cualquier preocupación o pensamiento que pueda generarme. —Me río—. Aunque... tiene un pequeño defecto, el otro día me contó que se irá a estudiar al extranjero y eso me dolió un poco.

—Y por eso me cuentas de tus sentimientos —afirma—. Bueno, al menos, ahora me lo admites. Déjame decirte algo, si se va, al menos tienes la certeza de que existen hombres con los que puedes tener afinidad y no son un enemigo para ti. ¿Qué te parece esta idea? ¿Concuerdas?

—No me gusta... —dudo—. Pero tiene sentido.

—No digo que remplaces a Navian, no sabemos qué ocurra en el futuro, pero tú sigue adelante.

—¿Debería decirle? —consulto.

—Es tu decisión, yo tendría en cuenta que ya se confesó.

Me río.

—Supongo.

Mira el reloj de su muñeca.

—Bueno, creo que terminamos por hoy.

Me levanto del sillón y asiento.

—Gracias, Nigel.

—Un placer, Magaly. Sigue superándote, vas por buen camino.